El abrazo cálido del trópico invita a caminar:
cielo y mar de azules derramados,
olas que tejen sábanas brillantes sobre la arena,
nubes que se acolchonan en el horizonte,
barcas que cabecean mientras esperan.
Transcurre la convivencia cotidiana
de aves y peces,
insectos y reptiles,
árboles frutales y palmeras,
flores, enredaderas
y cúmulos de piedras
bañadas de agua y sol.
En la arena blanda y amarilla
se hunden los pies
y las huellas propias se confunden
con las de los que han pasado al trote.
La mirada se adelanta para sorprender
cangrejos temerosos
y azulísimos zanates.
Más allá se tropieza con troncos y ramas secas,
cocos trepanados,
mitades de limón,
restos de piña,
caparazones de ostras,
cabezas de pescado,
mierda de perro,
vidrios centelleantes y afilados,
plásticos variopintos
que a lo lejos fosforecen,
y desechos esparcidos,
sin pena ni rubor,
en el territorio dorado de la playa
y hasta en los más impensados rincones
de la fotogénica bahía.
De repente,
limpio y solitario,
aparece el protector contra la inmundicia
y testimonio de una ofrenda
a la vastísima diosa del agua:
un ojo de venado.
Los que saben dicen
que el mar gime y se lamenta,
ruge cuando se enfurece
o sin cesar sólo murmura.
Pero dicen también que el mar canta,
y su música acompaña a navegantes
náufragos y pescadores
y a prófugos bañistas semanales.
Para estos el mar sólo hace ruido,
por eso intentan acallarlo
con ruidosas bocinas
que instalan en las playas.
Afanados, corean a todo pulmón,
y de sus bocas salen desafinadas historias
y tragedias previsibles
que hablan de insanas pasiones.
Mas la voz del mar es poderosa,
continua y permanente,
y rebasa con mucho el ton ni son
de trompetas y tamboras.
El ronco pecho del mar también es generoso
y acoge sin recelo a quienes buscan divertirse
en sus vaivenes
aunque terminen por arrojarle desperdicios.
Por algún lado de los incontables litorales
habrá quien halle el ritmo y tono
a la voz profunda y grave del océano,
y la hará de traductor de sus acordes
en una partitura que, quizá,
será sublime y poderosa
para quienes tengan
oídos limpios y corazón atento.
a)
La ballena emerge
hacia la vigilia del día
lanzando jubilosa y explosiva exhalación.
Con estrépito regresa
a la permanente noche del océano
y otra vez sueña que,
por fin,
ha logrado alzar el vuelo.
b)
Con potente exhalación
la ballena emerge
a la claridad de la vigilia,
y estrepitosamente vuelve
a la profunda noche del océano
a seguir soñando que ha volado.
1
En esta hora del oscuro silencio
la luz afila sus perfiles.
La luna destila gotas de bálsamo
sólo para quien es capaz de ver
el alma de las cosas.
A través de la ventana
los ojos del insomne recorren
el andamiaje luminoso
de una ciudad bañada en resplandores,
y en la negritud ausente de deseos
aparecen, vibrantes,
los ocultos signos de la vida.
2
A través de la ventana
miro la noche
que aquieta el alma y la protege
de sobresaltos y temores.
La negra bóveda celeste
derrama abundantes dones al que vela
y alimenta sus ojos
de lumínicas gotas y fugaces destellos.
Desde el sitial en que ya no soy
la ventana no es más que un espejo oscurecido
donde la luna es dos veces ella misma.
Recojo poemas
como semillas de cacao
para darle sabor y aroma
al cuenco de barro
que nos contiene.
Busco palabras
como pepitas de calabaza
para nutrir los pasos
que andamos dando
a tientas por la vida.
Espero la canción del agua
que suene en distintos tonos
para darle frescura, ritmo y cadencia
a todo lo que nos hace estar en este mundo.
Aguardo la aparición del sol
que con su cálida luz
teñirá el caleidoscopio de los ojos
para ver y saber más
del yo, aquello, tú, todos nosotros.
Margarita Hernández Contreras
Paulina García González
Roberto García Lara
Luis Antonio Aguilar
Laura Jarero
José Ángel Lizardo
Cezanne Nieves
Paulina García González