A la gente se le recibe por su apariencia y se le despide por su educación, decía mi bisabuelo Nicho, vestido siempre de impecable blanco, sombrero de palma y guayabera que albeaba, porque aun siendo muy pobres al mal tiempo hay que hacerle buena cara, que ya vendrían tiempos mejores. Usaba un enorme paliacate para secarse el sudor y protegerse el cuello del inclemente sol de nuestra huasteca mientras atendía su tienda de comisaría en la ranchería. De entonces acá ya ha llovido algo.
Se levantaba al amanecer, porque a quien madruga, Dios lo ayuda, atendiendo él mismo la ordeña para que su mujer hiciera el infaltable queso en las comidas de estos lugares, y después se iba a abrir la tienda, que abastecía de granos y mercancías varias a la gente de las localidades cercanas, hasta la hora de la comida, pues nadie en su sano juicio salía de su casa bajo los ardientes soles de por acá a esas horas. Dormía su siesta en sillones tejidos de palma de la zona, ya los perros anunciarían con sus ladridos si se acercaba alguien a la tienda aun a esta hora, porque primero es la obligación y luego la devoción.
De cuando en cuando iba a la ciudad a surtirse de provisiones para la tienda, porque decía que al nopal sólo se le arriman cuando tiene tunas. Se quedaba un par de días, no fuera a ser que saliera más caro el caldo que las albóndigas, ya que el muerto y el arrimado a los tres días apestan, pues se quedaba en casa de otros parientes. En esos días que faltaba el bisabuelo se encargaba la bisabuela Chabela de la ordeña y de la tienda. Una mujer hecha sólo para don Nicho, y cuando la perra es brava hasta a los de casa muerde. Al volver le traía siempre un regalito, porque no hay que buscarle ruido al chicharrón y además cuando no hay amor, ni las cobijas calientan… pero su historia de amor es otro cuento.
Y te fuiste un mediodía de septiembre, al final del verano, sin apenas darte cuenta. Si sólo hubiéramos hablado como buenas amigas, sin prejuicios, sin pudor, tal vez tu vida habría sido diferente y la mía también. Todos hablan del dolor del cuerpo y van a médicos por remedios que terminan por enfermarnos más, cuando la realidad es que la enfermedad y los dolores son las formas del cuerpo de avisarnos que debemos hablar, que debemos llorar ante una amiga y una taza de té y sacar la pena para que no se quede en el cuerpo.
Si tan sólo me hubieras dicho que tu piel no sentía al dormir con él, te habría dicho que bailaras en tu vientre los vapores de los frutos de la madre tierra bajo la luz de la luna, para que la vida entera te penetrara y sentir placer. Si me hubieras dicho que por tus venas corría tristeza, te curaría con árnica para hacerla correr con alegría. Si me hubieras dicho que la rabia te explotaba el hígado habríamos bebido boldo y menta hasta embriagarnos.
Si hubieras lavado tus cabellos con romero y canela las canas se habrían esfumado y tu coquetería estaría en tus guisos y andanzas por el huerto y el jardín. Si me hubieras confiado tus penas, ahuyentaríamos los venenos a otros lugares y te guisaría viandas con guisos de cilantro y perejil.
Te fuiste, callaste y te envenenaste sin revelar tu secreto, y dejaste tus flores, tus hierbas, tu huerto y la vida en pleno verano de tu jardín.
Este es un cuento poema. Sin el cuento, no se entiende el poema, y sin el poema, no habría final al cuento.
A orillas del Tonachín surgió el amor entre dos jóvenes. Él partió a la ciudad a estudiar, prometió volver y enviar correspondencia. Por un tiempo siguió el amor, y también siguió la correspondencia.
El tiempo pasó, el joven no regresó y cesó la correspondencia.
Años después el joven regresó y trajo su descendencia. La joven también se casó y tuvo su descendencia. Sin un por qué, sin una explicación, viviendo y viendo siempre adelante.
Un domingo de plaza, entre pregones de chichimbre, de pan, de queso fresco, y a lo lejos los sonidos del violín y la jarana de esos huapangos huastecos, de gritos de niños y ladridos de perro, el joven ya hombre, la joven ya mujer, se encontraron y empezó la conversación trivial, casual tal cual hacía años era entre ellos.
Por casi cuarenta años el mismo ritual de domingo de pueblo, el mercado, la plaza, la plática de la vida, de los hijos, del chisme del pueblo, para compensar las vivencias que años atrás habían imaginado entre ellos, la ilusión de verse, de hablarse, de compartir, aun sin hablar realmente, llenaba sus domingos e ilusionaba su vida de pueblo en lo cotidiano, que tantas veces no vemos, no disfrutamos, hasta que…
Con casi ocho décadas ya a cuestas, el hombre un domingo ya no estuvo en la plaza. Y lo supo en la misa dominical, nunca más lo volvería a ver. Nunca hablarían, nunca más se verían. Si, si lo harían. El día estaba muy cerca.
