La presente obra acaba de obtener mención especial en el
I Premio Internacional de Dramaturgia Invasora
En La Bailarina que sí bailaba siempre, la fragmentación y la confluencia de líneas abiertas facilita la convergencia de distintos lenguajes, con especial atención al movimiento y a la expresión física, que se combinan para traer el sentido en su totalidad.
La palabra no se agota en sí misma, sino que es solo un vehículo mercenario de la significación. Por ello, presenta un protagonismo supeditado a otros lenguajes físicos y expresivos desde los que el contenido va asumiendo cuerpo y voz mientras se pone de manifiesto el universo que subyace tras ella.
Desde un espacio vacío y en parámetros de tiempo, La Bailarina que sí bailaba siempre encuentra su materialización dramática a partir de la actuación física del playerman, que se mueve entre la representación y lo performativo, concibiendo el cuerpo expresivo como instrumento en sí mismo, asumiendo mudanzas que van trayendo contenidos. En la exploración del material dramatúrgico, ciertos impulsos físicos irán gestando el movimiento.
Puede entenderse como hecho dramatúrgico independiente de la escena física y, a su vez, como premisa y punto de partida para iniciar el camino en búsqueda del drama a través de un proceso de creación. Partiendo de la concepción con base en corrientes posdramáticas, el teatro físico y la danza teatro son los principales lenguajes para conformar como hecho escénico La Bailarina que sí bailaba siempre, encontrando su significación lingüística y determinando espacios de contenido dramático a partir de la búsqueda de la expresión en la exploración de nuevos lenguajes y del propio mundo físico.
Hay una silueta en un espacio vacío. Se deja entrever. Se hace visible por su contorno. Se muestra en cuerpo. Hay un cuerpo. Uno. Se ubica sutilmente en parámetros vacíos de espacio. Se ubica en el espacio. No lo llena. El espacio sigue estando vacío. Hay un rastro en el suelo. Un rastro. Uno. Es un rastro inconstante. Va de continuo de un lado para otro sin ubicarse. Se destaca en los vértices. Se destaca en la inconstancia de sus picos. El cuerpo sí se ubica. El espacio está vacío. Se ubica porque ocupa. El espacio se desocupa estando vacío.
Suena una voz pronunciándose. Aparece haciéndose perceptible al margen de sonidos que no dicen porque aún no se han pronunciado. Trae una melodía. Hay alguien que se ubica desocupando espacios que tiende a convertirse en movimiento. La melodía se calla.
El color de esta noche es de gama en degradado.
Toca recrearse en una elegancia precisa.
Reserva de marca blanca.
Me sirve de excusa para ondear banderas.
Glass murmura de fondo.
Había un hombre que una vez se hizo el bailarín y no bailaba nunca.
Es el hombre que no baila nunca.
La botella de reserva viste de letras doradas y etiqueta negra.
Marida de manera excelente con esos días que acaban atropellados.
Hoy la descorché sin prisa.
Había una mujer que era bailarina y sí bailaba siempre.
Es la bailarina que sí baila siempre.
Hay otras reservas que no ondean en ninguna asta.
No se descorchan ni se beben.
Acumulan polvo en la silueta.
Acumulan polvo.
Resecan la garganta.
Cortan la sed en seco.
He estado consumiendo el aire a caladas.
La habitación es una pequeña caja blanca donde se albergan todos mis halos de humo.
Esa silueta acaba por emanarse entre nebulosas grises.
Se debate entre el humo y el polvo.
Empieza pronto a insinuarse.
La voz sigue sonando queriendo pronunciarse. Se hace perceptible desde otras sonoridades. Trae la misma melodía, pero ahora la melodía habla. Alguien que se ubica desocupando espacios abarca el espacio vacío. El cuerpo obedece impulsos que lo llevan a latir. El cuerpo comienza a llenarse por pulsiones que se suceden desde el instinto. El espacio sigue vacío. La melodía entra en silencio. La melodía ahora se calla.
Me levanto a abrir la ventana.
La bailarina que sí baila siempre siempre baila.
Siempre baila siempre cualquier baile.
Sí baila siempre.
Sí baila siempre.
