Al presbítero Tomás de Híjar Ornelas
y a la doctora Patricia Rosas Chávez
El jueves 12 de abril de 1984 don Zenaido Michel Pimienta exhaló su último suspiro. Tendría yo dieciséis años. Recuerdo que lo velamos toda la tarde de ese día y la madrugada del siguiente en Capillas del Carmen, hoy funerales Gayosso. El cortejo fúnebre, que partió casi a las diez de la mañana del 13 de abril, lo componíamos sus diez hijos, algunos nietos, varios bisnietos y distintas personas ajenas a su estirpe: todos íbamos en la procesión con el mismo desconsuelo de ver partir a un familiar muy querido… a un jalisciense ilustre.
Una vez oficiada la misa de cuerpo presente, en el templo de San Miguel, ubicado por la avenida Hidalgo casi a la altura de Enrique Díaz de León, el séquito enfiló hacia el histórico panteón de Mezquitán para inhumarlo. Sería un mediodía gris, tal vez, con presagio de lluvia, cuando el féretro descendía conduciendo el cuerpo inerte de mi padre al lugar de su última morada: las lágrimas incontenibles de su dilectísima Gaby Michel, hija menor de don Zenaido, quien contaba con diecisiete años, fueron así el colofón dramático que cerrara su largo ciclo de vida.
El profesor Zenaido Michel Pimienta nació en Chiquilistlán el año de 1882. Más de sesenta años los dedicó a instruir e informar —con la ética del servicio y de la honestidad— a la sociedad jalisciense y tapatía de la primera mitad del siglo XX y de mediados de la segunda.
De manera esporádica suelo visitar la modesta cripta donde descansan los restos mortales de mi padre. Murió cuando sólo le faltaban dos meses para cumplir ciento dos años de vida. Saberme una extensión de un árbol tan antiguo, sabio y célebre me hace sentir un profundo agradecimiento con la vida, un especial honor y, a la vez, un gran compromiso. Estas líneas pretenden honrar su memoria y mostrar una breve exposición de su infatigable quehacer profesional.
De mi longevo progenitor, el ilustre profesor jalisciense don Zenaido Michel Pimienta, con quien conviví los últimos años de mi infancia y buena parte de mi adolescencia —frisaba los 85 años cuando yo nací—, aún guardo un recuerdo muy nítido: era un personaje elegante que vestía, con mucha regularidad, traje cruzado en tonos serios y usaba sombrero clásico de fieltro; poseía una notoria cabellera entrecana que con frecuencia recortaba; iba a afeitarse, por lo menos una vez cada quince días, en alguna de las barberías de Santa Tere, en la época en que las navajas de rasurar se asentaban con un cinto de cuero que se sujetaba a un costado del sillón de peluquería; sus nonagenarios ojos, que prescindían de lentes de aumento, gozaban de una expresión nostálgica; sus manos huesudas, de alargados dedos, mantenían gran fortaleza como si fuesen dos fuertes pinzas; los domingos disfrutaba mucho las peleas de box que se transmitían, después de los partidos de futbol, en el programa dominical “Cabalgata Deportiva Gillette”, en voz de Enrique Llanes; fue aficionado al ajedrez, lo recuerdo jugando una eterna partida con su amigo el señor Saturnino Ruiz, quien vivía en una privadita por la calle de Pedro Buzeta, casi esquina con la avenida México; por la mañana, invariablemente, le encantaba fatigar, según me cuentan, su máquina de escribir para redactar sus colaboraciones exclusivas para El Informador, que debía entregar personalmente1 en las oficinas de este periódico, que todavía se ubican por la calle de Independencia esquina con Pino Suárez; en esa época de finales de los setenta, preservaba su gusto remoto por el cigarrillo: me parece aún verlo encender un Raleigh sobre el camellón de la avenida Chapultepec, donde se pasaba algunas tardes leyendo y contemplando el paisaje; su placer, ante todo, consistía en caminar: a sus años recorría con regularidad las céntricas calles de la ciudad; su larga vida se debió probablemente a una predisposición genética y, en buena medida, a que era una persona extremadamente metódica: siempre se levantaba muy temprano, hacía sus tres alimentos a una hora fija, además de la merienda, y su siesta la tomaba entre las tres y las cinco de la tarde; cultivó dos hábitos que consideraba benéficos: tomarse una copita de tequila como aperitivo casi todos los días y, con cierta regularidad, se purgaba el estómago mediante la ingesta de una cucharadita de aceite de ricino.
