El desquite      José Francisco Cobián Figueroa

Guión cinematográfico.
Basado en el cuento “La Chiguana”, de Arnulfo Álvarez


1. Exterior / día.
La Plaza de Armas de Guadalajara muestra un gran movimiento humano: mujeres con niños, hombres de todas las condiciones y estratos sociales, vendedores de diferentes e insospechados artículos, mendigos, lustradores de calzado...
El reloj del Palacio de Gobierno marca las doce y las campanas de la Catedral llaman a misa. La avenida Alcalde está fragorosa de vehículos que humean, que frenan, que arrancan con estrépito, que suenan los cláxones escandalosamente.
El semáforo muestra la luz roja y el río de vehículos se detiene. El primero es un camión del transporte colectivo urbano ladeado hacia la derecha por el sobrepeso que lleva y por los pasajeros que viajan peligrosamente colgados de sus puertas.
A través del parabrisas se ve a Martín, un cancionero de treinta y cinco años que, vihuela en mano, lucha heroicamente por abrirse paso hacia la puerta para bajar del camión.


MARTÍN
Con permiso, señores. Disculpen. Con permiso.

Cuando logra salir y se siente seguro en la banqueta, con la mano izquierda en alto, sosteniendo el instrumento, saluda al chofer.

MARTÍN
¡Gracias, chófer!

El semáforo se pone en verde, el chofer hace un gesto leve con la cabeza para corresponder a Martín y empieza a desplazar su autobús.
Un grupo de niños limpiavidrios, con esponja, jabón y franela, y algunos también con la infaltable caja de chicles, se acerca a Martín. Están contentos de verlo.


NIÑO 1
¡Ese Martín! ¿Qué milagro que te dejas ver? ¿ Pos, ónde andabas?

Martín pasa su mano derecha, encogida, con los dedos juntos por las membranas interdigitales que los unen, sobre la cabeza desgreñada del niño. Éste acepta la caricia y a su vez cruza el brazo por detrás de Martín y lo apoya sobre su cintura.

MARTÍN
¿Cómo ónde andabas? ¡Chambeando! ¡Chambeando!

NIÑO 2
Uy sí, a ver, ¿cuánto te dieron en ese camión?

Martín mete la mano en un morral que cuelga de su cuello hacia el costado izquierdo, saca un puñado mediano de monedas y empieza a contar. Los niños observan la maniobra emocionados y atentos.

MARTÍN
Catorce pesos, nomás.

NIÑO 1 (Visiblemente molesto)
¡Gente tacaña!

NIÑO 3
No reniegues, Orejón. A veces se puede y a veces no. Uno no sabe...

NIÑO 1
¡Bah! Les duele el codo, eso es todo...

NIÑO 2 (Dirigiéndose a Martín)
¿Qué, mi buen? ¿Aceptas que te invite a almorzar? Pero tú pagas...

Todos ríen, Martín hace un gesto de preocupación, los ve a todos como contándolos y luego contesta gustoso.

MARTÍN
¡Claro! Si trabajamos para comer, ¡hay que comer!

2. Exterior / día.
Martín y su grupo de amigos están sentados en el césped de un jardín. Cerca se ve el tráfico vehicular y el de los transeúntes. Cada niño agarra una tortilla. Martín tiene frijoles en una bolsa de plástico y con ella le vacía a cada uno su porción. Cada niño en su turno empieza a comer. De pronto, la mirada de Martín se detiene en las manos de uno de los niños. Su porción está intacta. Después pasa al rostro; tiene un marcado gesto de repugnancia.

MARTÍN
¿Tú no comes?

El niño mira a su vez la mano deforme de Martín, y éste, al seguir el curso de su mirada advierte el motivo.

MARTÍN
Ah, es por esto.

Levanta la mano para mostrársela.
El niño se queda atónito, no mueve un solo músculo, ni siquiera los ojos, que no se apartan de su objeto.


NIÑO 2 (Al niño anterior, con irritación)
¡No seas menso, Renacuajo! ¡Ni tan delicado! A ver, ¿qué tiene?, ¿qué tiene? (Luego a Martín) No le hagas caso. Este vale así es de tarugo. Siempre sale con leladas; no le hagas caso.

