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El discurso de la princesita

Andrés Guzmán Díaz

Restan pocos días para que sea mi cumpleaños número dieciocho. Lo sorprendente es que no me importa el hecho de que seré oficialmente una adulto, sino que ya debo hacer una elección sobre la licenciatura que quiero estudiar.

Mi padre es músico y mi madre es profesora de matemáticas. Durante años, él me ha dado múltiples charlas acerca de la música: que Elvis Presley fue el máximo exponente del rock and roll; que The Beatles fueron más populares que un tal Jesucristo; que Black Sabbath definió lo que sería el metal; que la música británica siempre rifa; que el grupo más talentoso que tuvo México fue Coda… o Caifanes… o El Tri, ya no recuerdo. Me enseñó además a tocar teclado y guitarra, en ese orden porque siempre dice: “Los que inician tocando guitarra nomás aprenden tres acordes, ligan una chava y se largan a la chingada”. “El tiempo”, decía también, “es el alma de la música. Elisa, debes dejarte hacer por la música pa que el tiempo no se quebre.”

Mi madre, por su parte, nunca se interesó como mi padre en enseñarme su oficio. De cuando en cuando me ponía a hacer unas multiplicaciones con tres dígitos, pero eso sólo durante vacaciones. Una vez llegó a la casa decepcionadísima porque perdió las LVII Olimpiadas Matemáticas Estatales y me dio el examen a contestar como para alegrarse de saber que ella era la única en el hogar con los números retepuestos, lo cual le salió como tiro por la culata porque mis resultados fueron óptimos. “Te me vas a tu cuarto, jovencita”, dijo, “y ni una palabra a tu padre; mejor ponte a rasguñarle a tu guitarrilla, ándale.”

De ninguna otra profesión sé en mi familia. Mi padre dice que el tío Mateo estudió física y hasta hizo sus posgrados y toda la cosa, pero yo ni foto tengo de él, no más las cinco letras de su nombre. La física es una ciencia preciosa. Ya una vez me dijo mi madre que físicos en México no abundan y que sería una opción excelente para estudiar. Me puse a pensar cierto día sobre ello y vaya que le hallé cierto gusto a la trayectoria de los proyectiles, esas parábolas chulas y predecibles; los cambios de la materia, de los cuales mi favorito es la sublimación; el movimiento termodinámico; las leyes de Faraday; las sensuales leyes de Newton…

Sin embargo, un día llegó a mí un libro que me prestó Pablo, mi amigo entrañable, titulado De humanos y otras alimañas. Me fascinó. Sentí que puso mi mundo en otro lugar, que la Tierra ya no era el tercer planeta de la Vía Láctea, que en realidad me movía a miles de kilómetros por hora, que todo iba de un lugar para otro, que mis ojos podían ver ahora lo que antes no… Y pensé que quería dedicarle mi vida a ese cambio que causó en mí ese libro: literatura, pues.

Pero, qué dirían mis padres. Seguro me matan, pensé. “¡¿Literatura, en serio?!”, me van a recriminar. Entonces empecé a idear un discurso para ellos. El plan era visualizar sus futuras objeciones y escribir las respuestas, de manera que terminarían por aceptar.

Su primera objeción será: te morirás de hambre. Escribo: “¿Acaso no hemos tenido ya nosotros días en que frijoles es nuestro único sustento…?”; de hecho, no. No, eso no. “¿Sólo de pan vive el hombre?”; creo que eso es de un libro diabólico. “¿Jamás han sentido ustedes la necesidad…?”; quizá no debería empezar con ese tema.

También debo considerar que me dirán que no me gusta leer. “Bueno, ¿y qué tiene de malo?”, diré, “¿siempre te han gustado las matemáticas, señora madre”?; sí, desde que tiene uso de razón, no seas tonta, Elisa. “Ser o no ser, esa es la cuestión, si los libros son mundos en los cuales puedo explorar y ser una princesita, entonces yo quiero vivir en ellos”; eso suena un poco…, demasiado… no, un asco. ¿Quién fue el idiota que empezó un discurso con “ser o no ser”?

Quizá también me digan que me quedaré ciega. “Tal vez seré ciega para el mundo, pero seré vidente para los ojos de su Dios”; ¡puta madre, es que no se me ocurre nada bueno! Esto pinta como que seré una buena escritora.

Ciento treinta y seis borradores después terminé mi discurso, en el cual defendía a capa y espada mi convicción de querer estudiar literatura en la licenciatura. El 5 de febrero de 2014 desperté a las 7:00, quién sabe para qué cojones, y me arreglé casual porque dicen que las imágenes valen más que mil palabras. Bajé las escaleras procurando no hacer ruido, como si esperara que mis padres estuvieran aún dormidos. La sorpresa fue encontrar a mi padre en la mesa, comiendo Froot Loops.

—¿Adónde tan peinada? —me preguntó.

—Quiero hablar con ustedes de algo muy importante —respondí.

—¿Estás embarazada?

—Papá, no empieces. ¿Dónde está madre? Tengo una sorpresa que les encantará, he decidido estudiar literatura.

—Ta bien, mi hija. Tu madre se largó ayer en la noche con Gerardo, cito, “un tipo al que le sobra lo que a ti te falta”. Nos divorciaremos.

—Bueno. Mejor busco trabajo para mantenernos, ¿no? Y ni me mires así, que no pienso cantar contigo en los camiones.

Rasgué la hoja con el discurso por la mitad; me rasgué por la mitad; la Tierra entera, con sus tres mil cuatrocientos millones de años, se rasgó por la mitad.

España María José Mures Salvador Enríquez Eva María Medina

México Raúl Bañuelos Eugenia Colunga Teresa Figueroa Víctor Villarreal Velasco Alejandro Olivo Andrés Guzmán Díaz Ramón Valle Muñoz Luis Rico Chávez Rubén Hernández Hernández Rosa Irma Narváez Nieto Carlos Camacho Sandoval
Plástica Paulina García González Armando Parvool Nuño
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