A sus más de noventa años, edad que tenía cuando llegué a departir muchas veces con él, todavía poseía bastante entereza física y una muy evidente lucidez mental.
En su trato, con propios y extraños, se mostraba, por lo común, muy cortés, amable y bromista: en una ocasión el maestro Ayón Zéster me platicó que don Zenaido le jugaba, con frecuencia, la misma chanza: “Estando en las oficinas de Prensa Unida y desde la primera planta me pedía que descendiera mediante la seña correspondiente; al acudir a su llamado, invariablemente me decía las mismas palabras: ‘baja esa panza, muchacho’, lo que tomaba de la mejor manera”.
Su figura, años después de su desaparición física y lejos ya de mi adolescencia, aún me cautiva, más allá del nexo consanguíneo que me ata a ella, sentimiento que comparto con mi sobrino, el doctor Víctor Manuel Michel Godínez. Y por eso he invertido parte de mi tiempo en indagar sobre la vida y obra de don Zenaido Michel Pimienta. Con tal afán, en mis años de estudiante de la carrera de Letras en la Universidad de Guadalajara, interrogué a personalidades de la Perla de Occidente como el maestro e historiador Francisco Ayón Zéster, al excronista de la ciudad, Juan López Jiménez, y al historiador Ramón Mata Torres, quienes coincidieron, cada uno en momentos distintos, en señalarlo como un profesor e historiador notable del estado de Jalisco.
Quien se dé a la tarea de investigar, sobre todo en fuentes hemerográficas, podrá verificar que a don Zenaido Michel Pimienta se le puede considerar, por méritos propios, como uno de los protagonistas destacados de la historia educativa de Jalisco e incluso del occidente de México, en el lapso que va de la primera mitad del siglo XX a las dos primeras décadas de la segunda. En el diario local El Informador se publicó una nota periodística en primera plana, el sábado 5 de junio de 1982, el mismo día de su cumpleaños número cien, en la que se consigna un exacto encomio de su persona.
Al yo emprender el quehacer de indagar sobre la vida de mi padre he constatado en fuentes documentales la importancia de don Zenaido Michel Pimienta como miembro del magisterio local y lo valioso de sus aportaciones periodísticas que ayudan a comprender el devenir de la historia de la educación en nuestro estado, a la par que consignan aspectos culturales e históricos tanto de su pueblo natal como del de Guadalajara, así como de algunas otras regiones de México. Su testimonio periodístico está ligado inexorablemente a su desempeño como profesor e inspector en varias zonas escolares del país. Al leerlo podemos inferir que poseía un impecable conocimiento de la historia local y nacional que hace verosímil y valiosa su escritura.
La persona y la obra del profesor Michel Pimienta aún pervive en el imaginario colectivo de algunas personas que habitan la ciudad de Guadalajara: el historiador José María Muriá hace mención loable, en el preámbulo de uno de sus discursos, a la figura de don Zenaido; la investigadora Sonia Ibarra, en su libro, Educadores jaliscienses, apoya buena parte de su argumentación en juicios o apreciaciones del profesor Michel Pimienta; en el tomo dedicado a la educación, escrito por el historiador y periodista Francisco Ayón Zéster, de la Enciclopedia temática de Jalisco, se consignan como referencia bibliográfica los dos libros de carácter histórico de mi dilecto padre; Armando Martínez Moya y Manuel Moreno Castañeda, en el tomo VII que se titula La escuela de la Revolución, perteneciente a la colección enciclopédica Jalisco desde la Revolución, coordinada por Mario Alfonso Aldana Rendón, se observa, en el cuerpo del trabajo, a pie de página y en el apartado bibliográfico, el nombre de Episodios históricos de la educación en Jalisco, obra documental y testimonial imprescindible para la historia educativa de nuestro estado.
Actualmente el profesor Zenaido Michel Pimienta es uno de los tres hijos preclaros con que cuenta su tierra natal, según se consigna de modo digital en Wikipedia al buscar los datos sobre Chiquilistlán; su patria chica, a la que siempre tuvo presente, le rinde honores con el hecho de haber bautizado a la biblioteca del pueblo2 con su nombre completo; por último, entre las distinciones que se le han dado está la correspondiente a formar parte de la nomenclatura de las calles de Guadalajara allá por la zona de Tetlán, en una colonia donde egregios profesores jaliscienses nominan sus rúas.
