—¡No lo jalonees!
—¿No ves que se atranca el wey? —Nick se limpió un poco el sudor con el dorso de la mano.
—Así no se les trata, ¿no ves que tiene miedo?
—¿Lo dejo aquí tirado?
—Anda, precioso, camina —lo animó Ariz desde lejos con tono dulce.
—Deja le llamo a la Wilimina, ese wey tiene como cuatro rescatados.
—Anda, camina, bonito —dice Ariz.
Nick tiró nuevamente de la correa, pero el animal se aferraba con las cuatro patas.
—Ve a casa por un trozo de jamón. Aquí lo detengo para que no se vaya.
El perro no gruñía, no ladraba. Estaba tenso, cansado. El pelo mugriento y deslavado hablaba de largas jornadas de hambre y de descuido.
—¿No entiendes, we? Vas a tener casa. Todos los cuates tienen un perro rescatado y no dicen que sean tan roñosos como tú, we.
Ya me quiero largar. Hoy fue mi primer día de oficina y estoy hasta la madre, se siente un poco estúpido por estar hablando a media calle con un perro que no quiere andar. Afortunadamente a esta hora ya no hay mucha gente por las calles del coto.
Nick recuerda las veces que tuvo que recomponerse en la oficina para que todos vieran que es el jefe, el mero mero jefe y no se anden con mamadas. “Tienes que ser amistoso pero muy firme, que no se te suban a los güevos”, había indicado don Nicanor, su padre.
Antes que el título tener la práctica, saber mandar y saber sobarles el lomo a los del partido. Acomodarse a los nuevos tiempos, cabrón, se repite las palabras muchas veces escuchadas. Y vaya que su padre sabía de eso. Había sobrevivido a la transición democrática y ahí seguía bien parado, síndico municipal, como siempre.
El perro levanta el hocico, olfatea el aire antes de que Nick vea a su hermana acercarse con el jamón en la mano.
—Agárralo, me va a tumbar —grita Ariz ante el salto inesperado que le arrebata la comida de la mano.
—Quieto, wey —dice Nick y luego, dirigiéndose a su hermana—: Camínale, wey.
“Director de gestión ambiental, ni más, ni menos, cabrón. Empiezas bien tu carrera política”, había dicho don Nicanor en un tono cargado de orgullo. “De aquí a ser alcalde no hay más que un paso”.
—¡Calmado, wey! —Apretó la correa para evitar que el perro siguiera saltando hacia Ariz. Pinche perro sacalepunta.
—Es el primero que rescatamos. Todas las morrillas del cole tienen un lomito de estos —se conmovió Ariz.
—A ver si no se esponja doña Pelos.
—Ay, no. Es tan lindo —Ariz parece dudar un momento, luego añade—: Mami sabe tratar con ella, por más que es media liosa la doña.
—Ya estoy oyendo su voz quejumbrosa —e imita la voz de la señora que limpia—: “Los niños trajeron un chucho”.
—¡Como cuando desapareció el Wiski! —ríe Ariz—. “Fueron los niños”.
—No te rías tan fuerte —Nick vuelve a tirar de la correa—. Ya asustaste al peludo.
Va a estar difícil que papá le consiga un buen partido a esta mensa, piensa.
—¡Cómo hace calor, chingado!
Director de gestión ambiental. Suena bien y el ingreso va a ser más que bueno. Pero qué chingados sé de gestión ambiental. Hoy firmó unos oficios y como no queriendo le preguntó a Clarita qué quería decir eso de “programa de saneamiento”. La transición esa estaba poniendo las cosas difíciles.
—Te va a seguir a ti, hueles a lonche, Ariz.
—Y tú hueles al aire acondicionado del ayuntamiento. Te vas a tener que tallar dos veces para quitarte el aroma godín —ríe Ariz a carcajadas.
Está cómodo el clima de la oficina. Hoy pudo jugar Elden Ring un buen rato. “Estoy en una junta”, le dijo a Clarita. Aunque sí apesta. El olor que papá ha tenido siempre. Va a poner una pantalla gigante en el privado. Aunque las malditas llamadas del comisionado y los mugrosos esos que andan pidiendo el cambio de ubicación del basurero no lo dejan en paz. No, basurero no, debes acostumbrarte a llamarlo Estación de Transferencia, we.
Las luces inteligentes se encienden al entrar a casa. El ambiente es distinto, los muebles de caoba, los adornos de Lladró, nada que ver con la pinche oficinita.
El jardín interior es amplio, cuidado.
—No te vayas a comer las flores, hermoso.
—¿Dónde te vamos a poner, we? Te estamos rescatando, entiende —si te suelto capaz que saltas la barda para regresarte a la vagancia, ca.
—Pobrecito, tiene hambre —dice Ariz y le avienta una de las hamburguesas que su mamá dejó en el microondas—. ¿Cómo se va a llamar?
Se le viene a la cabeza lo que le dijeron. Nepo algo, se la estaban curando de él. Pero ya van a ver que sepa el síndico.
—Nepo —Nick no puede evitar cierta amargura en la voz.
—Vamos dejándolo en Nene ¿no?
—Arrímale agua, we.
El animal no para de dar brincos. Le voy a apretar más el collar, pinche perro loco, no sabe que aquí nunca le va a faltar nada, tiene el futuro asegurado el we. En lugar de ajustar la correa va a la cocina, se sirve una de las hamburguesas. Que la mensa de Ariz se haga cargo.
Se mira en el reflejo del microondas y se da cuenta que tiene el cuello marcado por el roce de la corbata. Los empleados tienen que notar que él es el jefe. Unas palmaditas en la espalda a los lambiscones, unas amenazas disfrazadas de broma a los que llegaron con la transición. Darle el avión al Comisionado. Primer día de director, we.