MARTÍN
No me ofende. Uno tiene que aprender a vivir como es, si no, qué chiste. Mira, Renacuajo, desde niño, mucho más chico que tú, desde que nací, he sufrido mucho por este defecto; más bien, sufrí; ahora ya no, ahora ya lo entiendo y quiero que tú también lo entiendas y que seamos amigos, como lo somos los demás. Vine aquí, huyendo precisamente de la burla, del maltrato, pero sobre todo, de la crueldad de un hombre... Todo empezó el día que nací...

Sobre el rostro de Martín se hace disolvencia a:

3. Exterior / noche.
Un pequeño pueblo de agricultores, con pocas casas, poca gente; calles mal trazadas, de tierra abrupta. Llueve moderadamente, el agua hace arroyuelos que corren por una calle inclinada hacia un lugar más bajo. En sentido contrario, vestido de manta, calzando huaraches y cubierto con un capote de caporal, sube un hombre con cierta urgencia. Sus pies están mojados y llenos de lodo. Se detiene ante una casa de adobe con techumbre de teja de barro, sin banqueta, y con una vieja puerta de madera, podrida en su parte inferior. Levanta la vista para asegurarse de que es la casa que busca y luego, con el puño cerrado, toca, y acompaña el acto con fuertes gritos.

HOMBRE (A quien desde este momento llamaremos Eufrasio)
¡Toña! ¡Toña!

No hay respuesta. Se separa un poco de la puerta, mira hacia ambos extremos de la calle, solitarios como si se tratara de un pueblo fantasma. La lluvia persiste. Un gran relámpago ilumina la noche, y el trueno que lo acompaña sacude la tierra. Eufrasio vuelve a la puerta.

EUFRASIO
¡Toña! ¿Estás allí?

4. Interior / noche.
La de Toña es una casa pobrísima, pequeña, de un solo cuarto, una cama de varas sostenida en cuatro horcones de palo, una hornilla de leña, dos o tres trastes, un comal, un metate, una cazuela y dos ollas de barro; en el centro hay una pequeña mesa cuadrada, la flanquean dos sillas rengas. En una de estas sillas está sentado un hombre maduro, sucio, borracho, con el torso, la cabeza y los brazos echados sobre la mesa. Está dormido, ronca ruidosamente. Hay, también sobre la mesa, un aparato de petróleo (lámpara rústica que consta de una lata con mecha) cuya lumbre se halla a punto de extinguirse; un vaso, un jarro de barro y una gran botella de mezcal casi vacía.
Se oyen golpes en la puerta, y la voz de Eufrasio que grita.


EUFRASIO
¡Toña! ¡Contesta por favor! Se ocupa que nos ayudes con mi vieja, que quiere desahijar.

El borracho se mueve, levanta la cabeza y sin salir de su letargo, muy molesto, contesta:

BORRACHO
¡No está! ¡Anda haciéndole de cigüeña con la mujer de Pedro, el Perro! ¡Búsquenla allá, y déjenme dormir!

5. Exterior / noche.
Eufrasio se aparta de la puerta, camina calle abajo y dobla a la derecha en la primera esquina. Al hacerlo, se encuentra con Toña, la partera, que viene en sentido contrario.
La lluvia ha disminuido, ya solo queda una brisa leve, y los pequeños arroyos de la calle.


EUFRASIO
¡Qué bueno que te hallo, mujer! Mi vieja está pujando y quiero que la ayudes a traer al chamaco al mundo.

TOÑA
Hum, ora sí se me cargó la chamba. Vamos a verla pronto, porque tengo que regresar… con la mujer del Perro, que trae el muchacho atorado.

6. Interior / noche.
Estamos en una casa no muy diferente a la de Toña, aunque un poco más abundante en cosas.
María se halla acostada en una cama de tablas; se queja frecuentemente; en momentos el abdomen bultoso se le pone duro y ella grita con desesperación. Toña hace algunos tocamientos sobre la barriga, luego le separa las piernas, mete una mano debajo de la sábana, llega a la entrepierna mientras con la mano contraria hace una presión en el otro polo del abdomen. La maniobra resulta dolorosa para María, por lo que pega un chillido que trasciende las paredes de su casa y se mezcla con el ruido de la lluvia.


