Logo

Espejos del asilo

Efraín Franco Frías

A la memoria de
Chelo Pruneda, Gabriel Gutiérrez, Raúl Velázquez,
Willy Aldrete, Paco Aceves, Guillermo Lares.
Por su amor por el teatro y por la vida

Personajes

Margarita: Mujer de más de 70 años, lúcida pero con algunos problemas de incontinencia y renales. Actriz retirada.

Gabriel: Hombre de 75 años, robusto, alto, con prótesis en las rodillas. Utiliza andadera para moverse. Profesor jubilado y teatrista que se niega al retiro.

Raúl: Teatrista retirado de 74 años, diabético y una marcada neurosis. Tiene tendencias a filosofar metafísicamente.

Lolis: Enfermera, de 30-35 años, fuerte, práctica, sensual. Muy eficiente.


          Las acciones ocurren en la sala de un asilo de ancianos, amplia, cómoda. Época actual.


Escena I

Gabriel: (Gabriel sentado en una silla de respaldo alto fuma como desesperado. A su lado hay una andadera para adultos. Margarita está a su lado, trata de completar un crucigrama.) Dicen que somos viejos y nos tratan como tales. Por un lado el discurso oficial eufemístico: hombres y mujeres de la tercera edad. Cosa rara esta. Tercera edad. Lo curioso es que nunca aclaran cuál es la segunda, la primera, la cuarta y la quinta. ¿Cuántas edades hay para las instituciones?

Margarita: Mmmm.

Gabriel: Peor aún, ya se inventaron el slogan: Adulto mayor...

Margarita: Ya cállate por Dios, y no estés renegando. Pásame otra revista que tenga crucigramas, este ya lo terminé.

Gabriel: Eres una conformista.

Margarita: Y tú te has vuelto un cascarrabias. De todo protestas. Nada te parece bien.

Gabriel: Porque nada está bien.

Margarita: No te pares porque te dan calambres. Mejor le timbro a la enfermera.

Gabriel: Nada de enfermera. Yo voy. Todavía no soy un inútil, aunque muchos piensan lo contrario.

Margarita: Olvida a esos. No hay día que no los evoques. Perdónalos, como indica la doctrina cristiana. La que tú dices que siempre has practicado

Gabriel: ¡Es muy fácil decirlo!

Margarita: Pero qué difícil hacerlo, ¿verdad? Si para ti, que eres casi un mártir es complicado, imagínate para una pecadora como yo.

Gabriel: ¡Bah! (Se apoya en su andadera para ir por la revista, tiene marcadas dificultades para pararse.)

Margarita: Gabriel, mejor llamo a Lolis.

Gabriel: Dije que yo lo hago y yo lo hago.

Margarita: Está bien, hazlo, pero no te sulfures.

Gabriel: No me sulfuro, así soy y no pienso y no quiero cambiar. (Se para, con un gran esfuerzo camina. Va hasta el revistero, hojea algunas revistas, toma dos pero no encuentra la manera de transportarlas, ya que se apoya en la andadera con las dos manos.)

Margarita: (Al ver los esfuerzos.) Gabriel, deja esas revistas y vente a platicar. Es mucho mejor que resolver rompecabezas, crucigramas y enterarse de las desgracias del mundo.

Gabriel: Tú querías revistas y revistas tendrás. (Se las coloca en una axila e intenta llevarlas. Se le caen. Trata de recogerlas sin resultados.) Ah, qué la…

Margarita: Ven, Gabriel. Olvida esas revistas. Juguemos una partida de ajedrez o de dominó. Las revistas son para los momentos solitarios y hoy estamos acompañados y con ganas de platicar.

Gabriel: (Refunfuñando, se da por vencido y se acerca a Margarita.) Está bien, Mago, juguemos una partida de ajedrez, el dominó hace mucho ruido y los vecinos se molestan. Eso lo dejamos para mañana en la terraza en la hora familiar, total, nadie viene a visitarnos. (Se acerca a Margarita, se sienta frente a la mesita. Abren la caja del ajedrez, colocan las piezas en el tablero.) Hoy te tocan negras.

Margarita: Gracias. ¡Qué caballero!

Gabriel: Está bien, Mago, te tocan blancas. Te tocan blancas. ¿Quieres té o café? Porque no vamos a batirnos sin una infusión de por medio.

Margarita: (Picarona.) Yo quiero té.

Gabriel: (Timbrándole al personal de la casa de descanso. Remarcando las palabras.) Yo sólo quiero un café negro, solo.

Margarita: (Moviendo su primera pieza.) Está bien, pero no te enojes. No lo olvides, esto es sólo un juego. No es la vida. No es una representación de la vida como en el teatro. Es un juego de tácticas y estrategias. Razonamiento lógico, nada más.

Gabriel: Bah. (Mueve su pieza. Aparece Lolis, lleva un carrito con medicamentos. Se detiene, prepara una jeringa. Los ancianos la ven y reaccionan con temor. La luz desciende hasta el oscuro.)


Escena II

          Al encenderse la luz, Gabriel se encuentra solo. Está dormido en su silla de respaldo alto. Prácticamente con los mismos muebles de la escena anterior, con pequeños cambios de acomodo para recrear la sala de casa. Margarita es una sombra, quizá resuelve crucigramas. Suena el teléfono que se encuentra en la mesita. Gabriel despierta sobresaltado. No contesta. Se escucha la voz que graba un mensaje. Buenos días, papá. Feliz cumpleaños. Todos tus nietos te mandan un abrazo. A lo mejor te visitamos en navidad. Pásala bien y no tomes mucho. Termina la grabación. Él mueve la cabeza.

