Es muy triste despedirse de un amigo después de 34 años de estar compartiendo sueños, proyectos, |esperanzas y penurias… la vida. Por lo que esta nota bien podría llevar como subtítulo Crónica de una amistad que no acaba con la muerte.
Lamentablemente, la mañana del viernes 24 de septiembre de 2021 falleció el poeta tapatío Ángel Ortuño, y su muerte fue un golpe brutal, demoledor, sobre todo por lo inesperado, ya que sólo unas horas antes había charlado con él a través de Messenger.
En pocas horas, las redes sociales se llenaron de mensajes que lamentaban la sorpresiva muerte de este poeta tan peculiar, a sus escasos 52 años de edad.
Por su estilo y personalidad, Ángel Ortuño era todo un showman, un verdadero rockstar, en los diferentes escenarios literarios, locales, nacionales y latinoamericanos, en que se paraba: charlas literarias, encuentros poéticos, presentaciones de libros, propios y ajenos, etc.; asimismo, sus libros eran cada vez más demandados y más apreciados; y su fama en internet crecía día a día.
A través de los años, Ángel fue construyendo su personaje, su “yo lírico”, como él decía, y lo dotó de un look inconfundible: barba, tatuajes, camisetas estampadas, botas industriales, uñas pintadas de negro, todo lo cual lo hacían fácilmente reconocible en el acartonado ambiente de las pasarelas literarias. Con su manera de hablar, de actuar y de escribir se convirtió en un verdadero ídolo para una fiel legión de admiradores. Aunque no le faltaban sus detractores.
Ángel decía que sus libros no eran de poesía, sino de “líneas” o de “versitos”, o los calificaba de abusos y despropósitos, de monstruos, impertinencias y dislates.
Sin pretender ser un enfant terrible, la poesía de Ángel es transgresora y provoca al lector; sus temas recurrentes son la religión, la moral, las buenas costumbres y, por supuesto, la literatura misma. La ironía, el sarcasmo, el halago engañoso son las armas favoritas de Ortuño, las cuales desenfunda de manera ágil y precisa. Y cada palabra tiene la contundencia de un disparo. Y para muchos, es una poesía “rara”, “chistosita”.
La poética de Ángel Ortuño se nutre de múltiples influencias: la imaginería del cine gore y la estética del cine clase B, personajes del cine mexicano, de los cómics, de las caricaturas, la cultura pop, los programas de tele basura, escritores, mediocres y de culto; personajes literarios, bíblicos, grecorromanos y un sinfín de etcéteras se asoman en sus textos.
Ángel decía que sus libros más que poemarios, eran una especie de artefactos que formaban parte de una “máquina mayor”… su idea era exhibir sin tapujos una poética irreverente, irónica, sarcástica, lúdica y blasfema con la cual podía abordar, con un lenguaje muy personal, los lugares comunes, situaciones entre lo rebelde, lo ridículo, lo mítico o lo misterioso para mantenerse en forma.
Es cierto que la poética de Ortuño, muy cercana a Germán List y su estridentismo, no es fácil de digerir. Por lo que no le faltaban los detractores que preguntaban: “¿Eso es poesía?”
En una nota dedicada a la muerte de Ortuño, la escritora Amaranta Caballero Prado menciona: “Escribir una semblanza meticulosa y detallada sobre la obra escrita de Ángel Ortuño… sería tarea exclusiva para una tesista de autodoctorado que dedicara día y noche a investigar e indagar sobre las diversas fases de la obra, inicio, búsqueda, objetivos, probable hipótesis para que, durante el proceso, la tesista se enfermara, tuviera que asistir a terapias para que le recordaran que su vida y salud mental tienen algún valor, y que la obra tal, objeto de su investigación, mejor la deje como está” (Caballero, 2021).
Y estoy totalmente de acuerdo con ella, porque tratar de explicar los poemas de Ángel Ortuño es una misión prácticamente imposible; tratar de comentar sus textos sería una necedad, pues el mismo Ángel consideraba a sus poemas como versitos o dislates.
Por eso, en esta nota, simple y sencillamente quiero hablar un poco acerca de nuestra amistad, de los orígenes de Ángel como escritor y de sus primeros textos publicados.
El jueves 23 de septiembre, alrededor de las 3 de la tarde, Ángel publicó en su muro de Facebook que había salido a una consulta médica y que regresaba a su casa caminando con ciertas dificultades, pues tenía que hacer pausas constantes para respirar. De inmediato le envié un mensaje y estuvimos charlando por Messenger acerca de su salud y de la familia. Me comentó que de las molestias de su pierna ya estaba mucho mejor, pero que traía problemas con un pulmón al parecer debido a una broncoaspiración de ácido gástrico, y me dijo que ese mismo día, a las 7 de la tarde, le iban a realizar una tomografía de tórax para determinar la gravedad del caso… Bromeamos un poco, le expresé mis mejores deseos para que los resultados fuesen favorables y le pedí que me mantuviera al tanto. “Claro que sí, con gusto”, me dijo y nos despedimos.
El viernes 24 me levanté a las 6 de la mañana, como de costumbre, para trabajar un poco en la computadora. Me serví un café y estuve revisando mis correos y mi muro de Facebook mientras intentaba escribir un poema y preparaba algunas clases. Compartí algunas cosas en mi muro y le di like a varias publicaciones, entre ellas algunas cosas compartidas por Ángel; la última la compartió a las 8:38 de la mañana.
