En ciertas etapas o circunstancias de la vida el tiempo parece fragmentarse en una sucesión de periodos insignificantes, intrascendentes, dignos sólo del olvido. En otras, en cambio, se busca atesorar cada instante, conservar uno a uno los infinitos momentos que componen un gesto: una sonrisa, una mirada… un nacimiento.
Verónica de María, libro del poeta jalisciense Raúl Bañuelos (La Zonámbula), subraya estos pequeños momentos, los cuales convierten la vida, la existencia, en algo valioso, en algo que vale la pena vivirse. El título alude a su hija, y los versos recuperan la experiencia, la intensidad emocional del padre ante el asombro (que en algún momento será un sinónimo de milagro) del nuevo nacimiento, del nuevo ser que va creciendo y desarrollándose ante sus ojos.
Como en todo libro de poesía (de poesía, no de remedos de este género), el lector no tarda en descubrir que entre los versos se cuelan temas subterráneos, alusiones veladas a cuestiones fundamentales (de carácter estético, filosófico e incluso metafísico) que enfatizan el asombro gozoso del padre ante esta circunstancia (ser padre). En los actos cotidianos que se recuperan en los poemas, en los gestos, en el transcurrir de los días, subyace el creador (Dios), la estética, la belleza del lenguaje (que debe admirarse también en el silencio), la poesía e incluso aquello que está por descubrirse, por conocerse.
Este asombro y este anhelo de conservar cada instante se remontan desde luego al momento de la gestación, y subrayan el amor implícito en la relación padre-hija: “Cuando tú vengas ya estarás / aquí bienamada” (p. 8); “y te vi cómo naciste / al nacer la vida” (9). La interrogante sobre el azar que define el nacimiento de Verónica de María se puede extender a todo ser humano: ¿por qué nací yo en particular?: “Si había mil formas / y mil no formas / en que negro sobre negro / y blanco en lo blanco / tu existencia no existiera / y tu carnalidad de alma / se deshiciera en el aire / de las posibilidades del azar intocable / ¿cuánta mujer ya niña encarna / en ti el espíritu / de los frutos terrenales?” (7).
De manera específica, en algunos poemas se emplea una técnica cubista para recuperar y grabar un gesto (la risa de la hija) que se descompone en instantes infinitos: “Cien veces me reí en tu risa / y de cien veces / ninguna vez / la perdí” (13). Como lectores, percibimos a un padre que observa embelesado a su hija y graba en su memoria cada gesto, cada risa y llanto, es decir, todo aquello que define su existencia; el tiempo se descompone en diferentes momentos, muchos de ellos opuestos (risa, llanto), y la alegría de ella es como una cura para el padre.
De esta forma, el tiempo es la medida que nos permite dimensionar la felicidad, el asombro, las revelaciones. Se recuperan, por medio de la poesía, todos los instantes que definen la existencia de Verónica de María y la manera como su papá los asimila: los primeros pasos (caminar es un sinónimo de aprender).
Así, un tema de los poemas es el descubrimiento del mundo, la maravilla ante lo nuevo, y si bien este asombro y este descubrimiento es para la bebé, lo es también para el padre. Por ello, las primeras palabras se mencionan como parte del desarrollo de Verónica de María y corresponden a la maravilla de la primera vez: los primeros sabores, la primera risa… La lluvia forma parte de este asombro ante lo nuevo, de la esencia vital de la niña y del padre, entre quienes se establece una relación simbiótica y empática: “Tanta eres en una misma tú: / que multiplicas el nosotros” (19); “te veía mirar la lluvia / […] y era el asombro de verte llover” (27).
El arte (y en este caso particular, la poesía) permite eternizar aquello que nos parece significativo, así que cada gesto de la hija se eterniza en la memoria del padre. El nacimiento también se define como algo estético: la vida y la poesía existen por primera vez en un nuevo nacimiento y en un nuevo poema: “llegarás de contrabando / como un poema verdadero” (10). Cada gesto tiene su sello particular: se habla de una “mano de ponerse el zapato” y de una “cara de circo”, por ejemplo.
En este contexto la percepción resulta fundamental. Los versos (y con ellos las palabras, los significados y conceptos, la música, los temas) involucran a todos los sentidos: la vida se percibe en su totalidad. En este punto se subraya la capacidad de ir conociendo el mundo a través de los sentidos y de asombrarse por ello.
Desde los primeros poemas, al describir los objetos que conforman el universo vital de Verónica de María, a través de una ventana se percibe un árbol. Y esta visión enlazará estos primeros textos con la última parte del libro, dedicada al tema de los árboles (la deforestación). Podríamos pensar que el mundo en el que le tocará vivir a ella no será el mejor de los mundos posibles.
El árbol, como parte de la existencia de Verónica de María, de los objetos que conforman su universo, se relaciona con el conocimiento, la vida, la muerte: “El árbol de la vida tiene semillas / donde florece y da fruto / el árbol de la muerte” (23). La relación árbol-niño es vital, vinculado incluso con la cuestión estética; corresponde a los temas subterráneos que menciono líneas arriba.
“Si un tren silba en la lejanía / una infancia multiplica con tierra / libre la tierra. / Reaparecen entonces las apariciones naturales. / Y brotan aguas desde el cielo. / Nacen árboles para el aire. / Y la flor de los vientos / disemina música. / El agua de la lluvia siembra / árboles al temporal. // Pero hoy llueve sin las lluvias: / otro árbol antiguo murió / matado por la máquina. / El polvo reina en las cabezas / y las banquetas imperan sobre el mundo” (49).
Aparecen también, un poco perdidos, dos poemas que podríamos caracterizar como de contenido social, que deploran, por ejemplo, el trabajo infantil y la deforestación. Vistos en el conjunto del libro, representarían una paradoja ante la felicidad del padre por el nacimiento de su hija, un reclamo a nuestra generación que, como ya señalé en otro momento, heredan un mundo corrompido a sus hijos, y entonces, ¿dónde está el amor hacia ellos?
Pero a pesar de esta paradoja, los momentos vividos con los hijos quedan registrados de manera indeleble en la memoria, en la existencia y en los sentidos de los padres, y estos momentos se recuperan por medio de la poesía, conformando la poética de los pequeños instantes que le dan sentido y hacen tolerable e incluso hermosa la vida.
Raúl Bañuelos. Verónica de María. Editorial La Zonámbula. Guadalajara, 2013.