La escena representa el interior de una casa vieja, casi abandonada, en el monte. Al alzarse el telón, la habitación está sola y en penumbra. Lentamente, según comienza la acción, va subiendo la intensidad de la luz. En primer término hay un catre con la ropa revuelta, como si alguien se hubiera levantado recientemente; al fondo una chimenea apagada aunque con algo de leña, y un infiernillo de alcohol; junto a ella una puerta de madera, cerrada, que da al exterior; a la derecha otra puerta conduce al interior de la vivienda. En un rudimentario estante de madera hay botes de comida preparada y bebidas, y en el suelo un cubo o bolsa con desechos. En un rincón, algunos periódicos amontonados y sobre ellos un receptor de radio, a pilas, que cuando funcione lo hará con interferencias, de modo que sólo se oirán palabras entrecortadas. Se supone que es por la mañana ya que, desde el exterior, llega el canto de algunos pájaros. Durante unos instantes solamente se oye a los pájaros. Al poco entra por la puerta del fondo Ignacio. Viene frotándose las manos de frío. Al mismo tiempo, por la puerta de la derecha, entra en escena Pedro.
PEDRO. ¿Qué tal?
IGNACIO. ¡Un frío de la hostia!
PEDRO. Lo normal... aquí siempre hace frío, más que nada humedad. La humedad es lo que más daño hace en estos parajes.
IGNACIO. Ya lo sé. Conozco algo todo esto.
PEDRO. ¿Ya estuviste por aquí?
IGNACIO. Sí, pasé, camino de Francia.
PEDRO. (Con una sonrisa de suficiencia.) O sea... que ya has... has estado en alguna otra acción, ¿verdad?
IGNACIO. (Un poco nervioso.) ¿A qué vienen tantas preguntas? ¿Es que quieres que te cuente mi vida... desde que nací?
PEDRO. ¡Hombre! No te enfades, no te pongas nervioso... es que a veces hay que hablar, ya sé que cuanto menos mejor, sí; pero... ¡este silencio!
IGNACIO. (Disimulando malamente el nerviosismo.) El silencio y... todo, y lo que no es silencio. (Mira fijamente a Pedro a la cara. Hay una pausa en la que los dos hombres se observan mutuamente.) ¡Y... el miedo! ¿no? Porque... ¡todo hay que decirlo! A veces sentimos miedo.
PEDRO. (Dogmático.) ¡Todo no hay que decirlo! Muchas cosas hay que callarlas, y hay que callarlas, precisamente, por la seguridad de todos.
IGNACIO. (Comprendiendo, pero intentando dialogar.) Es que... a veces... si no hablas puedes reventar. (Señalando al interior.) ¿Cómo va?
PEDRO. (Con displicencia.) Bien, bien...
IGNACIO. (Golpea en el suelo con los pies intentando entrar en calor.) ¡Si al menos pudiéramos encender esa chimenea..!
PEDRO. ¡Ni se te ocurra! (Nervioso.) El humo podría dar el cante de que aquí hay alguien.
IGNACIO. (Tratando de tranquilizarlo.) ¡Vale! ¡Vale! No te pongas nervioso, ha sido solamente un comentario.
PEDRO. Parece que los dos estamos nerviosos.
IGNACIO. Sí.
PEDRO. Y... los restos de comida... ¿los has…?
IGNACIO. Sí, los restos de comida están bien enterrados. No te preocupes. No quedan huellas... nada de nada.
PEDRO. (Señalando a la puerta que da al exterior.) ¿Y por ahí fuera?
IGNACIO. Todo normal. A lo lejos pasó un pastor... no se ve ni se oye nada.
PEDRO. (Con un gesto de inquietud.) ¡Bueno... pues a ver lo que dura esto!
IGNACIO. (Señalando de nuevo hacia dentro.) ¿Dices... que va bien?
PEDRO. Mira... tú de lo único que te tienes que preocupar es de que esté aquí, (insistiendo) nada más; el resto es cosa de los otros. (Irónico.) Nos lo han dejado para que lo retengamos, para que lo vigilemos... no para cuidarlo como si fuera una criatura. Es una moneda de cambio, y tú lo sabes, entonces... hay que cuidarla para no perderla, pero no hay que estar sacándole brillo cada cinco minutos. Nosotros a lo nuestro y... lo demás es de “los otros”.
