Pequeña hoguera es un diálogo de sensibilidades entre Cristina Gálvez y Verónica Sanchís, quienes convierten la poesía y la fotografía en ámbitos relacionados de una u otra forma: algún pensamiento o imagen que de forma reveladora dijo a una algo sobre la otra; alguna curiosa coincidencia; constantes semejanzas y puntos de encuentro en sus búsquedas particulares
I
Lo siento
hablo
desde un caracol
un cuenco
rumio
no me hallo
en la violencia erguida
* * *
el amor es una parsimonia
una concha marina
sobre la arena
* * *
¿por qué me encuentro pensando estas cosas?
cuando una es de fruta
cualquier arañazo
le hiere el costado
II
Para qué el amor
Dormir en ti:
enrollada lagartija
esconde la cabeza
* * *
en tus manos
puedo ser
seno blanco
mullido lirón
o erizo
* * *
Cuervo
vuelas sobre mí
en la claridad devastadora
Ojo certero
yo la presa
dócil entre garras
Abre las alas
conozco el sabor de mi sangre
cuervo sobre mí
danza en el desierto
* * *
sostenme en la lengua
ondula
esta carne de mar
para que no me quebre.
También me he bañado en la tinta:
Kali escupiendo negrura
me amamanta,
la tierra es otro espesor
en que nado buscando una tumba
un cuerpo que profanar
mío como un hijo
fui princesa submarina
encaje y coral, pómulos rosa
marchando con ellas, linterninas criaturas
una vez me detuve
puse un anzuelo en mi trenza
cerré los ojos y me rodearon
los momentos como peces agitados
las aves que vinieron a comerme el corazón
absurdo mundo seco:
bajamos, bajamos al dolor
cuando las cosas terrestres
enmudecen como huevos
Todo lo que se mueve lento
se hacía en ti
peceras y herbolarios
mudanzas pequeñas bajo su cristal
guardaste la rama del lamento,
el primer ser redondo y transparente
el guijarro de una playa;
cada avería en orden diligente
sobre tu cabeza migraban los pájaros,
las estrellas formaban redes infinitas
cada vez que cerrabas los ojos
llegado un día quisiste
entregarte a la tormenta:
bajaste de una hebra
envuelta en tela blanca
ella te acunó con besos, y eran alas
aquello que tejías
aquello que, creías, sería tu mortaja.
Recuerdo
ese diciembre gélido de tus labios púrpura
sábanas interminables
horizonte de sábanas
blancas sábanas inmaculadas
donde hundí la cara
despejadas, en mi tráquea
lisas, párpados lisos y paredes
huesos salientes,
rozados por la caricia de seda
tela ante mí
ser ciega
saber que sería para siempre ciega
desvanecerme entre las sábanas
de una cama, un campo tendido
sin querer despertar
ese diciembre sibérico.
destejer las palabras
el sarcófago en sus bocas
abrirlo a ver qué se han tragado sus labios de caracola
bajar por la espiral
hasta el secreto
saber por qué mi nombre siempre fue tan amarillo
rojo no, como la aurora
saber si son el nervio de las cosas
o el ropaje
aprenderlas para no flotar en la tarde oceánica
para no ahogarme en el cielo de cuervos
no entenderlas cuando más debo alcanzarlas
dejarlas tiradas como cuerpos.
Una selva roja es una pequeña hoguera
algo que apenas quema los dedos
la brasa de una rama que quedó encendida
el calor que perdura en la casa, apagada la lumbre.
Una selva roja es algo tenue
que te guardabas en el delantal de cocina
la especia que estalla levemente en la lengua
el volante de un vestido.
Dime si has quedado demasiado fría
iré por un color, un rayo o un pájaro
para ponerlo en tus manos.
I
Debe haber un quiebre
esta mañana
de luz fría en las paredes;
reventar
con suavidad de esfera
o estallido del vaso contra el suelo
por los cristales el líquido apresurado
un estruendo de cosas
se disgregan
tres gatos tristes
mastican ordenados
—grandes jarrones de porcelana—
un móvil agitado por el viento
refracta tintineos hasta el ventanal
solo sonidos poligonales
cortados en perfectos prismas
pueden contra esta palidez
lluviosa y de vainilla
de la luz
algo debe quebrarse
antes
que se quiebre
el material crístico
yeso del cráneo
y de mi pecho
II
luz insistente, lamilosa
iré a por los cascarones
si quieres esa dulzonera de yema
te mostraré cómo derribo los nidos
cómo invitas a romper
la blancura de vajilla
de mi voz
amortiguada
verás cómo hiere
y rasga los almidones
III
pichón mudo, con la boca abierta
pichón que se estrella contra el vidrio
riega su poca carne, su plumilla
cartílagos y huesos
cae cual adorno
de lo alto de la repisa
suele ser un accidente
perpetúo una masacre doméstica.
Estar allí para mirar el cielo y esa ráfaga de fuego verde que cruzó, una bola encendida y chispeante, una bola de cal y de fósforo, un regalo, para decirnos que había un festejo en el espacio inalcanzable de la oscuridad, que aún existen cosas brillantes, para hablarnos del fuego verde que de pronto se enciende y cruza el cielo atiborrado de estrellas, para decirnos que hay fiesta. Las rocas, la arena blanquísima de la Fila Maestra en la madrugada, un paisaje lunar y helado donde nos recostamos a masticar galletas. Las luces del cielo y las estrellas de la ciudad tintineando sordamente, encendiéndose en lugares que habían estado oscuros demasiado tiempo. Encendiéndose.
Ralladura de luna.
Espejos minúsculos. Polvo de alas de un pez de plata.
Escamas de la cabellera de un hada anciana.
Briznas prismáticas de flores metálicas.
Burusillas del reluciente invierno.
*
Hay alguien allí dentro
¿hay alguien allí dentro?
cómo te llamarás
pequeña Sara, pequeña Diana
vestido rojo, vestido amarillo
pequeño, pequeño
* *
Algo murió hoy
con ese glóbulo de sangre
el desgarro sucede
otra vez
no quise sujetarme
ya nos dejaremos
(otra vez el vacío de ser espejo)
me siento caer
* * *
Grávida
gravidez
soledad redonda
por estos meses entran el humo y los rumores
será que te grito
lo sola que estoy
* *
Madre, ¿fue adentro tuyo
donde se me perdió?
*
Esta sangre
Este biológico llanto.
Espejo de mi alma
ven acá
para poder acariciarte
el silencio muerde como mil perros
en mi casa de cristal
espejo de mi cuerpo
dime dónde estoy
ya no aguanto el hueco de las vísceras
y temo mucho a la muerte
hay un laberinto
que me tragó y volvió a escupirme
espejo de Dios
pon tus manos en este rostro
menguado por la luna
y si no estás en los espejos
si te comió la tierra, surge entonces
déjame conocerte
el amor resbaló cual copa de mi mano
tengo tejido el pecho
de una sangre antigua, de otras mujeres
pero tú faltas, yo
quiero ser la araña
quiero ser el pecho
debe despertar
la que encienda estas manos
la que en esta boca haga
su canto de pájaro
espejo de mi alma,
despiértala en mí.
Luis Rico Chávez
Raquel Garod España
José Francisco Cobián
Jorge Fábregas
Andrés Guzmán Díaz
Rubén Hernández Hernández
Amaranta Madrigal
Paulina García
Rolando Revagliatti Argentina
Luis Rico Chávez