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Cambios morfológicos y funcionales

Juan Castañeda Jiménez

La naturaleza actúa de manera económica en su tendencia a permanecer igual mientras no exista razón para cambiar. El organismo vivo hace otro tanto y solo cuando los estímulos del exterior ponen en riesgo genera cambios para adaptarse. La circunstancias, el medio que lo rodea, son causa para modificarse. Si la especie no encontrara un modo de seguir vigente, se extinguiría. Se cree que son las necesidades de sobrevivir las que movilizan las fuerzas orgánicas para cambiar y sobrevivir.

En todo organismo existe una tendencia a repetir lo que funciona y transformar únicamente lo que ya no funciona. Los cambios que introduce la naturaleza en los organismos son mínimos. Pero, de poco en poco, con el paso de generaciones, los cambios muestran transformaciones en las que difícilmente se reconoce la criatura original.

En el caso del hombre, se parte del supuesto de la existencia de un mono que por necesidad de adaptarse al medio evolucionó para convertirse en el Homo sapiens; de allí que se le denomine hombre al resultado final de esa evolución. El tipo de mono del que provino el hombre tuvo ramificaciones hoy extintas. En un pasado remoto (entre 5 y 7 millones de años), los chimpancés y los humanos se separaron de la misma especie original. En la actualidad, los chimpancés conservan el genoma más parecido al genoma humano: solo difiere por un 0.27%. Las otras especies muestran menor semejanza.

Las condiciones vitales son cambiantes y condicionan cambios en la actividad y forma del organismo. Actividades diferentes repetidas consolidan hábitos que promueven mutaciones constitucionales. El organismo realiza pequeños cambios imperceptibles a corto plazo y a ellos se van agregando otros que a la larga constituyen las mutaciones.

Se calcula que hace 4 millones de años el incipiente hombre abandonó la locomoción en cuatro patas para caminar sobre sus pies. Eso liberó sus brazos para realizar actividades complementarias. Con los brazos, quizá, cargaba a sus crías y alimentos. De esta manera se fortalecieron los músculos y huesos de las extremidades inferiores; el dedo pulgar de los pies dejó de oponerse a los otros proporcionando facilidad para el equilibrio y el impulso del cuerpo. El pie se alargó y fortaleció hacia el talón proporcionando mejor soporte para mayor peso. También hubo inconvenientes: perdió pericia para asir con los pies.

Caminar erguido contribuyó a cambios en la pelvis debido a su inclinación por efecto de la gravedad. Esta modificación limitó la dilatación del tubo vaginal que determinó el nacimiento “prematuro”. Esa inmadurez del recién nacido alargó la fragilidad y dependencia de las crías hacia su madre con ganancia: abrió al aprendizaje por la experiencia de una forma desconocida hasta entonces. La adaptación al medio se hizo más flexible y los patrones de comportamiento automático entraron en acción solo en circunstancias imprevistas o de riesgo, dando lugar a una mayor creatividad.

Como consecuencia del nacimiento “prematuro”, o simplemente por nuevas condiciones en el uso del encéfalo, modificaron las características de la cabeza. Se mantuvo hasta la adultez la apariencia infantil (neotenia), la frente no se acortó ni se desarrolló hocico. Por el contrario, la cabeza adquirió mayor espacio para la frente y dio lugar al crecimiento de los lóbulos frontales que más tarde posibilitarían la simbolización. La simbolización es imprescindible para el desarrollo del lenguaje articulado.

Otros efectos de caminar en dos patas lo constituye el corrimiento del agujero magno desde la nuca a la base occipital. De esta manera, las vértebras enraizan en la cabeza de una forma que hace posible la visibilidad al frente mientras se camina erguido. También desapareció la cola y se opuso el dedo pulgar a los otros dedos de la mano. El desarrollo de la tecnología tuvo lugar en esa oposición. Para tomar conciencia de la relevancia de la oposición del dedo pulgar de las manos solo hay que intentar amarrar las agujetas de los zapatos o abotonar sin oponer los dedos pulgares.

El mono originario modificó sus hábitos alimenticios. Comía fruta y tuvo que cambiar para dar lugar a una gama más amplia de posibilidades para sobrevivir. Pasó de comer solo fruta a comer raíces, verduras y carne cruda. Más adelante descubriría el fuego y con él la ingesta de alimentos más digeribles y sabrosos. Esa historia dejó huella en el largo intestino humano.

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