La lectura es un acto íntimo, personal, que se puede volver egoísta, y en ello no hay nada censurable. ¿Qué propósitos persigue la lectura? Qué importa, cualquiera que sea nuestra motivación, la recompensa está implicada en el acto mismo de leer: aprender, divertirnos, relajarnos, satisfacer nuestra curiosidad, encontrarnos a nosotros mismos.
El aprendizaje a través de los libros es infinito: me enseñó, en el siglo I, cómo conquistar chicas, cómo huir del acoso (El arte de amar, de Ovidio); en el siglo XVII (o XVIII, no lo recuerdo, como tampoco recuerdo la referencia) descubrí el erotismo que hay en un tobillo que se insinúa bajo un vestido que barre el polvo de la vida; la emoción de la poesía que late desde el origen de la escritura, la capacidad de vivir en carne propia las pasiones proyectadas sobre un escenario…
Pero, por encima de lo que podamos pensar o imaginar, como todas las actividades nobles y desinteresadas, la lectura nos abre espacios propicios para convertirnos en mejores seres humanos; que alcancemos tan alto ideal o no es cuestión ajena a los libros y a los autores, pues se convierte en elección exclusiva del lector.
La lectura conduce en ocasiones, como parte de un proceso natural, a la escritura. La lectura me convirtió, inicialmente, en periodista y ensayista y, más adelante, en narrador y poeta, y ahora me estreno como autor de guiones.
La transformación que provocan los libros, las palabras, en nuestra percepción del entorno, nos orilla a busca contagiar la pasión que nos envuelve, y en mi caso derivé en promotor de lectura y de actividades culturales de la más variada e insospechada índole. Y, como si se tratara de un mal inevitable, ahora me veo involucrado en el papel de la edición, labor que si bien no es ajena a mi desempeño profesional, por primera vez la asumo como un reto por mi cuenta y riesgo.
Y ahora presento Los frutos del amor que no se comen, de Paulina García González, libro cuya edición me dio el encargo de cuidar. A ella la conozco desde sus años juveniles. Fue mi alumna en mis clases de español y literatura en la Preparatoria 2 de la Universidad de Guadalajara. Más adelante, por esos azares de la vida, descubro que decidió estudiar la misma carrera que yo, la de Letras. Aprovechando estas afinidades, le planteo el proyecto de mi revista digital, y acepta gustosa formar parte del equipo de www.agora127.com, al que pertenece desde el 2015. A partir de entonces, de manera ininterrumpida, sus ensayos, cuentos y poemas enriquecen nuestros contenidos. En otras palabras, me ha tocado verla crecer y desarrollarse como escritora, hasta concretar su trabajo en este libro. La lectura nos une, nos conduce por sendas paralelas.
Para mí, por tanto, es un gusto descubrir que todos los desvelos, las utopías imaginadas, los actos que van moldeando nuestra existencia nos ayudan a crear complicidades, a forjar destinos como los propios. Quisiera cerrar estas palabras con las notas que redacté para la edición de Los frutos del amor que no se comen:
Cuántas veces la duda se ha vuelto un aliciente para amar la vida. La falta de certezas puede producir inseguridad, miedo y hasta el deseo de borrarse de la existencia. Sin embargo, la filosofía (gracias, Descartes) nos ha proporcionado herramientas para comprender y vivir en el mundo sin tropiezos (o al menos eso creemos).
En estos versos Paulina no tiene pudor para acercarse a la realidad a través de la duda. Los actos de cada día parecen abrirse como imágenes ante los ojos asombrados de quien los percibe por primera vez, asimilándolos e interrogándolos para aprehenderlos en toda su complejidad. Poemas de amor, desamor, encuentros y desencuentros, de sentimientos y del fruto de los afanes cotidianos.
Al final las dudas no se despejan, pero muestran la ruta a nuestros pasos, nuestros pensamientos y nuestras emociones para seguir adelante con la vida, amándola, devorando los frutos del amor que no se comen.