IGNACIO. (Con enfado.) ¡Los otros, los otros! Parece que “los otros” son los dioses.
PEDRO. Muchacho... en estas cosas no caben opiniones personales, ni decisiones unilaterales. Es mucho lo que nos jugamos, ¿sabes? Esos “otros” son los que dirigen y hay que cumplir las consignas, hay que actuar como en un ejército, de lo contrario todo se puede ir al traste. Sabes que llevamos muchos años que nos pisan los talones, ¿no? Y lo malo no es que tú caigas, es que caigamos todos. Tú, como yo, a fin de cuentas somos reemplazables, siempre hay otro que nos puede sustituir, pero la organización no puede caer. (Con gesto de temor.) Además... si caes no creas que te espera... ¡una medalla por méritos!
IGNACIO. Todo eso lo sé. No soy ningún novato. (Se deja caer en el catre.)
PEDRO. ¿Cuántos?
IGNACIO. ¿Cuántos qué?
PEDRO. Años, ¿cuántos años llevas en esto?
IGNACIO. ¡Ah! (Dudando.) Algunos... ¡qué más da!
PEDRO. (Sonríe irónico.) Tuviste buen entrenamiento, ¿eh? No te confías ni a tu compañero. ¡Así debe de ser!
IGNACIO. Sí, así es. Hoy tú eres mi compañero... porque te mandaron aquí, pero mañana... no se sabe. (Se levanta nervioso. Algo agresivo.) Tú hoy estás aquí, cumpliendo una misión conmigo, pero mañana, si te cazan y te aprietan un poco... o un mucho... ¿quién me dice que no cantas todo lo que haya que cantar? Además, llevamos juntos un tiempo... y sólo estaremos así algo más, hasta que den las tres. ¿No es eso?
PEDRO. (Aparentando calma.) Tranquilízate, muchacho. Haces bien en desconfiar, en ser prudente; algunos por imprudentes están encerrados y otros...
IGNACIO. ¡Otros muertos!
PEDRO. Esa palabra no la debes de utilizar, es muy fea. Otros están... ¡desaparecidos! O a lo sumo son héroes porque cayeron por un ideal. ¡Por nuestra patria!
IGNACIO. (Dudando si debe decir esta frase.) Y... ¿y los que cayeron a manos de los mismos? ¿Los que recibieron el tiro en la nuca precisamente por un compañero? ¡En ocasiones hasta por un vecino!
PEDRO. (Sorprendido.) ¿Has llegado a pensar que esos eran de los nuestros? Los que se fueron del pico, los que quisieron negociar a espaldas de la cúpula, sin duda en beneficio propio, fueron unos traidores y no merecían llamarse compañeros.
IGNACIO. (Mira el reloj. Tratando de cambiar de conversación y señalando a la puerta de la derecha.) Creo que le voy a llevar algo, un poco de café, ¿no te parece?
PEDRO. Sí, llévale algo de comer también. (Sonríe con maldad.) No sea que haya que liberarlo y lo devolvamos famélico; por lo menos que no nos acusen de...
IGNACIO. (Va al fondo, donde está la chimenea, y pone a calentar en el infiernillo un jarro de café.) Es que... lo menos que tenemos que hacer es darle alimento, ¿no?
PEDRO. ¡Yo no he dicho que no lo hagas! Incluso esa es una de tus obligaciones, además de vigilarlo. Y... así hasta que llegue el momento, hasta que nos avisen... ¡a las tres!
IGNACIO. (Inquieto.) Pero... ¿qué tres, Pedro? Nos dijeron que a las tres, sí, pero no de qué día, ni si de la mañana o de la tarde... ¡no sabemos nada! (Con desconfianza.) O... ¿es que tú sabes más que yo?
PEDRO. ¡Es que no hay que saber nada! En estas cosas cuanto menos se sepa, mejor, ¡mejor para todos! Si no sabes no te comprometes, en un momento determinado, a tener que hablar, a poder delatar a los compañeros. Y él (señalando a la puerta de la derecha) si lo ignora todo, ¡también mejor! (Señalando el aparato de radio que hay sobre los periódicos.) Más tarde encenderemos la radio y sabremos cómo van las cosas.
IGNACIO. No te fíes, a veces dan noticias falsas para confundirnos. Manipulan las noticias.