TOÑA (A Eufrasio)
Le falta poco, Ufrasio. No te desesperes, no hay peligro.

Eufrasio relaja su rostro. Adopta un gesto tranquilo.
Toña retira la mano y la limpia en algún lugar de la sábana.


TOÑA
Cuídamela un ratito, no tardo; voy a echarle un ojo a la otra; aquella sí está sufriendo, la pobre.

Toña sale de prisa.

7. Interior / noche.
La mujer del Perro llora de dolor y de cansancio. En perspectiva vemos la puerta de su casa que se abre, y entra Toña; está muy mojada.

TOÑA
¿Cómo sigues, muchacha? Hum, ya veo que no has mejorado mucho.

Se quita el rebozo, toca los genitales de la mujer bajo la sábana, y muy segura de su trabajo dice:

TOÑA
Ya abrió todo lo que tenía que abrir, pero no baja; tendré que darle una ayudadita.

Se coloca del lado izquierdo de la mujer, cruza su brazo derecho sobre el abdomen en el espacio que queda entre la matriz grávida y los senos; se agarra del borde de la cama, al otro lado de la mujer y presiona con toda la fuerza de que resulta capaz. La mujer siente que algo se rompe entre sus piernas, se queda repentinamente sin respiración, con los ojos y la boca muy abiertos, y cuando Toña afloja un poco la presión, antes siquiera de que la suelte, la mujer grita como si le clavaran una espada en el corazón.

TOÑA
Ya es todo, ya descansa.

Inmediatamente se coloca entre las piernas de la parturienta, ayuda al niño a salir, lo eleva sobre el abdomen de su madre con el cordón umbilical íntegro aún, lo cuelga de los tobillos, le da una nalgada y el niño llora con fuerza. Toña lo deposita sobre el abdomen de su madre, quien agotada, está entrando en un sueño profundo. Luego procede a cortar el cordón, a secar al niño y a dejarlo arropadito, pegado al seno de su madre.

TOÑA
Es un muchachote, por eso no podía salir.

8. Exterior / noche.
Ahora vemos a Toña de nuevo en la calle. Ha dejado de llover, solo quedan algunos charcos y un hilito de agua que se escurre calle abajo. Se detiene en la casa de María, empuja la puerta y entra.

9. Interior / noche.
María se ve más tranquila. Eufrasio está sentado al borde de la cama. Cuando oye que se abre la puerta voltea y se alegra de que Toña haya regresado.

EUFRASIO
Croque ya se le pasaron los dolores.

Toña se acerca a María y levanta la sábana y la falda que le cubren las piernas. Se sorprende del descubrimiento que hace, pero su rostro, y en especial sus labios, ejercitan una mueca risueña.

TOÑA
¡Cómo no se le iban a quitar, si ya trae el muchacho afuera! Luego qué, ¿no sentiste? Y tú, ¿no te dejé cuidándola?

EUFRASIO
Sí, pero yo no sé nada de esto.

Sin mostrar al niño, Toña hace maniobras entre las piernas de María, hasta que completa su labor y pone el pequeño en manos de Eufrasio.

TOÑA
Es muy chiquito, parece sietemesino... Y está enfermo, van a tener que cuidarlo bien, y van a necesitar mucha paciencia.

Eufrasio hace una mueca de susto, mira el rostro de su hijo y lentamente lo aprieta contra su pecho. María se había dormido.

EUFRASIO (Señalando a María con el mentón)
Ojalá que ésta no se ponga mala cuando la vea.

10. Interior / día.
Casa de Toña. Ella está torteando junto a la hornilla. Su marido, en la misma silla de la noche anterior, espera que le traigan las tortillas para empezar a almorzar. Tiene una cara horrenda, reflejo de la resaca cruel que lo agobia.

MARIDO (Antes Borracho)
Y tú, ¿ónde andabas anoche? Bien me puedo morir aquí solo, y ni quién pa’ que me cierre los ojos.

TOÑA
Te morirás por tu gusto, condenado borracho.

MARIDO
Te pregunté que ónde andabas.

TOÑA
Ayudándole a parir a la mujer del Perro y a la de Ufrasio. Me hubieras visto de un lado al otro, con el lloveral encima; y una que no podía, y la otra que aventó al chiquillo con fuerza como para deshacerse de su cuerpo, mitad feo y mitad deforme, con una mano de cuchara con los dedos nomás dibujados, porque están pegados con una telita como ésas que tienen las ranas.