A las 11:38 de la mañana, el músico y locutor de Radio Universidad José Alfredo Sánchez publicó en su muro de Facebook el siguiente mensaje: “Me entero de la sorpresiva muerte de Ángel Ortuño... qué pinche mala noticia. Lo lamento muchísimo... aunque en realidad me resisto a creerlo...”, el cual estaba acompañado de una foto en la que Ángel mira fijamente a la cámara.
El impacto fue brutal, demoledor, devastador, sobre todo por lo inesperado. No lo podía creer: ¡Cómo es posible, si apenas ayer por la tarde charlé con él!, me decía. Y lloré, lloré mucho, y cómo no hacerlo si Ángel siempre fue para mí como un hermano menor.
Ángel Manuel Ortuño Sahagún, su nombre completo, nació el 11 de enero de 1969 en Guadalajara, Jalisco, siendo el segundo hijo de un matrimonio formado por madre española y padre mexicano. Y toda su educación escolar, de primaria a bachillerato, la había recibido en colegios de padres jesuitas. Falleció a los 52 años.
Los primeros textos de Ángel Ortuño aparecieron publicados en los fanzines Águila Lunar y Lé Güevoné entre 1988 y 1992. Y luego vinieron los libros.
El primer libro publicado de Ángel fue el poemario Las bodas químicas (Secretaría de Cultura de Jalisco, 1994, como parte de la colección Orígenes).
Siete años después (2001) apareció su segundo libro: Siam, bajo el sello de Filodecaballos.
En el 2003, el poeta Luis Vicente de Aguinaga le propone a Ángel reunir en un solo volumen sus dos primeros libros, añadiéndoles otras colecciones que tenía inéditas, y así nació Aleta dorsal. Antología falsa, 1994-2003 (Arlequín, 2003), para la colección Bajo Tantos Párpados.
Después vinieron más libros de poemas de Ángel Ortuño: Minoica (con Eduardo Padilla, Bonobos, 2008), Boa (Mantis, 2009), Mecanismos discretos (Mano Santa, 2011), Perlesía (Bonobos, 2012), 1331 (Conaculta, 2013), Poemas swinger y otros malentendidos (Bongo Books, Cuba, 2014), Turbo Girl: Historias de la mamá del diablo (Agua Dulce / Trabalis, Puerto Rico, 2015), El amor a los santos (Ediciones El Viaje, 2015), Muñecos infernales (Filodecaballos, 2016), Tu conducta infantil ya comienza a cansarnos (La Liga de la Justicia, Chile, 2017) y Gas lacrimógeno y otras cosas que no son poemas (Universidad de Guanajuato, 2018).
Ángel y yo nos conocimos en marzo de 1987 en la antigua Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Guadalajara, cuando ambos nos iniciábamos en la Licenciatura en Letras Hispánicas. El primer día de clases nos sentamos en butacas contiguas y a partir del primer contacto fue creciendo una entrañable amistad… que no acaba con la muerte.
En esos lejanos días Ángel era un jovencito de 18 años, flaco y lampiño, rudo, sarcástico e irreverente, pero también muy culto e inteligente; aficionado al punk y al rock metalero, sabía mucho de literatura y sus autores, pero prácticamente no sabía nada de las cosas de la vida, le faltaba barrio… Yo era ocho años mayor que él y venía de la vida y la cultura del barrio, de la calle, quizá por eso, sin darme cuenta, me convertí en una especie de mentor y lo consideraba como una especie de hermano menor y nos volvimos cómplices en muchas cosas de la escuela y de la calle. Él me aclaraba mis dudas literarias y yo intentaba explicarle algunos de los misterios de la vida, al grado de que cuando se enamoró de Flor yo fui su confidente y su Celestino. Y me tomo el atrevimiento de mencionar que Flor y Ángel se casaron y tuvieron dos hijas.
En el primer receso del primer día de clases fumamos juntos los primeros cigarrillos de muchos, el último lo compartimos un sábado de marzo de 2020, a las 7 de la mañana, poco antes de que comenzara la pandemia de Covid, cuando Ángel llevó a su hija menor, Lucía, a tomar unos cursos a la Prepa 13 de la Universidad de Guadalajara, donde yo estaba colaborando. “Julio, te va a dar cáncer, fumas demasiado”, me decía Ángel de vez en cuando… ¡Y mira nada más cómo estamos ahora!
En la primera semana de clases en la Facultad Ángel y yo nos tomamos las primeras cervezas en la tienda de don Cuco, que estaba a la vuelta de la escuela, acompañados por Francisco Ramírez, otro buen amigo… Y ese fue el inicio de una interminable bohemia compartiendo charlas y bebidas… Y poco a poco el grupo de amigos fue creciendo como una parvada de cuervos, amistamos con Rigo Mora, Fidel González Muñoz, Juan Carlos Vázquez, José Cárdenas Orozco, Telésforo, Cristina Aguilar, María Elena, Selene, María Rosario y Armando Ochoa Guillén, quien por ese tiempo dirigía una revistita literaria llamada Águila Lunar, de la cual ya llevaba cuatro números publicados.
En febrero de 1988 años ingresé a trabajar como corrector de estilo en el diario El Occidental, descansaba los viernes y vivía solo en un departamentito de la colonia Lagos de Oriente, así que a partir de segundo semestre casi todos los viernes al salir de clases Ángel, Rigo, Armando y yo, más uno que otro colado, nos íbamos a mi casa a comenzar la bohemia y en mitad de la parranda repasar los trabajos y las tareas pendientes, por lo que esas reuniones se convertían en verdaderas francachelas literarias, copiosamente acompañadas por tequila La Parreñita, charanda El Diablito o cualquier otra bebida de mala muerte, ya que el dinero nunca nos sobraba.
