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Entrevista a Rodrigo Gálvez, director del CEDART “José Clemente Orozco”

La educación artística y sus desafíos

Natalia Celic


El pasado se vuelve como un faro de luz. No recuerdo todo completamente, pero hay destellos en mi memoria que iluminan algunas de las enseñanzas que Rodrigo Gálvez dejó como mi maestro en el CEDART “José Clemente Orozco”. La cercanía con sus alumnos es singular. Lo visualizo prestando sus libros, aun con el riesgo de que no se los devuelvan, e incitando a los estudiantes a crear y a hacerse de su propia manera de percibir el mundo. Su mirada apasionada nos guiaba entre museos y templos de la ciudad, dejaba la tarea de tomar fotografías para expresar cómo veíamos la historia, nos invitaba a eventos culturales y nos compartía sus deseos para hacer expediciones a los centros históricos del país. Siempre buscaba una forma de recrear, dentro y fuera del salón de clases. Por ejemplo, viene a mi mente un ejercicio en el que nos pidió traer sonidos, sabores, olores y sensaciones mesoamericanas para introducirnos a la historia de México. Y fuera de la escuela organizábamos partidos de básquetbol a los que él se unía y nos llenaba a todos de ilusión.

Han pasado cuatro años desde que egresé de esa institución y de que el tiempo se encargara de hacer esas imágenes borrosas. Al reencontrarme con el maestro Rodrigo Gálvez a través de esta entrevista, el faro volvió a iluminar partes que ya la luz no alcanzaba. Expondré parte del currículum del ahora director de este Centro de Educación Artística, para los que estén buscando saber más y no sepan muy bien dónde encontrarlo, como me ha sucedido a mí. Rodrigo Gálvez nos habla, con su humor característico, de lo que él llama sus “títulos nobiliarios”: es licenciado en Filosofía por la Universidad de Guadalajara, licenciado en Ciencias Sociales por la Normal Superior del Estado de Jalisco, cuenta con un posgrado en Educación por la Universidad Pedagógica Nacional, y un posgrado en Historia de México por la Universidad de Guadalajara, que fue realizado en los programas del CONACYT. Ha sido profesor de la Universidad Virtual de Guadalajara en la licenciatura de Educación, profesor de distintos bachilleratos de la misma institución en el área de historia y metodología. A partir del 2006 y hasta la fecha es encargado de asesorar esas asignaturas en el CEDART “José Clemente Orozco” del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, al que fue nombrado director desde 2018. Asesora en el Centro Universitario de Tonalá (UdeG) la asignatura de Historiografías del siglo XIX y siglo XX de la licenciatura en Historia del Arte. Asimismo, se dedica a la danza folklórica desde 1996.

Natalia Celic: Me refiero a usted como maestro porque así lo conocí, pero ahora es también el director. ¿Cómo fue el cambio? ¿Cuáles han sido algunas diferencias significativas entre ser maestro y ser director? Me dijo que sigue dando clases, pero, como director, ¿cree que pueda alejarse de la cotidianidad de los estudiantes?

