Las paredes de la casa se estrechan, creo que no se han dado cuenta de que estoy en medio. Pareciera que quieren besarse, sin embargo, si tuviesen expresiones, juraría que no serían de amor. Están buscando imponer, destruir, dejar fuera todo lo que no tenga que ver con ellas. Yo, simplemente, estoy en medio.
Salgo a la calle en busca de oxígeno y me encuentro con que la calle tiene sus propias paredes. Y la casa está aquí, conmigo. La casa quiso salir a pasear.
Vivo en una casa que no es mía, tampoco de alguien más. He salido a despejarme, pero ella está detrás, siguiéndome, formando parte de mis pensamientos, trae correa, pero ella me jala a mí.
Traté de salir, pero la casa absorbió tanto mi pensamiento que volvió a serlo todo, me consumió, dejó de ser una imagen que se carga en la cartera, una idea dentro de mí, y se convirtió nuevamente en la casa, con una persona entre sus paredes. Hace un momento pensé que quería deshacerse de mí, pero se contradice y me confunde, me trajo de nuevo. Soy el pájaro en la jaula, el parásito en el huésped.
Yo no compré la casa. Estaba dormida, abrí los ojos y aquí estaba ya. La casa empezó a existir al mismo tiempo en que yo fui consciente de mi existencia.
Habito este lugar sola, no hay nadie más. La gente pasa sobre la avenida, el ventanal que separa mi vida de los transeúntes se ilumina con los focos de afuera, me comparte un poco del mundo exterior. Y del otro lado, la gente mira fragmentos de un pasillo de luz cálida, huelen la canela y el fuego, no sospechan lo poco acogedor que es aquí dentro. La casa está pintada de vainilla, pero las paredes saben a terrones de sal, al océano cuando quiere matar.
Escucho ecos, voces borrosas que no sé qué dirán.
Dentro de la casa tengo una pecera, dentro de la pecera hay un poco de arena, de vidrio y de mar, olas en escala pequeña. La pecera hoy se ve tan frágil que creo que se va a desbordar. Cierro los ojos, quiero imaginarme en otro lugar. La casa me vuelve a jalar; deseo pensar que esta vez casi me escapo. Me ha sacudido y volví a estar acá.
Veo la pecera, pienso: si nado dentro, ¿llegaré a otro lugar? Pero los peces nadan, celosos de su espacio. Son tantos que ya no se ve el mar. Se mueven en como en un ritual, haciendo énfasis en que no cabe nadie más. Deberían tener cuidado, ellos me quieren ahuyentar, pero no saben que podrían reventar el cristal, terminar en el suelo de la casa, asfixiar sus cuerpos, así como el mío.
Las paredes están hechas de piel, y aunque el piso se construyó de sal, si lo toco con mis pies descalzos me quema, no se siente como cuando meto mis dedos en el agua de la pecera. La pecera me deja absorber oxígeno de vez en cuando, es una ventana que a veces funciona.
La casa me tiene encerrada, las puertas se oxidaron adrede para no dejarme pasar. ¿Y si la casa soy yo y yo soy su hogar?
Quiero salir de aquí. La casa, al oler mis intenciones, me rasca con las ramas de sus macetas, me piden también salir a pasear.
Se está matando a sí misma, pero la salida está cerrada para todos y nos estamos acabando el viento.
Me acuesto en la cama más grande, esperando caber con todos mis apuros. Apenas reposo el cuerpo siento una punzada en la mejilla. Hay una gotera, volteo al techo para inspeccionar y el rojo se me embarra en la cara. Había vidrios dentro de mi almohada, uno de los triángulos de cristal se clavó en mis pensamientos, me cortó dejando escapar algunas preocupaciones, filosas, tan filosas que se abrió el techo de la casa. La casa está sangrando, la almohada tiene otro color ahora.
Soy un cuerpo dentro de una caja de cemento, y la caja está dentro de una bolsa, la cual se cerró, pero aprovecho la abertura de una de sus partes y salto sobre la cama para aprovechar esa fisura. Ahora que estoy arriba, entre los pretiles del techo, con medio cuerpo dentro y medio cuerpo fuera, extirpo el vidrio que se clavó en mi mente y rompo la bolsa que estaba dejándonos sin aire, la protección que ella misma dispuso para no ser lastimada, para no quedar sola y que, al final, la aisló. Salgo retorciéndome por el pequeño hoyo.
Volteo para ver lo que dejo atrás, me despido de la casa con dolor, la dejé inundada. El océano está dentro, pero también fuera, y ahora, fuera, siento las olas golpeándome en direcciones opuestas, cada una ruega lo mismo sin poderse escuchar entre sí, no hay flujo, sólo una masacre.