PEDRO. Nosotros también tenemos nuestros medios de información y... (con gesto de astucia) sabemos interpretar. Ya sabes: las guerras se ganan con información, no con cañones... aunque las pistolas hagan falta.
IGNACIO. Sí, ya. (Ha terminado de calentar el café. Coge el jarro y se acerca a la derecha.) Voy a llevarle esto, ahora vuelvo.
PEDRO. (Haciendo un gesto de silencio.) ¡Cuidado! No hables mucho, solamente lo preciso; si te vieras en apuros te podrían reconocer por la voz. ¡Y cúbrete la cara!
IGNACIO. (Saca un pasamontañas del bolsillo y se cubre la cabeza.) Sí, no te preocupes. No hay cuidado, mi voz es parecida a otras muchas. (Sale de escena por la puerta de la derecha.)
PEDRO. (Enciende un cigarro, coge uno de los periódicos que hay amontonados y lo lee.): “Me marcho porque no se puede vivir”. (Sonríe.) ¡Claro! ¿Cómo vas a poder vivir en un sitio al que no amas? El hombre es de la tierra en la que nace y la tiene que querer como a su madre... (Displicente, a las páginas del periódico.) ¡Pues márchate! Pero... ya te encontraremos si hace falta, no te preocupes que sabemos esperar y buscar. ¡Y todo porque unos chicos le tiraron un bote de pintura a la fachada de su casa! (Irónico.) ¡Ya! El bote de pintura llevaba algo de gasolina... pero no fue nada, un pequeño incendio que apagó la criada con un cubo de agua. (Pausa.) Porque, eso sí, ellos tienen criadas, y automóviles de lujo, y guardaespaldas... ¡no les falta de nada! Tienen hasta obreros que tapan con pintura los cuatro dibujos que algunos chicos les hacen en las fachadas de sus lujosos hotelitos... ¡burgueses asquerosos! Si no se sienten de esta tierra ¡que se marchen! (Toma la radio que hay sobre el montón de periódicos y la enciende.)
VOZ RADIO. (Solamente se puede escuchar un ruido de fondo, como cuando no se sintoniza ninguna emisora. Ocasionalmente alguna palabra aislada. Según conveniencia del montaje este sonido puede llegar al público desde el propio aparato de radio o a través de los altavoces de sala.) Las fuerzas de seguridad... búsqueda... piso franco... ciudad... comando itinerante... el joven... casarse... su hermana...
IGNACIO. (Entra en escena por donde salió, quitándose el pasamontañas.) ¿Hablabas solo? (Reparando que intenta escuchar la radio.) ¿Dicen algo?
PEDRO. (Apaga la radio.) No... bueno, sí; (confuso) comentaba para mí mismo lo que dice este periódico. Como los periódicos también son de ellos... dicen lo que les da la gana. Lo pintan todo del color que más les gusta. También intentaba oír la radio, a ver qué están haciendo “esos”, pero... hay interferencias. (Suelta la radio en el suelo.) Luego, más tarde probaremos de nuevo; ahora, por lo que he podido oír, lo están buscando. ¡Claro!
IGNACIO. (Acercándose el periódico.) A ver... (Lee para sí.) ¡Ya! Bueno... pues que se vaya a otra universidad, habrá muchas en las que pueda dar clases; si no se siente cómodo en esta tierra...
PEDRO. No se trata de que se sienta cómodo. Esta situación no es cómoda para nadie, pero se trata de que colaboren con la causa. Si no están para echarse a la calle... que aporten dinero. (Transición. Señalando a la derecha.) ¿Cómo va... ése? ¿Se le pasó... el miedo?
IGNACIO. El miedo no se pasa fácilmente, pero... yo diría que empieza a comprender.
PEDRO. ¡Me alegro! Es bueno que comprenda, eso nos harás las cosas más fáciles. ¿Le dijiste algo? ¿Qué le has dicho?
IGNACIO. (Dudando.) Bueno... algo le he dicho, sí; le expliqué los motivos, que tenemos que forzar la situación para que suelten a nuestros compañeros... y lo empieza a entender. Le he puesto su propio caso: que estar retenido no es plato de gusto para nadie, y le he puesto el ejemplo de que él se viera en la necesidad de conseguir la libertad de un amigo, de un compañero... o de varios. Ya le he explicado que quisiéramos que estuviera más cómodo, pero que... dadas las circunstancias no nos es posible hacer más. También lo animé diciéndole que a las tres lo soltaremos, que estamos en espera de que nos pasen instrucciones.