Tiempo después, a principios de 1990, se sumaron a la pandilla Alberto Rodríguez González, Arturo Espinoza Maldonado y Ricardo Godoy Ahumada, quienes rondaban por los pasillos de la escuela, aunque no eran alumnos de la Facultad, promoviendo el primer número de su revista literaria Lé Güevoné.
Y fue precisamente en los fanzines Águila Lunar y Lé Güevoné, coordinados por Armando Ochoa (Ek Chak) y Alberto Rodríguez (Esesoio), respectivamente, donde comenzaron a publicarse los textos primerizos de Ángel Ortuño.
Ambas revistas eran una especie de laboratorio para la experimentación literaria.
El haber sido vecinos de butaca durante los diez semestres que duró la carrera de Letras nos permitió a Ángel y a mí desarrollar un canal de comunicación bastante peculiar: prácticamente todos los días en algunas de las clases uno de los dos escribía un comentario acerca de las mismas y nos pasábamos el cuaderno para que el otro contestara, en ocasiones los comentarios eran tan creativos que en más de una ocasión uno de los dos soltó una sonora carcajada en plena clase… este intercambio de cuadernos generaba molestia en algunos compañeros porque pensaban que nos estábamos burlando de ellos, lo cual en ocasiones sí era cierto. Pero también ocurría que muchas veces nos pasábamos el cuaderno con algunos versitos que acabábamos de escribir, acompañados de la pregunta “¿qué opinas?”; y en ocasiones uno de los dos escribía un versito y le pasaba el cuaderno al otro para que le agregara la siguiente línea. Esos fueron nuestros orígenes como “poetas” o escribidores. Y dos o tres de esos poemitas llegaron a publicarse en Águila Lunar o en Lé Güevoné. Y yo aún conservo todos esos cuadernos.
Armando Ochoa comienza a publicar Águila Lunar en 1984, cuando aún era estudiante de prepa, incluyendo básicamente poesía, pero también aparecen dibujos y algunos cuentos muy cortos (o microrrelatos). La revista no se publica de manera regular, pues como lo indica la frase que se lee en todas las portadas, “aparece cada que se nos da la gana”, debido principalmente a la escasez de recursos económicos.
Águila Lunar se declara una revista vanguardista, en el más tradicional de los sentidos, y siguiendo el camino de algunas vanguardias europeas, como el futurismo y el dadaísmo, y de algunas vanguardias latinoamericanas, como el creacionismo chileno y el estridentismo mexicano, se inscribe en esta corriente y propone un nuevo “ismo”: el chambismo.
En su “Manifiesto del arte chambista” (en el número 7 Águila Lunar, diciembre de 1988-enero de 1989), los chambistas declaran que, afectos como son al arte realista, no se limitan por la fantasía; y proponen un nuevo realismo sin saber cuál es el último escalón de la realidad.
Persisten en la actitud rectificante de las palabras, insisten en combinar vocablos, tratando de (con)fundirlos entre sí, buscando la manera se simbiotizarlos. Parece que los chambistas siempre están perfeccionando el mecanismo del lenguaje, desatornillándose las neuronas más acá de las palabras, cuidándose de no poner las palabras y las piezas en el lugar equivocado, tratando de jugar con las formas.
En Águila Lunar las palabras brotan de miradas asfixiadas para untarse en la abstracción de la hoja enfrentada. Hay una atmósfera alquimista que nos envuelve a la hora de entrar al baile. Parece que los chambistas quieren quitarle las telarañas a las palabras.
Para realizar sus objetivos, para alcanzar su finalidad estética, a los chambistas les es necesario transformar el lenguaje, trabajar la materia prima de otra manera, con otros instrumentos, transformar el propio lenguaje buscando la abstracción. Plantean la renovación —o la destrucción— de la sintaxis y la morfología e introducen signos de diferentes sistemas, como de las matemáticas y la música.
Pero Águila Lunar no se limita a trabajar sobre el lenguaje para buscar nuevas formas de expresión, también se aventura a incursionar en el humor, ese elemento tan olvidado y abandonado por Nuestros Grandes Poetas consagrados. En este sentido, encontramos que con mucho sentido del humor y con gran desparpajo e irreverencia se toman frases populares, figuras públicas, mitos, tradiciones y se les incorpora al juego (Valtierra, 1992).
Y cuando Alberto Rodríguez González (Esesoio) y sus compinches de Lé Güevoné se incorporaron a este grupo de amigos también se asumieron como chambistas y respaldaron el manifiesto siguiendo los lineamientos del mismo a partir del número 2 de sus publicaciones.
Y fue precisamente en los fanzines Águila Lunar y Lé Güevoné donde comenzaron a publicarse los textos primerizos de Ángel Ortuño.
Sorpresivamente, los primeros textos de Ángel Ortuño que fueron publicados no son poemas, sino textos que tocan las fronteras del relato corto (o minificciones), a través de juegos retóricos llenos de referencias personales y culturales.
Pero como dijo la escritora Amaranta Caballero: “Escribir una semblanza meticulosa y detallada sobre la obra escrita de Ángel Ortuño… sería tarea exclusiva para una tesista de autodoctorado”.
Así que sin más explicaciones pasemos directamente a los primeros textos de Ángel Ortuño, los cuales aparecen a continuación en orden cronológico, con la referencia al calce de cada uno de ellos.