Rodrigo Gálvez: Es un cambio importante, en mi caso una de las cosas que me quedó claro cuando llegué a la dirección es esta posibilidad de concretar muchos de los proyectos que traía como profesor. Creo, malamente, que el sistema educativo, o al menos en el CEDART (en mi experiencia), para sacar a la luz u objetivar los proyectos académicos, tienes que estar muy cercano al poder, vamos a decirlo así, o tener mucho más presencia con la administración en turno. Malamente lo digo porque tendría que ser un trabajo colectivo, dialógico, colegiado. Tendría que sacar toda administración los proyectos de los profesores a la luz, pero la verdad es que no es así, no funciona así, no funcionaba así la escuela. Lo trato de impulsar ahora desde la dirección, que me ha permitido esta maravillosa posición de poder direccionar los esfuerzos de distintos actores de la escuela hacia la concreción. En el papel de director eso me permite dos cosas muy importantes: vincular a la escuela con otras instituciones, con otras dinámicas de trabajo, y difundir el trabajo, no solamente de los profesores, de los estudiantes. Son dos de los ejes más importantes de mi gestión, vincularnos con el Consejo Estatal para la Cultura y las Artes, con la Escuela de Restauración y Conservación de Occidente, con la Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco, con el Ayuntamiento de Guadalajara en el área de educación, con la Universidad de Guadalajara, con el ITESO, con el TEC de Monterrey. Me parece que es un punto fundamental que me quedó claro y que no se podía hacer como docente. Otro cambio: hace muchos años estuve en el seminario y me salí, no porque odiara la parte teológica, la parte de formación, pensé que yo nunca iba a confesar a la gente; hoy, cuando llego de director me encuentro con una dinámica en la que constantemente la gente te busca no para confesarse, pero sí para platicar, esto es algo que hago mucho más que como profesor. Platico con distintos actores, desde padres de familia, estudiantes, maestros, vigilantes, intendentes, administradores, con mis pares académicos de otros CEDART, con directivos de otras instancias. Esa parte no la tenía presente cuando era docente, mi parte activa de diálogo era con los estudiantes, pero ahora me toca trabajar con muchos actores y eso lo disfruto mucho porque me encuentro en una posición donde puedo hilar, donde puedo tejer fino para que el trabajo de mi escuela, de mi colectivo, pueda enlazarse con otros proyectos educativos. Creo que esa es una diferencia monumental, mi trabajo como director me aleja de la cotidianidad en cierto sentido, porque tengo que atender como veinte pistas al mismo tiempo: cuestiones administrativas, académicas, pedagógicas, de vida personal. Múltiples factores que con la pandemia se han multiplicado; hay estudiantes que llegan con cuestiones de suicidio, depresión, violentar su cuerpo, padres de familia que te van a contar casi toda su vida. Y eso no me pasaba como maestro, me platicaban los estudiantes, pero no al nivel de confianza como ocurre ahora que soy director. Otra parte es la grandiosa oportunidad, como te decía, de darle difusión al trabajo de mis compañeros. Por ejemplo, ahorita estamos en la preparación de un proyecto editorial para publicar un libro colectivo entre distintos maestros de distintos CEDART y distintos educadores que nos dedicamos a la cuestión de las artes en el occidente de la república. Entonces, esto no lo podía hacer como maestro, pero ahora como director sí. Lo que yo quisiera es que la gestión directiva haga eso, convocarnos para publicar, para investigar, para dialogar sobre metodología, investigaciones, sobre cómo trabajar de mejor manera con los que me rodean. Me queda claro que tengo que hacerlo, que quiero hacerlo. Ojalá me alcance el tiempo.

NC: La situación de la pandemia afectó de manera global. Hace poco más de un año la educación tuvo que adaptarse a la modalidad virtual. ¿Cómo se vivió en CEDART? ¿Cómo se adaptaron las clases de danza y teatro que requieren espacio, movimiento e interacción? ¿Qué pasó con las clases de música, donde los maestros tienen que enseñar la técnica correcta de un instrumento, o con las herramientas, espacio y materiales que provee la escuela a los estudiantes de artes plásticas y que no pueden tener en su casa?