Gabriel: Bah. (Se reacomoda en el sillón. Sobre una mesita hay dos botellas vacías y un vaso a la mitad. Un cenicero está pletórico de colillas. Evidentemente sufre los efectos de la resaca. Toma la cajetilla de cigarros.) Un cigarro. Queda sólo un cigarro. Mi último cigarro en mi vieja casa. Este es el cuerpo y la sangre de Cristo… (Deja el vaso sobre la mesa. Toma el encendedor, prende su cigarro. Fuma. Mira su habitación. Coge el vaso, lo levanta para brindar.) ¡Feliz cumpleaños, Gabriel! 75 años, algunos muy bien vividos y bebidos. (Toma un trago.) ¡Eso, bebidos! (Se ríe y festeja su ocurrencia lingüística.) Tres cuartos de siglo. Los últimos gruñidos. ¿Cuánto tiempo llevo encerrado como ostra? He perdido la noción del tiempo. A lo mejor una eternidad. Mi alacena está vacía, mi cava está vacía, mi casa está vacía, mi vida… Bah, otra vez este sentimentalismo senil. A lo mejor estoy chocheando. Dicen que cuando uno por cualquier cosa llora o se pone sentimental es porque está enamorado o dio el viejazo. Yo no estoy enamorado, ergo… Creo que he tomado la decisión correcta. Si voy a vivir que sea con dignidad. Vivir y morir con dignidad. Esa debe ser la filosofía. ¡Ah, Gabriel, qué difícil es romper con los hábitos a los 75! Este artefacto no es para mí. Es un simulacro de piernas. Pero sin esta cosa estaría vegetando o ya tendría llagas en el trasero. Son una verdadera porquería. Realmente son la prolongación de la agonía. Claro, los terapeutas y optimistas dicen que son una maravilla estos cachivaches, porque a pesar de su simplicidad nos dan seguridad, apoyo y hasta confort. Lo curioso es que toda esa publicidad la hacen personan jóvenes con piernas y rodillas funcionales. ¿Por qué no me piden a mí que dé mi testimonio? De verdad cómo me gustaría que un día se presentaran y me preguntaran por estos avances tecnológicos. Si no me hubieran convencido de utilizar este trebejo, hace años descansaría en paz con mi Ale. Con la supuesta autosuficiencia que nos proporcionan estos artefactos nos abandonan poco a poco. Por más campañas que hagan de solidaridad y apoyo, lo cierto es que cada vez existimos más viejos, cada semana se suman nombres y más nombres de ancianos solos. Si en el pasado los viejos eran símbolo de sabiduría y respeto, hoy somos sinónimo de estorbo y, si bien nos va, de carga familiar o social. Al diablo con los discursos eufemísticos. La realidad es más amarga que la cicuta. (Reacciona.) Definitivamente ando mal. Cualquier detalle se vuelve un pretexto para lanzar una perorata y graznar retórica. ¿Yo cuándo diablos he probado la cicuta? ¿Cómo carajos me atrevo a decir que es amarga? La verdad es que… Ay, Gabriel, qué amargado estás; más amargo que un café exprés. Por cierto, ¿hace cuántas semanas no voy al café? A lo mejor voy mañana. Le voy a hablar a Jorge para que pase por mí en el taxi. A ver cuántos siguen yendo al Santuario de los ociosos. Aquí hay demasiada soledad. Esto empieza a apestar a muerte. Cuando me pusieron prótesis y me impusieron este adefesio, esto estaba lleno de amigos y hasta de parientes, aquí nos echamos más de una partida de dominó, nos bebimos muchas tardes y decenas de jarras de café, pero después de tres meses todos se alejan y los tábanos del tiempo acechan. En estas condiciones es lamentable ir a las reuniones con los colegas. Cada vez falta alguien, cada vez una silla vacía más. El tiempo no perdona. La polilla empieza a hacer de las suyas. Debí haber hecho lo mismo que Alejandra. Ella sí que supo cortar de raíz el problema. A los primeros síntomas del cáncer cortó por lo sano y sin hacer aspavientos, un buen día una sobredosis y punto final. Los hijos se van. Lo nietos vienen y se van. La casa en diez años se ha vuelto enorme, habitada de recuerdos y fantasmas. Cada resquicio, cada centímetro de piso y de pared esconden una historia. Allí se cayó Alejandro, acá dio sus primeros pasos Gabriela. Bah. La nostalgia es un pantano que nos devora con el tiempo. Entre más evocamos más nos hundimos. En los últimos tiempos he dormido poco y pensado mucho. Hay algo que se mueve, que me inquieta. No me voy a encerrar a esperar la muerte. No voy a perderme en más resentimientos. La otra casa me espera. Allá están ellos. ¡Bah, al diablo el sentimentalismo! ¡Al diablo los recuerdos! ¡Al diablo los calendarios! ¡Al diablo la vi…! (Timbra el teléfono. Ve su reloj y decide contestar.) ¿Sí? Sí, soy yo. Sí, ya estoy listo. ¿A qué hora pasan? Ah, ya están aquí. Está bien. Sí, desde ayer todo está en su lugar. Sí, estoy bien, gracias. Ya salgo. (Se levanta con dificultad, toma su andadera, se apoya y avanza hacia la puerta. Hay una maleta lista. Mira la estancia afectado.) ¡Bah, al diablo los recuerdos! ¡Al diablo la…! (Mientras sale se limpia una lágrima indiscreta. La luz desciende hasta el oscuro.)