A orillas del Tonachín…
A orillas del Tonachín
con hilitos de humedad
disfrutando la quietud
soportando el más acá
deseando ya el más allá
con olor a chichimbre, a pan
la tortilla con piquín
entre pesares y nostalgias
A esperar el más allá
no tarda ya
en el mercado el zacahuil
la tortilla en el comal
para tacos de nopal
entre el humo y el café
A esperar el más allá
si ya está aquí
con el silbar del cheje
tras miguitas de alfajor
y el cucho volador
al cruzar el Tonachín
A esperar días de paz de luz
entre sones de Veracruz
disfrutando los colores
soportando los calores
deleitado en los olores
y al compás de los sonidos
que sólo se dan en la huasteca
Fiesta tének
Arranca a los violines mil huapangos
agradece a los dioses por la vida
viste con orgullo nuestra cuera
al cantar jubiloso con los tríos
Borda en tus trajes nuestra historia
dibuja también su geografía
danza con garbo en la tarima
esboza tu alegría en el zapateado
Que ordenen los violines hoy tus pasos
que adornen los claveles tus cabellos
que desborde emoción tu taconeo
al compás de las notas de la trova
Fandango de la tierra del tének
jolgorio de jaranas y guitarras
violines derramando miel y versos
sublime expresión de nuestro pueblo
Perdure por siempre el son huasteco
huapango de mi tierra tan amada
herencia musical de mis ancestros
armonía de traje, canto, baile y poesía
La biosfera
Hasta Dios quedó embelesado
ante la inmensa belleza de la Tierra
un arco iris de aves en su vuelo
maravilla de trinos en concierto
Monarcas protegidos por los bosques
osos negros ocultos tras los pinos
variedad inimaginable de felinos
de faisanes coloridos majestuosos
y venados presurosos cola de nube
Elegante alza el águila su vuelo
por las nubes elevadas sobre cimas
custodiando mil joyas de madera
hábitat de la flora y de la fauna
Miles de ríos van danzando por su cauce
llenos de peces jubilosos en sus aguas
manglares y bosques juegan en sus orillas
y mil abejas esparcen polen sobre flores
Ruidosas cascadas bajan inminentes
bañando estas tierras bendecidas
riqueza natural d nuestra biosfera
esperanza a las vidas del futuro
El canto del cheje
El canto del cheje me anuncia la alborada
el comenzar los días de mi huasteca.
Nací para escribir poesía, para inventar versos
para jugar con palabras que sacudan conciencias
para convertir lo increíble en creíble
lo oscuro en claro, la sombra en luz y reflejarla
Nací para traducir al niño de corazón azul
el de espíritu de cristal, de mente arco iris
el que navega entre la tierra y el cosmos
el que viene a enseñarnos otras formas de ser
Nací para conversar con las Evas de otros mundos
las que amasan los fuegos liberando secretos
en el humo ancestral de sus cocinas
en los aromas y colores que sus manos cultivan
Nací para jugar con muñecas de ojos bordados
con sonrisas alegres y sueños ingenuos
que llenen de alegría la vida de las niñas
y abracen sus noches de descanso tranquilo
Nací para hacer realidad el plasmar una expresión de otros
convertirme en palabra y verso viajando en el humo de Evas
bordada de flores y perfumada en hierbas
con la alegría de la risa de los niños y el brillo de sus ojos
Versos de inocencia de muñecas
con sabiduría de niño de corazón azul
ese que viene a cambiar al mundo
ese que viene de otro cosmos, a traernos un nuevo sol.
Canta el querreque
Canta el querreque, saluda el loro
camina mavita rumbo al arroyo
a buscar agua pa’l nixtamal
lleva su cántaro y a los escuincles
corre que corre de prisa van
prende la lumbre pa’ las tortillas
echa epazote pa’ hacer frijol
quema pinole pa’ los chiquillos
alista el jarro pa’ hacer café.
Tata va al monte a cortar carrizo
pa’ las canastas y los petates
le ladra el negro cuando se va
se duerme el michi sobre las flores
mavita se afana con sus quehaceres
canta el querreque, zumban abejas
juegan los críos, crece la caña
desde temprano hasta atardecer
Stefanía Agoglia Argentina
Adriano de San Martín Costa Rica
Amaranta Madrigal
Marvin Salvador Calero Nicaragua
Manuel Almanza Avendaño
Valentina Cantidiano
Ana María Fuster Puerto Rico
José Ángel Lizardo
Margarita Hernández Contreras