Siempre baila.
Glass se calla.
Murmuraba de fondo y acaba de callarse.
Se ha callado.
Está haciendo como que enmudece.
Tiene tendencia a hacerlo.
Lo hace algunas noches.
Lo hace.
Se pone a murmurar y de repente se calla.
Se calla de pronto.
Se calla así.
Así.
Sin más.
Un acorde menor no entra en bucle.
No estoy a merced de sus giros.
Acechan otras sonoridades.
Son confusas y desordenadas.
Vienen como atropelladas.
Van cogiendo volumen.
La voz comienza a pronunciarse contundente. La melodía se reduce a una frase entonada. El cuerpo ahora busca el tono. Se convirtió en movimiento. El cuerpo sigue latiendo el vacío. Alguien que se ubica desocupando espacios late el espacio vacío. Pero el espacio sigue vacío. Cae un recuerdo en movimiento.
El vacío toma asiento.
Toma asiento y se sienta.
La ausencia me coge la mano.
No la aprieta con fuerza.
No pone un empeño que merezca ser nombrado o exaltado con adjetivos.
Solo así.
Así.
Toma mi mano y ya.
Mi propia presencia se acurruca sobre mi espalda.
Mi propia presencia desploma el peso de su cuerpo sobre mi propia espalda.
Se me desploma como encogiéndose.
Se me desploma y se me encoge.
Le da por empezar a hablarme.
El hombre que no baila nunca, nunca quiso bailar con nadie ni bailarle a nadie ni bailar por nada.
Nunca baila a nada porque no baila nunca ningún baile.
Él es anclaje en sí mismo.
Es anclaje clavado en algo pétreo.
Él es pétreo.
Es dureza en roca que no tiene arrastre.
Es roca sin arrastre.
Es roca por anclaje a un suelo pétreo.
No sé qué pretende decirme.
No sé qué está diciendo.
No se escucha bien.
Hay interferencias.
Se están arrastrando por el suelo.
Se arrastran.
Algo se torna grávido.
La espalda está soportando un peso de verborrea.
El murmullo no deja de hacer ruido.
El murmullo habla y pesa.
La interferencia se arrastra.
No sé qué está diciendo.
No sé qué está diciendo.
La bailarina que sí baila siempre comienza a girar como de pronto.
Comienza a girar como de repente.
De repente no es que gire porque baile porque sí lo hace siempre.
De pronto gira porque la mueve el aliento de una ráfaga de aire de vertedero.
Gira por un soplido podrido de basura fértil que al rozarla
ha hecho voltear su cuerpo y hacerlo girar como de pronto.
Es putrefacto.
Huele a descompuesto.
La ráfaga lleva a la bailarina que sí baila siempre a enmarañarse en rotatorios que se mueven por inercias.
El hombre que no baila nunca no observa la escena pero sí clava los ojos en sus giros.
Las rocas no bailan nunca ningún baile.
Las rocas son rocas.
El hombre que no baila nunca comienza a hacer como que baila de repente haciéndose el bailarín.
Las rocas no son baile.
Las rocas son rocas.
El suelo se sacude en vibraciones.
Se sacude el suelo.
Se comienza a fisurar la superficie.
Se agrieta.
El hombre que no baila nunca acelera su hacer como que baila.
La vibración alimenta su temblor.
La superficie acaba por hacerse fractura.
La noche viene degradada por escalas.
Trae sonoridades.
Las trae desde la omisión.
Todo lo que se omite se acaba murmurando.
Glass lo sabía.
Glass lo sabe casi todo.
El silencio en estas gamas no sabe callar nada.
No sabe.
Glass sí.
Glass sí sabe.
Por eso lo hace.
Por eso se calla.
La reserva se sacude el polvo.
Se sacude la silueta.
Se escucha la sacudida.
Comienza a retumbar la casa.
La bailarina que sí baila siempre gira bruscamente rápido para intentar suspenderse.
El suelo se ha hecho grieta.
La superficie es fractura.
El hombre que no baila nunca continúa haciéndose el bailarín haciendo como que baila.
El aire pesa podrido.
El aire podrido pesa.
Lleva pesando desde hace rato.