Escena III

Margarita: (Teje sentada en su silla con respaldo alto. Gabriel es una sombra. Quizá toma alguna copa mientras lee.) Veinte años sola, tejiendo como Penélope, con la esperanza de que venga mi Odiseo… Mi travesía ha sido larga y tortuosa, pero no es la única ni la más escabrosa. Durante algún tiempo busqué respuestas en la fe, pero la iglesia me ha hecho sentir más sola y desvalida con sus rituales y misericordia fingida. La religión y sus misterios nunca han sido mi principal preocupación. Lo mío siempre fue otra cosa, esa cosa maravillosa y mágica llamada teatro. Lástima que Miguel me limitara tanto, que si no, estoy segura de que todavía andaría pegando brincos en los escenarios. Veinte años en las tablas no se olvidan fácilmente. Allí te conocí, Migue... (Mira una foto que está sobre la mesita. Deja de tejer, toma la foto.) El pretexto fue una obra en la que actuábamos como novios. Realmente desde que te vi por primera vez me sedujo tu forma de mirar, tu voz, tu extraña virilidad en ese medio tan afectado. Inmediatamente sentí un hormigueo en el estómago y me turbé cuando nos presentaron. Creo que yo también te provoqué un revoltijo de emociones. Tu mano sudaba cuando la estreché. Cuando llegaba a casa repasaba mentalmente cada uno de tus movimientos, tus reacciones, tus gestos; tu voz resonaba como un eco en mi cabeza antes de dormir. A los veinte años la piel es demasiado sensible y el corazón un nido donde se empollan las ilusiones. Ah, Migue, qué bien la pasamos durante dos años como amantes clandestinos, aunque todos lo sabían. Lo del matrimonio civil fue mero formalismo. Lo que nunca he podido olvidar, entre tantas cosas, fue aquella vez que hicimos el amor en el autobús. ¡Qué emocionante fue desafiar al destino y a los mirones! Era de noche. Después de algunas canciones desafinadas todos empezaron a quedarse dormidos. La compañía trashumante por fin se dormía. Como yo presentía lo que iba a ocurrir no me puse ropa interior. Cuando tu mano traviesa se dio cuenta, sentí cómo se erizaba tu piel. La pasamos bien, ¿verdad? Lo que más recuerdo y todavía me hace reír son tus ojos de asombro. Discretamente yo me monté en ti y así cabalgamos todo el trayecto. Las luces de la ciudad anunciaron la llegada. Entonces se inició la lucha por zafar una de tus piernas que se había atorado en el asiento delantero. ¿Cuántos años me fuiste fiel, Migue? ¿Tres o cuatro? Lo único que sé es que fue terrible y doloroso enterarme de tu infidelidad. Sufrí lo que dicen los terapeutas, un bloqueo. Aquella primera vez fue inaguantable. Pensé que el mundo se hacía pedazos, que nada tenía sentido, incluso llegué a pensar en el suicidio y en pagarte de la misma forma. Total, pretendientes no me faltaban. En el ambiente teatral éramos bien promiscuos; pero mis valores y principios, y sobre todo el amor que te tenía, me frenaron. Mientras tanto, tú no dejabas actriz ni actor sin catar. (Pausa.) A todo se acostumbra uno. Después de un tiempo hasta los cuernos se vuelven cotidianos. Eras un baquetón y un verdadero sinvergüenza, pero así te quise hasta el final. Bueno, no con la misma intensidad pero siempre, siempre te amé. Te perdoné todo, menos que me alejaras de los escenarios. Después de veinte años es una verdadera puñalada. Lo más triste de todo fueron tus razones: ¡Mira que decir que el director me pretendía! Cuando tú bien sabías que él era… era… la Pepa. ¿Por qué fuiste tan cruel? Nunca nos habíamos separado. Te fuiste indignado a vivir a un departamento de soltero mientras yo me tragaba la rabia tejiendo y destejiendo. (Coloca el retrato sobre la mesita.) Un día me enteré de que estabas enfermo. Sin pensarlo mucho hice a un lado mi orgullo y dignidad ultrajada y fui a buscarte. No debí haber ido. Laura en pijama abrió la puerta. Todavía escucho tu voz preguntando quién era y llamándola amorosamente. No dije nada, no pregunté nada, no reclamé nada. Con algo que me aprisionaba el pecho y me estrangulaba regresé a casa y tejí y destejí durante días y noches. Pensé vender el caserón y los bienes que había heredado y largarme a donde fuera, pero lejos, lejos… Una tarde alguien tocó la puerta. Era Ernesto Pineda. Regresaba de Europa y venía a visitarte. Él ignoraba que ya no vivías conmigo. Me abrazó y lo hice entrar. Tomamos algo de café y algunas copas. Me contó sus experiencias por el viejo continente y yo le hablé con detalle de nuestra ruptura. Se molestó contigo. Yo no pude contenerme y me desahogué entre sollozos. Ernesto, con su delicadeza y ternura me abrazó, me consintió y me hizo sentir nuevamente un ser humano. No sé si por solidaridad o por algo instintivo, lo cierto es que en Ernesto afloraron dejos de masculinidad y deseos a los que no opuse resistencia. Después de una semana yo era otra. Me sentía valorada, respetada, amada. Pero una mañana por más que llamé a Ernesto no tuve respuesta. En el buró había una nota: Perdóname Maguito, debo seguir mi camino. Gracias por hacerme feliz. Ernesto. Quedé sorprendida, anonadada. Me sentí terriblemente sola. Aunque eran las diez de la mañana fui a servirme una copa. Allí junto al bar había otra nota: No estés triste, yo siempre estaré contigo. Perdóname, debo volver a mi camino. Siempre tuya. Ernestina. Allí comprendí lo que significó para él asumir un rol que jamás había realizado. Por primera vez en su vida era hombre y yo por primera vez me olvidaba de ti, Miguel. (Entra Lolis.)

Lolis: Señora, tengo quince minutos esperando que haga una pausa, pero pues no la hace ni para respirar y creo que todavía le faltan como cincuenta años de historia. Así que con su permiso. Es hora de su medicina y de que pase para cambiarla de…

Margarita: ¡Cállate, no seas indiscreta! Aquí estás para servirnos, no para hacer confesiones públicas.

Lolis: Mire, señora, a mí me gusta llamarle al pan, pan y al vivo, vino.

Margarita: Y a mí me gusta darles sus bofetadas a las insolentes para que aprendan a ser discretas.

Gabriel: Mago, por favor.

Margarita: Tú no te metas en esto, porque también sales raspado.

Lolis: A mí me pagan para dar un servicio, no para soportar insultos, así que con permiso. Aquí le dejo su medicina, si quiere tomársela, tómesela; yo estaré en tres minutos en su habitación para ayudarla a que se cambie de pañales. Si quiere ir, vaya, si no, espere a que venga Ernestito y le ayude. (Sale molesta.)

Margarita: Insolente, te voy a reportar con el director.

Gabriel: (Trata de abrazarla.) Maguito, Maguito.

Margarita: No te me acerques, Gabriel, porque estoy como agua para chocolate.

Gabriel: Ese es el personaje que quiero en escena. Con fuerza, con violencia, con cojones.

Margarita: No me jodas, Gabriel. Olvida el teatro por un momento, no todo en la vida es teatro, también hay que vivir. Déjame sola. Quiero estar sola. (Gabriel no reacciona.) ¿No oíste? Quiero estar sola. (Gabriel se encoge de hombros y sale apoyado en su andadera. Margarita se sienta y llora. La luz se apaga.)


Escena IV

Lolis: Está bien señor. Cometí una imprudencia. Reconozco que fui intolerante. No se volverá a repetir. La señora Margarita me recuerda mucho a mi madre, sus mismos gestos, su actitud, su vida. También mi madre fue actriz, pero ella de cabaret. Un buen día se fue con un director de México. Me abandonó por doce años. Me crie con mi abuela. El día menos esperado se apareció tan fresca como si nada hubiera ocurrido, llena de historias y… Yo tenía dieciséis años y su imagen se me había borrado, aunque llevaba en el corazón un vacío muy semejante al odio. Cuando me gradué no fue a la ceremonia, estaba demasiado ebria y se le olvidó. Murió hace diez años de cirrosis. Mi abuela lloró en el sepelio, yo no pude. Estuvimos casi solas. Ninguno de sus viejos amantes se acordó de llevarle una flor ni de darle un último adiós. Créemelo, Roberto, he hecho un gran esfuerzo por perdonarla, pero no puedo. Disculpa, Roberto. Aquí eres el director y así debo tratarte. Lo de ayer no volverá a suceder. Lo cierto es que en más de un momento vi a mi madre en la señora Margarita y… No te preocupes, Robert, no volverá a suceder… Aunque me gusta mi trabajo a veces pierdo la paciencia. Tú tienes algo de culpa, hay semanas que no te veo y los nervios se me ponen de punta. Sí, entiendo, los congresos, la familia. Lo entiendo Robert, no es un reclamo, simplemente no soy de hierro. Soy muy sentimental y también me encariño con los ancianos, bien lo sabes. Sufro cuando se van. Sufro cuando te vas. Le ofreceré disculpas a la señora. Con permiso, doctor. (Sensual.) Hasta más tarde, Robert.


Escena V

Gabriel: Te he estado esperando más de media hora. Creí que me habían dejado plantado ¿Por qué te haces la interesante, tú?

Margarita: (Conmovida.) Se la llevaron, Gabriel, se la llevaron.

Gabriel: Explícate, que no entiendo nada. ¿Se llevaron a quién?