Ginecofagia
Espero no te moleste. Me he reservado el postre del banquete de tu existencia. No podía permitir que los otros gusanos —los pequeños— me quitaran el privilegio ¡no siempre han de ganar las mayorías! Ellos —los muchos, el plural— dispersarían tu carne en mediocre estallido de existencias mínimas y hubieras dejado-de-ser en vano. ¿Qué tú no hubieras hecho lo mismo? Lo comprendo, el alma sazona al cuerpo en la sartén de la vida y yo más bien resulto soso. Pero hablemos de ti (hablemos ¡plural irónico! oración recíproca —¡ah, la gramática!— de estructura correcta y de contenido dudoso, dicha momentos antes de que tú sin sentirlo me dieras el más profundo beso con tus carnosos labios), de tu vida perfecta que en parte te regreso vía mandíbulas, tendrás que conFormarte con el mal recipiente pero Fui el único que se quitó la tapadera de prejuicios para dejar Franco paso a tu cuerpo.
Sé que siempre te gustaron las buenas maneras; corrección y elegancia, así que pensando en eso —y solo pienso en “eso” porque también es parte de ti— me veo dulcemente Forzado (no porque yo lo quiera, porque tú lo exiges) a dar por terminado este soli-coloquio ya que no es educado hablar con la boca llena.
“El que come y habla con su comida, loco estaba ya antes de probar bocado”.
Número 5, noviembre de 1987, p. 13.
Chuleta
Es tarde. Una mesa sostiene platos y vasos sucios. Los demonios, en silencio.
—¡Qué sabroso guiso! Ahora, ¡a descansar! ¿papel?... ¿es tu más reciente cuento?
—Sí. Léelo y dame tu opinión (¡¡¿¿de paladar exigente??!!)
—Eso es precisamente lo que haré.
—Día primero—
¡Qué aburrido es todo esto! Conozco todos mis discos de memoria, no, no soy una computadora, quise decir que toda esa música circularmente aplastada me resulta más Familiar, más tediosamente conocida que una esposa con crema y tubos. Crema Facial y rizadores de cabello, no la monstruosa aglomeración de crema batida y drenaje imaginada por ustedes, sí, ustedes demonios de mi cabeza juegan tanto con las palabras que sería mejor callarme. Pero no. No debo callarme, prefiero sus juegos de palabras a escuchar roer lentamente mi cerebro.
¿Por qué vuelvo a encender la televisión? Basura, me divierte ver basura. Por eso encendí el televisor. Debería quemarlo.
Hace una hora comencé, en mi casa, a pensar todas estas estupideces. Ahora, en la calle, torriFico un cigarrillo que, curiosamente, se parece a Juana de Arco. ¡Este maldito tedio! Sólo me Faltaba comparar mi cigarrillo con Juana de Arco ¡Qué va! Mi cigarrillo sabe mejor que esa antigua de valor rayano en la confusión sexual. ¡Diablos, he pisado un charco! Casi me olvido que salí de mi casa a caminar, pero ¿a dónde iba yo? es mucho pedirle a mi memoria. Creo que es hora de regresar a casa.
Cierro la puerta tras de mí. Con las llaves en mi mano, y en mi cerebro la idea de conseguir algo que me distraiga. Algo o alguien, no, alguien no. Sería muy peligroso, dicen los demonios y tienen razón. La persona es inconstante, sólo aliviaría mi soledad si la matara ¡su Fidelidad en una tumba, en mi jardín!
—Día segundo—
Los demonios no se alimentan con trivialidades: me bañé, me rasuré, me levanté (el orden no importa, son ejemplos) no les interesan. Todos lo hacen y ustedes lo saben. Pero hoy sucedió y sé que les gustaría saberlo, hoy encontré a ese “algo”. Me lo oFreció la misma calle donde ayer desgastaba mis zapatos, y yo ¡casi lo pateo! Ya, en la casa, he decidido nombrarlo “chuleta”. ¡Perdón por la omisión, queridos demonios! Ese “algo” es un perro.
—Día tercero—
¡Qué lindo es “chuleta”!
—Día cuarto—
¡Qué inteligente es “chuleta”!
—Día quinto—
Mis cigarrillos destrozados y esparcidos por el piso. ¡Es travieso “chuleta”!
—Día sexto—
¡Qué mala noche he pasado! Los ladridos de “chuleta” casi no me dejaron dormir.
—Día séptimo—
¡Qué odioso animal! ¡bicho del infierno! Tienen razón, demonios. Voy a hacerlo pagar.
—Me parece que no cerraste la acción. ¿Qué pasó con “chuleta”?
—Todavía no termino el cuento.
—Ah, bueno… oye, qué platillo tan delicioso. ¿Qué era? ¿conejo?
Es noche. Mi huésped roe, con gula, un hueso que tomó de su plato. Las risas de los demonios retumban en mis oídos, como un ladrido… de conejo.
Número 6, abril de 1988, pp. 6-8.
Lilia
No pudo resistir la tentación, era demasiado, aunque sólo se tratara de su hija, su linda rubiecita de 6 años, hablando con el pediatra. Tenía que oírlo.
—Así que te llamas Lilia ¿eh? ¿Cómo estás, Lilí?
—Muy bien, doctor.
—Ya lo veo, eres muy bonita, ¿te han dicho antes lo linda que eres?
—Sí, mi mamá me lo dice todos los días.
—Y, ¿te gusta?
—Me aburre.
—¿No te gusta que te digan lo bonita que eres?
—Que usted me lo diga, me gusta. Pero mi mamá es muy tonta. No la quiero y no me gusta lo que dice.
—¿Aunque te diga cosas bonitas?