MARIDO
¿Y ese cuál es?

TOÑA
El de Ufrasio. El otro se complicó porque el muchacho está grandote, parece un niño de seis meses.

MARIDO
Hum...

11. Interior / día.
María está acostada en su cama; luce fresca, limpia, contenta. Han venido a visitarla dos mujeres del pueblo. Una a cada lado de la cama, platican con la nueva madre.

MUJER 1 (A la izquierda)
Eufrasio ha de estar orgulloooso con su muchacho.

María tiene al niño en sus brazos, envuelto en pequeñas sábanas limpias. Ella ríe entre gustosa y afligida.

MARÍA
Contento sí; orgulloso, quién sabe.

MUJER 1
Ay, que no se haga; todos los hombres quieren un macho, y cuando lo tienen, pues se mueren de orgullo.

MARÍA
Sí, pero mi hijo nació malito, sabe cómo tiene su lado derecho; nació eclisado.

Las mujeres abren desmesuradamente los ojos, suspiran, se miran entre sí y fingen sorpresa y compasión.

MUJER 2
¡Como el burro de mi tía Chencha!, que nació sin orejas.

MUJER 1
¡Y como el pollo que nació con una sola pata en la casa de doña Petra! Yo creo que es andancia.

MUJER 2
Dizque la gallina malogró los demás huevos, por culpa del eclís de hace ocho días.

Una mueca de mortificación se adueña del rostro de María, quien poco a poco acerca a su hijo contra el pecho, y lo envuelve entre sus brazos protectores y tibios.

MUJER 1
¿No será el fin del mundo?

MUJER 2
¡Ni lo mande Dios! Ay, las cosas que se ven y las que nos faltan ver en Santa Cruz.

12. Exterior / día. Ocho años después.
Santa Cruz es un pueblo pequeño, de calles polvosas. Es un pueblo de mujeres, ancianos y niños.
Vemos un área más o menos regular en el cruce de dos calles. Algunos niños entre ocho y doce años juegan a las canicas; están contentos. Cerca, sentado en una piedra, está Martín; no juega, pero participa animoso de todos modos. Martín muestra cierto rezago de crecimiento en sus extremidades derechas; la mano del mismo lado tiene los dedos juntos, unidos por una membrana interdigital a modo de batracio; su cara, afectada por la misma dolencia, le otorga la impresión de mayor edad.


NARRADOR (Voz de Martín en off)
Desde los primeros años de mi vida, la mitad derecha de mi cuerpo presentó un pequeño rezago en el desarrollo, suficiente para darle a mi aspecto la apariencia de viejo.

13. Exterior / día. Siete años más tarde.
Martín se encuentra sentado en una banca de cemento fea y ruinosa, al centro de la pequeña plaza de Santa Cruz; a un costado se ve la capilla; al frente dos hombres conversan debajo de un árbol frondoso.
Martín, sentado, toca la vihuela alegremente. Lo rodean sus amigos de siempre, ya cantando, ya bromeando.


HOMBRE 1
¡Qué bien toca ese muchacho!

HOMBRE 2
Es el hijo de Ufrasio. Bien dice el dicho: “No hay feo sin gracia”.

MARTÍN (Cantando)
Este es el cuatro mentado,
el rey de todos los sones,
este es el cuatro mentado,
el rey de todos los sones;
querido de las mujeres
y apreciado de los hombres;
querido de las mujeres
y apreciado de los hombres...

Mientras canta se ve en perspectiva que por la calle principal se acerca la Chiguana. Tiene el torso desnudo, quiere impresionar con su musculatura. Uno de los amigos de Martín lo advierte y lo anuncia a los demás.

AMIGO 1
¡Ya nos cayó el chahuixtle! ¡Ahí viene la Chiguana!

CHIGUANA
¡Déjense del tullido! Miren, los tiene bobos...

Abre los ojos grandes y en un ademán hace como si se limpiara la saliva.

CHIGUANA
¡Babosos!

Camina un poco más adelante, hundiendo el abdomen, ensanchando los hombros y sacando el pecho; marca de esa manera sus músculos bien labrados.

