A pesar del descenso en el matrimonio, como vimos en el número 19 de esta revista, los datos favorecen la vida en pareja en la población mayor a 14 años (58.1%). Si bien el índice de personas solas es grande (41%), aún no supera el porcentaje de personas que viven en pareja (ver gráfica).
Podemos arriesgar la hipótesis de que las personas fracasan o se alejan de la vida en pareja por carecer de madurez emocional, es decir, por un desarrollo precario de su inteligencia emocional (IE): insuficiencia en sus competencias emocionales.1 “La importancia de la IE radica en aprender a administrar las emociones para que estas trabajen a favor de la persona” (Garaigordobil Landazabal y Oñederra, 2010: 244).
Porque la satisfacción marital depende de la madurez emocional que los contrayentes hayan alcanzado; de su similitud en espiritualidad, apertura mental y afabilidad; del tesón y extraversión que sean capaces de mostrar en su relación. El buen humor también contribuye positivamente al disfrute de la vida en pareja. Existe buen pronóstico cuando —desde el comienzo— se percibe honestidad, apertura, transparencia y respeto; cuando no se percibe engaño de ningún tipo, sino por el contrario: integridad. Cuando la alegría deriva de una decisión libre y querida frente a la unión por parte de ambos contrayentes. En ese caso, aunque se perciban problemas, existe conciencia de que no son provocados deliberadamente y ambos se enfocan para superarlos.
“La expresión del verdadero consentimiento matrimonial ‘hasta que la muerte nos separe’, no es simplemente una frase bonita que se dice sin más: es la expresión de la dinámica del amor conyugal sobre el que se funda la familia y que expresa que es esa donación personal la que crea el vínculo conyugal, el lazo familiar que no puede ser destruido por voluntad humana. ¿Un lazo familiar de sangre puede ser destruido por voluntad humana? Efectivamente no; nadie puede llamar a su padre, a su madre, a su abuelo, a su hijo o hermana o nieto como mi ‘ex’; aunque la identidad personal familiar quisiera ser desconocida, jamás podrá ser destruida. […] La comunión conyugal supone un tú y un yo, en el que cada uno se autorrealiza y se autorreconoce en el otro” (Alzate Monroy, 1996: 38).
La cita es radical en cuanto a que la voluntad humana no puede romper lazos matrimoniales, ya que el pariente más cercano es la pareja. Una persona (madura) casada suele dar prioridad a su pajera antes que a sus padres o hijos. No obstante, el desafío es tratarle también como un igual; ha de evitar conductas de dominio o competencia con su cónyuge. Los contrayentes han de practicar la libertad en la que ambos se eligen mutuamente como la mejor opción para vivir. Hay que respetar al otro con escrúpulo y experimentar el anhelo de complacerle, el anhelo de hacerle sentir bien. Cuando este anhelo es experimentado por ambos, resulta fácil fiarse y avalarse uno al otro en todas las decisiones. Eso es mucho más fácil si deciden considerándose pareja. Eso significa que uno no decide por el otro. Siempre se toman en cuenta para decidir, pues actúan como si fueran uno. Cuando la familia crece, las decisiones incluirán a los demás miembros. Verdaderamente son pocas las decisiones personales, puesto que la familia actúa como unidad para conservarse sana.
Quizá el lector suponga que esto es demasiado engorroso, puesto que para cualquier decisión todos deben de estar de acuerdo y no es ese exactamente el caso. Por ejemplo, un hombre independiente que no tiene pareja ni hijos dispone de su sueldo para sus necesidades personales, en tanto que un hombre casado y con hijos considerará su sueldo como algo que pertenece a su familia de la cual es solo un miembro. De modo que no podrá disponer de ese dinero para cuestiones personales; tendrá que decidir en función del beneficio grupal del que forma parte aun cuando el sueldo lo haya ganado él. De modo que es conveniente acordar primeramente con su pareja y secundariamente con los hijos de los que ambos son responsables hasta que se puedan valer por sí mismos. De esta forma, al decidir, no olvidan sus compromisos ni se exceden en la disposición de los recursos de cualquier tipo. Otro ejemplo: una persona (mujer o varón) puede ser objeto de seducción de otras con más cualidades que su pareja y, a pesar de reconocerse en desventaja, en su fuero interno mantiene la lealtad a la persona por la que se decidió con anterioridad. Viene al caso la situación de un marido celoso que siempre sentía incomodidad por la forma en que otros hombres veían y trataban a su mujer, que era muy bonita y valiosa. Hasta que un día ella molesta por sus reclamos le dijo: “Es cierto, hay hombres mejores que tú; más guapos, más buenos, más ricos… pero yo te elegí a ti, así que déjate de torturas inútiles”.