Margarita: A Rosita. Se quedó dormida y no reacciona. Parece que es su corazón. Estábamos conversando en el jardín y se quedó dormida, se quedó dormida. Yo le hablaba y le hablaba pero no respondía. Le tomé el brazo y no sentí su pulso. Vinieron los médicos y se la llevaron, el director sólo movía la cabeza.

Gabriel: Anda, ven. Siéntate, mujer, y cálmate. Te voy a pedir un té.

Margarita: Gabriel, hoy fue Rosita, la semana pasada fue Pepe, hace un mes Willy; Gabriel, se están yendo nuestros amigos. Nos estamos quedando solos. Yo no quiero quedarme sola (Llora. Gabriel la abraza.)

Gabriel: Ya es tiempo Mago, ya es tiempo. Pero a ti y a mí nos faltan horas, muchas horas, todavía tenemos cuentas pendientes con la vida.

Margarita: ¿Te das cuenta de que la obra nunca la vamos a montar? Rosita estaba preparando una sorpresa con su improvisación. ¡Y vaya que nos dio una sorpresa!

Gabriel: No será la primera vez que se cancela o se modifica totalmente un proyecto. Pero que eso no te angustie, tú y yo podemos montar una obrita sobre nuestras vidas.

Margarita: ¿A quién le puede interesar la vida de dos viejos rabo verde?

Gabriel: Hay miles de viejos como tú y como yo. Miles que han sido abandonados de manera abierta o simulada. A ellos, Maguito, a ellos les puede interesar porque somos su espejo. Ahora, eso de viejos rabo verde, eso lo serás tú. Yo sigo siendo fiel a mi Ale.

Margarita: ¿Tú también, Bruto? No te digo, nada más matas un perro y te llaman mataperros.

Gabriel: Mago, ¿Lo de Bruto es por la obra de Julio César o por otra cosa?

Margarita: ¡Ay, Gabriel! Contigo no puedo pelearme, eres mucho más que mi hermano mayor.

Gabriel: Sí, somos como dos hermanos, pero no soy mucho mayor que tú. No voy a decir tu edad, porque aunque rabo verde, sigo siendo un caballero, y los caballeros no tenemos memoria. Sobre todo desde que el alemán vive con nosotros.

Margarita: (Ingenua.) ¿Cuál alemán, Gabo?

Gabriel: ¡Ay, Mago, pues el tal Openhaimer! O… o... ¿cómo se pronuncia esa enfermedad que se te olvida todo, que no tienes memoria inmediata?… Ai-Jaime o algo así.

Margarita: Eres un amor, Gabriel. ¿Qué haría si te fueras?

Gabriel: (Serio.) Vivir, simplemente vivir. (Se apagan las luces.)


Escena VI

Margarita: (Sentada en su silla continúa tejiendo.) Un día tuviste el descaro de volver. Laura te había abandonado porque te encontró con Patricia y con Manuel. No lo soportó. Aunque sabía muy bien de tu bisexualismo, jamás pensó que iba a vivirlo. Llegaste a casa después de tres años de abandono, muy orondo como si nada, como si te hubieras ido de fin de semana. Esperabas que te recibiera con los brazos y las piernas abiertas y, y… así fue. Te amaba a pesar de todo. Como toda estúpida te dije que te perdonaba. En el fondo tenía algo de remordimiento por lo de Ernesto. Eso jamás te lo dije. El gusto de tenerte me duró seis meses. Tus idas a México y tus giras por el interior del país fueron el pretexto para volver a las andadas. Yo me sentía cada vez más sola. Tener un hijo jamás estuvo entre mis planes ni en los de Miguel. ¿Para qué? Los hijos son ataduras y responsabilidades de por vida. Miguel y yo éramos demasiado egoístas para sacrificar nuestra libertad. En muchos momentos sentí el llamado de la vida y la necesidad de llenar un terrible vacío, pero las reuniones con los amigos mitigaban y adormecían los sentidos. Ernesto vivía en Coyoacán y empecé a visitarlo. El episodio amoroso que habíamos tenido parecía cosa del pasado, pero una tarde después de varias copas volvió el fuego y ardimos de nuevo en la hoguera. A Gabriel no le dije… Ya me equivoqué de nombre. Gabo, ¿empiezo o le sigo?

Gabriel: Síguele, un lapsus mensus cualquiera lo tiene.

Margarita: Discúlpame, es que Gabriel y Miguel, como los dos son arcángeles, se me confunden y como que tienen el mismo final. Sólo los nombres, porque en la realidad Miguel ya se fue y tú sigues aquí vivito y coleando. Bueno sólo vivito. Miguel sí que era un profesional en eso de la seducción. Tan viril que se veía, tan macho cabrío que se sentía. ¡Cómo es de paradójica la existencia! Su cáncer de próstata lo redujo a ser un eunuco. Fui a verlo una semana antes de que muriera. Apenas lo reconocí, era un cadáver. La vejez se le vino encima. Habló muy poco, estaba débil y cansado. Su voz apagada se perdía entre los sollozos. Me pidió perdón varias veces y en diferentes tonos. Yo le apretaba las manos y le pedía que no se agitara. Descansa, Miguel, te perdono, le dije, y me marché con un nudo en la garganta. Su madre y familia recogieron el cuerpo. Aunque formalmente, ante la ley, yo seguía siendo la esposa. No fui al sepelio, pero le guardé luto por un año. Sé que a la funeraria, además de sus muchos amigos, también asistieron varias de sus amantes conocidas y no pocas ocasionales. Lo quise mucho, pero con su muerte no terminó mi vida. Tampoco quise volver al teatro. Varios directores me habían invitado antes de mi viudez formal; me decían que necesitaban actrices de edad para caracterizar personajes. Mis dos grandes amores en la vida fueron Miguel y el teatro. Así, en ese orden. Por Miguel sacrifiqué mi pasión y mi mundo. (Rompe.) ¿No estoy sobreactuada o melodramática, Gabriel?

Gabriel: En momentos sí, lo he ido anotando. Vamos a hacer algunos cortes para hacerla más ágil. Es demasiado relato. En momentos muy narrativa. Demasiados detalles personalísimos. Faltan conflictos. Acción dramática, Maguito.

Margarita: Gabriel, ¿y tu monólogo del principio, que es más largo que la cuaresma, también le vas a meter tijera? Digo, ¿no? Pero está bien, hacemos cortes donde creas conveniente. ¿Mis confesiones con Ernesto no suenan frívolas y forzadas?

Gabriel: Si funcionan en escena las dejamos, si no, eliminamos a Ernesto del libreto. A mí ese pasaje no me convence.

Margarita: ¿Cómo que eliminamos a Ernesto? Ernesto es más real que tú y que yo. Mira, Gabo, a mí no me gusta, más bien no me convence tu escena y no por eso la vamos a eliminar. A ti te falta verosimilitud, creerte la paternidad. Sabemos que en la vida real jamás estuviste casado ni tuviste hijos, que todo lo dices en forma figurada y no por eso la vamos a eliminar. En la escena te pareces más a Raúl que a ti mismo. Quizá el reto mayor para un actor sea actuarse a sí mismo y tú no te has actuado todavía.