AMIGO 2
¡Te mueres de envidia, porque el Martín sí tiene talento; él sí sabe pa’ qué es el cerebro!

La Chiguana vuelve sobre sus pasos, en actitud retadora. Se ve la furia en sus ojos y en los labios contraídos. Empuja fuertemente al Amigo 2 y éste se va de espalda contra Martín y su vihuela. Los demás se apartan y retroceden algunos metros, evitando involucrarse. El Amigo 2 se endereza, Martín se levanta y poco a poco se reúnen con los demás.

AMIGO 1 (A la Chiguana)
¡Tú ni siquiera sabes decir: (deletreando) “pin che i gua na”!

Y en tono burlesco, otra vez deletreando, pero con voz fuerte, todos los amigos de Martín le gritan en coro su apodo.

AMIGOS (Todos)
¡Chi gua na!

La Chiguana se mueve hacia ellos con ánimo de masacrar a alguno. Todos corren, excepto Martín, que por su limitación física se rezaga, tropieza y casi cae.
Antes de que la Chiguana lo alcance, los amigos se dan cuenta y regresan todos para hacerle frente.


NARRADOR
La Chiguana creció a sus anchas y a cada rato se quitaba la camisa para amedrentarnos con su musculatura.

Cuando la Chiguana nota que el grupo le hará frente, se detiene; y cauto, pero arrogante, le grita a Martín:

CHIGUANA
¡Tullido!

Martín baja la cabeza, apenado. Entre sus manos oprime contra el pecho la vihuela y se va retirando. La Chiguana lo amenaza.

CHIGUANA
¡Ya te hallaré solo!

NARRADOR
La Chiguana, dicho sea de paso, se convirtió en el constante verdugo de mis sueños y en el perseguidor incansable que me hacía tragar religiosamente la vergüenza de cada día.

La Chiguana se retira en sentido contrario a Martín, mientras sus amigos protegen la retirada de éste.

14. Interior / noche.
Casa de Martín. Éste y su padre se hallan sentados ante la mesa. María, su madre, se acerca con un plato de frijoles recién cocidos en cada mano, y los deja en la mesa en el lugar de cada uno. Luego, desde el pretil se trae un molcajete con salsa de jitomate y lo deposita en el centro de la mesa. Martín y su padre están callados. Es María quien abre la conversación.

MARÍA
¿Ya le dijiste a tu padre?

MARTÍN
¿Qué?

Martín está nervioso; Eufrasio levanta la mirada desde el plato y la lleva a los ojos de su hijo, quien a su vez fija la suya en el contenido del molcajete.

MARÍA
Aquello, lo que me dijiste en la mañana...

Eufrasio está en espera de que Martín pronuncie algo. Éste, por el contrario, agarra una tortilla, la corta en mitades, dobla una y la mete en los frijoles.

MARTÍN
¿Lo que le dije de qué, amá?

MARÍA
De que te quieres ir pa’l norte.

Martín se queda tieso. De reojo vigila las reacciones de su padre. Eufrasio no se ha movido.

MARTÍN
No, no le he dicho nada. Nada, ¿verdad, apá?

EUFRASIO (Calmado, pero sensiblemente incómodo)
No, no me has dicho nada. ¿De qué se trata?

MARTÍN
Este, pos, los muchachos, los muchachos, mis amigos, ya se andan yendo pa’l norte. Ya están listos pa’ trabajar. Ya ve apá que aquí nomás llega uno a los quince y se tiene que ir por allá pa’ arrimar dinero pa’ la casa, como va siendo la obligación de cada quien.

Eufrasio se ha puesto serio. Escucha con atención. Una lágrima discreta asoma por el borde del párpado inferior, pero no se atreve a rodar; mejor pasa por la nariz a la garganta; cuando Eufrasio la siente allí, pasa saliva y la lágrima desaparece junto con su emoción efímera.

EUFRASIO (Condescendiente)
Sí, m’ hijo, esa va siendo la obligación... pero de los otros, no de usté. Usté está malo, dese cuenta, está tullido; con esa mano así como la tiene no servirá ni pa’ pedir limosna.