En una pareja de personas maduras, se verifica confianza mutua y, sobre todo, libertad en la que se avalan uno al otro sin vacilar. Esto no significa que se prohíban divergencias, por el contrario, las discuten con el propósito de ajustar las reglas y dar cabida y soporte a esas diferencias.
Las inconformidades, los problemas, no se callan, se analizan, discuten y superan mejor en común. Habrá quizá algunas cosas en las que no se alcance acuerdo y entonces habrá que aceptarlas sin exclusión tal como son, sin pretender anularlas o deformarlas. Es mejor aceptar las diferencias con respeto que ejercer coerción. Podrán existir temas sin solución que se quedan pendientes, pero nunca serán motivo suficiente para una ruptura.
Cuando existe molestia, en ningún caso es conveniente retirar la palabra. Tal vez se suspenda por un rato mientras las emociones están alteradas; para protegerse y proteger al otro de palabras que produzcan arrepentimiento; es preciso nunca dejar de hablarse. Hay que mantener comunicación aunque no exista acuerdo. El tesón y la afabilidad contribuirán a la solución. Ser amable a pesar de que las cosas no ocurran como a uno le agrada, es un valioso gesto de amor maduro. Viene bien no olvidar que los intereses personales se subordinan a los intereses de todos. Si todos actúan de esa forma, es más fácil lograr acuerdos y superar problemas. Hay que insistir en la necesidad de considerar al compañero matrimonial como alguien igual a uno mismo, y tratarlo como corresponde.
“Las mujeres que aman a los hombres no tienen ningún sentimiento de inferioridad o de superioridad con relación a ellos y no guardan respecto de ellos ningún resentimiento ni hostilidad. Todas las experiencias con el sexo opuesto que han tenido durante su crecimiento han sido positivas. No solo su padre, sino también sus hermanos y otros parientes varones las trataron con respeto y afecto, y sus padres se abstuvieron de utilizarlas como instrumentos. Semejante actitud respecto al niño o la niña solo es posible cuando en el hogar no hay luchas de poder, cuando el amor y el respeto son las actitudes dominantes hacia todos los miembros de la familia, y cuando el clima general es de placer y bienestar. Por decirlo de un modo sencillo, los hijos sanos son producto de padres cariñosos. Pero no es suficiente que los padres amen a sus hijos; es más importante aún que se amen entre sí. Estos padres se satisfacen sexualmente uno al otro. Las niñas que crecen en hogares donde los padres se satisfacen sexualmente uno al otro se convierten en mujeres que responden orgásmicamente a los hombres que aman” (Lowen, 2013).
Las madres conscientes del amor por sus hijos suelen procurarles lo mejor, y parte de ello es experimentar el alto honor de amar al padre de sus hijos. Lo mismo hace el padre amoroso respecto de la madre. Ambos se dejan querer y corregir sabiéndose uno con el compañero.
“Amar a una mujer es gozar de ella. Volvamos la frase al revés y será igualmente cierta. Gozar de una mujer es amarla. Pero ningún hombre puede gozar de una mujer si le tiene miedo, si siente la necesidad de controlarla o dominarla, o si tiene sentimientos coléricos y hostiles hacia ella. Si un hombre teme a una mujer, servirá a su pareja; si es hostil y sádico, exigirá que lo sirva. Pero el amor no es un acto de sacrificio. Ni es algo que uno da. En lugar de esto, el amor procede de lo que uno es: una persona que ama” (Lowen, 2013).
Es preciso tomar conciencia del amor que se deben uno al otro y, en consecuencia, no negarse a la pareja en ningún caso. Es preciso reconocer que al faltar a este deber, poco a poco se va matando el anhelo amoroso del cónyuge. Hay que cuidar escrupulosamente al otro, principalmente de los propios defectos. Es frecuente confirmar que la dificultad para amar a otro ser humano, pasa por la deficiencia del amor a uno mismo. Hay una frase célebre atribuida a Jalil Gibrán, que dice: “El Señor dijo: ‘Ama a tu enemigo’ yo le obedecí y me amé a mí mismo”. La persona que ha resuelto sus conflictos internos, puede superar los conflictos externos, que siempre son menores.