En primera instancia, al profesor Zenaido Michel Pimienta hay que reconocerle su trayectoria en el magisterio local, con extensión a todo el occidente del país. Ocupó varios cargos, desde ayudantías hasta funciones de dirección e inspección escolar. Colaboró estrechamente con directores estatales y federales de educación en Jalisco desde la década de los años veinte hasta muy entrada la de los setenta. Agustín Yáñez, exgobernador de Jalisco, reconoció en don Zenaido a un profesor leal a la causa de la educación en esta región.
Entre sus alumnos sobresalientes, entre otros, se hallan el exrector de la Universidad de Guadalajara Ignacio Jacobo Magaña y el empresario Francisco Javier Sauza, con quien mantuvo una afectuosa y entrañable amistad por décadas.
En el renglón educativo destacan los nombramientos que tuvo como director de la Escuela Superior para Niños de Atotonilco el Alto, Jalisco; director de la Escuela Superior número 5 para niños, en Guadalajara; director de la Escuela tipo “Ramón Corona” en esta misma ciudad; inspector federal de educación en Coahuila, Michoacán y Jalisco; director federal de educación en Colima; inspector federal de colegios particulares incorporados, en los sectores Hidalgo y Libertad de la urbe tapatía; y coordinador general de la sección Jalisco de la Academia Mexicana de la Educación.
Obtuvo las medallas al mérito docente “Manuel Altamirano” por cincuenta años de servicio ininterrumpido, y la “López Cotilla”, otorgada por Decreto número 5974 por el Congreso del Estado a los “Jaliscienses Ilustres”, impuesta por gobernador Agustín Yáñez el 8 de noviembre de 1954.
En el ámbito del periodismo fungió como colaborador de los diarios El Occidental en 1953 y de El informador desde 1955, aunque figura desde 1917 como fundador y redactor de este importante impreso, en el cual sostuvo dos columnas, en épocas diferidas, la primera titulada “Datos históricos de la educación en Jalisco”, y la segunda “Página de mis memorias”, además de que esporádicamente publicaba alguna que otra colaboración exclusiva.
Fue fundador y secretario de Prensa Unida de Jalisco; secretario de la Nacional de Redactores de Prensa e individuo de la Sociedad de Escritores y Periodistas Mexicanos.
Habría que agregar que su desempeño profesional también holló terrenos propios de la historia que le eran reconocidos por profesores, intelectuales y cronistas de la época. Perteneció, como miembro de número, a la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística de Jalisco, filial a la de México.
La admiración que he sentido por mi padre ha despertado mi interés por leer su obra escrita, incluida en tres publicaciones: Episodios históricos de la educación en Jalisco, Del cometa del 82 a los satélites artificiales y Prontuario de ortografía.
El primer libro se publicó en 1960 y propiamente es una selección de textos periodísticos que aparecieron en El Informador durante los años cincuenta, mismos que se pueden consultar en la hemeroteca digital de este diario;3 esta primera obra es una edición de autor que se imprimió en los Talleres Vera y que fue prologada por el historiador local Luis Páez Brotchie quien escribe, entre otras cosas, las palabras siguientes: “A medida que iban saliendo en el órgano publicitario aludido, leí con sumo placer sus artículos, y desde entonces preví que su colección no sólo formaría un puñado de datos sobre tema tan valioso, sino que ya estaba escribiendo usted la historia misma de la educación en nuestro medio regional; […] en mi concepto, lo que usted ha hecho al derredor de tópico tan interesante, es una feliz idea, un positivo acierto en plasmar en su magnífica obra histórica todo el caudal de su experiencia en la materia; […] su impresión no solamente llenará un vacío que antes de usted nadie había colmado, y en el futuro constituirá su libro una obra de consulta indispensable”.
Quienes lean Episodios históricos de la educación en Jalisco, que intenta mantener un orden cronológico en su exposición histórica y educativa, comprenderán que lo que don Zenaido se propone en ella es platicarnos, con mucha fidelidad y de manera clara, documentada y amena, la historia de la educación básica en la primera mitad del siglo XX. Por lo demás, considero que cualquier persona que aborde la historia de la educación en Jalisco, durante la época señalada, necesariamente habrá de citar este breve libro de carácter testimonal escrito por mi padre; de no hacerse así la historia de la educación en nuestro estado estaría trunca.