—¿No le enseñaron a usted otra palabra que no sea: “bonita”? Me parece que usted es tan tonto como mamá, ya no me gustará lo que usted diga.
—Pero Lilí, por favor…
—Me llamo Lilia, doctor cabeza de pepino.
—Cálmate, mira… ¿Te gusta este dibujo?
—No, doctor cabeza de pepino.
—¿Qué ves en él?
—A un tonto doctor cabeza de pepino haciendo preguntas bobas.
—Pero si es un conejo jugando a la pelota. Me lo han dicho muchos niños.
—Los otros niños son unos bobos.
Pudo sentir la presencia de una persona detrás de él.
—Señor, la consulta es privada. Después podrá hablar con el doctor.
Pese a haber oído lo que le decía la obesa enfermera, siguió pegado a la puerta.
—Señor, por favor, sepárese de esa puerta.
—¡Ah! Perdone, no la había oído.
Se sentó en un lugar apartado de la puerta, en la sala de espera, y encendió un cigarrillo. La última pregunta que había alcanzado a oír lo tenía muy preocupado, le zumbaba en los oídos, le taladraba el cráneo: “¿Qué piensas de tu papá, Lilí?”. ¿Qué pensaría de él esa niña que odiaba a su madre? ¿Lo odiaría a él también? ¿Pensaría que él era tonto y aburrido? Los treinta minutos siguientes se deslizaron penosa y lentamente sobre su piel, en forma de sudor.
La puerta del consultorio se abrió.
—Adiós, Lilí, que te vaya bien.
—Me llamo Lilia, doctor cabeza de pepino.
Se levantó de su asiento, saludó al doctor y quiso hablar con él.
—Vamos, señor, ella me dijo lo de siempre. ¡Ya sabe cómo son los niños! No tiene gran importancia. Su hija está perfectamente sana.
El doctor mentía. ¿Es acaso sano que una niña odie a su madre? Sí, él mentía.
—Además, de usted sólo dijo que era muy distraído.
Supo que sería inútil insistir. ¡Cerdo mentiroso! Ya lo averiguaría él por su cuenta. Tomó a su hija de la mano y salió del edificio.
—Linda, ¿qué hablaste con el doctor?
—Cómprame un helado.
—Sí, preciosa, pero ¿en el camino me cuentas lo que hablaste con el doctor?
—Quiero un helado de chocolate.
—Lilí, por favor, linda…
—Y quiero que sea un helado doble.
—¡Ya basta! Si no me dices lo que le dijiste al doctor sobre mí, no te compraré ningún helado nunca más.
La pequeña lo vio y, al tiempo que sonreía, dijo:
—Pues yo no te lo diré nunca, habla con el doctor.
—¡Bah! Él no quiso decirme nada.
—Cómprale un helado.
—Lilí, amorcito, si me dices lo que platicaste con el doctor acerca de mí, te compraré esa muñeca que tanto quieres.
—¿Y me dejarás ver la película?
—¿Cuál?
—La que tanto escondes.
—No, no es para niños.
—Y qué: soy niña.
—Tampoco es para niñas.
—Entonces no te lo digo.
—Pues te voy a dejar aquí, sola. Yo me voy para la casa.
Cruzó la calle, mirándola de reojo y fingiendo decisión. Y entonces la oyó. Ella gritó: “¡Papi!” Se volteó feliz, y cuando iba a abrir la boca, la oyó de nuevo: “¡Le dije que eras muy distraído!”. Él se dirigió hacia ella diciendo: “¡Ya ves que fácil fue!”.
—Ya te lo dije, ahora quiero mi helado.
—¿Y todavía me pide un premio? Agradece que no te golpeo como te mereces. ¡Qué helado ni que nada! Nos vamos directo a la casa. Le voy a decir a tu madre, ella también podrá darse cuenta de lo necia que eres. ¡Ja! Seguro te regañará y te mandará a la cama sin cenar.
Lilia sabía que eso era cierto. ¡Qué odiosos son los adultos!
Número 7, diciembre 1988-enero 1989, pp. 9-10.
Exutorio
Padre que estás en el cielo nuestro, bájate. Tengo ganas de agarrarte a madrazos
Porque no llega por quien no llega
¿por qué no llega? ¿por quién no llega?
dre
El agua cae desde donde se supone que tú, pa
drote
estás —seguramente cómodo— hasta el piso, donde yo incómodo estoy. ¿Por qué siempre llueve cuando se espera a una mujer? Supongo que los perros son iguales así en la tierra como en el cielo. Algunos Ángeles están ciegos si no ¿cómo habría perros en lazulinmensidad?
Llegar hasta aquí ya fue una bronca pero estar solo, estar solo ¡joder! Enciendo un cigarro para quemar el oxígeno que ella respiraría si estuviera a mi lado, y el aire se burla de mí. Y yo no lo perdono como perdono a quienes me ofenden porque ya lleva 80 veces 7. Lo ignoro y en paz.
¿Habrá hombres de buena voluntad?
¿Estará ella con ellos?
Lo malo es que en esto no hay próximo episodio aunque a veces haya comerciales.
Creo que no va a venir. Me lo está gritando todo lo visible y lo invisible. Tendré que irme a tomar mi Diazepán de cada día. Hoy no pude caer en la tentación.
Mi Ángel de la guarda debe ser ciego ¡dulce compañía!
Número 8, marzo de 1990, p. 2.
Cricrítica con rebozo de bolita
La ¿torre? noche negra. Fluorescente luz lo etiquetaba “Favor de asaltar (loó) matar (lo)”. ¿Por qué no estaba caminando sobre un mapa? Hacer los kilómetros centímetros y las calles venas varicosas varias cosas ¿casa?