PEDRO. (Complacido.) ¡Tienes habilidad, muchacho! Se nota que has estudiado en un buen colegio. Cuando yo tenía tu edad... éramos bastante más brutos... bueno, no más brutos, pero sí menos sicólogos. También es verdad que eran otros tiempos: entonces muchos simpatizaban con nosotros y nos jaleaban porque suponíamos la oposición frontal a la dictadura... ¡y los había que estaban en contra del dictador! ¡Pero no tenían cojones para hacerle frente! (Pausa.) La verdad es que había que tenerlos bien colocados para jugársela entonces. Nosotros les hacíamos el trabajo sucio. Después... todos esos no han entendido nuestra lucha y nos han abandonado o, lo que es peor, se han convertido en nuestros enemigos. Ellos se han situado y nos han dejado solos en busca de nuestra libertad.
IGNACIO. (Con gesto disimulado de extrañeza.) ¿Nuestra? Si es libertad será de todos, ¿no? Yo me metí en esto porque me hablaron de libertad y... esa es una palabra que ilusiona a cualquiera, sobre todo si se es joven. Pero... veo que las cosas no van por ahí. Ese hombre (señalando a la derecha) que tenemos ahí...
La luz baja lentamente hasta llegar a penumbra. Los dos hombres se quedan inmóviles. A lo lejos se oye una campanada. De nuevo se dejan oír los cantos de los pájaros. Ignacio hace un gesto de estremecimiento. Vuelve a subir la luz.
PEDRO. (Tomando movimiento. Se da cuenta de la inquietud de Ignacio.) ¿Qué te pasa? ¿Te alteran los relojes?
IGNACIO. (Toma movimiento. Tratando de disimilar la inquietud.) No, pero... según se acerca la hora me pregunto qué decidirán que hagamos con (señalando hacia dentro) él. Y... hagamos lo que hagamos... luego hay que salir de aquí, no lo olvides.
PEDRO. (Aparentando tranquilidad.) Pues... será como otras veces: terminar el trabajo y salir sin dejar marcas. De todos modos, no te inquietes al oír las campanadas; sabemos que nos llamarán sobre las tres... cuando den las tres nos llamarán, sí; (saca un teléfono móvil del bolsillo) esto sonará y... dirán qué debemos hacer. También conoceremos algo por la radio. Pero no sabemos si esas tres serán de hoy o de mañana, o... de dentro de una semana, todo depende de cómo vayan las cosas por allí. Si ceden... lo soltaremos, si no... (hace un gesto de disparar una pistola) ¡y a otra cosa!
IGNACIO. Hay una tercera opción en la que no pensamos... o no queremos pensar: ¡que nos cojan!
PEDRO. ¡Eso no puede ocurrir!
IGNACIO. Sí que puede ocurrir, Pedro; esa es otra posibilidad y deberíamos contar con ella.
PEDRO. (Observa detenidamente a Ignacio. Duda si responderle o no, tras una pausa le habla con un gesto de sinceridad.) Bueno... pues no nos vamos a engañar... esa posibilidad existe, sí. Pero... el riesgo forma parte de nuestro trabajo. Trabajas en lo que tú has elegido y, además, vives de ello... tienes que asumir los peligros. ¡También hay peligro en lo alto de un andamio, o en el fondo de una mina! Creo que nos buscan, de eso estoy seguro, en la radio malamente oí que decían algo de “piso franco”, nos deben de estar buscando en la ciudad, pero sobre todo tratarán de (señalando hacia la derecha) encontrarlo... ¡eso como prioridad!
IGNACIO. (Enfadado, golpea en el suelo con los pies.) ¡Maldita sea! ¡Por qué no lo acabarán de entender! ¡Maldita la gana que tengo yo de tener que liquidar a un hombre joven como éste!
PEDRO. No se dice “liquidar”, esa es una palabra del hampa... se dice “ejecutar”; a fin de cuentas lo nuestro es una lucha armada, una guerra en la que hay, como en todas, dos bandos: nosotros que luchamos por la libertad de nuestro pueblo y ellos, que nos la niegan.
IGNACIO. Todo eso suena muy bien, es muy bonito, muy romántico... ¡la libertad! Pero... desde hace tiempo me planteo serias dudas sobre todo esto. ¡Ya te lo dije antes!
