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Raúl Caballero, in memoriam

Luis Rico Chávez


En enero de 1993 se cumplió un año de El Papel de San Anto, donde generosamente comenzaste a incluir mis trabajos periodísticos, que aparecieron después en El Heraldo News, El Día y La Estrella de Texas, publicaciones hispanas de la zona metropolitana de Dallas. Al año siguiente me invitaste a embarcarme en la aventura —efímera pero significativa para mí— de Prensa Libre Internacional. Estas publicaciones destacan algo de lo que fuiste: periodista generoso, honesto, comprometido, que te valió la obtención de varios premios. Reviso la nómina y el directorio y descubro nombres que, al paso de los años, permanecen en otros medios, incluidas las redes sociales. También fuiste un hombre de amistades sólidas, constantes. Grandes lecciones de vida, permíteme decirlo.


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28 de noviembre-28 de diciembre de 1994. Llegué a Irving, Texas, el 28 de noviembre. Me tocó ayudar en la mudanza, a Carrollton. Literalmente, durante cuatro semanas compartimos el mismo techo. Después de intercambio epistolar, del envío de mis intermitentes colaboraciones, se inició el diálogo directo. Cine, música, libros, nos unieron de inmediato. La cordialidad, el buen humor definieron esos días. En ese periodo las circunstancias me obligaron a transformarme en poeta. La lejanía de mi mujer, con quien apenas llevaba cuatro años de matrimonio, me orillaron a escribirle un poema diario, que se guardaron en el disco duro de tu computadora. No olvido (y agradezco) tus palabras sobre esos textos. Para mí aquella estancia fue una fiesta. Contigo y con Margarita celebré mi cumpleaños número 28. Con ustedes pasé la Navidad. Cómo agradecer esos momentos, que a la distancia se magnifican y se atesoran en un lugar especial de la memoria.


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De tu paso por Guadalajara tengo referencias indirectas. La revista Péñola, a mediados de los ochenta, tu estancia en la Facultad de Filosofía y Letras, transmutada ahora en un departamento fragmentado, y tu trabajo en El Occidental, a donde llegué a los pocos meses de tu partida a Estados Unidos. Recuerdo que en alguna ocasión solicitaste mi intervención para incorporarte a la nómina de editorialistas. Cuando le planteé al director la cuestión, hizo un gesto de molestia y comentó: “¿No fue este Raúl el que nos armó la huelga?” Y sí, habías sido tú. Durante mis primeros meses en el periódico, todavía algunos comentaban con socarronería el incidente, felices de que alguien se hubiera atrevido a exhibir la mezquindad y los abusos de los dueños de los medios.


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Esta tu solidaridad también te generó problemas, según me lo contaste tú mismo en un tono entre burlesco y nostálgico. Evocabas una noche de bohemia, en procesión por bares del centro de Guanatos, en busca del próximo tequila, procurando aplacar la inagotable sed de la juventud. Ibas en compañía no muy grata, un poeta malogrado que se perdió hace años en un viaje alucinógeno del que no regresó. De madrugada, su andar errático los arrojó a la explanada del templo del Expiatorio. Intoxicado, y ya sin duda con los síntomas que se habrían de agravar al paso de los años, tu amigo poeta sin más ni más comenzó a patear la cortina de un puesto de periódicos, y como poseído se puso a gritar y a lanzar por los aires los restos de las revistas que iba destruyendo. Como siempre, la policía se hace presente en los momentos más inoportunos (y no cuando se le requiere), “y esa fue mi primera noche en una celda”, concluyes tu narración, lamentando no haberte dado a la fuga cuando el poeta tuvo su arranque de locura.


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Tu apoyo en mi proyecto www.agora127.com es invaluable. En estos nueve años de existencia, tu nombre fue una presencia constante. Además de tus poemas, tus crónicas y reseñas sobre música (jazz, blues, rock) ilustran a los lectores (a mí en primer lugar) sobre estas expresiones artísticas y culturales fundamentales en nuestra historia actual. Billie Holiday, Joni Mitchell, Laura Nyro, Grace Slick, Janis Joplin, Joan Baez… personalidades que definen una época y retratan a varias generaciones. La cultura y la contracultura, los jipis, la sicodelia, la vida en general que pasa ante nuestros ojos, en la que estamos inmersos, que nos define hasta en los actos más cotidianos e íntimos. Y todo eso lo expresaste no sólo con tu voz, sino que tuviste el tino de convocar otras voces, para que la construcción de este fragmento de realidad (en la finitud que nos toca en este tránsito efímero y a la vez perdurable) se mostrara como un mosaico complejo, múltiple y hasta contradictorio.


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Con esta estrategia construiste tu libro de Las Mitras, que al focalizarse en una zona geográfica específica a la vez da cuenta de lo que son las áreas urbanas de México, con sus peculiaridades y su historia particular que, aunque parezca un contrasentido, retratan los elementos comunes que perfilan parte de la historia nacional, con todas las influencias, vaivenes, incidentes, tropiezos, genios y figuras que dan cuenta de algo tan ubicuo e indefinido como la noción de país. E, insisto, no es la tuya una pluma solitaria, afanada desde una atalaya infranqueable en abordar tales cuestiones, sino que acudes a otras miradas, otras perspectivas, otras formas de acercarse a ese universo para recuperar estas andanzas colectivas.


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Aun en tu poesía, tantas veces tan íntima, resuenan ecos de esa colectividad. Pero sobre todo está la presencia de la amada (Margarita, Mita en la intimidad), retratada a lo largo de décadas, en una relación que a la vez te definió y que mostró tu lado más humano y generoso. Parafraseo enseguida algunas notas de una reseña que publiqué de tu primer libro, El agua inmóvil: el amante nos comunica su asombro, sus descubrimientos, su emoción vital. Su existencia depende del alimento que recibe de la amada, a través de sus imágenes, su percepción, sus sentimientos del pasado y del instante presente: lo que le permite construirla y construirse. Este universo amoroso, nuevo y antiguo, se percibe con los sentidos, no con la razón, como ocurre en toda poesía que apele a las emociones, a la necesidad de vivir y dejarse arrastrar por la intensidad de la existencia (leer texto completo).


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Quisiera agradecer tu confianza al pedirme que revisara tu último libro: Vianey Valdez. Al ritmo de este compás (ir a la reseña). Al igual que tus colaboraciones en mi revista digital, este trabajo me permitió acercarme más a un pedazo de nuestra historia, de las vivencias de una época de la cual no soy tan ajeno, aunque sí un poco distante. De esta manera, derribas muros y construyes puentes que nos unen, que nos acercan y nos permiten sentirnos parte de una misma colectividad, del mismo universo que se vuelve más habitable. Insisto: todos estos actos te retratan de cuerpo completo: eres tú y los otros, nosotros nos integramos a tu esencia. Expresas de una manera sencilla, directa, cordial, humana, lo que tú eres y lo que somos todos. Te acercas a esos momentos de intimidad que nos definen como individuos, pero a la vez posees la visión global que nos involucra en el todo de la existencia, de la vida en común. Volviste nuestro mundo más humano, más emocional, más íntimo, ingredientes que nos permiten amar la vida. Gracias, amigo, porque me ayudaste a amar la vida.


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