Las ráfagas no voltean.
El vertedero se consolida en el ambiente.
Se escuchan unos chasquidos.
Suelen resonar a medida que la noche baja escaleras.
Son como unos leves crujidos.
Como el crepitar de pasos sobre embalajes de plástico y burbuja.
Un film transparente recorre la escalinata.
Indica la bajada.
Pretende traer la elegancia precisa.
Los chasquidos siguen haciendo una fiesta entre las humaredas y el polvo.
El protocolo viene plastificado.
No viste traje de letras doradas o etiquetas negras.
Trae aroma a impermeable al que han pegado fuego.
Se huele a plástico chamuscado.
Se está haciendo atmosférica la contaminación por ruido.
La voz se hace lírica. Se hace lírica no porque lo sea sino porque se lo hace. Pretende hacer picados bailando la voz en escalas. El cuerpo se hace rastro. El cuerpo asume inconstancias en picos. Alguien que se ubica desocupando espacios sigue latiendo en un espacio menos vacío. Aquella frase entonada siempre estuvo en movimiento. El espacio recoge los trazos de un cuerpo de alguien que se ha estado ubicando desocupando espacios. Ahora el espacio es ubicación propia en sí mismo. El cuerpo se ubica. Se ubica el espacio.
Me levanto y cierro la ventana.
La bailarina que sí baila siempre sigue girando a velocidades extremas sobre el vacío de una grieta.
La bailarina que sí baila siempre gira frenéticamente para sostenerse y no caer en fractura.
Gira frenéticamente de una manera muy dura y muy fuerte.
El hombre que no baila nunca sigue haciendo como que baila haciéndose el bailarín clavando sus ojos sobre el cuerpo de la bailarina que gira supervivientemente.
Me he bebido las primeras horas en degradado.
La bandera está ondeando alto.
Está ondeando fuerte.
El ruido la azota.
El silencio no acecha.
El trago entra solo.
Suben las mareas.
Son de un color contaminado.
Como océanos negros.
Como lagunas muertas.
Vienen las brazadas por desahogo.
El oleaje se está bañando en plástico derretido.
El hombre que no baila nunca deja de hacerse el bailarín y deja de hacer como que baila.
Mantiene los ojos clavados sobre el cuerpo de la bailarina que deja de girar de pronto.
Deja de girar de golpe.
Se para en seco.
En seco.
Se para.
El aire podrido se ha hecho con el ambiente.
Se pudre el pulmón que no inspira soplos vírgenes.
Lo desprenden de la capacidad de inflarse de inspiración para servir a un cuerpo que gira.
Se densifica el espacio.
Se acaba el frenetismo hecho giros.
La bailarina que sí baila siempre se desploma en picado hacia el vacío.
Se desploma en picado a la fractura.
El suelo de pronto deja de ser grieta.
De pronto deja de serlo.
El suelo se cierra.
La bailarina que sí baila siempre se estampa como a fuerza de golpe contra el hormigón.
Su cuerpo que sí baila siempre se estampa contra el hormigón a fuerza bruta de golpe.
Se estampa.
Convulsión interna.
Convulsión que no se inspira.
El hombre que no baila nunca pero se hace el bailarín haciendo como que baila, sonríe.
La marea sube el volumen.
Se acentúa el ruido de las olas de un mar envenenado en tóxico.
Se puede ver cómo flota un pez muerto en el horizonte.
Se puede ver cómo flota.
Alguien dice que flota como suspendido.
Pero el pez está muerto.
Se murió como suspendido.
Está flotando muerto.
La bailarina que sí baila siempre hace como que se muere.
El hombre que no baila nunca se acerca a la bailarina que sí bailaba siempre pero que ahora no baila nunca porque es estampa que no inspira.
El hombre que no baila nunca clava sus pies sobre el cuerpo de la bailarina que sí bailaba siempre y comienza por darle dos pedradas de roca que sonríe.
La convulsión se vuelve violenta.
La bailarina que sí bailaba siempre sigue haciendo como que está muerta pero no inspira.
La noche quiere seguir en degradado.
La elegancia respira fuerte ante estas vistas.
Deja de ser precisa.