Casa quedar lejos, Kemo Sabay.
Aquí
Ahí No vivíadormía
Allá
Deseo de ubicuidad Here there and everywhere. Preocupadísimo: ¡Hace unas horas que terminó Disneytlán! Y yo aquí (bueno, un poco más adelantito).
Dios /Mayúsculaprincipiodepárrafopor/ lo va a castigar con mamá no es piedra ni palo, dios cumple.
Los camiones son una raza extinta, y los carritos amarillos ¿deenvidia? cobran re caro. Paso a paso pisal piso: Se hace camino al pavimentar.
Las agujas de la torre ¿noche? Negra se han juntado. ¿No oye maullar a los gatos? No, le cae que no. Oye ladrar a los perros, a esos sí.
¡Ya llegó al hogar dulce hangar!
Ahora comenzará lo peor.
Número 8, marzo de 1990, p. 15.
Elvis toma una de sus pastillas para reír, y ríe
Lápidas mohosas brotaron a lo cuatroparedes, y ni una milpa pudo seguir alegre. Cuerveando con lo menos lindo de sus boniterías (¡aquello sí había sido abrochar!) hicieron cuadritos de vida
10demayoma para ser pegados con engrudo
2-de harina
De todos los noes uno se atrevió, lo rodearon de rejas que cuidan sin matar:
¡Fusilhambre a ese cabrón! Ora verás que no hay muerte pequeña. Tal fue el destino del yo voyeurticario; verdaderamente, hay miradas que mosquean.
Se metieron contra las palabras, gritando hasta enronquecerlas y llenándolas de idiotas referencias deadénticas. Era tan odioso como una boleta de calificaciones. Y sigue siendo.
Número 8, marzo de 1990, p. 21.
Senorbe
Rasgos elipsan edulcoreados bebear
Muerdespacito muy
Abedcedeas tren militar si por tierra
Nadir
Ortográfico
Parrayita
Número 9, diciembre de 1990, p. 2.
(Sin título)
Hacia 54 tantomás esquinosas
cuando
a todos les llueve frijoles
sobre su milpa
muy antes
aperreado
cantarito se fue al agua y no volvió
Mambrú
perdí
dizque tal por
ladridos inalámbricos tormentar,
y ya no aerosol
niña platilina
miau
vinil
ratas
deyección gota de ángulo-halo
catrín.
Número 9, diciembre de 1990, p. 13.
(Sin título)
Detrases; hilerante, aquí las doce
ya no es la una eran. Las dos horas
peeme herrumba modosita durante
cierran contra esperadores murmirando
entredentisca (lastrar (()) ) filados
cabe asomo muy largarse,,,
Número 10, octubre de 1991, p. 2.
HCLp159p135
hador nefancia
•
pseudodisque multiplerío dépticos
•
haciar casuras ubrimos
•
nada líneas
•
malble
Número 10, octubre de 1991, p. 7.
Aantebaj
Sinteligible, opciar cayente inhil
absoluto disfonía enenyunciones
aquiliá
elitrando, tracto
/otrada/
dorsalikra
(nublah)
vinco utopsia masturdido
misario
torvoran Lübrilas
asficcia tenazal fangor ge
ele
o
te
e
a
ese
ALTeRnODo
aLtErNoDo
bismo
Número 10, octubre de 1991, p. 12.
(Sin título)
Algos brotura: Venusica
huraplanos
helizando
ayre milberbiquí
tuercerbo
baladro acucias
taquifrenia
lúe
circuir.
Número 10, octubre de 1991, p. 18.
Como puede verse, los primeros seis textos de Ángel publicados en Águila Lunar no fueron poemas, sino una especie de microrrelatos. Y no es sino hasta la edición 9, a finales de 1990, cuando comienzan a aparecer sus poemas, o versitos, como él les llamaba.
A mediados de 1990 Alberto Rodríguez, Esesoio, ya se había integrado al grupo de los chambistas y los textos de Ángel Ortuño comienzan a aparecer en Lé Güevoné a partir de la edición número dos.
El dantesco defenestre
o
“¿y dónde consigo el vestido?”
Neopuerta contra Santa Ana (o lo que dicen que hizo)
—Santa Ana
ventana,
cuadradita de mis abrazos,
bésame con pavimento—
Filos de tu luz verbo ser
lo vimos pasar;
y abajo había una carreola
sonriendo de niño chillón.
Sólo si separas las sangres, Cenicienta, podrás ir al baile.
Año 1, número 2, septiembre de 1990, p. 18.
Exoticotlán
Dios y Dios son cuatro juega al solipsismo escribiendo con el dedo desatinos eternos que percuden el cielito lindo. Nos rasgamos las guitarras y los inurbanos camiones guturalizaron cenizas sobre todos; pero si ni la prieta Emperatriz de las estampitas pudo conmover al sacrocardiaco, cuánto y menos nosotros.
Año 1, número 3, octubre 1990, p. 9.
Ciudados
Irla cirqueando
ladrado de hilos
Tiroalblanco antorchan
límites
colorosos
Rascacielíticamente.
Año 1, número 4, noviembre de 1990, p. 11.
Vinil y una noches
Compre
…y de luego repente bailar?
sí ella al contrario no le aunque el sinacento
son sea extranjero de tambora y saxofón
pero ud. al que ojalá toquen a ese sí, y
hablar como a chiflidos con la boca
hecha pinole y, y, y, y Además,
ofertada y todo…
Año 1, número 4, noviembre de 1990, p. 21.
