Yo tengo que trabajar, como toda la gente que conozco a mi alrededor. Quisiera ser rica. Sin embargo, la riqueza la defino en otros términos.
Claro, el dinero está de por medio porque para llegar a la riqueza según mis términos, el Sr. Dólar cuenta. Pero para mí la riqueza no es manejar el auto más caro del mercado ni tener una mansión en tres acres y contar con empleados que se encarguen de mi comodidad personal; tampoco lo es darme de compras como loca por las tiendas más caras de Dallas. Sobre todo, la riqueza no está en perder el tiempo tirada en la cama comiendo trufas y caviar con champaña. Habrá gente que pueda pasársela haciendo eso (como los ricos que vemos en la tele) pero, en mi opinión, no hacen más que desperdiciar su vida y sus recursos.
Yo la riqueza la mido en función del tiempo. Sí, del tiempo que uno puede llamar propio, del cual uno es dueño (ajá, propietario). ¿Cuánto tiempo del día de verdad le pertenece? Si para nuestras cosas dispusiéramos de todo el día, de las 24 horas, si nosotros pudiésemos decir cómo vamos a organizar nuestro tiempo, si tuviésemos la flexibilidad de decir a qué horas y a qué dedicaremos el día, ¡ah, entonces seremos ricos!
Imagínese la vida de mis sueños: puedo decirme dueña de mi tiempo. Y como todo mi día me pertenece, cuento con los recursos para vivir con cierta comodidad y holgura. Mis recursos no son ilimitados, pero sí suficientes para dedicarme a las cosas que me llaman. Ahora imagínese usted en esta circunstancia: Tiene los recursos Y EL TIEMPO para dedicarse de lleno a aquellas aspiraciones a las que también usted renunció por necesidad y exigencias de la vida. ¿Soñaba con ir a la universidad, con obtener un posgrado? ¿Quería hacer cine? ¿Quería ser arquitecto? ¿Soñaba con ser entrenador de futbol? ¿Pintor, músico, poeta? ¿Hablar tres idiomas? ¿Pensó en un plan empresarial que pudiera dar empleo a otros y que sería para ellos el jefe que usted nunca tuvo? ¿Dedicarse a labores altruistas y humanitarias? ¡Imagínese las posibilidades!
Cuando descubrí que la riqueza no se mide nada más en dinero, sino sobre todo en tiempo, desde aquel luminoso día en mis treinta estoy más que presta para la jubilación. Y la jubilación no la veo como nos la pintan en Estados Unidos: uno jugando golf y en una comunidad para personas en nuestra misma condición. No. Estoy presta para la jubilación porque seguro ese día podré vivir una vida cómoda que me dé libertad (léase tiempo) para hacer todo aquello que me falta. (¿Por qué no, escribir un buen guion y hacerlo película? ¿Por qué no los idiomas?)
Y tengo un plan. Le aseguro que este plan lo compartimos millones. Casi nunca hago lo que necesito para darle a mi plan la posibilidad de ejecución. Ah, pero cuando vale la pena, voy con mi dolarito en mano y me compro un boleto de lotería. Nomás uno, es todo lo que se necesita: un dólar más que verde pintado de esperanza; ¿o acaso es verde porque el mismo poeta dijo que “verde es la esperanza”?
Pero mientras ese día llega, aquí me despido que tengo salir volada a mi otra chamba...