Se entrega al horizonte del pez que sigue flotando muerto.
Una ola intoxicada trae arrastrando un manifiesto suicida.
Viene un aroma fuerte a vertedero de playa.
Se carga el ambiente.
Sube la temperatura.
Incide sobre el contenedor a la orilla de arenas hirvientes.
El contenedor huele a pez muerto.
Se hace fuerte la subida.
La temperatura incide sobre el plástico asolado que cubre un alma muerta que tiene una cruz por ojo.
La voz deja de pronunciarse en gamas operísticas. El espacio no es vacío. El vacío se convierte en espacio. Hay un cuerpo ocupando. Hay un cuerpo que ocupa. Se dilata su presencia porque se ubica. El movimiento trae sus propios tempos de partitura. El cuerpo de alguien que ahora se ubica ocupando espacios se entrega al impulso físico. Se determina la calidad del tono.
No me levanto a abrir la ventana.
El hombre que no baila nunca se hace el bailarín haciendo como que baila apedreando con sus pasos el cuerpo de la bailarina que sí bailaba siempre.
Hace como que baila apedreando el cuerpo de la bailarina con todo el peso de su cuerpo pétreo.
La apedrea brutalmente con sus pasos
La hincha a pedradas haciendo como que baila sobre todo su cuerpo.
Sobre todo su cuerpo de bailarina.
Lo hace a órdenes desacompasados.
El ritmo es frenético.
El hombre que se hace el bailarín mantiene la sonrisa en el rostro todo el tiempo.
Se escucha la queja de fondo de un esqueleto que se está rompiendo en trozos.
La elegancia se hace manifiesto.
Se hace manifiesto y se suicida.
Se quita de en medio.
Las sonoridades están trayendo ruido.
Están sonando fuerte.
Tengo un nudo de saliva en la garganta.
Es un nudo de saliva pétreo.
Tragarlo supone arcada por asfixio.
Tragarlo supone asfixio.
Supone tragarlo.
El hombre que no baila nunca deja de hacerse el bailarín dejando de hacer como que baila.
Se detiene de pronto parando en seco.
El hombre que no baila nunca clava sus ojos en la cara de la bailarina que hace como que está muerta.
Los clava como a fuerza de golpe buscando su aplauso.
Los clava como a golpe de pedrada buscando su aplauso.
Sonríe frenéticamente.
Tengo ese nudo de saliva encorsetado en la garganta.
Se ha incrustado a medida que avanzaba el degradado hacia otras gamas.
Es un nudo pétreo.
Te apedrea si lo tragas.
Estoy intentando escupirlo.
Lo estoy intentando.
No puedo arrojarlo fuera.
No puedo arrojarlo.
El hombre que no baila nunca inspira descaradamente tres veces como haciendo que coge carrerilla.
El hombre que no baila nunca clava los tres últimos pasos de su no baile sobre el cuerpo de la bailarina que se hace la muerta.
Clava las tres últimas pedradas con toda la fuerza de su peso sobre el cuerpo de la bailarina.
Pedrada al cráneo.
Pedrada al tórax.
Pedrada al sexo.
El cuerpo de la bailarina entra en crisis convulsiva.
El hombre que no baila nunca vuelve a dejar de hacerse el bailarín dejando de hacer como que baila y vuelve a clavar a fuerza de golpe sus ojos sobre la cara de la bailarina volviendo a buscar su aplauso.
La bailarina escupe nafta.
Echo de menos a Glass.
Necesito sus giros.
Pero él decidió callarse.
Prefirió que viniera el ruido.
Esta noche era noche de gama en degradado.
La noche ya lo decía.
Las interferencias se arrastraban.
No sé qué estaba diciendo.
He paseado por sus escalas.
He visto cómo la bajada indicaba el degradado al precipicio.
Glass decidió callarse.
Decidió callarse.
Vinieron los ruidos.
Las disonancias retumban golpeando las paredes.
La voz lleva un rato sin querer pronunciarse en gamas. Se le escapan sutiles balbuceos. Se hace eco en los rincones del espacio ocupado. El espacio está hablando de vacío. El cuerpo de alguien que ahora se ubica ocupando espacios cobra peso. El rastro del cuerpo en movimiento se hace grávido. El espacio se llena por peso vacío.
