INICIO | DIRECTORIO | COLABORADORES | CONTACTO | ACERCA DE | NÚMEROS ANTERIORES

La próxima, Prosperidad

Salvador Enríquez | España

Estrenada el 7 de agosto de 2000 en la Casa de Cultura “Atilio Devoto” (Biblioteca Popular Sarmiento) de Paso de los Libres, provincia de Corrientes, Argentina, dentro del Primer Encuentro de Teatro en la IV Feria del Libro y la Cultura del Mercosur por el Grupo “Takurú” con arreglo al siguiente

Reparto
(por orden de intervención)
Un hombre: Adriano Sandoval
Una mujer: Erika Ayala


Cuadro técnico
Luz: Cecilia Castillo Vicat
Sonido: Soledad Samaniego
Dirección: Mirta Bertone
Términos del público
La acción en una estación del metro madrileño
Época actual (1999)

La escena, que está iluminada, representa un andén del metro de Madrid, visto desde el lado opuesto. Al fondo hay anuncios de artículos de consumo: lencería, ordenadores, equipos de sonido, etc. y bajo ellos dos bancos. En el centro del telón de fondo figura el indicador de la estación: "Línea 4 - Diego de León", junto a él hay un esquema o mapa de la línea indicando las estaciones siguientes: "Prosperidad", " Alfonso XIII", "Avenida de la Paz", "Arturo Soria" y "Esperanza"; finalmente, a la derecha, hay un aviso con una flecha que indica: "Salida". Del techo penden dos pantallas de tubos fluorescentes que iluminan la escena (aunque, para que no sea una luz tan fría, estarán apoyadas por luz indirecta amarilla. Todo ello montado sobre una tarima o plataforma que corre longitudinalmente de izquierda a derecha, con cierta altura (proporcional al espacio escénico) pero que debe dar a entender que en primer plano se sitúa el lugar por donde circulan los trenes. En el banco de la derecha hay un hombre tumbado y bajo el mismo una bolsa. Se oye el pitido y el ruido de un tren que sale de la estación.

UN HOMBRE. (Se incorpora. Dirigiéndose hacia el tren que ha salido.) ¡Adiós! ¡Adiós! (Mira el reloj y sonríe.) ¡Ya van todos como locos! No saben si van o vienen, si lo hacen al trabajo o si regresan a casa. (Con gesto de desprecio.) ¡Y qué más les dará! Lo mejor es poner el reloj, como yo hago, en la hora que me da la gana y así tengo por delante todo el tiempo del mundo.

UNA MUJER. (Entra por la izquierda corriendo. Lleva en la mano un bolso grande. Mira el reloj y dice para sí, mientras observa cómo el tren se ha ido por la derecha:) ¡Mierda! ¡Lo perdí! ¡Maldita sea!: (Mira con cierto recelo a UN HOMBRE, se le acerca lentamente y por fin se decide a saludar.) ¡Hola!

UN HOMBRE. (Dudando.) ¡Qué…! Al metro ¿verdad?

UNA MUJER. Usted... ¿qué cree? Desde luego aquí no voy a venir a tomar el sol ¿no?

UN HOMBRE. ¡Tampoco hay que enfadarse! Si ha perdido este tren... ya vendrá otro. Es lo que ocurre aquí: viene un tren detrás de otro. Y eso es todo. En fin... yo le pregunté si venía al metro por... entrar en conversación. Esto está tan solo... es tan aburrido... yo lo preguntaba por sentir que alguien me escuchaba, nada más, ¿comprende?

UNA MUJER. (Sin hacerle mucho caso.) ¡Ya! ¡Comprendo! Usted, a estas horas, tiene ganas de charla ¿no es así? Pues yo no tengo mucha ¿sabe?

UN HOMBRE. Perdone... pensé que le apetecería hablar. Como estamos tan solos... (Pausa.) He visto que son las seis... pero no sé si de la mañana o de la tarde. Yo le hice esa pregunta, ya le digo, por entablar conversación, o simplemente por saber... ¡por saber en qué momento vivimos! Como aquí la luz siempre es la misma... En fin, quizá no me expliqué bien o... usted no puede entenderme. Bajo tierra, aquí, debajo del asfalto, uno pierde la noción de todo, incluso del significado de las palabras; se le da otro valor a las cosas.

