La ternura en la individuación
La formación en función de la comprensión y el respeto
Juan Castañeda Jiménez
La ternura es un impulso instintivo de protección y cuidado hacia la invalidez infantil. Este impulso aparece más fuerte en las hembras que en los machos de la mayoría de los mamíferos y de otras especies. Entre los humanos, se observa entre los adultos sanos. A pesar de su raíz instintiva, la ternura puede fracasar y dar lugar a anomalías en el desarrollo del infante en cuestión.
Tal parece que en el sujeto, también de manera instintiva, existe una tendencia, “un deseo”, como dirían los psicoanalistas, que aspira a su realización o por lo menos a su reconocimiento por el otro, porque el individuo se experimenta reconocido en ese mismo deseo. De otra forma, se obstruye la posibilidad de emerger como persona.
Ese impulso al que se le niega reconocimiento puede dar lugar a enérgicas reacciones emocionales de ira imposibles de administrar por el propio infante. La obstinación o terquedad descontrolada requiere reconocimiento comprensivo (empático) al que se puede llamar ternura y que valida la existencia de un otro distinto.
Aunque exista la tendencia “natural” o aprendida de los padres a administrar la vida de sus hijos y hasta condicionar sus sueños y pensamientos, el deseo del que hablamos no puede ser determinado por nada ni por nadie sin perjuicio. Es estrictamente original, incluso ni siquiera puede ser negado por quien lo experimenta sin riesgos para su salud. Significaría traicionarse a sí mismo impidiéndose la existencia. Françoise Dolto (1998, 2000) ha demostrado que al negar los impulsos originarios se niega placer a la vida precipitando perder la salud y, en casos extremos, se pude llegar a la muerte.
La madre con su soporte emocional (ternura) le va enseñando al bebé el modo de proceder ante los propios impulsos. Ese modelamiento de ella enseña a advérselas con las emociones. Mas cuando ella falla en su capacidad de comprensión, no le aporta el debido amparo y lo deja a merced de sus pasiones. Así pues, el tiempo de la invalidez infantil es el escenario donde actúa la ternura parental:
“La invalidez infantil es un tiempo sin palabras aún, en consecuencia con pocas posibilidades de pensamientos susceptibles de ser rememorados de forma consciente con ulterioridad, aunque todo lo que se inscriba entonces será constituyente del continente inconsciente del sujeto. Podría decirse que es merced a la invalidez infantil que el niño recibe no solo la historia de la humanidad sino la humanización misma” (Ulloa, 1995: 135).
La invalidez infantil no es un tiempo de incapacidad, porque durante este periodo el ser humano tiene las cualidades para ser sujeto singular como cualquier adulto sano. El tiempo sin palabras, más que desventaja, constituye la condición necesaria para captar las contraseñas condensadas de la experiencia que sus ancestros le transmiten. Esas claves no verbales configuran el continente en el que la persona puede emerger más tarde.
En los estudios de Ulloa, el sujeto parece producirse como efecto de esa transmisión sin palabras, en tanto que para Dolto (Ledoux, 1990) el sujeto precede a la fecundación y sobrevive a la muerte. Sin embargo, “hay en el niño que nace [...] un efecto del inconsciente de los padres sobre el inconsciente del embrión en el momento de su concepción o que marca al feto en el curso de su gestación” (Dolto, 2000: 12).
Aunque preexista el sujeto a la fecundación, la vinculación sana con sus progenitores determina sus posibilidades de expresión. Porque incluso en los casos de enfermedades mentales graves, se ha confirmado la existencia de algo que permanece como testigo mudo del drama de esa persona (Fiorinim 2002) pero que se encuentra incapacitada para actuar en el drama de su propia vida.
Si bien los padres actúan sobre el sujeto humano desde su fecundación (o quizá antes), es después del nacimiento que se verifica lo que Ulloa define del siguiente modo:
“La ternura, siendo de hecho una instancia ética, es inicial renuncia al apoderamiento del infantil sujeto. [...] Esta coartación del impulso de apoderamiento del hijo, este límite a la descarga no ajeno a la ética, genera dos condiciones, dos habilidades propias de la ternura: la empatía, que garantizará el suministro adecuado (calor, alimento, arrullo-palabra) y como segundo y fundamental componente: el miramiento. Tener miramiento es mirar con amoroso interés a quien se reconoce como sujeto ajeno y distinto de uno mismo. El miramiento es germen inicial y garantía de autonomía futura del infante” (Ulloa, 1995: 135-136).
Analicemos la renuncia al apoderamiento del infante. Considerar que se puede hacer de los hijos lo que a los padres les plazca es un error, puesto que los hijos requieren la garantía de poseer su autonomía. Los padres han de frenar su impulso a “adueñarse de sus hijos” y ofrecerles el soporte liberador en el que el hijo pueda ser él mismo en el sentido que le venga mejor. Es necesario un amor casto que renuncie al control cosificante o sobreerotizado y que abra espacio para que el hijo pueda ser. Respetar con escrúpulo a los hijos como seres con derecho a ser quienes son, por encima de los deseos de los padres, da lugar a seres humanos con dignidad.
Quizá el problema resida en que la humanidad, en su conjunto, no está preparada para brindar ese soporte a los pequeños aun cuando ya existan condiciones para que esas cualidades se desarrollen. El asunto es que hasta ahora se ha volcado al desarrollo del “afuera” olvidando el “adentro”.
Desear a los hijos en el sentido que lo define Luis Féder (Villa Soto, 1995) podría eliminar la violencia en el mundo y con ello la necesidad de cárceles y manicomios. Si bien no es una teoría concluyente, creo que es una hipótesis que vale la pena comprobar.
Bibliografía
Dolto, F. (1998). ¿Cómo educar a nuestros hijos? Reflexiones sobre la comprensión y la comunicación entre padres e hijos. México: Paidós.
—— (2000). Las etapas de la infancia. Nacimiento, alimentación, juego, escuela. Barcelona: Paidós.
Fiorini, H. J. (2002). Teoría y técnica de psicoterapias. Buenos Aires: Nueva Visión.
Ledoux, M. H. (1990).
Ulloa, F. O. (1995). Novela clínica psicoanalítica. Historial de una práctica. Buenos Aires: Paidós.
Villa Soto, J. C. (1995, 27 de noviembre). “¿Cómo podemos disminuir la violencia en el mundo?” En La Jornada.