La casa sigue temblando.
El hombre que acaba de hacerse el bailarín toma un paso de distancia con respecto al cuerpo.
Clava sus ojos al frente a fuerza de golpe de una manera brusca.
Haciendo como que muestra sutilezas hace un ademán de saludo de bajada de telón.
Hace un ademán de saludo de bajada de telón haciéndose el sutil.
Ríe frenéticamente con descaro.
El borde de la copa de vidrio besa mi labio inferior.
Llega el momento de apurar el último trago.
Lleva todo el poso de esta noche.
Es lo más parecido a un beso que puedo llevarme hoy a la cama.
Lo más parecido.
Al menos no será sucio.
Eso me convence.
Se me comienza a entreabrir la boca.
Comienza a entreabrirse.
Se despierta el tacto del cristal en el labio.
El labio se entrega al roce.
Se entrega al tacto.
Se me empieza a humedecer la lengua.
Pero la bailarina acaba de escupir petróleo.
Acaba de escupir petróleo y se está haciendo la muerta.
Acaba de arrojarlo por su boca.
Ella no está muerta.
Ella no está muerta pero su cuerpo hace rato que no inspira.
Se me encaja fuerte la mandíbula cerrándose de un golpe.
Se me empieza a petrificar la lengua.
El hombre que no baila nunca no puede dejar de reír frenéticamente.
No puede dejar de reír aunque quiera.
El hombre que no baila nunca estalla cínicamente en carcajadas que alcanzan magnitudes extremas.
La carcajada es tremendamente desorbitada.
La carcajada es tremendamente cínica.
De cinismo el hombre explota.
Explota a lo literal.
Estalla como por dinamita en tonelada.
Explosiona como en toneladas por dinamita.
Llueven pedradas que se cargan todo lo que alcanzan.
El suelo se sacude en vibraciones violentamente secas.
El ambiente se ha hecho estridencia.
Resuenan los ecos del cinismo en carcajada.
Se quedan hechos piedra.
La bailarina que sí bailaba siempre deja de hacerse la muerta.
Deja de hacérselo a medida que la carcajada resuena en silencios.
Deja de hacérselo y no es porque quiera.
Me golpean unos pasos de baile brusco en la frente.
Golpean a un ritmo frenético.
Se escucha la articulación de engranajes oxidados.
Chirrían unos mecanismos hechos hueso.
La danza deja de ser carne.
Se calcifica.
La elegancia dejó de ser precisa.
Se quedó mirando al horizonte del pez que sigue flotando muerto.
Eso no es elegante.
No es distinguido.
Vendrá queriendo disimularse en vulgarismos.
Vendrá a disimularse en letras doradas y etiquetas negras.
Pero eso no es preciso como para ser elegante.
Son etiquetas.
Solo son eso.
Etiquetas.
Su lengua es ordinaria.
Su lenguaje es ordinario.
Hablan de reserva de marca blanca.
El espacio se ha impregnado de todos los ecos. Está impregnado de todas las voces que se han ido pronunciando. El balbuceo deja de ser preciso. Deja de ser sutil. La voz se degrada. Se reduce a un chasquido desde la garganta. El cuerpo chasquea. El movimiento ha llenado de estelas el espacio. El rastro ha estado dibujando el suelo. El espacio jadea.
Glass resurge.
Aparece como espiral de un ciclo.
Lo estaba echando de menos.
Él lo sabe.
Él lo sabe.
Se sienta a mi lado y toma mi mano.
Pero no solo así.
No toma mi mano y ya.
Toma mi mano sin tomarla carnalmente.
Coge mi mano como de fondo.
Coge mi mano de fondo como rozándome sin hacerlo.
Su tacto no me alcanza.
Pero me golpean unos pasos de baile brusco en la frente.
Siguen golpeando.
Golpetean definiéndose en ritmo.
Vienen los giros de ese acorde menor.
Entran en bucle.
Vienen instrumentales disonantes.
Se contradicen a favor de una armonía pero la armonía no se escucha.
La casa con todas sus paredes sigue temblando.