Laixas
A Flor A. B.
Azulumbra
oquedad
Infradermos
Exquiciosas
y
delicitas
Año 1, número 5, septiembre de 1991, p. 3.
(Sin título)
Vocentérica vista la-re la-
¿portadora NOYNOYNO
mayusculeramente otraveza tacóptico
Minifalditas piernando
Año 1, número 5, septiembre de 1991, p. 13.
A mediados de 1992, después de diez números de Águila Lunar y cinco de Lé Güevoné, Armando Ochoa y Alberto Rodríguez deciden fusionar sus fanzines en una sola revista para que esta fuese editada de una manera más profesional, y así, en septiembre de ese año aparece Águila Lunar / Lé Güevoné número 16, con la premisa de brindar una visión distinta y alternativa de la manifestación artística joven de la zona metropolitana de Guadalajara.
A estas alturas, Ángel Ortuño ya era considerado como una especie de gurú o senséi por parte de algunos chambistas, así que su presencia en la primera y única edición de Águila Lunar / Lé Güevoné es muy importante y además de un poema dedicado a la mujer que se convertiría en su esposa, se incluye una receta de recetas para hacer poesía.
Flor
muerde sierra ¿quieres?
horizontal ver
Tristan Tzara
Sombra líquida Sombra
Múltiple dentadura de tus manos
extensión adherida
trazos ambulantes
garúa respira
horizontal ver.
Año 6, número 16, septiembre de 1992, p. 8.
RECETA DE RECETAS
Epígrafe dominguero bonito y culto:
Las cosas son de tal modo que
una vez que se les ha
expresado, se cree en ellas
un poco menos.
E. Ciorán
Subepígrafe:
Tu cerebro todavía es gelatina.
Metallica
I romano
TEORÍA DEL POSCEPTO
Poética. El fenómeno textual antecede a la norma. Escribir no es llenar formularios ni satisfacer consignas. La escritura como plan es una mentira.
Un poema prefigura todos los esquemas y no obedece ninguno. Un buen poema, quiero decir.
Porque hay malos poemas, pésimos poemas que suelen ser parecidos a los buenos. En ocasiones incluso idénticos.
“Bien hecho”, “mal hecho”; la mera división imposibilita el goce.
La crítica literaria que debiera ser el fundamento de toda práctica poética inteligente, parece haber sido suplantada por inventarios obtusamente eruditos.
Disfrutar un texto es, desde la óptica de estos auditores, una imprecisión. O lo que para ellos es el peor de los errores: una interpretación.
Esto ha ocasionado una curiosa regresión en la poesía: se ha vuelto al medieval sistema de autoridades. El aval de un texto es ser una referencia torpemente velada a los considerados “grandes textos” en la literatura moderna. Así, el análisis de la composición poética queda reducido a un festival de pedantería memorística.
Para aprender es necesario olvidar. Si se escribe sólo para presumir todo lo que se lee, está bien. Pero no hay necesidad de engañarse creyendo que se hace otra cosa.
Además, todo puede ser verdad. Todo es verdad. Todo ejercicio intelectual es imprescindiblemente inútil. Esto nos faculta para practicar la táctica de la alabanza o el arte de la injuria.
He elegido este último, el arte de la injuria, para proseguir mi exposición.
II romano apostólico
CADÁVER RETÓRICO
Los oligofrénicos babeos quinceañeros. El burdo verso que presume sencillez. Los patéticos mal partos de señoras desocupadas.
A todo eso se llama poesía.
¿Quién puede tener la poca vergüenza de considerar al paleolítico Elías Nandino como poeta?
Y los hay más exagerados, incluso hay quien piensa que ser deficientemente alfabetizado es el único requisito para escribir, eso sí; “humana y sencillamente”, los manidos consejos de su imbécil abuela —sabiduría popular, dicen— o los insulsos episodios de su hastío marital. No hay que olvidar, ya que de malos ejemplos se habla, a los cretinos firmemente convencidos de que ser un “poeta maldito” consiste en volverse una réplica de algún pestilente hippie sesentero. O a los místicos que hieden a incienso y a aztequismos de boutique.
Valga esto como una parcial autopsia del cadáver retórico de la poesía que tiene su éxito garantizado en las canciones de los Bukis y en la hidrocefalia sentimentaloide del “Declamador sin maestro”, “El brindis del bohemio” o cualquier poema de Mario Benedetti.
III romano apostólico y católico
MANIFIESTO:
Si la poesía no es inteligencia exacta, no es nada.
Queremos que la poesía sea poesía, no babosadas para suplementos literarios.
Aborrecemos a los chantajistas e infratarados poetas populacheros o de barriada.
Los talleres literarios deberían ser convertidos en estaciones del tren ligero.
IV Final
Y LA POESÍA ¿QUÉ ES?
Afortunadamente, eso nadie lo sabe.
Año 6, número 16, septiembre de 1992, pp. 26-27.
Esta fue la última travesura que hicimos en la Facultad, pues poco después nos graduamos y cada quien agarró su camino; Ángel trabajando como asistente de investigación en el Centro de Estudios Literarios de la Universidad y yo como corrector de estilo y redacción en el El Occidental, aunque seguimos en contacto por teléfono y encontrándonos personalmente de cuando en cuando, sobre todo en la etapa en la que Ángel estuvo trabajando en la Biblioteca Iberoamericana Octavio Paz.
