Fernando Vallejo Juan Antonio Castañeda Arellano
Ya sabemos que la vida para algunos es una desgracia. Para otros una fiesta
Fernando Vallejo fue el acreedor al Premio FIL de Lenguas Romances en el 2011, premio denominado anteriormente Juan Rulfo. Vallejo nació en Medellín, Colombia, y se naturalizó mexicano. Es “un maldito”, parece contener el ardor de un profeta pero con acentos sulfurosos. Cada oración en sus novelas es un estallido en la conciencia de la mayoría de las personas. Nada ni nadie se salva cuando Vallejo lo ha puesto en sus miras: la iglesia, el Papa, el narco, los políticos, los pobres, los ricos, la humanidad toda. Aunque un observador atento se da cuenta de su profundo amor a la única especie digna de salvarse: los animales.
Cronista de la devastación, se ha dicho que ha escrito una insólita historia de amor y un evangelio al revés donde los asesinos disparan balas rezadas y el mayor delito consiste en sobrevivir. Maestro de la injuria como una las bellas artes, sus peroratas caen sobre Colombia y México, disparadas, indómitas, imprecatorias como una lluvia ácida, una tempestad desaforada, un cataclismo del idioma. Prosa furibunda, mágica, encabronada, apocalíptica, en que la rabia, la ira y la desesperación se vuelven ternura desamparada… una música del desconcierto.
Sátira feroz de la democracia en un tinglado de ilusiones, mentiras y traiciones, de almas en pena, muertos que votan y bandadas de loros (académicos) que dicen verdades eternas. Sus libros son unos delirantes cantos de amor y de perdición que nos da y nos ha dado hace un tiempo la literatura. Mezcla la dicha y el humor con el apocalipsis. Opina que el internet es una epidemia equivalente al sida.
Vallejo vertebra, desesperada e irremediablemente, su novelística, provoca entusiasmo y fobias, pero nunca tibieza e indiferencia. De hecho la tibieza es el sentimiento más ajeno a su literatura, en una Colombia que se divide en conservadores y liberales y un México que hoy se divide en asesinos y cadáveres: quizá ésa sea la frase más dulce que le dedica tanto a nuestro país como a Colombia.
En cuanto a riqueza, imaginación y poderío verbal, Vallejo es un prodigio rabioso, nihilista, iconoclasta, cargado de un humor, más que negro, subversivo. Denuncia instituciones, personajes públicos, hechos, injusticias y todo lo habido y por haber. Cree en el poder salvador de las palabras explosivas, pero también en su poder destructor. Aunque escribe con la inconmensurable carga de virulencia —no de violencia— que hay en sus libros, sus libros tienen más de canto que de odio.
Pese a sus reflexiones tan demoledoras como las que le inspiran los niños, dice: “En todo niño hay en potencia un hombre, un ser malvado. El hombre nace malo y la sociedad lo empeora. Por amor a la naturaleza, por equilibrio ecológico, para salvar los vastos mares hay que acabar con esa plaga, o entre otros seres objetos de sus enconos, las mujeres, por el hecho de poner seres humanos en este mundo. Porque uno de los pecados no es nacer, sino hacer nacer. Mírense en el espejo antes de copular, de engendrar, de concebir, de parir, cabrones, ¿o es que tienen miedo de que se les pierda el molde?”
“Yo resolví hablar en nombre propio porque no me puedo meter en las mentes ajenas, al no haberse inventado todavía el lector de pensamiento. […] Yo conozco lo peor de lo peor, al Papa, mi polémica no es con este u otro Papa, que al fin no son más que unos pobres diablos. El actual, espero, se muera antes que yo: mi polémica es con Cristo, uno al que tampoco le dio el alma para entender lo que tenía que entender: que los animales también son nuestros prójimos, y no solo el hombre, que es el más malo de los animales. Y después de Cristo con Mahoma, esa bestia reproductora y lujuriosa. Yo pienso que especie que se extingue, especie que deja de sufrir. Que se mueran los perros, que se mueran las vacas, que se mueran las ratas, mis hermanas las ratas, eso es lo que quiero yo”.
“Colombia es un desastre sin remedio. Maten a todos los paramilitares, los funcionarios, los curas, los narcos y los políticos y el mal sigue: quedan los colombianos. Insulto a Colombia, la mía, porque la quiero, quiero que se acabe: para que no sufra más”. ¡Ah! y el México en que vivo por lo pronto, está saturado de fosas por todo el territorio: colgados, encajuelados, desaparecidos, ha superado a Colombia.
“Entre papas y presidentes y granujas de su calaña, elegidos en cónclave o no, a la humanidad la llevan como a una mula vendada con tapojos rumbo al abismo”. Pues sí, terrible pero cierto al fin. No en vano habla del mundo en que vivimos, no nos engañemos, aunque le cante a Colombia no solo habla de Colombia en sus libros: es de México.
Fiel a su carácter polémico y controversial, el autor del libro La puta de babilonia inicia en su primera página con la siguiente oración:
“LA PUTA, LA GRAN PUTA, la grandísima puta, la santurrona, la simoniaca, la inquisidora, la torturadora, la falsificadora, la asesina, la fea, la loca, la mala, la del Santo Oficio y el Índice de Libros Prohibidos; la de las Cruzadas y la noche de San Bartolomé; la que saqueó Constantinopla y bañó de sangre Jerusalén; la que exterminó a los albigenses y a los veinte mil habitantes de Beziers; la que arrasó con las culturas indígenas en América”: está clarísimo a quién se refiere esa oración.