Al oír las últimas palabras de Eufrasio, Martín suelta la tortilla que se iba a llevar a la boca. Sus labios se aprietan fuerte uno sobre el otro mientras cierra los ojos para no llorar. Conservando esa actitud, dice:

MARTÍN
Con eso que me dice me hace sentir más inútil de lo que soy. Está bueno que un lado no me trabaje bien, pero el otro lado es fuerte y sé que me puedo atener a él. No crea que me muero de hambre.

Eufrasio empieza a elevar la voz, sin llegar al grito ni a la desesperación; solo pretende que sus palabras no provoquen una discusión.

EUFRASIO
No, m’ hijo, usté no va a ninguna parte. Pa’ causar lástimas, en su tierra, y con su gente. Eso es todo.

María se acerca preocupada y compasiva, y mientras con una mano remueve el cabello de Martín en el intento de una caricia consoladora, con los ojos mira, entre súplica y reproche, a su marido.

15. Exterior / día.
En la plaza polvorienta de Santa Cruz se detiene un autobús viejo y destartalado. Muchos jóvenes entre quince y veinte años lo esperan afuera del billar. Uno a uno, lo van abordando. Las mujeres: madres, novias, esposas los despiden entre bendiciones y llantos.
Una muchacha, con la voz quebrada por los sollozos, le dice a su madre:


MUCHACHA
Otra vez se nos van, como se han ido todos. Dicen que volverán, pero quién sabe, no todos vuelven, y cuando lo hacen, no duran; ya no les gusta esto. ¿Y a qué vuelven?

La cámara va mostrando a muchas mujeres embarazadas en diferentes estadios gestacionales.

MUCHACHA
¿A sembrar sus raíces y no saber de ellas hasta cuando son árboles; sin darse cuenta si crecieron derechos o torcidos; si se murieron en el intento, si se secaron? En esta tierra nada crece. Es una tierra de ancianos, de mujeres, de niños que crecen y se van también.

Han subido todos. Desde las ventanillas los amigos de Martín le hacen señas y se despiden con ademanes de adiós.

AMIGO 1
¡Hey Martín, nada de achicopalamientos! Aquí nos vemos pronto, a vuelta de año.

Martín asiente con la cabeza, aunque con poco ánimo.
El camión se pone en marcha con un ruido tremendo del motor. El humo de su escape inunda la plaza. Por la calle principal se va alejando y Martín lo sigue con la vista hasta que desaparece.


16. Interior / día.
Casa de Martín. Sentado éste en la cama, con la mirada fija en un punto inexistente, parece pensativo. A pocos pasos de él, María, su madre, borda una servilleta.

MARÍA
¿Ya se fueron?

Martín se levanta y sin ánimo contesta:

MARTÍN
Ya. Y se fueron sin mí.

MARÍA
Pero volverán. Yo que he vivido tantos años lo sé. El tiempo pasa rápido. Volverán más pronto de lo que tú y yo creemos.

17. Exterior / día.
Martín camina por una calle sola, rumbo a su casa. Lleva la vista baja, triste, agobiada por la soledad, por la partida de sus amigos, por la idea de que lo creyeran inválido aún las personas en las que mejor confiaba y que sabía que le tenían cariño. Mira las grietas que han aparecido en las puntas de sus zapatos y cómo se asoman por ellas sus dedos a cada paso que da. Una lágrima se desprende de los ojos y da contra la uña del dedo gordo de un pie. Sigue caminando sin modificar su actitud, hasta que choca con la Chiguana, que lo esperaba desde antes parado en esa esquina. Martín se pone tenso. Poco a poco eleva la vista y reconoce los zapatos, el pantalón de mezclilla azul, el cinturón, el ombligo, el torso desnudo y los músculos poderosos del único que puede poseerlos: La Chiguana. Martín siente que su sangre está helada. Suda copiosamente; sus ojos se abren todo lo que es posible. No se puede mover. Por fin, Martín detiene su reconocimiento en el rostro de la Chiguana que está congestionado de ira. La Chiguana agarra con lujo de fuerza las alas de la camisa de Martín, y el jalón hace saltar algunos botones.

CHIGUANA (Con profundo rencor)
¡Si vieras cuánto coraje me da nomás de verte, y más ’ora que no hay quién te desfienda!

