Esta es una ocasión muy peculiar que, desde donde puedo ver, se desdobla más allá de las experiencias individuales. Naturalmente, nace en mi interior el deseo personal de agradecer a Raúl Caballero la destacada mención que hace de aquellas situaciones y circunstancias que hace 40 o 50 años vivimos en esos terrenos mayormente baldíos que ya eran conocidos entonces como “Las Mitras” o “la Vista Hermosa”.
Y debo hacerlo. Debo decirte: ¡Gracias, Raúl! Por ilustrar —y hacerlo con tanta gracia— las andanzas juveniles de un tiempo francamente inolvidable.
Pero la peculiaridad a que deseo referirme es de una naturaleza distinta, y tiene que ver con los descubrimientos, las experiencias y los sentimientos, de toda una generación.
Lo que Raúl Caballero García ha logrado plasmar en Resonancias (antes del caos) va mucho más allá de reseñar simplemente las hazañas de este o de aquel protagonista de algún intenso momento fugaz. Hacerlo —con el detalle y la vívida descripción de tantos acontecimientos llenos de nostalgia y emoción—, ya habría sido bastante meritorio y digno de reconocimiento. Pero creo que Raúl ha logrado algo todavía de mayor significado. Y esta es su gran peculiaridad.
No es en forma alguna fortuita coincidencia que, en su prólogo o introducción para este libro, Eloy Garza González aborde el asunto con el cuento fantástico de Jorge Luis Borges, “El otro”; y más claro queda su objetivo —el objetivo de Eloy— al establecer el parangón del texto borgiano con la inquietante duda ontológica que Octavio Paz desarrolla en su “Nocturno a San Ildefonso”: “quién soy yo y por qué he llegado a ser lo que soy”. Borges, en sus líneas, es un Borges viejo que enfrenta a otro Borges, el Borges joven, para acentuar los cambios inducidos por el transcurrir del tiempo. En su “Nocturno...”, Paz busca, a través de las edades, dar continuidad a la esencia del ser.
Ambos, Borges y Paz, tienen razón. Y ante ello, como evidencia de una misma realidad, dual, dialéctica naturalmente, pero incluso hasta paradójica, Eloy reconoce en su profundidad la tarea de Raúl Caballero. Periodista maduro, le llama, y encomia su obra al describirla como “íntima y coral a la vez”.
Y aquí no puedo menos que coincidir. Por eso desde un inicio afirmé que este texto “se desdobla más allá de las experiencias individuales”, y se convierte en testimonio gráfico, fidedigno, retrato de una generación muy amplia, tan grande como sus sueños, los sueños propios y los sueños comunes.
Pero Raúl tampoco se queda ahí. Espacio y tiempo adquieren una definición que se extiende en la geografía y en el calendario. Y entonces nos reencontramos aquí, en Monterrey, en esos años de juventud que nos vieron soñar, aprender y equivocarnos sobre el yunque que nos hizo crecer y madurar por las buenas y por las no tan buenas. (Debo subrayar que en la mención de tal “yunque” metafórico no existe ninguna alusión contemporánea, de ninguna especie, más vale aclarar.)
Y es que aquellos años fueron —ya es lugar común decirlo y repetirlo— los años de la libertad y la ruptura, de la contracultura, y de la experimentación social, tanto o más que la individual.
Nuestra radio POP de aquella época no solo cantaba “Todo lo que necesitas es amor”; también repetía: “No tengo satisfacción”, “Revolución” o “Street Fightin’ Man, el manifestante callejero”.
Comenzábamos a sacudirnos, a quitarnos de encima, las baladitas pegajosas de adolescentes infatuados con agujetas de color de rosa, y perros lanudos, para incursionar —algunos— en las inflamantes veredas de los derechos civiles y la conciencia social, y otros, en el misterio de los viajes sicodélicos, influidos por las visiones astrales al estilo Lobsang Rampa, o los seductores cantos de María Sabina. Era el tiempo en que las rutas para nuestro crecimiento en la ascendente montaña parecían bifurcarse, y debatirse entre la metafísica del jardín de las delicias del THC, la psilocibina, o la dietilamida del ácido lisérgico y otros productos más o menos naturales, por un lado, y por el otro, en la neurosis que se extendía frente a la realidad del nuevo holocausto nuclear y la incipiente certeza que generaba un nuevo periodismo —en ocasiones sostenido por raíces subterráneas—, pero que abiertamente respondía al renovado papel de fortalecer los derechos ciudadanos para conocer la realidad de las conductas de sus gobiernos. Dos de octubre no se olvida, y Vietnam, tampoco. ¡Sí! Ciertamente… o ¡inciertamente! ¡Vivimos tiempos muy locos…!