PEDRO. Te aconsejo que no pienses. En una situación como la nuestra, como la de todos nosotros, los que estamos en la lucha, no es bueno pensar; eso te puede llevar a tomar caminos que no están marcados, a decidir cosas por tu cuenta que... se saldrían de las directrices de los de “arriba”. En esto la disciplina y la obediencia son la mejor fórmula. Además (con una irónica sonrisa) sabes lo que les ocurrió a algunos disidentes, ¿no? Lo hemos comentado antes... y supongo que no desearás seguir el mismo camino, ¿verdad? (Hay una pausa violenta en la que los dos hombres se miran con desconfianza.) Hoy tú eres mi compañero, pero mañana, si no hay otro remedio, me pueden encargar que (vuelve a hacer un gesto de disparar una pistola) te facilite un pasaporte. Las cosas son así.
IGNACIO. (En un intento de desviar la conversación.) ¿Comemos algo? (Va hacia el lugar donde están los botes de comida preparada.) Aquí el tiempo se hace interminable. O... si quieres descansa un rato, yo vigilo.
PEDRO. La cosa es hacer algo ¿verdad? Comer... o descansar... ¡Es verdad que en estos casos el tiempo se hace pesado! Es... como una piedra que te fuera cayendo lentamente en la espalda y que... ¡la tienes que soportar! Aunque te vaya partiendo la cintura.
IGNACIO. ¡Es jodido, coño! Yo prefiero la ciudad, perderte entre las calles, vigilar, tomar notas... vivir como un estudiante aplicado (sonríe) sin que nadie sepa quién eres ni a qué te dedicas. (Coge un par de botes de comida y le pasa uno a Pedro.) Toma, no hay mucho donde elegir, pero... alimentará. No sé si darle algo a (señalando hacia dentro) ése.
PEDRO. ¿Más? ¡Lo vas a engordar! (Duda.) Espera, yo voy. (Saliendo de escena por la derecha, lleva en la mano el bote de comida.) Veré si quiere comer.
IGNACIO. (Está solo en escena. Come del bote y se pasea nervioso; mira el reloj, se acerca a la puerta del fondo y luego a la de la derecha intentando escuchar.) Puede que esté flaqueando... ¡ya dudo de todo! ¡Libertad! Sí... cuando me metí en todo esto me hablaban de libertad, pero... me inquieta tener ahí a un hombre, joven, privado precisamente de ella... y sin saber cuál será el final. Si cederán y liberarán a los nuestros, si se pondrán burros y tendremos que ejecutar a éste... (Pausa. Dejando entrever cierto miedo.) ¡Y en todo caso escapar de aquí! Esos perros a veces nos pisan los talones y sé que me juego unos años encerrado. ¡Somos muy luchadores! Sí; soldados de un ejército sin uniforme, pero los ha habido que se han cagado cuando les han echado el alto. (Se pasea inquieto.) Estoy confundido. ¡Maldita sea!
PEDRO. (Entra en escena por donde salió. Tira en una bolsa el bote de comida ya vacío.) ¡Bueno! algo ha tomado... si se tiene que marchar, por lo menos que lo haga con el estómago lleno. (A Ignacio.) ¿Hablabas solo? ¿Tú también hablas solo? (Ríe sin gana.) Eso me recuerda cuando yo era un chaval y tenía que ir por el monte solo... ¡con más miedo que vergüenza! Caminaba silbando y canturreando para ahuyentar los miedos.
IGNACIO. ¡Algo de eso! ¡Esta maldita soledad me desespera! Y más el estar así... solo en espera de...
PEDRO. Sé que prefieres los trabajos de información en la gran ciudad, ¿eh? ¡Tú eres un hombre de capital, de ciudad! Te gusta moverte entre la gente, pasar desapercibido, ver y sentir que nadie se fija en ti, ¿no es así? Yo, en cambio, no me siento incómodo aquí... me crie en el monte; estos paisajes me son familiares. (Pausa.) ¿A qué te dedicabas antes de... estar con nosotros?
IGNACIO. Hace tiempo que estoy con “vosotros”, como tú dices, pero antes trabajaba en una fábrica... ¡hasta que la cerraron!