Martín está palidísimo. El sudor le ha mojado el cabello de las sienes, escurre por el cuello y le moja el pecho y la espalda de la camisa. Los brazos de Martín cuelgan a los lados, como los de un muñeco de trapo.

MARTÍN
¡Hombre, Chiguana, no hay motivo para pelear, yo no soy de pleito y ni para qué...!

La Chiguana aprieta la mandíbula, tensa sus brazos poderosos y eleva un poco a Martín, quien ya solo se sostiene sobre las puntas de los pies.

MARTÍN (Suplicante)
¡Tú me ganas, y yo para enojarme soy muuuy lento!

La Chiguana retira la mano derecha de la camisa de Martín y antes de que éste los sepa, le aplica un puñetazo en el rostro; luego otro con la izquierda y los va alternando al abdomen, al cuello, a la mandíbula hasta que la sangre brota de la boca, la nariz y las cejas de Martín y mancha las manos de la Chiguana. Un último golpe tira de bruces a Martín, y sin fuerza ni ánimo para levantarse, incrusta la cara en el polvo de la calle.
La Chiguana se relaja como aliviado por descargar toda la violencia contenida en su cuerpo. Se limpia las manos en las piernas del pantalón, se enjuga con dos dedos el sudor de la frente y camina calle abajo. A los pocos pasos se vuelve para decirle a Martín en tono amenazante:


CHIGUANA
¡Ahi me avisas cuando te salga el coraje!

Y continúa su camino. Martín eleva un poco la cabeza para verlo partir, y la deja caer de nuevo, exánime.

18. Exterior / tarde.
Con los estragos de la golpiza que la Chiguana le dio a Martín perfectamente visibles, y abatido por la humillación y la vergüenza, éste llora silenciosamente y a solas en un lugar apartado del corral de su casa.
Ensimismado, no advierte que su madre camina en dirección a él. Lleva en las manos un recipiente con maíz que va esparciendo a su paso para alimentar a las gallinas que se acercan alborotadas.


MARÍA
Si te sirve de consuelo, ya se fue. Puedes estar tranquilo. Parece que la Chiguana te traía entre cejas. Ya te pegó antier hasta que se cansó, y ahora no amaneció en el pueblo.

Martín se muestra aliviado. Un gran suspiro llena sus pulmones y lo baña de un halo purificador.

MARTÍN
Ojalá nunca vuelva.

María se retira esparciendo maíz todavía.

19. Exterior / día o noche.
Martín se ve en dos o tres escenas contando chistes, tocando vihuela, cantando, siempre rodeado de gente. Un acercamiento muestra su mano deforme y su gran habilidad para rasguear y arrancarle música sentida a la vihuela.
Entre una escena y otra se muestran hojas de un calendario para significar el transcurso del tiempo. La primera muestra el año en que la Chiguana desaparece, y la última el de ocho años después. Este cuadro se sostiene un poco más, y se hace disolvencia a:


20. Interior / día (mañana).
Martín, Eufrasio y María están sentados a la mesa. Almuerzan chilaquiles. Martín se ve contento, en cambio sus padres están tensos, preocupados. María busca la mirada de Eufrasio y éste, con leve movimiento de los párpados le hace una señal que ella entiende perfectamente. Fingiendo un repentino acceso de tos, atrae la atención de Martín. En cuanto pasa la crisis, habla balbuceante.

MARÍA
Anoche, anoche llegó, anoche llegó la Chiguana.

Se pone rígido, completamente serio. Abandona el almuerzo y se queda viendo a la distancia. Sobre esta imagen se escucha la voz del:

NARRADOR
La preocupación de mi madre solo era igualada por mi angustia. Los chilaquiles se agriaron y al instante se me ocultó el apetito.

Martín se levanta lentamente, da un breve giro sobre sus talones, mete las manos en las bolsas del pantalón; saca la izquierda y con ella tapa su boca como intentando aliviar (¿o acentuar?) su preocupación. Sobre esta imagen se oye la voz del:

NARRADOR
Por mi mente pasaron dos ideas: o me largaba del pueblo sigilosamente, o le pedía su indulgencia. Esta última idea se fortalecía por la presencia de mi madre, quien para esos días dependía casi por completo de mi compañía.

