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Muerto el perro

Paulina García González


Para consolar a la hija le hicieron una misa, para hacerse ver como misericordiosos le rezaron un rosario. Lo cierto es que nadie le llora. Muchos, por el contrario, se alegran de su muerte.

A la salida del templo se hacen dos filas que no cuentan con más de cinco personas de cada lado. “Nuestro más sentido pésame”, dice una señora. “Lo sentimos mucho”, dice una chica de 22 años.

Pero, ¿quién lo siente? La hija siente haber deseado su muerte hace más de 15 años. Siente haberse culpado por años de las cargas del muerto. Siente no haber conocido nunca a su padre.


Pamela

¿Murió de miedo? ¿O murió de amor?

Nadie sabe
no lo supo descifrar el doctor,
sus piernas se trozaron un día,
su cabeza creció,
le explotó un ojo y ya no podía ver,
dejó de ir a clases para no asustar a los demás
nadie preguntó por ella; supuse que estaba bien.

Pero fui a buscarla
a esos lugares extraños que solía recorrer
todo era tan deprimente...
hasta yo me asusté
quería salir corriendo pero no lo hice.

Y de pronto la vi
en aquellos pasillos de esa sucia central
con la mirada perdida
sin ganas de hablar
colocando su mano en su larga cabellera
tratando de disimular su semblante quebrantado.

Pamela, ese es su nombre, o...
espera, creo que ese era
murió metros antes de llegar a casa
por donde nadie pasaba
creyó nunca morir ahí
por eso es que hoy la vi.

Llevaba un morralito gris
un libro en la mano y un cuaderno para escribir
decía que cuando las cosas se ponían feas era bueno leer,
por eso leía todo el día y escribía lo que sentía.

era joven y bella, mi amada Pamela,
no supe entenderla,
no permanecí el tiempo necesario,
le fallé.

Ya no tiene cuerpo
ya no viste sus lindas medias
pero quiere salir corriendo
vaga su alma en pena...
Pamela.


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