Novela por entregas
Justo al escucharse un resoplido que parecía venir de ese mamífero marino que emerge y libera aire a presión por sus orificios nasales, el reloj sonó siete campanadas; entonces se abrieron nuevamente las puertas del tren.
—¡Bienvenidos a bordo! —exclamó una voz femenina a todo volumen. Los pasajeros, a toda prisa, inundaron los vagones como si fueran olas humanas, como si el tsunami del deseo de viajar los hubiera alojado ahí.
Tan pronto colocaron sus maletas en los compartimentos, los paseantes se dejaron caer en los mullidos asientos dotados de afelpados almohadones. Luego dos edecanes, una en el primer coche y la otra en el segundo, ayudadas de megáfonos y hablando en perfecto ruso, italiano, inglés y español, se dirigieron así a los pasajeros: “A nombre de la Compañía Bird of the Rails (Ave de los Rieles) les damos la más cordial bienvenida. Agradecemos su preferencia por el tren Destino 6. Esperamos que el viaje les sea placentero. Como se habrán dado cuenta, los dos primeros vagones han sido acondicionados con el mejor confort, grifos de agua potable, W. C. y duchas para damas y caballeros. A continuación conocerán el carro-restaurante, con suficiente capacidad para que todos tomen con verdadero placer sus alimentos; el último carro está dividido en tres secciones: la cocina, los camarotes del personal a bordo y, al final, otra cabina de mando”.
”Sobra decirles las siguientes indicaciones: No fumar en todas las instalaciones del tren. No smoking anywhere on the train’ installations. Sólo está permitido fumar en el área comprendida entre el coche-restaurante y el último vagón. Dicho espacio ha sido embellecido con barandales de hierro forjado, mesas y sombrillas para que usted disfrute el paisaje mientras fuma o juega póker. Al terminar no olvide apagar su cigarrillo y deposite la colilla en el recipiente.
”¿Cómo activar la alarma en caso de emergencia? Es muy sencillo, basta con tirar de la anilla, pull ring in case of emergency.
”Los desayunos serán servidos a las 8:30 de la mañana y las comidas a las 3 de la tarde, la cena será frugal y se servirá a las 8 de la noche. Una campanilla les recordará la hora. Cada día, de común acuerdo con los chefs, nos ocuparemos de que el menú sea diferente.
”Por favor, tengan a la mano su boleto, enseguida pasará el inspector. Gracias por su atención”.
A Petrov sólo le llevó cuarenta minutos hacer el chequeo de rutina, luego entró en la cabina del conductor y dijo: “Todo en orden, Archi. Les deseo un viaje placentero y un feliz retorno”.
Archipenko procedió a poner en marcha el flamante convoy mientras Petrov, con una agilidad sorprendente, saltó al andén acompañado de su lustroso Führer; agitó sus manos y gritó a todo pulmón: “Arrivederci!”, luego cruzó sus brazos sobre el pecho como diciendo: “Los quiero ver a todos de regreso”. Ese mensaje de buenas vibras de Petrov y de las demás personas que habían acudido a la estación para despedir a los paseantes tuvo respuesta inmediata: los pasajeros, asomándose por las ventanillas, agitaron sus pañuelos… Aquello parecía una parvada de garzas que surfeaban sobre un mar vidrioso. Mientras tanto la nave, ama y señora de los rieles, imprimía más y más velocidad; sólo dejaba en la orfandad una estela de líneas gemelas que corren cogidas de la mano, pero no se juntan, y una niebla pegajosa que no quiere quedarse, escala y se aferra al caparazón de acero como si fuera un incógnito que viaja de trampa.
A las 8:30 sonó la campanilla y todos se apresuraron para ir al restaurante. Las sobrecargo, ahora uniformadas cuatro de ellas de meseras y dos de botones, recibieron a los sesenta comensales y los distribuyeron de acuerdo con los dos últimos dígitos de su boleto.
Archipenko, luego de poner el piloto automático, también se dirigió al comedor, pero tomó asiento en el bar; lo mismo hizo Smith. Ambos se saludaron chocando las palmas de su mano y pidieron, para abrir apetito, una copa de coñac. Pareciera que el vino y el buen comer propician la plática. Smith y Archi, tras ordenar sus platillos preferidos, se enfrascaron en amena conversación. Charlaron sobre lo duro que es la disciplina militar; la sensación única, inexplicable, que se experimenta al salir ileso durante el fragor del combate; luego el placer de los sentidos, en su día franco, cuando se iban de parranda y aterrizaban en los burdeles. En fin, no faltaban temas, incluso discutieron sobre el estigma de violador que carga todavía el cineasta Roman Polanski.
Pronto el gran salón se saturó de charlas, risas, sonido de cubiertos, hélices efímeras aquí y allá de aromático café, té y chocolate, todo aderezado con rebanadas de música de famosas óperas: Don Pasquale, de Donizetti; Cavalleria Rusticana, de Mascagni; Nabucco, Rigoletto y La Traviata, de Verdi; La Bohemia y Turandot, de Puccini; El anillo de los Nibelungos, de Wagner, y Las bodas de Fígaro, de Mozart, entre otras.
El almuerzo se prolongó hasta las once. Todos se mostraron satisfechos por haber degustado un desayuno delicioso.
Archipenko volvió a tomar el timón. Smith se echó en su poltrona y dejó que sus largas extremidades se estiraran.
Varios pasajeros, con toda la intención de matar el tiempo, fueron a la zona de fumadores; unos, para fumar un pitillo; otros, a jugar ajedrez o cartas; otros más se divertían acercando el paisaje más lejano con sus binoculares. Los enamorados se gozaban de otra forma: se besaban repetidamente, luego discutían por cosas superfluas mirándose a los ojos tal como se besan y discuten las parlantes golondrinas.
La comida no se quedó atrás, fue de manteles largos. Los chefs volcaron todo su talento en preparar las sopas, el plato fuerte y la ensalada al estilo griego. Los comensales, mientras saboreaban salmón a la naranja acompañado con vino blanco, pudieron apreciar y aplaudir el espectáculo de dos edecanes, las más esculturales, que se disfrazaron de cisnes color rosa, con enormes gafas amarillas, largos picos y patas de avestruz, y así, con esas fachas, ejecutaron a la perfección El baile de las Juanas, obra de su invención. Al escucharse el tema de Zorba el Griego entraron en acción danzando en círculos lentamente, luego se aceleraron al ritmo de la música y, cuando esta alcanzó su clímax, las dos palmípedas se volvieron frenéticas, sacudían su plumaje y sus calzones bombachos, luego una de ellas, con un salto de ballet, trepó sobre su compañera, y así, sin dejar de bailar, se destapó el trasero y se lo enseñó a los asistentes. Ante tamaño desparpajo unos silbaban y lanzaban piropos a las improvisadas bailarinas de cancán, otros, de plano, no pudiendo dominar sus carcajadas, se despatarraron y se orinaron en los pantalones.