Rápidamente se hace un acercamiento a Eufrasio, que se ve mucho más marchito y cansado que en el arranque de la historia. La cámara pasa al rostro de María y se sostiene un poco más. Está vieja y algo hace pensar que también enferma. Sobre el rostro de María se hace disolvencia a:

21. Exterior / día (tarde).
Martín camina desde su casa a la de la Chiguana; avanza lento, como no queriendo llegar, o intentando prolongar el tiempo lo suficiente para que las acciones que habrán de sucederse no ocurran. En el trayecto Martín platica solo, en voz alta; ensaya un discurso de diferentes formas.

MARTÍN
¡Oye, Chiguana, qué bueno que viniste! No sabíamos nada de ti… No, eso lo hará enojarse… ¿Sabes qué, Chiguana? Todo este tiempo he pensado que tú y yo no tenemos por qué estar de pleito, aquellas cosas eran como juegos; yo no te guardo rencor… No, no, no, solo lograré que me suene otra vez…

Ha llegado a la puerta de la Chiguana. Se detiene, quiere tocar pero se arrepiente momentáneamente. Decide retirarse, mas suspende el acto y se queda parado. A su espalda se oyen pasos lentos, descoordinados y una respiración difícil, agitada y opresiva.
Martín vuelve la cabeza y no puede creer lo que ve. De pronto enmudece, se pone serio, consternado.
Es la Chiguana, quien lo venía siguiendo. Está pálido como un cadáver, el peso que ha perdido lo muestra adelgazado en extremo; sus piernas lo sostienen con dificultad. Para ayudarse viene agarrándose de la pared. Se hace un acercamiento a sus manos temblorosas, amarillas y esqueléticas.
La compasión que Martín experimentó al principio, se borra paulatinamente de su rostro y va dejando lugar al brillo de una alegría inmensa y luego al gesto de un profundo rencor y, por último, a la idea exquisita de la venganza.


MARTÍN
¡Hombre, Chiguana, qué bueno que te encuentro!

La Chiguana advierte en forma cabal la intención de estas palabras y se asusta mucho.

MARTÍN
¿Te acuerdas que hace tiempo te dije que soy muy lento para enojarme, y que no peleo sin un motivo?

CHIGUANA (Contrito y casi a punto de llorar)
¡Sí, Marto… pero esas cosas eran de muchachos, ya semos gente grande, y yo tengo el tifo y no quiero pelear!

Martín sostiene a la Chiguana de la camisa en la misma forma que éste lo hizo antes, e igual lo levanta mientras le dice:

MARTÍN
¡Mira Chiguana, desde hace ocho años me empezó a crecer el coraje poco a poco, y da la casualidad que ahorita estoy que trino por aquel motivo, y como tú me dijiste que te avisara cuando me saliera el coraje, pues ya me salió y es de ése que no se detiene!

Martín golpea a puñetazos a la Chiguana. Su mano deforme se estrella encarnizadamente en cada porción del cuerpo disminuido del enemigo, como si fuera ella y no Martín, el ofendido. La Chiguana cae al suelo y Martín lo patea, se echa sobre él y lo sigue golpeando hasta que empieza a aparecer la sangre. En este momento la escena empieza a verse como a través de un cristal rojo y sobre esta imagen se hace disolvencia a:

22. Exterior / día.
En el césped de un jardín público, comiendo tacos de frijoles recién cocidos, Martín y sus amigos conversan animadamente.
El niño por quien ha comenzado el relato se halla expectante. Aún sostiene la tortilla con frijoles entre sus manos, pero su gesto ya no es de repugnancia, sino una mezcla de admiración y de aceptación.


MARTÍN
A la mañana siguiente me fui del pueblo, porque la tifo tenía cura y tal vez la Chiguana me guardaría rencor. Y es que así de enfermo como estaba no debí pegarle; por eso me vine a vivir a la capital, aquí me escondo entre la gente, los carros y el humo, donde a la Chiguana no le alcanzará la vida para encontrarme.

El niño ríe. Con expresión amable y complacida levanta la mano derecha a la altura de su cara y espera a que Martín haga lo mismo. La diestra de Martín, deforme y dedijunta se eleva y ambas se estrellan y se enlazan en un saludo emotivo.
Se sostiene el saludo, al fondo pasan transeúntes y vehículos, y sobre esta imagen van pasando los créditos finales.



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