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Te escribo desde el fin del mundo…

Julio Alberto Valtierra juliovaltierra@hotmail.com

Para Lux Aurea

Te escribo desde el fin del mundo que es mi cuerpo de arena seca, carente del agua de tus orgasmos. Es necesario que lo sepas.

No importan los confines en que me esconda, mi cuerpo hambriento es el fin del mundo carente de tu aliento.

Te escribo desde el fin del mundo que es mi cuerpo para contarte el nacimiento de esta historia y su leyenda. Es necesario que lo sepas.

Desde antes que llegaras, el desierto mar de mi sangre ya te sabía. La saliva te adivinaba en las bravas estelas de las olas, como cuerpos de mujeres voluptuosas que cantaban con hambre de sexo, dejándome en el alma un sabor de sal aún no dominada.

Mujer de agua y fósforo, desde antes que llegaras te percibía en la sal de los vientos; me seducía tu lejano aliento de caracolas. Tenías todo el mar en tu interior y apareciste con el azar a tu favor.

Cuando mis labios se crucificaron en los curvados maderos de tu cuerpo no requerí de más: los efluvios de tu gruta fueron mi reposo; tus senos, astillas de fuego en la punta de mi lengua; tu orgasmo, un breve toque de sal para sanar mi alma.

Mis ojos se quedaron anclados en tu marea carnal para recrear con los vidrios de la palabra las cúpulas de tu templo. Nacieron noches de mil y una batallas para alcanzar tus cumbres con el canto de mi lengua en brama recorriendo los encendidos territorios de la piel.

Dentro de las brumas aventureras de mis sueños evasivos, el sabor de tu saliva se convirtió en un mar de aguas únicas para clausurar la sed de mis ansias giratorias. Ahora mi cuerpo tiene sed, pero no de agua; tiene hambre, pero no de pan. Me hace falta aspirar el aire que a ti te asfixia.

La fuerza femenina de tus esferas fue tu seducción: el mediodía tatuado en tu piel, las flores del viento fermentándose en el remolino de tu ombligo, la sal de tu saliva y la humedad de tu vientre me conquistaron.

Para conquistarte yo solo te ofrecí mis sueños evasivos y la odiosa fisonomía que ya conoces.

Perdóname los desolados confines a los que te he llevado, carentes de pasión y vino. Las palabras no justifican ni trascienden los frutos del páramo que te he dado: cáscaras de amor, columnas de ausencia, sequía de besos en el pergamino añoso de la piel.

Te escribo desde el final del mundo que es mi cuerpo para ofrecerte los pródigos frutos de otra historia, dulces como la miel de un higo. Es necesario que lo sepas.

Apóyate en mis manos, asómate a mis ojos, mójate en mi lengua, solo estamos tú y yo para sostener el Universo. Es necesario que lo sepas.


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