Pero no quisiera generar un malentendido. Mi voz no pretende reflejar ningún eco nostálgico. Ya Raúl Caballero, desde las primeras líneas de su texto apunta riguroso: “En ese entonces El Porvenir era 'El Periódico'. Pero también nos asomábamos al mundo de los demás y entonces era peor, tanto que terminábamos volviendo a nosotros mismos, a nuestros discos, a nuestros viajes, a nuestras películas y nuestros libros, pero sobre todo a nuestra confrontación con los viejos porque no entendían que en el rancho grande nos gustara el jazz o aún más escandaloso, que lo tocáramos. Ahora los viejos somos nosotros y lo paradójico es que hay grupos modernos que no me gustan, pero mira, paradojas así en el pasado se dieron con la generación de nuestros padres y también con muchos de los hermanos, mayores o no, porque muchos tampoco reconocieron el rock pesado que vino después, muchos apenas si bailaron con Stan Getz y no pasaron del twist pa’cabar pronto. La pujanza de Monterrey, su fortuna, los absorbió luego luego.
“El pasado llegaba y después de leerlo lo arrojábamos a un rincón del futuro o lo abandonábamos sobre la mesa con las sobras del desayuno. En su concepción del tiempo Nietzche decía que todo da vuelta…”Y aquí cierro comillas, para agregar que tampoco es excesiva coincidencia que justamente ayer, hace apenas unas horas, se cumpliesen 115 años de la muerte física de Federico Nietzche, este filósofo singular tan significativo en el pensamiento moderno… ¡todo da vuelta!
Medio siglo puede llegar a parecer mucho tiempo… y tal vez lo sea… pero parece que fue ayer cuando nuestro profeta de los tiempos que cambian, Bob Dylan, escribió “My Back Pages” (Mis páginas pasadas), o simplemente mis páginas de atrás, las páginas de ese tiempo circular que aparentemente no se acaba, o mejor dicho, de ese tiempo que no acaba de irse porque sigue aquí, entre nosotros que lo vivimos.
Mis páginas pasadas
Llamaradas carmesíes amarradas a través de mis oídos
hacían rodar trampas altas y poderosas…
Las ataqué con fuego en las carreteras llameantes
usando ideas como mis mapas.
“Nos encontraremos pronto en la orilla”, dije
orgulloso y con la frente acalorada.
Ah, pero yo era mucho más viejo entonces.
Soy más joven que eso, ahora.
Brinqué prejuicios medio olvidados
“Destruir todo el odio”, grité.
Mentiras como la vida es blanco y negro,
hablaba desde mi cráneo, soñé hechos
de mosqueteros románticos
cimentados profundamente de alguna manera.
Ah, pero yo era más viejo entonces,
Soy más joven que eso ahora.
Con postura de soldado apunté mi mano
hacia los perros mestizos que explicaban
sin temor de convertirme en mi enemigo
en el momento en que predico.
Mi camino dirigido por barcos de confusión
en motín de popa a proa.
Ah, pero yo era más viejo entonces,
Soy más joven que eso ahora.
Sí, mis guardias permanecieron fuertes
cuando las amenazas abstractas
demasiado nobles para abandonar
me engañaron al pensar que yo tenía algo que proteger.
Bien y mal, yo definía los términos
muy claro, y de alguna manera, sin duda.
Ah, pero yo era más viejo entonces,
Soy más joven que eso ahora.
(Creo entender mejor ahora por qué al iniciar su libro, en la primera página, Raúl Caballero afirma: “En muchos sentidos, sigo pensando más o menos como entonces”...)
Y es que la madurez conlleva asimismo, de alguna manera, una liberación, una emancipación apaciguadora.
Efectivamente, entonces éramos más viejos…
somos más jóvenes que eso, ahora.
Muchas gracias a Raúl, a Eloy, a Luis Lauro, y desde luego, muchas gracias también a todos ustedes.
* Texto leído en la presentación del libro Resonancias (antes del caos), de Raúl Caballero García. Restaurante Mandela, 26 de agosto de 2015, Monterrey, México.