Dime, mamá, ¿Por qué siento tu asco cada vez que tus ojos caen en mí? ¿Es porque ves en mi un puerco que siempre está atascado en lodo?
Por favor háblame, quiéreme, perdóname por no parar de comer, porque por mucho que me grites no puedo entender, mi deseo de comer es más importante que cualquier cosa, gula imparable. No me mires, mamá, con esos ojos en los que no puedes ocultar el odio hacia mi cuerpo, dime qué parte te repugna más y la cortaré, cortaré mi ser, así que abrázame, arrúllame, amamántame y no me ignores.
Ni siquiera puedes tocarme, soy una deformación, algo que no merece ni siquiera una palabra tuya, una conversación que no termine en gritos que claman que me odias aún más. Estoy gorda, no puedo ni caminar, ingiero, ingiero, ingiero hasta más no poder. No por elección sino por necesidad, necesito sentirme entera, necesito aunque sea una pizca de calor, de tu calor.
Mamá, ¿aún me odias por comer tus galletas? Tenía mucha hambre, mamá, por favor, no me castigues, no me escondas la comida, prometo ya no comer tanto, sólo por favor dame algo.
Me gritas cosas feas y no me das de comer. Perdóname por hacerte enojar, mamá, perdóname porque no puedo parar. No sé por qué lo hago, no sé por qué es mi culpa, no sé por qué me odias por algo que no controlo.
Me das náuseas mamá, siento como si hubiera tragado perlas y se hubieran atascado en mi garganta.
Corro al baño, abro la llave.
Golpeas la puerta como si adivinaras lo que estoy haciendo, me conoces sin conocerme.
Meto un dedo en mi boca, lo empujó hacia mi garganta.