El segundo libro data de 1975. Es ante todo una obra de carácter autobiográfico. La edición es modesta, en papel revolución, y fue patrocinada por el reconocido industrial tequilero don Francisco Javier Sauza, quien fuera alumno del profesor Michel Pimienta. En este libro, como testimonio de particular estimación, según señala don Zenaido, se escribe la breve historia del Tequila Sauza. Del cometa del 82 a los satélites artificiales es una completísima selección de los artículos periodísticos que aparecieron dominicalmente en El Informador con el título “Página de mis memorias”. De este libro el autor señala en el proemio: “El contenido de los siguientes artículos constituyen mi autobiografía, es decir, versan sobre los acontecimientos de mayor importancia que he presenciado a lo largo de mi existencia a partir de 1882 en que vi la primera luz, pero también hay algunos referentes a sucesos que sin haber sido testigo presencial, me consta su autenticidad y por lo mismo forman parte del material literario de esta obra”. La “Antesala” que acompaña al libro “se debe a la prestigiada pluma del que fuera cronista de la ciudad, señor Luis Páez Brotchie”, quien en ese texto señala: “Las colecciones de este volumen las preparó el laborioso maestro Michel Pimienta; la primera, con el nombre de Remembranzas; luego, El arcón de mis recuerdos, y por último, Del cometa del 82 a los satélites artificiales; es decir, su Autobiografía. Las compilaciones segunda y tercera: Mosaico y Biografías son, respectivamente, las dos ventanas al exterior de su introversión”; escribe además Páez Brotchie que la “primera sección de su libro comienza con una descripción topográfica, geográfica y poética de su pueblo natal y sus alrededores, enclavados en la magnificente sierra de Tapalpa, al sur de Jalisco; emporio metalífero de riquezas imponderables y escenario por las noches de la infancia del maestro de un festín de luciérnagas, que a tal asemejaba el chisperío brotante de los chunques y martillos de las fraguas de Chiquilistlán, donde se beneficiaba el hierro al compás armonioso de aquellos martinetes en una especie de sinfonía, de campanillas y cascabeles”. En su reseña de este libro, Luis Páez precisa: “Integran la primera parte del libro 74 capítulos […] refiriéndose [algunos] al tema educativo a lo largo de la vida del autor; a sucesos autobiográficos por orden cronológico, y a otros temas curiosos e interesantes. La segunda parte, Mosaicos, la constituyen capítulos —25 en total— de crítica literaria o comentarios bibliográficos, y sucesos relevantes de orden cultural, sin faltar relatos de viajes o de materia filosófica. La tercera —Biografías— se compone de 21 capítulos”. Por último, el texto del historiados Páez Brotchie consigna el extenso curriculum vitae de don Zenaido y concluye con las siguientes palabras: “Este libro, pues, magnífico en su fondo y amenísimo en su forma, por la sencillez de su prosa, accesible a todas las mentes y despojado de toda ampulosidad retórica, viene a ser el segundo tomo de su opera omnia, ya que es una verdadera continuación de sus Episodios históricos de la educación en Jalisco. ¿Y qué decir de su persona? Cuando se es un perfecto caballero en todas sus fases, se es, también, un ciudadano modelo”.
El tercero y último de los textos del profesor Michel Pimienta es un pequeñísimo folleto de carácter preceptivo que reúne las principales reglas ortográficas: el afán que el profesor Michel Pimienta perseguía con esta obra era el de hacer circular un tomo breve que permitiera consultar de forma pronta y sin rodeos las normas que orientaran, a los escolares del nivel básico, en el empleo correcto del uso escrito de la lengua.
En la introducción a esta “útil síntesis auténtica, en lo que corresponde, a la gramática publicada por la Real Academia Española, en su más reciente edición, efectuada el año de 1920”, como refiere don Zenaido, se lee: “Al margen el sello de la Universidad de Guadalajara. Debajo: ‘Instituto de Antropología e Historia. U. de G. I. N. H. A. Universidad de Guadalajara. Guadalajara, Jal., Méx. Miguel Blanco 1405. Dentro: ‘Guadalajara, Jal., a 16 de noviembre de 1978’ Sr. Profr. Zenaido Michel Pimienta. PRESENTE. Visto detenidamente el trabajo que ha puesto a consideración del Instituto Jalisciense de Antropología e Historia, mismo que se intitula Prontuario de ortografía, para uso de las escuelas primarias y después de leerlo con detenimiento e interés, lo he encontrado de gran utilidad y no menos necesidad para la niñez y juventud que reciben instrucción elemental en Jalisco, en el Departamento de Educación Pública del Estado Federal. Ojalá este pequeño gran trabajo sea publicado y distribuido lo más pronto posible, en bien y para bien de las generaciones que nos preceden de nuestro querido México de la inigualable tierra que un día nos viera nacer: Jalisco. ATENTAMENTE. EL SECRETARIO ENCARGADO DEL DESPACHO DEL I. J. A. H. Lic. José Luis Razo Zaragoza’. Rúbrica”.
