Un río de aguas
no sacia mi sed.
¡Quiero flores!
La levedad del ser,
el perfume
y el sonido de las cascadas.
Sed: ¡dame de beber!
No traigo lo turbio,
sólo la esencia
y toda la jarra del saber.
Quiero agua sin sabor, quiero H2O.
No me endulces con azúcar
ni me embriagues con alcohol.
Quiero sentir el aroma,
la frescura de un aceite esencial:
el vetiver,
la mandarina...
Por suerte, lo he de sorber.
Quiero el oro de unos ojos
mirando mi bienquerer.
Ah, sí quiero —aun deseo—
transmutar todo mi ser.
Regreso a la tierra de Don Quijote,
a contemplar los muros —mentales y físicos—
de las masas que orbitan el mismo universo.
Una atracción electromagnética interrumpida,
bloqueada por la libertad y la vida solitaria.
Un mundo desmesurado, de utopías,
pájaros enjaulados en el ego y la agonía.
Visiones de un pasado reciente,
construido sobre arena del desierto.
La pretensión de uno, la inercia del otro:
cara y reverso de la misma moneda.
Torres opuestas, casa de armas.
Energía almacenada, polvorín.
¡La llama de uno, la implosión del otro!
Sus propias historias… se consumen.
En el escenario donde antes estrenaba,
ya no soy más que espectadora.
Los sueños que me arrullaban
ya no tienen voluntad creadora.
Floto en el espacio del “yo”
que ya no existe más;
pues en el camino se perdió,
va, se queda... y a veces vuelve a insistir.
En mí, sólo la soledad
que no se siente sola.
Me aferro a la emoción
sin desatar el nudo.
La vida, sin lazos,
esperando a alguien.
Pero si se cierran los brazos,
me callo, entonces, también.
Noticias de guerras, éxodos y hambre.
Mundos enfrentados.
Seres aturdidos
en un mar de infinitos desvaríos.
¿Será un nuevo mundo admirable,
o el Admirable mundo nuevo?
Las escenas son de un mundo cruel,
con tecnologías sofisticadas:
la matanza en nivel avanzado,
por manipulación genética,
manipulación del clima...
Mentes humanas robóticas,
pensamientos robados,
códigos transmutados,
comunicaciones truncadas
en aplicaciones digitales.
Seres en éxtasis
en una realidad matricial.
Humanos...
¿Cuál será su fin?