Gabriel: Vaya, ya hasta crítica teatral me resultaste. No te creas. Tienes razón, Mago, en eso de mi actuación, pero tampoco estoy tan mal. Tú lo notas porque tienes la sensibilidad y los conocimientos para hacerlo. La verdad no me atrevo, o mejor dicho, no puedo decirle abiertamente al público aunque vayan a ser compañeros de este asilo y sus familiares: Yo soy Gabriel, tengo 75 años y me está matando la soledad. Decidí venirme a esta casa de descanso porque aquí están varios compañeros y conocidos de teatro, pero más que nada porque tengo miedo de morir solo. Eso es patético Mago.

Margarita: Que te importe un carajo cómo suene. Acordamos que íbamos a utilizar el teatro como terapia, algo así como lo que hacía Pavlovski en Argentina con su psicoteatro. Dejemos que los demonios se asomen en escena. ¿O tienes miedo de que conozcan tus demonios?

Gabriel: Yo no le tengo miedo a nada.

Margarita: ¿Seguro? Allá en el mundo real muchos decían y aseguraban que eras asexual, que ni fu ni fa, sino todo lo contrario.

Gabriel: A ti te gusta hablar de esos temas, a mí me aburre, me resultan trivialidades. Ni siquiera en la sobremesa ni en el café los soportaba. Para mí la vida privada siempre fue eso: privada.

Margarita: Hablemos entonces de tu edipismo.

Gabriel: Mi vida privada es pri-va-da.

Margarita: Entonces hablemos de los géneros teatrales, de la burocracia cultural, devoremos a la fauna escénica local y nacional. Tenemos libertad absoluta para practicar el canibalismo, lo importante es la catarsis, que instales tu espejo y te muestres. Ahora si quieres podemos poner en práctica el viejo ejercicio de las ventanas: hablamos de nosotros mismos, luego yo hablo de ti y tú hablas de mí y para tener una visión amplia sobre lo que somos escuchamos lo que demás piensan de nosotros.

Gabriel: Yo ya sé lo que piensan de mí, por eso me vine a esta casa, para alejarme del avispero y morir en paz.

Margarita: A lo mejor tienes razón. ¿Pero sabes lo que yo realmente pienso de ti? ¿No te gustaría saber lo que realmente pienso de ti, Gabriel? ¿Por qué no nos desnudamos en el escenario? ¿Por qué no rompemos estas ficciones? Tú de una paternidad y un hogar que no tuviste y yo de un romance que quizá nunca existió. Gabriel, tú ni siquiera tomas agua mineral y en tu escena actúas a alguien que nada tiene que ver contigo. A lo mejor tiene mucho que ver con Raúl, que por cierto llegó anoche, pero contigo no tiene que ver nada. Dime Gabo, ¿tú ya sabías que se iba a venir Raúl?

Gabriel: Sí, ya lo sabía, teníamos un acuerdo.

Margarita: ¿Por qué no me lo dijiste, pinche Gabriel?

Gabriel: Porque me pidió que mantuviera el secreto, ya que no estaba decidido.

Margarita: ¿Entonces el personaje que hiciste…?

Gabriel: Raúl me pidió que hiciera esa escena.

Margarita: Eres un grosero, Gabriel, me has estado utilizando. Mira que engañarme de esta manera. Mira que ocultarme cosas. Eres un desconsiderado, hipócrita, mal amigo, actor formal, cafetero irredento, teatrista de parroquia… (Se levanta con dificultades y se marcha ofendida lanzando bastonazos, diciendo entre dientes otra serie de calificativos. Gabriel ríe satisfecho.)

Gabriel: (Gritando.) ¿Eso es lo que realmente piensas de mí a través de tu ventana?

Margarita: (Fuera de escena.) Vete al diablo. (Las luces se apagan.)


Escena VII

Raúl: (En el jardín. Están de pie. Hay una banca que luego utilizan.) Parece que te molesta mi llegada.

Margarita: De ninguna manera, Raúl. Me sorprendió, nada más.

Raúl: Tienes buen semblante. Te ves guapa.

Margarita: Gracias por tu cortesía. Sí, me siento bien. Tenemos en este asilo prácticamente todas las comodidades de un hotel. Hay buena comida, servicios médicos, geriatras, nutriólogos, limpieza, bellos jardines y un buen ambiente que me da tranquilidad. Aquí gasto buena parte de mis rentas pero para eso son, para darme una vejez digna. Hay decenas de asilos en la ciudad, visité varios antes de tomar la decisión. La mayoría me deprimieron, sus condiciones son lamentables.

Raúl: Yo realmente me animé a venir a esta casa de descanso porque sabía que ustedes estaban aquí y que la pasaban bien. Gabriel me tenía enterado. Igual que tú, fui a ver algunas casas humanitarias y después de ver las condiciones en que vivían los ancianos, sin pensarlo más me vine. Afortunadamente mi pensión y otros ingresos me permiten darme este gusto. Mago, tenía ganas de verte. Te he extrañado.

Margarita: Yo también, Raúl. Hacía tanto tiempo que no sabía nada de ti.

Raúl: Porque te negaste.

Margarita: Tú llevabas luto por Ale y yo no quería saber nada de hombres. Además ya estábamos viejos.

Raúl: Me hubiera gustado cuando menos intentarlo.

Margarita: Y tus hijos, ¿qué habrían dicho?

Raúl: Nada, a ellos no les importo. Vinieron unas semanas cuando murió Ale, luego volvieron a sus casas: Gabriela vive en Francia, tiene dos hijos, y Alejandro tiene su familia en Filadelfia. La pasan bien. De mí se acuerdan de vez en cuando.

Margarita: Afortunadamente lograste hacer un patrimonio, no por el teatro, obvio. La vejez con recursos materiales es más llevadera.

Raúl: Sí, pero no es suficiente, necesitamos compañía, alguien con quien compartir recuerdos y hacer alguna travesura. Mago, no sé si alguna vez te lo dije: siempre me gustaste. Desde antes que entablaras tu relación con Miguel yo te pretendía. Quizá ya no lo recuerdes pero en dos ocasiones te invité a salir y tú te disculpaste argumentando que tenías ensayos y otros compromisos.

Margarita: ¡Ay, Raúl, qué memoria tienes!

Raúl: Hay momentos de la vida que no debemos olvidar. Tu rechazo me dolió y me marcó. Te vi en todos los montajes. Estuve en mil reuniones contigo y con Miguel, siempre reprimiendo mis deseos.

Margarita: En aquellos tiempos, antes de mi compromiso formal, por todos lados tenía pretendientes. No fuiste el único al que le dije no, bien lo sabes.

Raúl: Lo sé. Muchos querían una aventura contigo porque eras la dama joven de nuestro teatro, yo pensaba en algo más serio.