PEDRO. (Haciendo aspavientos.) ¡Ah! La crisis del gran capital... cuando no pueden hacer frente a las deudas... se declaran en quiebra y... ¡a tomar por el culo los trabajadores! Pero, eso sí, ellos ya han dejado a buen recaudo su capital personal... o lo han puesto a nombre de un pariente, de los hijos... ¡ellos nunca pierden! ¡Y luego se niegan a colaborar con nosotros, a darnos esa parte de los impuestos que nos corresponden para poder seguir la lucha!
IGNACIO. El empresario del que yo hablo nos pagó, pero no a los trabajadores, sino a la organización. Fue después de varias cartas... ya sabes: haciéndole razonar la necesidad que se tenía de su ayuda. Entonces soltó unos millones, pero... se le siguió exigiendo y parece que llegó un momento en el que no podía más. Decidió marcharse de aquí, lo dejó todo, cerró la fábrica y nos vimos en la calle. Fue cuando conocí, a los pocos días, a un chico en un bar y... me habló de esto.
PEDRO. (Con dudas.) Y... ¿lo tomaste como una forma de no estar en el paro?
IGNACIO. ¡No digas eso! Yo simpatizaba con vosotros, tenía información de todo... ¡bueno! de casi todo, y sabía de qué se trataba; pero solamente fui activo en algunos momentos en la fábrica... pasé notas a un compañero que estaba más en el asunto. Cuando me quedé sin trabajo comprendí que era el momento de dedicarme más plenamente.
PEDRO. Bueno, con eso te ganamos para lo nuestro. Tenemos que ampliar la estructura, es necesario que otros, que no estén “quemados”, tomen parte en todo esto. No basta con crear tensión, no es suficiente recaudar dinero para seguir, hace falta gente que siga mentalizando a la sociedad, que le haga ver la necesidad de que se nos tome en serio.
IGNACIO. ¿Y tú? ¿Se puede saber a qué te dedicabas o…?
PEDRO. (Con desconfianza.) ¿O... qué? No debes de hacer tantas preguntas, muchacho; hablar es malo, puede ser malo... no sabes quién te escucha. (Pausa.) ¿Tú sabes quién soy yo? ¿Sabes de dónde salgo y de dónde vengo?
IGNACIO. No, no lo sé, por eso lo pregunto. Yo te he dicho algo de mí... ¿no? Pues por eso te preguntaba, por saber de ti.
PEDRO. ¿Por saber de mí o... por hablar? ¡Vamos, como yo hacía cuando iba por el monte: canturrear y silbar! (Intentando razonarle.) Pero... la diferencia es que a mí, en el monte, no me oía nadie, nadie escuchaba lo que decía... ¡ni lo que cantaba, ni lo que silbaba! A ti, en cambio, te escucho yo.
IGNACIO. (Comprendiendo que ha sido inoportuno.) Perdona, tienes razón, nunca se sabe. Hay que desconfiar, es cierto, pero... yo creía que tú... como yo te he hablado... te he contado... de mí...
PEDRO. (Con enfado.) ¡Pues no debiste hacerlo! Y si te sigo preguntando... ¡seguro que me cuentas hasta el último detalle de tu vida, de tus amigos! (Gritando.) ¡Y quizá con números de teléfono y direcciones!
IGNACIO. (Llevándose un dedo a la boca y señalando a la puerta de la derecha.) No alces la voz... te puede oír.
PEDRO. No hay cuidado, le puse unos tapones en los oídos... le dije que necesitaban descasar y que así no le molestarían los ruidos de los camiones que pasan a esta hora.
IGNACIO. ¿Eso has hecho? ¿Eso le has dicho? ¡Pero... si por aquí no pasan camiones!
PEDRO. Por eso.
IGNACIO. (Tratando de suavizar la tensión.) Bueno, Pedro... perdona por lo de antes; es verdad que ¡no se debe de hablar! Lo que pasa es que en esta situación, si no charlas con el compañero... si no buscas y encuentras confianza en alguien...
PEDRO. En esto el silencio vale mucho. Y es que ellos también tienen sus armas, sus chivatos, sus infiltrados... ¿sabes? y nunca se está seguro. Hoy soy tu compañero, estamos aquí haciendo un trabajo, el trabajo que nos han mandado... ¡y nada más! Mañana no sabemos dónde estaremos cada uno de nosotros. ¡Te lo vuelvo a repetir! Podemos hablar, sí; pero de cosas... sin importancia, nunca entrando en detalles de la vida ni las costumbres de cada uno. ¡Y menos de los familiares o de los amigos! (Aleccionador.) Es que... ya te digo, Ignacio, no sabemos mañana dónde estaremos cada uno.
