Tarde vesperal en los parques
maquillados con su verde
al margen de estaciones.
Gente que conversa de lo mismo.
Un municipio satisfecho.
La banca acumula cartera vencida.
Las iglesias afinan estrategias.
La esperanza permanece incólume
en el corazón de amistades y familia.
La ciudad emputece de arrogancia.
¿No será que el poema
rasga de los días la telaraña
para ―infelices mosquitos―
salvarnos de la araña?
Enunciación extraña
de naturaleza inexplicable
y sin embargo palpable
cuando es pura patraña.
Al aire su frágil arquitectura
de vocablos, materia pura
que adensa cenizas de la tarde:
en miedo y placer el cuerpo arde,
implacable desgaja tu memoria,
y reescribe pasajes de tu historia.
Y acaso te descubre
que cuando rutina
tu amor cotidiano desafina.
Bienes colectivos.
Ingresos per cápita.
La nación les necesita
compatriotas nativos.
Tantas veces el invierno
produce cicatrices:
económicas directrices
atribuyen al eterno.
Soy un altísimo funcionario
público.
Soy un altísimo funcionario
público.
Soy un altísimo funcionario
público.
Sopesé mi amor y el amor
que alguna vez (espero)
me han tenido;
todos salieron perdiendo.
Soledad, desencajado rostro
que el espejo recrimina.
Dialoga con piedras del camino,
bebe en cáliz su locura.
Se aloja santamente en el silencio.
Aborda trenes en la misma estación
del propio desencanto.
Siempre regresa en rumor de viento y lluvia.
Reconoce su vocación infatigable,
se sabe indefectible, se le respeta.
La soledad tiene rostro.