No tolero ver la guerra entre tantos elementos que sólo pretenden llegar al mismo sitio; quizá sea yo uno de esos elementos. Intento poner orden a los pensamientos que giran dentro de mí, así como el agua que me está llevando, apropiándose de mí, confundida sin saber que no soy parte de ella, sólo está desesperada por encontrar una desembocadura, así como yo lo estaba por salir de la casa.
La soledad se ha pegado a mí como garrapata, pero ahora desearía que hubiese alguien a mi lado para ayudarme, aunque nunca he sido buena para pedir auxilio.
El agua gruñe de dolor, gruñe tan fuerte que me lanza fuera y yo caigo en la orilla, me revuelco en la arena. Algo me dice que sólo me demoré en llegar, que los caminos de la pecera igual me conducirían hasta acá.
Pensé que sería libre y ahora estoy encerrada en esta burbuja de cristal, siendo observada por alguien más, alguien que también quiere escapar. Los peces danzaban advirtiéndome que no valía la pena gastar mis energías en nadar.
Las cosas que conservaba ahora flotan, mis pertenencias fueron arrojadas, supongo que es justo que la casa no me quiera recordar, aunque aún tiene mi piel que la construye y yo sus ladrillos que me sostienen. Veo cómo se acercan mis objetos e intento rescatar algo, entro al agua con miedo de convertirme en alimento del mar, sólo pesco una cosa y vuelvo con prisa al sólido. Siento la granulación bajo mis pies e invito al resto de mi cuerpo a sentarse, a sentir. De pronto todo parece más vívido, y eso me aterra, me aterra la avalancha que sé que está por venir, la ansiedad me encandila.
Mis dedos dejan de estrujar el objeto recuperado, una hoja estrangulada, un escrito que redacté hace tiempo, un cuento en el que hablo de mí misma en tercera persona. Intenté vivir sin sentir la vida y, al final, ahí está la mancha, la fotografía tomada con palabras, mediante unos globos estropeados, el borrón de quien se supone debía ser yo. Toco por encima, la acaricio sin absorber textura alguna; yo jamás estuve ahí, la tinta se resbala y el papel no es blanco, pero tampoco de ningún color, sólo es, existe, pero no se define, parece ser más viejo que yo, y siendo así es que parece la representación más fiel a mí, la abstracción de mi carne.
El papel mojado que ahora tengo es el primer testigo de esta crisis, ya no recuerdo quién era yo, sólo sé que, como ahora, estaba fragmentada. Antes quería volver, elegir un momento anterior para refugiarme, abrazarme a las piernas de mi madre, quizá lo supere. Ayer, por el contrario, me solté, quería irme, las voces dejaron ser suficiente para retenerme y me creí valiente, pero hoy, aquí, no sé si hay un lugar para mí en el mundo.
Agoté mis fuerzas esperando encontrar una respuesta, mi momento revelador, el pensamiento lúcido como se ve en las películas, pero no hubo nada, el manuscrito no evocó nada.
Llevo días sin darle alimento a mi estómago, me pide algo para devorar. He estado esperando a que las náuseas cesen, que dejen de enviar mensajes confusos sobre mis necesidades. Necesito recuperarme.
Pellizco mi cráneo hasta que se abre, meto los dedos que me caben por la incisión y con cuidado jalo los sesos, la tripa se pega a mis dedos y obedece, se atora levemente por la fractura al salir, pero como cuerpo de rata en madriguera, se las ingenia y termina saliendo junto con sus respectivos pensamientos. El contenido sigue intacto, ansioso. Ya fuera, veo cómo la tripa se estira de un lado a otro, hay una discusión ahí dentro. Sorbo, mastico, quiero metabolizar toda esa imaginación crónica. Sigo absorbiendo y la manguera continúa desenrollándose, de mi cabeza a mi boca. El nudo en mi garganta crea un nuevo punto de embotellamiento, pero los pensamientos están acostumbrados a eso y buscan la manera de seguir. El ácido en mi estómago se alborota, parece bomba. Es mucho que digerir, es insuficiente la capacidad de mi cuerpo; los pensamientos ganan, el estómago se revienta como globo, el ácido corre alrededor de mis órganos, la sangre no se limpia y me quemo, me desintegro.
Ahora soy un líquido sobre el piso, los náufragos caminarán sobre mí e ignorarán que entre las cuencas de agua que se han formado en la arena quedaron mis pensamientos. Pienso hasta que me absorbo. No eran peces, sólo personas buscándose a sí mismas. No eran olas, sino llantos de desesperanza desembocando en el mismo lugar, el lugar más triste del mundo, súplicas sueltas esperando ser elegidas para la clemencia. No era una casa, siempre fui yo. Y, al final, no aprendí nada, y mi única compañía hasta hoy es la duda de si alguien podrá salir del círculo.
Me evaporo.