De todos esos encuentros posteriores a la Facultad, recuerdo especialmente la fiesta con motivo de la boda a la iglesia de Ángel y Flor, pues de manera totalmente sorpresiva nos sentaron, a Rigo Mora y a mí, junto a ellos en la mesa de honor. También recuerdo la ocasión en que Flor, Ángel y su pequeña hija Ximena (con X, por la esposa del Cid Campeador) me visitaron en mi casa, cuando vivía en un tercer piso de la avenida Alcalde, para ver el desfile de Navidad patrocinado por la Coca-Cola. Después, por circunstancias de la vida, Flor y yo dejamos de vernos durante varios años… Y volvimos encontrarnos en el velatorio de Ángel.
El 24 de septiembre, Alberto Rodríguez, Esesoio, publicó en su muro de Facebook lo siguiente: “Tenía yo 17 años cuando conocí a Ángel Ortuño. Cursaba yo los últimos semestres en la Prepa 7, me gustaba leer y el ruido y el desorden. Junto con Arturo Espinoza y Ricardo Godoy hacía una revistita que ostentaba el mal nombre de Lé Güevoné. Fuera de eso, no tenía la menor idea de lo que haría de mi vida. La opción de estudiar Letras me daba infinita pereza, igual que cualquier otra carrera. Entonces conocí a Ángel.
“Él iba a la mitad de la licenciatura en Letras en la vieja Facultad de Filosofía y Letras. Conocerlo me mostró que se podía estudiar literatura y ser genial. Ser un lector erudito, crítico y sagaz y paladear al mismo tiempo el buen heavy metal y el punk. En épicas borracheras a su lado con tequila Parreñita (el más barato, porque lo comprábamos a granel cerca de la facultad) descubrí las vanguardias y el estridentismo, entonces proscrito en las academias.
“Más que un maestro, Ángel fue para mí el líder de la pandilla al que había que seguir con arrojo y alegría.
“En aquellas francachelas de formación y peripecia participaba el también líder pendenciero Rigoberto Mora, fallecido tristemente hace años. Por eso hoy, la partida de Ángel es para mí el doloroso fin de una era. Hasta siempre, hermano”.
Y hago mías las palabras y el sentir de Alberto Esesoio: hasta pronto, Ángel.
En síntesis, me parece que desde sus primeros textos Ángel Ortuño nos presenta una obra elíptica y parabólica, como el fruto de un alquimista, en la que nos encontramos ante unas texturas semánticas de indudable cromatismo sonoro; asimismo, me da la impresión de que, desde sus primeras composiciones, plasma esbozos de su harta sapiencia y de su premeditada tendencia a desarrollar estructuras basadas en la tangencialidad subliminal de los vocablos y de sus reverberaciones yuxtapuestas.
Definitivamente, Ángel Ortuño es una de las voces más creativas, innovadoras, irreverentes y sarcásticas de las más recientes generaciones de poetas mexicanos, y por tanto tapatíos.
Ángel, ¿cuántas borracheras nos pusimos en la sala de mi casa bebiendo whisky Catos, ron Latino, charanda El Diablito o tequila La Parreñita escuchando rock y tangos?
¿Te acuerdas, Ángel, de aquella tarde que nos metieron a la cárcel por hocicones? ¿Te acuerdas de aquella noche en que te confundieron con el futbolista Carlos Hermosillo en el bar Roberto del centro de Guadalajara? ¿O de aquella ocasión en que hambrientos y sin dinero perseguimos a la perra tuerta que vagaba por los pasillos de la Facultad para quitarle el lonche de pierna, sin chile, que le acababa de comprar la maestra Magdalena en la cafetería de la escuela?
Nuestra complicidad llegó a tal grado que cuando le pedí que escribiera un prólogo para mi libro de cuentos Cuando la música termina, Ángel escribió: “Dije que es imposible conversar, ahora me contradigo (¿a quién le importa la coherencia? ¿Dónde quedan las corbatas en un incendio?): esto también es una forma de continuar una charla con Julio Valtierra, que lleva a estas alturas algo más de tres décadas (permítaseme la coquetería de ser inexacto) y saludar la aparición de la tercera edición de su libro”.
Y estoy seguro de que esa conversación continuará, querido Ángel, pues hay amistades que no terminan con la muerte.
Aguinaga, Luis Vicente de (2021, 27 de septiembre). “Ángel”. Periódico de Poesía. UNAM. Versión digital. En https://periodicodepoesia.unam.mx/texto/angel/.
Caballero Prado, Amaranta (2021, 1 de octubre). “La vida rara y asombrosa de Ángel Ortuño”. Milenio Diario. Guanajuato. En https://www.milenio.com/cultura/laberinto/angel-ortuno-una-vida-rara-y-asombrosa.
Huntington, Tanya (2021, 26 de septiembre). “En Memoria de Ángel Ortuño (1969-2021)”. Literal Magazine. Voces Latinoamericanas. Versión digital. En https://literalmagazine.com/en-memoria-de-angel-ortuno-1969-2021/?fbclid=IwAR035B95RjfRsmNRdVjP-d_-DbE2YzqgDvvZGz0O4AQb70H_C5reLonUNOU.
Valtierra, Julio Alberto (1992, 13 de diciembre). “Águila Lunar y la tradición de la vanguardia”. Suplemento Cultural de El Occidental. Guadalajara, Jalisco, pp. 4-5.
Luis Rico Chávez
Pintura
Fotografía
Dibujo
Pintura
Ensamble
Fotografía
Blanca Brambila
Natalia Celic
René Michel
Juan Manuel Ortega
Blanca Brambila
Marvin Calero Nicaragua
Haidé Daiban Argentina