Sigue temblando.
Retumba la estridencia de un sonido.
Retumban las sonoridades pétreas.
Suben el volumen de su ruido.
Comienza a agitarse el suelo con fuerza.
Se agita el suelo con mucha fuerza.
Tiembla.
Tiembla con dureza.
Se está sacudiendo el suelo.
Se está sacudiendo.
Vibra bruscamente.
Muy bruscamente.
Se empieza a hacer una grieta.
Glass aprieta mi mano.
Glass está apretando mi mano con mucha fuerza.
Es la primera vez que Glass coge mi mano y la toma con fuerza.
Es la primera vez que la coge tan fuerte.
“Glass”.
El color de esta noche ha recorrido todas sus escalas.
Su gradación se hace anclaje.
El suelo sigue vibrando brusco.
La grieta se está abriendo en el cemento.
Se está haciendo grande.
Glass sigue apretándome la mano.
Glass sigue apretándome la mano muy fuerte.
Hace que me sienta el hueso al margen de la carne.
La vibración es violentamente dura y seca.
Violenta y dura y seca.
El suelo sigue haciéndose grieta.
Se resquebraja.
Glass está empezando a apretar mi mano con demasiada fuerza.
Glass está empezando a apretar mi mano con excesiva fuerza.
Hace que me sienta el hueso.
El suelo se abre en fractura.
Se abre en fractura.
Me está empezando a hacer daño.
Glass me está empezando a hacer daño y quiero soltarme.
Me está haciendo daño.
Quiero soltarme.
“Glass”.
Quiero que me suelte.
La fractura se está haciendo más abierta.
Glass no me suelta.
Glass no me suelta.
“Suéltame”.
No me deja soltarme.
No me deja.
Me está apretando la mano con toda su fuerza.
No puedo soltarme.
No me deja.
Me está haciendo bastante daño.
“Glass, me estás haciendo daño.
Glass.
Suéltame.
Suéltame que me haces daño”.
Glass no me deja.
No deja que me suelte.
No me suelta, joder.
No me suelta.
No deja que me suelte.
Me está haciendo polvo la mano.
Me está destrozando la muñeca.
“Glass, suéltame.
Suéltame, joder”.
La fractura se ha hecho muy abierta.
“Joder, Glass.
Suéltame.
Suéltame Glass.
Me estás reventando la mano.
Glass, me estás reventando la mano.
Suéltame, joder.
Glass.
Glass.
¿Por qué no me sueltas?
¡Glass!
¿Por qué no me sueltas?
Suéltame, Glass.
Me estás jodiendo la mano.
Me la estás jodiendo Glass.
Suéltame, joder.
Suéltame.
Me la estás reventando, Glass.
Me estás reventando.
Suéltame.
¡Glass!
¡Glass!”
Se sacude una vibración tremenda que frena todo en seco.
Se sacude tremendamente para detenerlo todo de golpe.
Glass deja de apretarme la mano.
Deja de apretarme la mano.
Deja de vibrar el suelo.
No vibra.
La casa tampoco tiembla.
No lo hace.
Se suspenden las sacudidas.
El suelo se aproxima como de pronto.
La grieta se hace fisura.
Glass me suelta la mano.
Me suelta la mano.
Me suelta.
Así.
Sin más.
Me la suelta sin más.
Como si no fuese de carne.
Como si no fuese carne.
La suelta y ya.
Con la elegancia precisa vuelve a colocarse en su sitio.
Se coloca en su sitio.
Empieza su murmullo.
Comienza a murmurar.
Como él siempre lo hace.
Como él murmura siempre.
Así.
De esa manera.
Como siempre.
Como de fondo.
Había un hombre que una vez se hizo el bailarín y no bailaba nunca.
Había una mujer que era bailarina y sí bailaba siempre.
El baile estaba muerto.
Yo lo supe siempre.
José Francisco Cobián
Jorge Fábregas
Andrés Guzmán Díaz
Rubén Hernández Hernández
Amaranta Madrigal
Paulina García
Rolando Revagliatti Argentina
Luis Rico Chávez
Ramón Valle Muñoz
Julio Alberto Valtierra