Nadie puede ufanarse de ser experto en el amor. El amor es un arte complejo que requiere mucho tesón y tiempo para su domino. Quizá no alcance la vida para ello, pero vale la pena estar empeñado en alcanzar progresos en este rubro porque es de él, del amor, del que se puede extraer el más alto placer, satisfacción y alegría de estar vivo. Finalmente, el consejo del sabio de un cuento de Jorge Bucay (2002: 91-92) nos ofrece luz para poner en práctica y construir el bienestar en la pareja:
Cuenta una vieja leyenda de los indios sioux que, una vez, hasta la tienda del viejo brujo de la tribu llegaron, tomados de la mano, Toro Bravo, el más valiente y honorable de los jóvenes guerreros, y Nube Alta, la hija del cacique y una de las más hermosas mujeres de la tribu.
—Nos amamos —empezó el joven.
—Y nos vamos a casar —dijo ella.
—Y nos queremos tanto que tenemos miedo.
—Queremos un hechizo, un conjuro, un talismán.
—Algo que nos garantice que podremos estar siempre juntos.
—Que nos asegure que estaremos una al lado del otro hasta encontrar a Manitú el día de la muerte.
—Por favor —repitieron—, ¿hay algo que podamos hacer?
El viejo los miró y se emocionó de verlos tan jóvenes, tan enamorados, tan anhelantes esperando su palabra.
—Hay algo… —dijo el viejo después de una larga pausa—, Pero no sé… es una tarea muy difícil y sacrificada.
—No importa —dijeron los dos.
—Lo que sea —ratificó Toro Bravo.
—Bien —dijo el brujo—. Nube Alta, ¿ves el monte al norte de nuestra aldea? Deberás escalarlo sola y sin más armas que una red y tus manos, y deberás cazar el halcón más hermoso y vigoroso del monte. Si lo atrapas, deberás traerlo aquí con vida el tercer día después de la luna llena. ¿Comprendiste?
La joven asintió en silencio.
—Y tú, Toro Bravo —siguió el viejo—, deberás escalar la Montaña del Trueno y cuando llegues a la cima, encontrar la más bravía de todas las águilas y solamente con tus manos y una red deberás atraparla sin heridas y traerla ante mí, viva, el mismo día en que vendrá Nube Alta… Salgan ahora.
Los jóvenes se miraron con ternura y, después de una fugaz sonrisa, salieron a cumplir la misión encomendada; ella hacia el norte, él hacia el sur…
El día establecido los dos jóvenes esperaban frente a la tienda del brujo con sendas bolsas de tela que contenían las aves solicitadas.
El viejo les pidió que con mucho cuidado las sacaran de las bolsas. Los jóvenes lo hicieron y expusieron ante la aprobación del viejo los pájaros cazados. Eran ejemplares verdaderamente hermosos, sin duda lo mejor de su estirpe.
—¿Volaban alto? —preguntó el brujo.
—Sí, sin duda. Como lo pediste… ¿Y ahora? —preguntó el joven— ¿Los mataremos y beberemos el honor de su sangre?
—No —dijo el viejo.
—Los cocinaremos y comeremos el valor en su carne —propuso la joven.
—No —repitió el viejo—. Hagan lo que les digo. Tomen las aves y átenlas entre sí por las patas con estas tiras de cuero… Cuando las hayan anudado, suéltenlas y que vuelen libres.
El guerrero y la joven hicieron lo que se les pedía y soltaron los pájaros.
El águila y el halcón intentaron levantar el vuelo pero solo consiguieron revolcarse en el piso. Unos minutos después, irritadas por la incapacidad, las aves arremetieron a picotazos entre sí hasta lastimarse.
—Este es el conjuro: Jamás olviden lo que han visto. Son ustedes como un águila y un halcón; si se atan el uno al otro, aunque sea por amor, no solo vivirán arrastrándose sino que además, tarde o temprano, empezarán a lastimarse uno al otro. Si quieren que el amor entre ustedes perdure, vuelen juntos pero jamás atados.
1 En el número 22 de esta revista, abordaremos el tema de la mentalidad divorcista y lo relacionaremos con las competencias emocionales.
Bucay, J. (2002). El camino del encuentro (Vol. 2). México: Océano.
Garaigordobil Landazabal, M., y Oñederra, J. A. (2010). “Inteligencia emocional en las víctimas de acoso escolar y en los agresores”. European journal of education and psychology, 3(2), 243-256.
Lowen, A. (2013). El amor, el sexo y la salud del corazón. Herder (Ed.) Recuperado de https://itun.es/mx/tVTlR.l
Dení Marín Grajeda
Dolores García Pérez
Juan Manuel Ortega | Cecilia Núñez
Tierra Editorial España
Julio Alberto Valtierra
María Izquierdo
ERRE | Taylor
Érick Castillo