IGNACIO. ¡Eso quisiera yo! ¡Que mañana estuviéramos en otro lugar! (Señalando hacia la derecha.) Esto de ahora no me gusta, te digo la verdad... aunque perezca una obsesión.
PEDRO. No estamos para hacer el trabajo que nos guste o que no nos guste, ¡estamos para hacerlo!
IGNACIO. (Nervioso.) ¡Ya lo sé! Todo eso lo asumí cuando entré en esto, pero hay cosas que me cuesta entender. Me parece bien recaudar dinero de los empresarios, vigilar y controlar... ¡hasta comprendo que haya que matar para sobrevivir, para defendernos! pero...
La luz baja lentamente hasta llegar a penumbra. Los dos hombres quedan inmóviles. A lo lejos se oyen dos campanadas. De nuevo se dejan oír los cantos de los pájaros durante unos segundos hasta que vuelve la luz.
PEDRO. Siguen dando las horas... se hace largo el tiempo aquí, ¿verdad?
IGNACIO. Mucho...
PEDRO. (Tomando movimiento.) Supongo que... estarán negociando; no querrán perder a uno de los suyos, es lógico; además... ¡está su prestigio político y policial! Aunque habrán hecho la jaula y tratarán de que no salga ni dios. Para ellos sería un triunfo localizarlo. Si lo ven difícil, como se lo estamos poniendo, negociarán y cuando sepamos que han puesto en la calle a los chicos... soltaremos a éste. Tan pronto ocurra eso nos (saca el teléfono móvil y lo deja sobre el catre) darán un aviso. La cabina desde la que harán la llamada está controlada, no hay problema de que nos localicen.
IGNACIO. (Tomando movimiento.) Eso espero. Pienso que si para ellos sería un triunfo localizarlo... ¡Y para nosotros resultaría un fracaso!
PEDRO. Bueno... tampoco hay que tomar como un fracaso el que se lo puedan llevar vivo, sería un fallo nuestro, pero no un fracaso, se conocen los riesgos; el fracaso sería si dieran con este sito y con nosotros. Esta casa quedaría “quemada” y a nosotros nos costaría unos años de sombra.
IGNACIO. Parece que ahora no piensas nada más que en nosotros y en que este lugar no sea descubierto, pero... ¿te has olvidado de por qué lo hicimos?
PEDRO. No, no lo he olvidado. Tengo muy presente que se trata de liberar a un grupo de compañeros, conseguir que salgan a la calle y se puedan reintegrar a su vida normal, a la lucha, pero... ¡eso ya no está en nuestra mano! Otros se están ocupando de ello, ya lo sabes.
IGNACIO. (Lleno de dudas.) Y... ¿si lo encontraran? Si dieran con nosotros... entre ellos los hay muy expertos, conocen el monte como la palma de su mano.
PEDRO. (Se acerca a la puerta del fondo, la entreabre y observa.) No hay nada nuevo... todo está como cuando vinimos... creo que no tienen ni idea de que andamos por aquí, seguro que se están dedicando a fisgar por la frontera, por las proximidades. (Vuelve hacia Ignacio. Transición.) Respecto a... eso de que “me he olvidado de por qué lo hicimos”, te quiero aclarar una cosa por si tienes dudas hacia mí y... por si volvemos a coincidir en alguna otra operación.
IGNACIO. (Queriendo quitar importancia a lo que dijo.) No te habrás molestado por lo que dije... no era mi intención...
PEDRO. No, si ya lo sé... pero las dudas surgen y lo entiendo. Vivimos en una continua tensión y, como yo mismo te dije en otro momento, no te debes de fiar ni de tu compañero; pero quiero que sepas que no olvido a los que están en la cárcel (pausa, gritando) ¡y tampoco a los que fueron condenados a muerte!
IGNACIO. (En un arrebato de sinceridad.) ¿Me creerás si te digo que tengo miedo? La posibilidad de que me cojan y me caigan veinte años me horroriza... como me horroriza la idea de tener que liquidar a (señalando a la derecha) ése. Es un chaval del pueblo, joven como yo... ¡realmente no ha hecho nada!
