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Miguel Ángel de León Ruiz Velasco, in memoriam

Inculcar la lectura con amor y con pasión

Blanca Brambila Medrano


Conocí a Miguel Ángel de León Ruiz Velasco en 1996. Tal vez hayamos coincidido antes en algún espacio universitario, pero nunca interactuamos. En abril de ese año, convocamos a personal académico y administrativo del Sistema de Educación Media Superior para presentarles el Diplomado en Animación de la Cultura para Jóvenes. La idea era que profesores de las preparatorias de la Universidad de Guadalajara tomaran el diplomado. El resultado nos fue adverso; Miguel fue el crítico más fuerte, sus argumentos echaron por tierra nuestros planes. En aquel momento odié a Miguel. Sin embargo, nuestra labor como promotores de lectura nos reuniría de nuevo para iniciar una fructífera amistad.

A la vuelta de los meses lo volví a encontrar. Fue en el primer taller de Promoción de la Lectura para profesores de las prepas de nuestra universidad, organizado desde el Programa PUPLE de la Coordinación General de Extensión. Quien más disfrutó y aprovechó la experiencia fue él. Según sus palabras, el taller cimbró su visión sobre la lectura y su práctica docente. Como responsable del evento, inicié una entrañable amistad con Miguel que, con el paso del tiempo, nos llevó a emprender aventuras vinculadas con la promoción a la lectura.

Desarrollamos muchos proyectos en conjunto. Fuimos un equipo singular. Participamos en la creación de la Asociación Mexicana de Promoción a la Lectura (1997); fuimos los primeros depositarios de los acervos del Programa Nacional de Salas de Lectura en Jalisco; convencimos en aquel entonces a la coordinadora del SEMS para que las preparatorias de la universidad tuvieran salas de lectura. Miguel fue el más comprometido en esa cruzada (1998 y 1999). La TAE de promoción de la lectura en el bachillerato fue uno de sus logros de mayor alcance entre la comunidad de enseñanza media. Muchos son los docentes universitarios que se formaron como promotores de lectura a raíz de esa labor.

Hacia 2004 convencimos a la entonces directora de FIL para crear el Encuentro Nacional de Promotores de Lectura como parte de las actividades de profesionales del libro; peleamos mucho para incluir al promotor de lectura como una parte de la cadena de producción del libro y, a pesar de las resistencias, lo logramos. De manera paralela creamos el entrañable espacio de El Placer de la Lectura, encuentro entre los autores con sus lectores. Nos divertimos mucho en esos años.

Colaboramos con mucho entusiasmo en las primeras jornadas de lectura colectiva del 23 de abril en los espacios públicos de la ciudad convocados por la Feria Internacional del Libro (FIL). Miguel tuvo la idea de documentar, a partir de entrevistas, la percepción de los ciudadanos de a pie sobre la experiencia.

Miguel fue quien convenció a la directiva del Fondo de Cultura Económica y a una de las directoras de FIL para crear los Mil jóvenes con el ganador del Premio FIL. Esos encuentros marcaron a cientos o, más bien, a miles de jóvenes como lectores y tal vez escritores. Las cartas al autor también fue una de sus iniciativas, así como la edición de los Rulfitos y los Ecos de la FIL. Cuando formamos parte del comité editorial de la FIL Miguel encabezaba la esquina crítica de las reuniones, en donde por supuesto yo era parte.

Miguel honró la memoria de su mentor Luis Patiño con dedicación y cariño; las sesiones del Taller de creación literaria Luis Patiño son históricas, tuve el gusto de ser anfitriona de las tertulias en la Casa Salvador Echavarría.

Considero que la labor de mayor trascendencia social fue su sala de lectura en la Preparatoria 4. El alcance no se limitaba al espacio de las aulas, también impactó a las familias de sus estudiantes, logrando así acercar, a partir de la lectura de textos literarios, a los adolescentes con sus padres. Miguel era un convencido del poder sanador de la lectura para restablecer lazos familiares. También llevó a sus alumnos al espacio público para leer poesía a los paseantes de la Vía recreativa.

Hace dos años convencí a Miguel para hacer una serie radiofónica. Él decidió el nombre: “Deshojando vidas”; se pretendía documentar las historias de vida de promotores de lectura en el estado; la pandemia puso freno a nuestra iniciativa. Sé que seguiré con la iniciativa con su cercanía.

Miguel fue un ave de tempestades: directo, crítico, lector de largo aliento y solidario; sus recomendaciones de lectura de autores contemporáneos de diversas latitudes siempre fueron una garantía. También fue un escritor aplicado y autocrítico. Defendía sus ideas con lucidez y hasta las últimas consecuencias.

Los espacios de lectura de nuestra universidad y del estado le deben mucho. Buen viaje, querido Miguel, gracias por tu cariño y tu pasión para formar lectores.


Zapopan Jalisco, 18 de noviembre de 2021


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