Emilio Carballido es un autor que una y otra vez me invita a la lectura. Fenómeno insólito, ya que se trata de un escritor que elaboró su obra para ser representada, más que para ser leída. Doble mérito sin duda, ya que su teatro, además de poseer la virtud de convencer a directores, actores y demás gente de la escena, tiene la cualidad de seducir a lectores legos en cuestiones dramáticas.
La obra de Carballido reviste, para mí, una significación especial. A mitad de la carrera de Letras conocí Yo también hablo de la rosa, pieza reveladora en muchos sentidos. Se erigió, en mi andar que transcurría a trompicones, en faro orientador en el infinito y —entonces— confuso mar de la literatura.
Me enseñó, entre otras cosas, sobre la habilidad de los escritores para adaptar su discurso a los requerimientos narrativos de la anécdota que los ocupa. Me mostró, también, que la realidad es múltiple, y que su exposición —a través del teatro, en este caso— exige distintos registros, si aspiramos a presentarla en toda su complejidad.
La anécdota, de una sencillez aparente —unos niños provocan el descarrilamiento de un tren—, le sirve al dramaturgo veracruzano para mostrar la polarización que los mexicanos tenemos de la percepción de nuestra realidad, y el peligro de los extremos que la distorsionan.
Yo también hablo de la rosa me ayudó, en fin, a conocer la literatura como instrumento para reflexionar sobre nuestra realidad, sobre las distintas formas que existen para comprenderla, analizarla y actuar en consecuencia.
Lo anterior podría convertirse en pretexto suficiente para colocar su obra en un lugar destacado de mi biblioteca personal. Pero hay más. Mi desarrollo profesional me deparaba, de manera natural, más acercamientos a su teatro.
No recuerdo si mi siguiente encuentro con Carballido correspondió a DF. 26 obras en un acto o si, por fin, disfruté sobre el escenario alguno de sus montajes. ¿O se trató de una de las ediciones del Fondo de Cultura Económica, identificada con el escueto y poco significativo título de Teatro, y que incluye, entre otras, Rosalba y los llaveros?
Lo único que sí recuerdo es que nunca sufrí una decepción. ¿De cuántos escritores podemos decir lo mismo?
DF, como el propio Carballido informa, está pensada para los estudiantes de teatro, para que tengan a la mano piezas breves, de pocos personajes y con mínimos requerimientos escénicos, con el fin de que se representen sin mucha dificultad y en cualquier lugar, ideales para ensayos escolares o trabajos de fin de curso.
Como es natural, puesto que se trata de verdaderas obras de arte, las piezas rebasan con mucho esa modesta propuesta que el propio dramaturgo plantea. Lo podemos constatar no sólo a través de la lectura, sino también por medio de los montajes que pudiéramos presenciar.
En Guadalajara, el grupo El Venero, dirigido por Javier Serrano, mantuvo por varios años en cartelera “Tríptico de la pareja”, en la que incluía El solitario en octubre. Esta misma obra aparece en una selección de tres obras —junto con Cuento de navidad y una tercera cuyo título se me escapa— mal adaptadas al cine.
Una comparación superficial de las dos versiones —la escénica y la cinematográfica— se inclina a favor de la representación tapatía. Javier Serrano —en el papel de Evaristo— realizó un trabajo muy superior que el de Andrés García.
¿Por qué la diferencia? Algunas de las razones de los montajes fallidos la tenemos en la incapacidad de los directores —lo que ocurre en la película y, por contraparte, se resuelve con acierto en el montaje de El Venero— para comprender y marcar el ritmo adecuado de las acciones, lo cual se transparente sin dificultad en los textos de Carballido. Además, los actores no son capaces de matizar la sutil ironía que se desprende de los diálogos o, por el contrario, no enfatizan lo necesario cuando se trata de subrayar una escena humorística, chusca o ridícula.
Un caso similar ocurre en la adaptación de Rosa de dos aromas, sin duda una de las obras más conocidas y representadas del veracruzano —casi una década ininterrumpida en cartelera en el Distrito Federal, llevada a escena en toda América, parte de Europa e incluso en la India—, de la que me ha tocado presenciar tres versiones: dos teatrales y una cinematográfica.
En la versión cinematográfica —bastante deficiente— aparecen Olivia Collins y La Pelangocha (me parece); en los noventa aplaudí un montaje de José Gato Luna, y de las actrices recuerdo a Alicia Yapur: muy superior a La Pelangocha. En 2007 la reviví, dirigida por Ignacio Cortés. De nuevo, la representación escénica quedó muy por encima de la cinematográfica. Lupita Gutiérrez —actriz de este último montaje— fue mucho mejor que Olivia Collins. Que me perdonen los actores jaliscienses por la comparación con los famosos.
Todo esto no significa que el teatro siempre supere al cine, o que la representación teatral nunca tenga deficiencias. En esa misma adaptación que menciono de DF Rafael Inclán —aunque usted no lo crea— desarrolló un excelente papel representando a uno de los Santacloses de Un cuento de navidad.
En fecha reciente se presentó Nora, a cargo de un grupo universitario con muchas limitaciones. La facilidad para la representación que yo le atribuía al teatro de Carballido parece que sólo es un espejismo que se tiene por la fluidez de la lectura, que nos atrapa desde las acotaciones o los diálogos iniciales.
O quizá no se trate de un espejismo, sino de la incapacidad de directores y actores para llevar a escena sus propuestas. Excepto dos momentos —un breve monólogo y una escena de lavadero—, tanto la actuación como la dirección le rompieron todo el ritmo al texto y, peor, no fueron capaces de subrayar el humor y la ironía que sugiere la obra.
He presenciado otras puestas en escena de Emilio Carballido, aunque no las que quisiera ni las que la calidad de su obra merece. Además de las peculiaridades señaladas —la agilidad de la fábula, el acierto del diálogo, capaz de matizar el carácter de los personajes, el humor certero e inteligente—, debo subrayar que el paso del tiempo no ha envejecido sus propuestas.
Las nuevas generaciones mucho tienen que aprender de la visión que nos da de México, de los problemas de la pareja —y, en general, de la familia—, de la vida urbana y de provincia, del rico y complejo mosaico de costumbres y actitudes que definen nuestras relaciones y nuestra esencia, de nuestras leyendas y nuestra historia…
Si la lectura de una obra de Carballido me llevó a considerarlo como uno de mis autores de cabecera, el conocerlo más a fondo lo convierte en un dramaturgo imprescindible. Pero la historia no termina aquí.
Carballido también es autor de textos narrativos, con títulos como El tren que corría y La caja vacía, ambas publicadas por el Fondo de Cultura Económica. La historia de Sputnik y David y El gallo mecánico, dos cuentos para niños, están incluidos en un tomo de la colección “A la orilla del viento”, de la misma editorial. Los zapatitos de fierro, también para niños, es un simpático cuento de hadas.
¿Y qué podemos decir de su trayectoria más allá del teatro? Como editor, como maestro, le debemos un notable impulso y apoyo a los jóvenes dramaturgos, al teatro mexicano y latinoamericano, al teatro para niños, sobre lo cual queda constancia en los volúmenes de Editores Mexicanos Unidos Teatro joven de México, Más teatro joven, El arca de Noé y Jardín con animales.