Margarita: Pues qué pensamiento tan audaz. Jamás ni siquiera lo imaginé. De verdad, Raúl, jamás imaginé que tus pretensiones llegaran a la obsesión.

Raúl: Si así quieres llamarlas. Descorché muchas botellas pensando en ti; te escribí poemas, te dibujé en mi cuaderno de notas, te poseí en mi pensamiento.

Margarita: Sí, nada más que yo tenía otros nombres. Bien conocido era en el medio que tú y Miguel eran facilitos. Pero olvidemos eso y vivamos el presente. Te invito esta noche a que tomemos una copa para darte la bienvenida.

Raúl: ¿Y Gabriel?

Margarita: ¿Gabriel qué? Él es mi hermano mayor. A las diez se va a la camita. Tú y yo podemos desvelarnos sin hacer escándalo para no molestar a los vecinos. Yo me encargo de que el personal no diga nada. Tenemos muchas cosas en el tintero que decirnos.

Raúl: Hasta más tarde Mago. (Se para con dificultades y sale.)

Margarita: ¡Ay, Margarita, cómo has cambiado, apenas te reconozco! (Sale.)


Escena VIII

Raúl: (De espaldas al público, al centro del escenario. Trae una máscara sin rasgos.) Durante mucho tiempo no tuve rostro, era sólo una voz. Caminaba por las calles y lugares públicos tranquilamente. Cuando tenía que hablar empezaban los problemas. La gente identificaba la voz, y a veces no daban crédito de que este cuerpo fuera dueño de la voz, que ya no era sólo mía sino de cientos de miles de escuchas. Hubo ocasiones extraordinarias, pero también muchos sinsabores por la voz sin rostro. El teatro me dio rostro, pero nunca alcanzó las dimensiones de la voz.

Gabriel: (Entra cantando O sole mio. Ignora que Raúl está en escena. Al ver a Raúl calla y apenado por la interrupción va y se sienta junto a Margarita.) Perdón. (Toma una libreta y hace anotaciones.)

Raúl: (Se da la vuelta, se quita la máscara plana. Cambia de voz.) Yo sí tengo rostro, ajetreado por la vida, abotagado, pero rostro al fin. Guillermo no lo tuvo. Yo desde mi juventud perfilé mi imagen en los escenarios. Bueno o malo, eso el tiempo lo dirá. Quise mucho a Guillermo, no con la intensidad e intenciones de Marcos, sino que lo quise como amigo. Memo fue una de las voces radiofónicas y teatrales más hermosas que recuerdo, ¡Qué forma de matizar! Su tesitura le permitía jugar con los tonos. Su modulación, fraseo, nitidez, eran privilegiadas, hasta que un día... (Pausa. Entra Lolis con un medicamento y un aparato para medir la oxigenación y tomar la presión.)

Lolis: Ay, con su permiso. El doctor dijo que todo fuera con una puntualidad religiosa. Así que abra la boca y deme el brazo. (Raúl, sorprendido.)

Raúl: Señorita, cómo se atreve a interrumpir mi escena de esa manera. No sea impertinente. (Lolis, haciendo caso omiso a lo que escucha, le introduce la medicina que lleva en un vasito. Raúl quiere hablar pero se atraganta un tanto con el líquido.)

Lolis: No sea gruñón y tómesela toda, como si fuera una cerveza. No proteste. Tienen todo el día para seguir ensayando, yo tengo que atender a muchos todavía (Margarita y Gabriel ríen discretamente.) Deme el brazo para medirle la presión (Le coloca el aparato, hace anotaciones. Saca de su bolsa del uniforme un medidor de oxigenación, se lo coloca en un dedo y anota.) ¡Listo! Ya puede seguir con su teatro. Nos vemos a las cinco. Pórtate bien, hombre con rostro. (Sale.)

Gabriel: Hasta que se te apareció el demonio disfrazado de salubridad. Ya te acostumbrarás a estos modales de Lolis. Es un tanto ruda, pero en el fondo nos quiere.

Raúl: En el fondo de la fosa.

Margarita: Mejor no digas nada, Gabo, porque a las tres te toca inyección y la semana pasada no querías salir del baño. Te hacías el estreñido para evitar los piquetes en el trasero. Como si no te gustaran.

Gabriel: Bah. A mí no me gustan los piquetes en el trasero ni en ninguna parte. Quien hambre tiene en pan piensa.

Margarita: Si tú lo dices, así debe ser. Pero creo que aquí no dan ni migajas.

Gabriel: Quien te oiga va creer que tú todavía…

Margarita: (Retadora.) ¿Lo dudas?

Raúl: ¿Por qué no dirimen sus diferencias en algún lugar íntimo y me permiten continuar con mi improvisación? No aguanto mucho estar parado.

Margarita: Acepto la propuesta.

Gabriel: ¡Bah! Sí, ya puedes, pero no empieces a hacer tus cosas barrocas: que yo soy yo en el tú y tú eres tú en el yo. No, que yo es otro. Además, no entiendo para qué metes a Guillermo en esta obra.

Margarita: Gabriel, déjalo, es su improvisación. A ti nadie te limitó. Total, luego vamos a seleccionar lo que se va a presentar. Déjalo que explore en su inconsciente en su personaje.

Raúl: (Concentrado.) Pero un día Guillermo sufrió un accidente y su rostro se desfiguró. Por más cirugías que le hicieron jamás pudo recuperar la modulación y fraseo que llegó a dominar. Lo vi un sábado en la noche. Nos citamos en La Sin Rival. Tomamos hasta las tres o cuatro de la mañana. Lloró. Me abrazó muchas veces como queriéndome decir algo. Cuando regresé del baño ya no estaba. Tomé dos o tres tragos más con la esperanza que volviera. Pero no regresó. Me fui. No sé cómo llegué al amanecer a mi cuarto. Me tiré en la cama, con ropa, caí como fulminado. Entre sueños oía que a lo lejos me llamaban una y otra vez. Era Miguel Ángel que tenía más de una hora tocando la puerta y timbrando. Mi teléfono estaba descargado. Eran las cinco de la tarde de un día como hoy, pero de hace cinco años. Encontraron a Guillermo colgado en un eucalipto en el centro del parque Agua Azul. Te busca la policía para que vayas a declarar porque contigo fue con quien estuvo las últimas horas. Los cantineros ya declararon. (Pausa.) Yo quise a Guillermo. Fue como mi hermano. Como mi yo femenino. Memo era una paradoja para la vida. Alto, fuerte, hermoso, con una voz tan viril y seductora y tan hombreriego. La muerte de Guillermo me afectó. Cuando fui al anfiteatro me pareció ver los rostros de no sé cuántos amigos: el de Daniel, el de Sergio, el de Arturo, el de… las huellas indelebles en el cuello y esa mirada de angustia, y esa palabra no dicha que se ahogó entre estertores. (Guarda silencio, afectado. Margarita va y lo abraza.)