RG: La pandemia desató un montón de demonios y un motón de escenarios. Lo primero que nos enseñó es que había huecos en la formación, en las propuestas didácticas, que en la presencialidad pensábamos que operaban pero realmente no operaban. Esto primero lo desnudó la pandemia, es decir, de una semana a otra tuviste que trasladarte a un ambiente virtual. Después de año y meses observo que hay una gama de respuestas increíbles ante este fenómeno por pate de mis compañeros y de mi parte. Por ejemplo, un maestro dejó una colección de trabajos a los estudiantes y nunca retroalimentaba, o si lo hacía era en el sentido de “tienen que hacerlo como yo”, entonces no nos dábamos la oportunidad de escuchar los procesos de los estudiantes, pero bueno, esto fue en la primera parte de la pandemia del 2020. Fue como inventar, porque realmente fue inventar cómo nos encontraríamos. No solamente las ramas artísticas, también las que llaman teóricas tienen sus bemoles. A veces uno piensa que por ser algo teórico, como dicen, no se necesita la interacción, yo creo que sí, es fundamental la interacción, tanto en las aéreas artísticas y de humanidades como en el área de ciencias. En cualquiera de las áreas es fundamental. Si piensas la educación artística, o la educación, como en islas incomunicadas, entonces da lo mismo o no tener virtualidad, porque el profe de matemáticas les deja un montón de ejercicios a los chicos y así supone que está enseñando matemáticas. Pero si tú entiendes la educación, y la educación artística, desde la interdisciplinariedad, desde la transversalidad, entonces para ti es importante que los chicos interactúen con ciertos objetos o con ciertas situaciones. Esto lo entendimos en la segunda parte de la pandemia, donde los profesores se suscribieron a sitios, tuvieron que bajar un montón de recursos, los enseñamos a hacer tutoriales, a hacer videoconferencias, a hacer quiz, a hacer exámenes en línea, a retroalimentar. Eso de contestar un mensaje a los estudiantes había gente que no lo hacía. Por la edad de mis profesores… tengo 45 profesores, de esos la mitad rebasa los 50, 60 años… no quiere decir que no sepan, quiere decir que les costó más el trabajo. Ahora, después de un año veo que ellos se adaptaron de mejor manera que los jóvenes, eso es interesante. Pongo como ejemplo a la maestra Sara Isabel Quintero, del área de teatro, se reinventó, reinventó su metodología, se grababa, se suscribía a revistas especializadas de teatro y armó clases sensacionales. La primera parte de la pandemia nos quedamos muy limitados, porque todo se concretaba a observar al maestro a través de la pantalla. En la segunda parte de la pandemia hubo la creación y construcción de nuevos espacios desde la virtualidad, es decir, permitir que los chicos se grabasen, se equivocasen, y a partir de ello retroalimentar sus ejercicios. Porque en la primera parte de la pandemia fue “veme y cópiame” “copia lo que yo estoy haciendo” y eso le garantizaba al maestro, desde su perspectiva, que el chico estuviera aprendiendo; nada más alejado de la realidad. Hacia finales del 2020 y esta primera parte del 2021 los maestros hemos entendido que es importante observar qué dicen y cómo lo hacen los estudiantes. Fueron dos momentos de la pandemia. Aunque aún hoy tengo compañeros que insisten en que los estudiantes tienen que copiar lo que ellos dicen para poder evidenciar que están aprendiendo. Me ha costado, y me seguirá costando, transgredir o violentar esos esquemas simbólicos que mis compañeros tienen, pero es mi trabajo. Cuando el semáforo nos dio el verde, los maestros se dedicaron a conseguir espacios además de la escuela, y con dinámicas con las cuales pudieran trabajar con los chicos, es decir, se quedaban de ver en un espacio al aire libre, en alguna academia de algún maestro, en algún espacio teatral para darle continuidad a los proceso de construcción artística, en el caso de Historia de las Artes y la Cultura algunas clases fueron a través de caminar la ciudad, estar en los museos que ya contaban con protocolos de protección; a través de esta interacción pudimos trabajar la cuestión de abstracción, de caracterización, de contrastar etapas y propuestas para vincular una etapa histórica con otra. Han sido como tres etapas, la primera fue “copie y a ver cómo nos sale”, la segunda fue “copie, pero a ver qué dices tú” y la tercera “a ver qué dices tú y yo complemento con otros recursos para al final del semestre retroalimentar de forma presencial”. Un elemento importante que nos deja la pandemia es qué podemos entender como educación artística en este siglo XXI. La gran pregunta que nos lanza la pandemia es: ¿cómo entender, cómo reconceptualizar la educación artística después del choque de la pandemia? Ya no la podemos entender, ya el arte contemporáneo nos había anunciado la muerte del arte, la muerte del artista, la muerte de la historia, de estos metarrelatos, pero esto no lo habíamos llevado a las escuelas, quedaba en los museos, en las galerías, en exposiciones. Lo que nos enseña la pandemia con la virtualidad, lo que nos obliga a aprender es cómo reinventar la educación artística para este siglo XXI, porque la educación artística no va a ser la misma, el objeto mismo de arte ya no es el mismo. Hemos tenido experiencias muy interesantes a partir de la pandemia, hemos invitado a colectivos de feministas para que nos compartan proyectos en los repensaron, a partir de su experiencia de violencia, espacios de Tonalá. Los chicos pudieron, de primera mano, a través de la clase de proyectos interdisciplinarios, acercarse a este tipo de proyectos. Este fenómeno creo que se tuvo que acelerar en virtud de la pandemia, el repensar la escuela, el proceso de educación artística, el repensar las metodologías de enseñanza-aprendizaje, repensar el objeto mismo del arte en las escuelas, en la educación artística.