Es larga la lista de autores —nuevos y no tan recientes— que han escrito acerca de Guadalajara, entre algunos de ellos se hallan: Francisco Ayón Zéster, con Asuntos tapatíos y Paseo Filipense; de Víctor Hugo Lomelí Suárez, Guadalajara, sus barrios(1980) y Guadalajara, historia de una vocación, edición conmemorativa del primer centenario de la Cámara Nacional del Comercio de Guadalajara(1988); de Juan López Jiménez, El San Juan de Dios, río de Guadalajara (1977), Guadalajara alma y piedra (1978) y Guadalajara a la llegada de fray Antonio Alcalde (1993); Juan B. Iguíniz, Guadalajara a través de los tiempos, tomo I y tomo II (1955), ediciones del Banco Refaccionario de Jalisco; Magdalena González Casillas, Guadalajara, sus monumentos (1980) y Voces de Guadalajara (1990); de J. Ignacio Dávila Garibi, Memorias tapatías, ediciones del Banco Industrial (1953); Carmen Castañeda, Vivir en Guadalajara: la ciudad y sus funciones (1992); de Arturo Chávez Hayhoe, Guadalajara de antaño (1960), Guadalajara de ayer, ediciones del Banco Industrial de Jalisco (1956; segunda edición, UNED, 1987), y Guadalajara en el siglo XVI, dos tomos (1991). Los escritores y los títulos podrían seguirse sucediendo, y la relación bien ocuparía un extenso volumen de tópico tan entrañable para quienes presumimos querer al terruño de donde somos oriundos.
A esa lista prolija, que por cuestiones de espacio no doy fe cabal en estas líneas, se agrega la publicación que preparé bajo el título de Memorial de Guadalajara de Zenaido Michel Pimienta y que se editó en coedición bajo el auspicio del Ayuntamiento de Guadalajara y el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Jalisco. En su conjunto este libro viene a ser una compilación de textos periodísticos que refieren directa o indirectamente a esta legendaria ciudad que Beatriz Hernández, por mandato real, fundara el martes 14 de febrero de 1542 por cuarta y definitiva vez.
Me ha pareció conveniente que el libro sobre nuestra ciudad se denominara memorial, que entre otras acepciones le corresponde, al decir de la Real Academia de la Lengua Española, la de “libro donde se anota una cosa para determinado fin”, siendo el de esta edición el de contribuir a desvelar sucesos y sucedidos de la Guadalajara del siglo pasado, y a su vez, traer de nueva cuenta los ojos y las palabras del eximio profesor Michel Pimienta, quien vivió en y para esta ciudad… y quien desde 1912, que se instaló en la calle de Coronilla 28, se constituyó en un testigo memorioso de todo cuanto, dentro, principalmente dentro, del magisterio regional, sucedía… sin dejar de lado lo que pasaba con la vida social y cultural de Guadalajara.
Ordené la obra que refiero en cinco capítulos, que van antecedidos por cuatro escritos: el primero es una entrada a la obra, el exacto dintel, que generosamente ha tenido a bien redactar para esta publicación, el locutor y columnista de El Informador Jaime García Elías; le sigue un texto mío que he intitulado como “Preliminar”, donde hablo de mis recuerdos e impresiones de don Zenaido Michel Pimienta, a lo que añado mi conocimiento de la obra y la razón de ser de este libro; el tercero es una nota periodística que precisa la trascendencia del autor como ciudadano de la urbe de Guadalajara y nativo de Jalisco; el último versa sobre la autobiografía del escritor, su forma singular de vincular, y exponer por escrito, su vida y su obra.