UNA MUJER. Pues vivimos en un momento malo, y creo que da igual cómo sea la luz. Por mucha que haya, estamos en la oscuridad. (Transición. Con ironía.) Pero... cuando ha entrado habrá visto la luz ¿no? Sabrá si acaba de desayunar o de cenar... ¡no llevará aquí tanto tiempo! ¿verdad?

UN HOMBRE. Mire... eso del tiempo es relativo... si me deja se lo explico. Yo me acabo de levantar... me dormí ahí (señalando el banco) y he perdido un poco la idea de todo. (Con cierto misterio.) A veces me dan unas cosas a la cabeza que... me trastornan.

UNA MUJER. (Algo asustada.) Bueno... déjeme.

UN HOMBRE. (Tratando de inspirar confianza.) No se asuste... no soy peligroso... ¡de verdad! Lo que me da a la cabeza es como... un vértigo, como un mareo... que pierdo el sentido del tiempo y del lugar en el que estoy. Una vez me dijo un médico que era... (pensativo) amnesia, sí, creo que así se llamaba. Me dijo que era amnesia, que consiste en que lo olvidas todo... pero luego lo vas recordando... ¡Bueno, solo a veces! (Pausa. Mira a la izquierda oteando si se acerca el tren.) Tarda el tren ¿verdad? ¿Adónde va usted?

UNA MUJER. (Dudando.) No lo sé... no estoy segura.

UN HOMBRE. (Sonriendo.) ¡Qué más da! ¿Verdad? Nadie sabe a dónde va. (Explicativo.) Yo es que hace tiempo que entré aquí; no sé cuánto, pero pueden ser días, meses... o años. El tiempo pasa sin apenas darnos cuenta. Ahora solo recuerdo que me levanté del banco y mi reloj marcaba las seis... (Mirando el reloj.) ¡Todavía son!

UNA MUJER. Lo importante es que el tren llegue pronto y nos lleve a donde sea.

UN HOMBRE. (Con curiosidad.) ¿Qué tiene en el bolso?

UNA MUJER. (Con ironía.) Quisiera llevar esperanza, pero... (Sonriendo.) solamente tengo un bocadillo, una agenda, un libro, el periódico... todo muy prosaico.

UNA MUJER. (Con gesto de admiración.) ¡Qué cosas! Yo únicamente tengo una bolsa y no sé lo que hay en ella. Cuando bajé al metro la traía... pero nunca la abrí. Ya he olvidado lo que hay en ella y, además, ¡para qué lo quiero saber! Si hubiera necesitado algo lo habría sacado, lo habría echado en falta. Me conformo con estar, mirar, y esperar a que llegue en tren para montar en él y cambiar de estación cuando me apetece.

UNA MUJER. (Señalando el mapa del fondo.) La última es "Esperanza", allí termina la línea... allí se acaba. ¡No podrá ir más allá!

UN HOMBRE. ¡Pero la siguiente es “Prosperidad”! (Riendo.) Parece que los nombres de las estaciones los ponen adrede para que nos hagamos ilusiones ¿no le parece?

UNA MUJER. (Con asombro.) Nunca había reparado en ello.

UN HOMBRE. Por eso me gusta el metro. Porque uno puede jugar con los nombres, hacerse la ilusión de que va a “Sevilla”, que se llega al “Sol”, o que entra en la “Ópera”... ya sé que es solo un juego de palabras, que únicamente conoceremos quienes nos movemos aquí, en este mundillo, pero es muy divertido. ¡Con las palabras se pueden hacer maravillas!

UNA MUJER. (Sorprendida.) ¡Es bonito lo que dice!

UN HOMBRE. ¡Claro! Solo requiere poner un poco de imaginación. (Pausa.) ¿Sabe porqué me quedé yo aquí? Porque un día, volviendo del trabajo, me encontré con un compañero; llevábamos muchos años en la misma empresa, pero siempre tan agobiados, tan controlados por el jefe, que no nos podíamos hablar. Cuando le vi aquel día me dije: ¡hoy charlamos! (Interpretando el diálogo a dos voces.): “¡Hola!, ¿qué te cuentas?”, le pregunté; y me respondió: “¡Qué hay!... nada, lo de siempre ¿y tú?” “Nada, lo de siempre”, le respondí. Y nos pasamos minutos mirándonos a la cara sin saber qué más decir.