NC: En Guadalajara, ¿cuáles son los retos que enfrenta la educación artística aparte de la difusión y la vinculación?

RG: Un reto fundamental es el asunto del dinero. También tiene que ver con el hecho de saber vender un proyecto educativo. Alguien me podría decir que estoy prostituyendo las artes, pero si uno revisa la historia, siempre los artistas entendieron que debían saber vender su obra. Más bien, hemos malinterpretado la idea que el Romanticismo nos heredó del siglo XIX, de que la estética y el arte tienen que ver con cuestiones desinteresadas. La educación artística, al igual que cualquier otro juego cultural, juego simbólico, tiene que vincularse con la empresa, la iniciativa privada y todo eso. Un reto es el asunto de la manutención de los espacios artísticos, de los espacios culturales, que las administraciones no lo vean como gasto sino como inversión, tiene que cambiar el paradigma del gobierno del estado. Invertir, no gastar. Otro reto, desde el punto de vista de la academia, es reinventar nuestras metodologías de trabajo, como investigadores, como artistas. No podemos seguir pensando en un espectáculo de teatro como si estuviéramos en el siglo XX. Tenemos que abrirnos a otras lógicas, a otras narrativas. Es como enseñar literatura como hace diez o quince años, tal vez con los mismos textos incluso, ojo con eso. Ya sabes qué texto te van a dejar cada año, entonces no hay sorpresas. Hay que reinventarnos como profesionales de nuestras áreas. También construir público es fundamental para la educación artística.

NC: ¿Algún aprendizaje en su experiencia que quiera compartir con aquellos que se dedican a la formación de estudiantes de artes y humanidades?

RG: Algo que he aprendido a lo largo de los años es que lo más potente de un curso es cuando logramos como docentes poner en tela de juicio los presupuestos de los que participan en una clase, porque eso ayuda a movilizar al sujeto, a construir y buscar respuestas, si no sale de esa zona puede estar en la clase o compartiendo el seminario, pero debes conflictuar, poner en tela de juicio tus aprendizajes, tus enseñanzas frente a lo que te están compartiendo los otros, para mí es un núcleo fundamental. Yo inicié en el 2001 en la docencia, voy a cumplir 20 años en octubre, y eso es el aprendizaje más grande que me ha dejado. Me acordé de aquello que cuando llegas al final te ayuda a desestabilizar todo, cuando llegas a un punto en el cual poner en tela de juicio todos los presupuestos te ayuda a movilizarte hacia otros derroteros, como Óscar Wilde y los grandes maestros, los poetas malditos del siglo XIX, mientras no haya muerte el caos provoca la movilización, creo que eso es importante en los cursos, el caos, la muerte, la crítica, el cuestionamiento, la problematización, etc.

NC: Muchas gracias por participar en este número de Ágora127 en una sección tan importante como lo es el de la de educación.

RG: Para mí es un honor participar, creo firmemente en dialogar con mi entorno, ágora era el espacio donde se discutían las ideas, el espacio al aire libre donde se compartían y se ponían en tela de juicio, algo fundamental en mi vida.


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Enseñanza-aprendizaje y pandemia

Juan Manuel Ortega


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Lluvia, gota de placer

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Guanatos, río de piedras

Raúl Caballero García


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En el asilo

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O sentimento do mundo

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