En el capítulo “La Perla Tapatía en el alba del siglo XX” se incluyen, en orden cronológico, los artículos que narran las impresiones que don Zenaido Michel Pimienta tuvo de su primer encuentro con la urbe tapatía; el estado que guardaba Guadalajara cuando él la conoció; sus apreciaciones sobre las transformaciones que sufrió la ciudad en aquella época; la descripción de la zona donde se localiza la casa que habitó al establecerse por primera vez en la capital del estado y, por último, el relato de una costumbre singular que era parte del contexto de la metrópoli en la época de la Revolución mexicana.
“Un borrego muy peludo: episodios de la Revolución en Guadalajara” consigna los acontecimientos y el impacto que tuvo en la ciudad la revuelta civil de 1910 que permeó todos los rincones del país; presenta, también, las anécdotas que reproducen y revelan el clima de incertidumbre y violencia que privaba en la ciudad por aquellos años; y se contiene, además, el recuerdo imborrable aunado a la especial simpatía que don Zenaido sentía hacia la familia del general Álvaro Obregón, por haber fungido como mentor de uno de sus descendientes.
En la existencia del profesor Michel Pimienta confluyen y se amalgaman dos intereses, dos responsabilidades impuestas y asumidas con profesionalismo, pero, sobre todo, con un alto sentido de humanismo social: valorar lo que contribuye a enaltecer al individuo, lo que es digno de admiración y constituye en sí mismo un ejemplo para las nuevas generaciones. “Dos vocaciones: periodismo y educación”, relata el acontecer del periodismo y la bohemia que significa hablar de quienes eran sus principales protagonistas; se preocupó también por hacer la crítica de lo que se publicaba y de traer a la memoria datos curiosos que dan testimonio de una época.
Guadalajara es un mosaico donde caben aficiones deportivas, costumbres, tradicionales, lugares representativos que ahora ya sólo son parte del imaginario de la entidad, así como actividades culturales y festejos populares que aportan al conjunto su propio brillo: en “Mosaico tapatío: sitios históricos y aspectos culturales” se registran varios de los tópicos que muestran el lado social y artístico de la capital jalisciense.
Tal vez, con base en la máxima popular que sostiene que “las ciudades se deben a sus personas”, el profesor Michel Pimienta, con una precisa y amena forma de narrar, emprende la tarea del biógrafo: la ciudad, parece expresar don Zenaido, “vale por la grandeza de sus hombres”. Lo anterior se presenta en el quinto y último capítulo del volumen: “Biografías: celebridades tapatías y jaliscienses”.
El conjunto que forma este Memorial…, en particular el apartado que constituye el cuerpo del trabajo, no está exento de la reiteración que ha sido imposible suprimir: el autor, por tratarse de artículos semanales que se escribieron muchos de ellos con base en el recuerdo, a la distancia de varios años, entremezcla un asunto ya tratado en otro texto. Pedimos, en ese sentido, comprensión y benevolencia del lector. No obstante, la importancia y el valor del libro no se ven afectados.
Ofrezco esta semblanza de carácter biobibliográfica con el propósito de difundir la vida y obra de un importante educador jalisciense que contribuyó con su hacer magisterial y su quehacer periodístico a enaltecer la ciudad que lo recibió en 1912 y de la que fue testigo y artífice de su crecimiento y grandeza durante casi todo el siglo XX.
Ojalá el amable lector de estos renglones acuda a las bibliotecas de la Red de Jalisco y consulte alguna de los libros que se han mencionado en esta reseña y lea directamente a este ameno cronista, historiador pero sobre todo educador nacido el 5 de junio de 1882 en un pueblito de Jalisco denominado Chiquilistlán.
Guadalajara, Jalisco, a 5 de diciembre de 2021
1 Para los años setenta el envío de datos a través de un medio electrónico era aún algo remoto. Además del profesor Michel Pimienta había, en aquel entonces, otros colaboradores que iban a El Informador con cierta regularidad sólo a entregar el texto que habría de publicarse.
2 El dato completo que se consigna en internet sobre la ubicación y el horario de la biblioteca que honra la memoria del profesor Michel es el siguiente: Chiquilistlán, Zenaido Michel Pimienta, Independencia No. 16, Centro, 48640, 385 75 5 50 63 Dif, 9:00 a 12:00 y 16:00 a 19:00, 8:00 a 14:00.
3 La consulta se puede realizar en la hemeroteca de El Informador, en la opción “Búsqueda avanzada”. Se debe escribir, en el espacio que dice “Primera palabra”, el nombre completo de colaborador: Zenaido Michel Pimienta.
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