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Cotidianas

Diciembre otra vez

Margarita Hernández Contreras


Diciembre otra vez. Abrir y cerrar de ojos y estaremos de lleno en el 2025. Será por cuestiones de la edad, pero a mí a veces me sorprende el inusitado pensamiento de pedir esquina. Pienso en mi hija, en los nietos tal vez por venir y en la anhelada jubilación para conocer más del planeta y me arrepiento. Pero este aspecto cíclico de la vida llega un momento en que hace que uno cuestione tantas cosas. Lo peor es que uno se va dando cuenta de que las cosas no sólo tienden a repetirse, sino que con mucho empeoran. Yo sólo he vivido en México y en Estados Unidos. No tengo más puntos de referencia.

En México aprendí de la corrupción del gobierno; aprendí que la “mordida” era cosa de todos los días y que la violencia era una amenaza siempre presente. Sin embargo, aquí fue donde me sentí más feliz: nací aquí y he vuelto y salido de aquí incontables veces. Aquí conocí las gracias salvadoras de la inclusión y aceptación que brinda la amistad.

Aquí me hice de mis primeros amigos. Descubrí que soy digna de tenerlos. También aquí descubrí el amor. Sí, la magia del amor primero, esa transparencia alada que le da sentido a tu vida. También perdiendo ese mi primer amor, descubrí el segundo y permanente amor; el amor aquel de las más de tres décadas.

Estado Unidos me ha brindado estabilidad en muchos aspectos: de vivienda y de trabajo para empezar; esa estabilidad que significa contar con un sueldo más o menos digno que te permite vivir sin sentirte terrible e injustamente pobre (aunque nunca rica). Es una estabilidad económica que te permite identificarte como miembro de la clase media media (es decir, ni baja ni alta). Las comodidades de este país; el dar por hecho de que, si los pagaste, los servicios no se interrumpen más que por causas climatológicas y por un rato tolerable. Disfrutar y apropiarte de comodidades tecnológicas que nunca vas a terminar de entender pero que no te dejarán de maravillar (como eso de internet y wifi).

Pero la intimidad de tu vida: compartir con tu esposo el privilegio de llenar tu casa de libros y música; de ir trayendo de tu terruño las artesanías que refuerzan la cultura que se quedó en el sur pero que de algún modo tú no dejas de vivir. De algún modo encuentras lugares en Estados Unidos donde comprar un comal, un molcajete; donde comer enchiladas que se parecen en algo a las de tu mami. Encuentras algunos sitios donde puedes comer menudo, caldo de res, caldo de pollo, tripitas y hasta suadero. Encuentras que aquí hay platillos que, así sea un poco modificados y con otros nombres, dejan de llamarse mexicanos para decirse TexMex (como las chimichangas y las sopapillas). Por donde vayas, por lo menos en Texas, donde radico yo, encuentras la marca de tu tierra y tradiciones que de algún modo te afianzan en tus raíces y confirmas que México no sólo se lleva en la piel, sino en la sangre.

Pero vuelvo a eso de que una se cansa y a veces desea pedir esquina. La repetición de los días, de las estaciones, se vuelve a veces hasta tediosa y el calendario lo único que nos ofrece para distinguirlos son los feriados: la Cuaresma con capirotada y tortitas de camarón; el 4 de Julio con el asado que hemos asimilado de la cultura dominante, así como el Día de Acción de Gracias con el guajolote (perdón, pavo, para no autoetiquetarme como mexicanchúngara) y que hemos empezado a mexicanizar haciéndolo mejor en mole en lugar de horneado acompañado por el pay de calabaza y, a veces, optamos mejor por una tamalada.

¿Se dan cuenta? Así sigue el planeta girando y nosotros aquí intentado darle sentido al tiempo que nos toca vivir. Y no nos metamos a cuestiones políticas que ahora esas están para llorar, tal vez en los dos países. A veces me da por intuir que las cosas se pondrán peores en ambos lugares, antes de que den visos de mejorar.

A uno ya en el umbral de la vejez se le dificulta encontrar un significado válido para seguir con la vida. Y lo digo como individuo que ama la vida y el planeta, desde las piedras y los árboles hasta los océanos y las majestuosas cascadas, como individuo que ambiciona conocerlo un poco más antes de que efectivamente el planeta me dé la parada.

A veces me da por preguntarme: ¿Y si me largo pa’ otra parte? ¿Existirá otro sitio en este planeta donde se pueda vivir mejor? ¿Existirá un lugar donde la salud para todos no sea un lujo, como la vida digna tampoco, donde imperen la ciencia y el sentido común; donde las religiones se mantengan como una decisión privada e individual, muy respetada pero sin meterse en asuntos gubernamentales; donde las mujeres tengan control total sobre la salud de su cuerpo y de su destino; donde los hombres sean amigos y compañeros; donde los niños y los ancianos gocen de nuestros cuidados y esmeros; donde la Madre Naturaleza sea cuidada como nuestro sostén principal para vivir? ¿Existe? Entonces, ¿qué nos queda? ¿Estas sociedades donde Don Dinero rige, donde es aceptable que el consumismo sea arma de ataque contra nosotros mismos, donde el que más tiene más vale, donde las vidas humanas de los desposeídos se van volviendo prácticamente desechables, en especial si van de trashumantes por el mundo buscando un rincón seguro?

Cuando me hago nudo con en estos pensamientos es cuando escucho a mi corazón gritar: ¡bajan!

Ah… pero primero ¡Feliz Navidad! ¡Próspero 2025!

Dallas, diciembre de 2024


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