PEDRO. Siento decirte, Ignacio, que me parece que empiezas a ser peligroso. Tú hablarías hasta por los codos sólo si te pisan un pie. (Amenazante, exhibiendo la pistola.) Si las cosas se ponen difíciles... en lugar de uno... pueden ser dos los que encuentren en el camino cuando...
IGNACIO. (Muy nervioso.) ¿Me estás amenazando? Empiezo a pensar que todo esto no tiene sentido... que se nos está yendo de las manos, que en algún momento hay que terminar...
Hay una pausa larga en la que los dos hombres se miran con desconfianza. Pedro va a la puerta del fondo y observa el exterior. Ignacio, desde la derecha, mira hacia el lugar donde tiene al secuestrado. Ambos, a un tiempo, van al estante donde están los botes de comida y toman algo para beber.
PEDRO. Tenemos que ir limpiando esto... tardarán poco en llamar.
IGNACIO. ¿Tú crees?
PEDRO. Supongo que sí. Dieron las dos... hace tiempo... (Transición.) Tienes sed, ¿eh? Aquí se seca la boca y ¡hasta el alma! (Sonríe.) Olvida lo anterior, lo que te dije. Yo también, a pesar de los años, pierdo en alguna ocasión los nervios... lo importante es saberse controlar a tiempo, es parte de nuestro trabajo.
IGNACIO. (Recogiendo y metiendo en una bolsa todo lo que hay por el suelo.) Mira que no quede nada... no sea que nos dejemos...
PEDRO. (Riendo.) ¿El carnet de identidad?
IGNACIO. (Con ansiedad.) ¿Por qué no pones el transistor? A ver si hay noticias, a ver qué dicen... alguna pista...
PEDRO. Vamos a ver... puede que haya algo... ya han pasado horas y... ¡tienen que decidir, coño!
Enciende el transistor y nuevamente se oyen ruidos de interferencias.
IGNACIO. (Con curiosidad.) ¿No hay manera de oír nada? Esta zona es mala... (Toma la bolsa con todos los desperdicios y se acerca a la puerta de la derecha. A Pedro.) Voy a recoger lo de aquí dentro. (Sale de escena por la derecha.)
Pedro se mueve por la habitación intentando encontrar un lugar desde el que sintonice bien la radio. En un momento se oyen, como antes, algunas palabras entrecortadas.
VOZ RADIO. Manifestación... secuestrado... cercano el final... delincuentes... el país se manifiesta... (Siguen los rudos durante algunos segundos.)
PEDRO. (Inquieto.) ¿Cercano el final? (Golpeando el transistor.) ¡Maldita sea…! ¡Pero... qué final!
IGNACIO. (Entra en escena por la derecha con la bolsa de desechos. A Pedro, de quien ha oído la última frase.) ¿Ya? ¿Hay noticias?
PEDRO. Malamente escuché que decían algo de que se acerca el final, pero... ¡vete a saber si el final es el...
IGNACIO. El de uno o el de otros, ¿no? ¿Es eso lo que ibas a decir?
PEDRO. (Con nerviosismo.) ¡Sabes que sólo hay un final posible: que suelten a los nuestros y les entregamos el suyo!
IGNACIO. (Contundente. Gritando.) Hay otro: que se nieguen a sacarlos de la cárcel y que tengamos que matar a éste. No habremos resuelto nada: ellos tendrán un héroe y nuestros compañeros seguirán igual. Esto último es lo más fácil: ellos no pueden ceder ante las presiones; ellos, a estas negociaciones, les llaman chantaje. Además... (Sale muy deprisa por la puerta del fondo con la bolsa.)
PEDRO. (Inquieto, va tras Ignacio esperando que termine la frase.) Además... ¿qué? ¡Habla! (Sale de escena por la puerta del fondo.)
La escena queda vacía. Tras un breve silencio empieza a sonar el teléfono móvil que Pedro dejó sobre el catre. Hay una pausa y en el exterior se oye una ráfaga de ametralladora. Inmediatamente entra Pedro corriendo, como huyendo de alguien, con la pistola en la mano. Cruza la escena, sale de ella por la puerta de la derecha y se oye un disparo seco. La luz baja de intensidad hasta hacerse un oscuro y en él alguien da una patada a la puerta del fondo derribándola. Nuevas ráfagas de ametralladora en escena. Suenan tres campanadas y cae el
Telón