Gabriel: Qué les parece si mañana continuamos. Debo prepararme porque dentro de poco me toca visita de Lolis. (Se para. Toma su andadera y va a donde Raúl y le da unas palmadas en la espalda. La luz se apaga.)


Escena IX

Margarita: (Sigue abrazada de Raúl, quien lleva una máscara florida o adornada de mariposas.) Entiéndelo, Ernesto, yo sólo te tengo a ti. Si te vas, no sé cómo empezar de nuevo. No creo tener ánimos ni para intentarlo. Entiendo tus razones. Sé que no puedes o que te cuesta un gran esfuerzo llevar una doble vida: ser zángano y abeja reina; corola y pistilo, como te gusta decirlo. Si quieres no volvemos a intimar. Sólo pido tu compañía. Que nos acompañemos en lo que nos queda de vida.

Raúl: Mi pequeña Maga, mi brujita de Atemajac, te amo tanto, bien lo sabes. Desde siempre te he querido: como amiga, hermana, confidente, mujer. Por eso mismo debes buscar a alguien sin ambigüedades, que no te vaya a lastimar como Miguel lo hizo durante tantos años, ni sea fugaz como yo. Bien sabes de mi relación con Nachito. Hemos decidido, ahora que las leyes lo permiten, legitimar nuestra relación. No quiero ser deshonesto contigo ni con nadie. Terminemos aquí. Creo que es lo más sano para todos. Bien sabes, mi Maga, que yo siempre te voy a querer. Corola y pistilo no es para ti, tú eres toda una dama. (Interrumpe Gabriel.)

Gabriel: Demasiado cursi, parece un culebrón trasnochado. Además, te ves muy varonil, Raúl, falta la sutileza, la tersura y ambigüedad que tenía Ernesto y que tú (remarcando.) conociste muy bien.

Raúl: ¿Qué insinúas, que fuimos pareja?

Gabriel: Yo no insinúo nada, simplemente digo que Ernesto te apreció mucho y tenía movimientos muy finos.

Raúl: Mira, Gabriel, a la gente no le importa cómo fue realmente Ernesto, ni Miguel ni…

Gabriel: ¿Tú crees eso? Se ve que a pesar de tantos años filosofando, haciendo teatro y quitando sostenes, conoces muy poco a la gente. La gente, Raúl, la gente es morbosa. Quiere saber hasta las cosas más íntimas, turbias y personalísimas. Entre más entres en la vida privada más atrapas al espectador.

Raúl: ¿Si sabes todo eso, por qué tenías el teatro siempre vacío? ¿En qué revista del corazón leíste esos sofismas?

Margarita: Esos ¿qué?

Raúl: Mentiras vestidas de verdades.

Gabriel: ¡Bah, ya va a empezar el teatrista espiritual a hacer del teatro un silogismo!

Margarita: Cuando estén junto a mí, por favor hablen en cristiano.

Raúl: ¡Ay, mi pequeña musa, siempre tan ingenua! No podemos decir groserías ni albures porque eres una dama, no podemos hablar en lenguaje figurado porque sospechas de nuestra integridad moral. Dime, mi pequeña ágata, ¿cómo quieres que hablemos?

Margarita: (Entre molesta y sensual.) Raúl, tampoco me trates de taruga. Simplemente hablen de manera convencional. La sencillez no quita lo elegante.

Raúl: Está bien, hablaremos sin barbarismos, sin tautologías, sin…

Margarita. (Interrumpiendo.) ¿Por qué no van a que les dé Lolis su válium? Estoy cansada de oír sus cultismos gongorinos. Necesito aire fresco, hay demasiada polilla conceptual en el ambiente. (Sale molesta.)

Gabriel: Pues tu musa se resintió.

Raúl: Déjala, como los ríos, ya volverá a su cauce. ¿Entonces qué, continuamos con la improvisación o vamos a tomar un café?

Gabriel: Vamos al café, el teatro puede esperar (Salen apoyados en sus andaderas.)


Escena X

Lolis: (Cepilla la cabellera de Margarita, quien se mira abstraída en un espejo.) No te lo había dicho, Mago, pero tu pelo es igual de sedoso que el de mamá. Recuerdo entre bruma que cuando yo era niña me gustaba pasar mis dedos entre su cabellera. Era una sensación mágica. De hecho es el único recuerdo hermoso que tengo de mi madre. Todo lo demás es ausencia. (Deja de cepillarla. Toma una lija y le arregla las uñas de las manos.) Tus manos son hermosas, Maga, como de pianista. Mi madre también tenía manos bellas, pero las tuyas tienen algo diferente. No sé si ella me acarició con las manos, no lo recuerdo. Lo que no puedo olvidar son sus dedos crispados, amenazantes, cuando le retiré una botella de vino. No me golpeó, pero la intención fue peor que si lo hubiera hecho. Muchas veces soñé esa mano crispada y sus gritos desgarrados. Te gusta el sol ¿verdad? Aquí siempre brilla, es como un regalo de vida. Y tú eres afortunada, Mago, igual que tus amigos. Tienes la posibilidad de pagar esta estancia, de convivir. La vejez con dignidad es un derecho que no todos pueden pagar. Mi abuela está en un asilo modesto porque yo no puedo pagar tanto. Voy todas las semanas a verla. Ella fue realmente mi madre. Recorramos este hermoso jardín, dice el doctor que es el cielo de los musulmanes. Yo no sé si es el paraíso, pero me gusta. Sé que a ti también, Maga (Margarita asienta con la cabeza, mira a Lolis, sonríe. Le aprieta una mano. El área se oscurece.)


Escena XI

Lolis: (Se enciende otra área donde Gabriel aparece, sentado en su silla de respaldo alto. Se remanga la camisa para que lo inyecten en el brazo. Lolis, mientras prepara una jeringa, gira alrededor de la silla.) No conocí a mi padre. Nunca supe quién fue. Jamás me lo quiso revelar mi madre ni en su lecho de muerte. Me imagino que debió haber sido algo doloroso. Crecí sin la figura paterna y no fue fácil. Mi abuela había enviudado y tuvo que hacerla de papá, mamá, abuela y abuelo conmigo. Me hubiera gustado que tú fueras mi padre, porque sé que conociste a Lulú, como llamaban en el medio a mamá. No te molestes, Gabriel, sé que tú no te metías con cabareteras, que siempre has sido como eres. Pero me hubiera gustado tener a mi lado el apoyo de un hombre bueno como tú. (Gabriel la mira intensamente a los ojos, estira el brazo como para tocarla, como para ser inyectado. Oscurece.)


Escena XII

Lolis: (Raúl lee abstraído en su silla de respaldo alto. Hay una botella de vino semivacía. Fuma. Lolis sin uniforme, sensual vestida como cabaretera pero con ciertos dejos espectrales.) Buenas noches, Raúl. (Raúl no reacciona.) Ya vine. No me esperabas, ¿verdad? (Raúl deja de leer y levanta la vista. Se sorprende.)

Raúl: ¡Lulú!