UNA MUJER. ¡Eso es lo malo! Que siempre se dice lo mismo, ¡como en los ascensores! que todo sigue igual... ¡lo de siempre!

UN HOMBRE. (Muy sorprendido.) ¡Justo! ya digo que eso fue lo que me contestó! ¿Conocía usted esa frase? ¿Estaba usted delante?

UNA MUJER. No, no creo que estuviera; pero... ¡la repetimos con tanta frecuencia!

UN HOMBRE. Después de un rato, él me dijo algo más: (Fingiendo la voz.) “Sí, ya sabes... lo de siempre, lo de todos los días: el trabajo, la mujer, los niños, ahora los colegios...” Llegó el metro, subimos, fuimos callados... y así llegamos a la estación de destino. No comprendí cómo dos personas que trabajábamos en el mismo lugar, que posiblemente tendríamos los mismos problemas, que estábamos juntas más horas quizá que con nuestra familia, no teníamos nada que decirnos. ¡Fue una experiencia tremenda! (Transición.) Entonces, viendo que siempre todo era igual, (con resignación) me quedé aquí. ¡No valía la pena subir ahí arriba!

UNA MUJER. Entonces... ¿usted no sabe cómo es ahora el mundo arriba, fuera del metro? ¿Se ha desconectado de todo?

UN HOMBRE. (Con gesto de admiración.) ¡No! ¡ni hablar! ¡Claro que sé lo que pasa en el mundo! (Con picardía.) Leo la prensa que lleva la gente que baja. Unas veces ojeo las primeras páginas, o leo las noticias y los titulares por encima del hombro; más tarde rebusco en las papeleras los periódicos que tiran y... así estoy al día. (Con tristeza.) Y lo que leo no me gusta: hay mucha violencia; y otra guerra ¿no? He leído algo. Y... digo yo: ¿para qué? Dicen que para salvar a unos matan a otros... ¿por qué no los salvan a todos? Con el dinero que vale un avión de esos que derriban... podían hacer... ¡yo qué sé la cantidad de colegios! por ejemplo, ¿no?

UNA MUJER. En eso tiene razón, no se comprende que frente a tantos adelantos técnicos como hay, que podían servir para el bienestar de todos, seamos tan primitivos como para liarnos a tiros por un trozo de tierra...

UN HOMBRE. (La interrumpe.) ¡O por una idea!

UNA MUJER. (Lo interrumpe.) ¡O por una religión!

UN HOMBRE. (Con malicia.) ¡O... por las fábricas de armas! Las religiones, las ideas, las tierras, solo son pretextos para fabricar armas... ¡tanques! ¡misiles! Y así llenar los bolsillos de quienes los fabrican. (En tono sentencioso y con deseo de hacer humor.) ¡Este mundo está mal hecho y mal acabado! ¡Como una chaqueta barata! Y todo por causa de la lucha por el poder. ¿Ve usted? yo aquí, solo, no tengo que pelear contra nadie. Nadie quiere mi puesto ni yo deseo el de los demás. Lo único que no debo hacer es molestar a los viajeros, ni mendigar... en tal caso vendrían los vigilantes y me expulsarían. (Se oye el ruido de un tren que se acerca.)

UNA MUJER. (Mirando a la izquierda.) Creo que se acerca un tren. Lo siento... me tengo que marchar. A lo mejor un día nos volvemos a encontrar.

UN HOMBRE. Por favor... (En tono de leve súplica.) no se marche; quédese aquí.

UNA MUJER. Y... ¿por qué no se viene conmigo? Esconderse aquí tampoco le valdrá de nada. Lo que piensa lo podía decir ahí arriba y tratar de convencer a los demás. (Con insistencia.) ¡Ande, véngase! Esconderse aquí... ¡es una cobardía! (Le coge de una mano.)

El ruido del tren se percibe más cerca. Baja la luz, mientras que un centelleo de focos simula el paso de las ventanillas, con una breve parada y rápida salida del tren. Cuando sube la luz los dos personajes han desaparecido y se oye a lo lejos el pitido del tren. Lentamente se va haciendo un

OSCURO

Inicio