Lolis: ¿Por qué no volviste, Raúl? Te esperé media vida.

Raúl: Lulú, yo…

Lolis: No digas nada. Así son los hombres y tú no eres diferente a los demás.

Raúl: Lulú, es que…

Lolis: No digas nada. No te justifiques. El pasado es el pasado. Tengo poco tiempo. Estoy cansada, muy cansada y debo volver al silencio. Sólo quiero que sepas que te amé como a nadie. Créemelo. Ahora no tiene sentido usar máscaras ni vanas palabras. Tuve una hija que pudo haber sido tuya, pero no lo fue o cuando menos no estoy muy segura. Me hubiera gustado tener algo tuyo, algo más que tu recuerdo. No he venido a reclamarte nada, pero antes de irme del todo quiero que me digas con palabras sencillas: ¿me amaste alguna vez, Raúl?

Raúl: Yo, Lulú, soy incapaz de amar a alguien. Tengo castrada el alma.

Lolis: Lo sé. Siempre lo supe. Adiós Raúl, los ecos de la noche me esperan en el mar.

Raúl: Adiós Lulú, yo debo seguir masticando tu recuerdo. (Sale Lolis. La luz se apaga.)


Escena XIII

Gabriel: (En una mesa, mientras degusta un café.) La muy estúpida me dijo: tu teatro ya no sirve, es viejo y decadente. Ahora se necesita un teatro con lenguajes posmodernos, performático. Lo sucedáneo es lo que dice, lo que comunica a los jóvenes. Tus montajes son para dormir hasta a los zombis. No te vamos a apoyar más, ni con espacios, publicidad, ni con recursos financieros. Tú ya le diste al teatro lo que tenías que darle. La historia escrita en mamotretos ya nadie la consulta. El lenguaje de hoy navega por las redes sociales y en las nubes del cíberespacio. El tuyo, Gabriel, flota en el mar Muerto. ¿Por qué no te jubilas también del teatro? A una de las nuevas salitas le podemos poner tu nombre. Cuando se requiera hacer algún programa sobre añoranzas te podemos incluir; en lo que resta de la administración tus propuestas y proyectos no tienen cabida. Así me lo dijo la jovencita y estúpida arribista. ¿Cuáles son sus méritos para estar al frente del teatro del estado? Su apellido sospechoso y su parentesco con otros funcionarios. Me dolió lo que me dijo. La muy imbécil, sin pudor alguno mandaba al carajo sesenta años de mi vida dedicados a la escena. Lo más lamentable es que me lo decía de frente, con una seguridad como si realmente supiera lo que es y ha sido el teatro en nuestro medio. Y lo peor es que si volteas para la dirección de artes plásticas, literatura o para donde tú quieras, la actitud es la misma. Decenas de jovencitos sin experiencia ni sensibilidad ocupan los mandos medios y joden la gestión, promoción, enseñanza, conservación y difusión de la cultura. No fueron mis piernas ni mis años, ni la soledad, fue la decepción, el hastío los que me empujaron a esta casa de la nostalgia. No volveré a solicitar un solo apoyo oficial, mi dignidad está de por medio. Soy viejo, es cierto, afortunadamente he llegado a la edad de los achaques y los recuerdos. ¿Y estos mozalbetes insolentes llegarán? Si algo aprendí en el camino es a respetar a los demás. Las instituciones culturales no me respetan y así yo no puedo entablar un verdadero diálogo. Preferible morir solo en el anonimato que permitir y aceptar que sobajen la condición humana con su política y nepotismo.

Raúl: ¿Cómo se oyó, Mago? ¿No es muy panfletaria? ¿Dónde andas, Mago?

Lolis: Mago se puso mal. Se la llevaron de urgencia.

Gabriel: ¿Y por qué no nos avisaron?

Lolis: Iba por un cuaderno para hacer anotaciones y se desvaneció en la puerta de su cuarto.

Raúl: ¿Se le bajó la presión?

Lolis: Esperemos que sea eso y no algo mayor.

Gabriel: ¿A dónde se la llevaron?

Lolis: Al hospital, está aquí a dos cuadras. Tranquilos, por favor, pronto tendremos noticias.

Raúl: ¿Podemos ir al hospital?

Lolis: No es conveniente. Hay que esperar.

Raúl: Lolis, por favor llama para saber cómo está.

Lolis: Sí, ahora mismo lo hago. Ya vuelvo.

Gabriel: ¿Y si Mago también se va?

Raúl: No puede irse. Tenemos un pacto y no lo puede traicionar como Rosita. (La luz baja de intensidad.)

Gabriel: No, no lo puede traicionar. (Abstraído, empieza a cantar en voz baja.) O sole mío… (Con las notas se va apagando la luz de su área. Se enciende el área del fondo y aparece Margarita en silla de ruedas; lleva una mascarilla de oxígeno y sonda, la conduce Lolis. Raúl se acerca, le toma la mano. La escena es onírica, espectral.)

Raúl: ¡Maga, sabía que volverías! Tú no nos puedes fallar. Tú no. (Margarita reacciona apretando la mano de Raúl.)

Gabriel: Ni creas que voy a cambiar el libreto. Hicimos un pacto, Maguito. Nadie va a actuar tu papel, nadie va a representar tu vida. Lo de Ernesto se queda porque tú te quedas. (Lolis empuja la silla y sale. Gabriel y Raúl se miran en silencio.)

Lolis: Vamos, Maga, el jardín está precioso, es un verdadero paraíso.

Gabriel: Nos estamos quedando solos, Raúl.

Raúl: Sí Gabriel, el telón está por cerrarse.

Gabriel: Llegamos al final.

Gabriel: Prepárate para dar las gracias.

Raúl: Desde hace muchos años estoy preparado. ¿Y tú?

Gabriel: Yo también estoy en paz. Dejemos que los ríos lleguen al mar.

Raúl: Al mar, Margarita, está llena de mar. Margarita se nos volvió mar.

Gabriel: Y tú y yo somos dos ríos que van a dar a la mar.

Raúl: Vayamos pues, que la Maga nos espera en el jardín marino. (Salen apoyados en sus andaderas.)

Guadalajara, Jalisco, 5 de septiembre del 2014.


Jumb31

Vacío a las palomas

Simón Esain Argentina


Jumb32

La historia sin fin

Eva María Medina España


Jumb33

Como una ola

Fulgencio M. Lax España


Jumb34

Dos cuentos

Selene López


Jumb35

Niebla

Nari Rico


Jumb36

Poemas

Jorge Orendáin


Jumb37

Poesía de la urgencia

Junior Alberto Pérez Nicaragua


Jumb38

Me llamo Minerva

Paulina García González


Jumb39

El arte y la utopía de un mundo nuevo

Antonio Ramírez


Jumb40

Raíces de viento

Silvia Quezada


Jumb41

La imaginación de Borges

Fernando Sorrentino Argentina


Jumb42

El Nene

Teresa Figueroa Damián