Hace unos días mi buen amigo Enrique Navarrete N. me envió el link de un emotivo documental: Janis (Little Girl Blue), una película que mantiene (y muestra) a la Joplin alejada de los clichés de estrella pop, esa investidura que toda leyenda presupone.
Ella aparece en este filme entre la intimidad y el estruendo de su éxito. Al agradecerle a Enrique el documental le comenté que al verlo uno siente una cierta melancolía (por el chingo de cosas que vivimos juntos, título de un libro de poesía de mi compadre Raúl Bañuelos que abarca ese sentir) y un entrañable impulso de hermandad hacia ella; de manera más significativa al ver de cerca al ser humano y sus angustias, a la cantante que guarda en el morral de la sicodelia las aflicciones que nunca la doblegaron (pero que por lo visto siempre cargó) y se adentra en el cambio de itinerario, trascendiéndose con la música y su canto (principalmente).
Ahora que la pienso veo que en realidad nunca había escrito sobre ella ni siquiera ha surgido como tema de tertulia, pero siempre ha permanecido muy cerca, siempre ha sido parte de nuestra cotidianidad, ella y su música; recuerdo que se convirtió en consigna de quien en un momento dado buscaba esquina al llegar a la cúspide de no pocas veladas estudiantiles —por lo general en la casa de Carmen Montaño— cuando por cansancio o por hartazgo de la tertulia uno demandaba su música y terminar el viaje en la oscuridad individual, mínimo, acompañado con un blues cósmico.
Janis (Little Girl Blue) resulta tan cercano sobre todo porque presenta a la persona (un ser humano sencillo y golpeado en su adolescencia) que evoluciona hasta alcanzar el nivel de artista consumada sin que sus sentimientos naturales, genuinos —sus arrebatos de dolor y genio blusero— se vieran reducidos al acartonamiento comercial o al concepto mercantil de material icónico en el curso de su carrera ni después.
Las imágenes que de ella captó Richard Avedon (usadas en el libro Avedon The Sixties), acaso exponen a esa Janis que luego de venir de la fragilidad infantil, de su despertar adolescente al descubrirse única y diferente, luego, digo, de superar aquellas etapas del dolor causado por la crueldad y la aversión de su entorno texano, la vemos (en 1969) con la guardia en alto (en la primera foto), los puños apretados al igual que su rostro que reta, desafía, desde la renovada, verdadera Janis Joplin en esa metáfora fotográfica. Y luego das vuelta a la hoja y aparece la melancólica que sigue sin embargo cargando toda su fragilidad, se le ve pensativa, mirada triste, una mano —el puño izquierdo— reposando en la cadera y la otra sostenida a media altura, como queriendo rasgar las cuerdas de una guitarra inexistente. Sin la música está cabrón ser ella misma.
Avedon muestra su genio en cada personaje retratado aglutinados en este libro, y su trabajo fotográfico lo complementa la escritora y periodista Doon Arbus, quien entrevista en corto a cada uno de los fotografiados; de entre lo dicho por la Joplin entresaco esta línea que le da la razón a lo que digo: “Todos, todos peleamos para proteger esos pequeños, íntimos sentimientos”.
Si bien repasar su trayectoria ahora acaso sea un ejercicio de nostalgia por la vieja libertad, observar las emociones no simuladas en el canto de la Janis nos sitúa en la evocación de su mundo distinto e irreductible: el que amarró al rock y al blues con la emoción de su voz… y esa grandeza sin complicaciones bien vale la añoranza.
Se trata de un filme dirigido por Amy Berg cuyo lanzamiento tuvo lugar hace ya varios meses (su estreno fue en diciembre pasado), sin embargo hoy se lo agradezco a Enrique como si hubiéramos ido a la première.
Berg —quien veo que ha filmado otros documentales entre los que sobresale An Open Secret (2014) acerca de abuso sexual infantil en Hollywood— enfoca la vida de Joplin, la enmarca desde sus días en Port Arthur y su itinerario por los escenarios en los que se convirtió en musa del gremio… hasta que se topa con la muerte en un pasón de heroína. “Ella puso a las mujeres en el mapa del rock. Ella fue literalmente la primera rock star femenina, lo hizo en un camino muy duro y los beneficios que ello acarreó siguen vigentes”, señaló Berg en la PBS. “Creo que su música es tan relevante hoy como en 1968-69”.
Janis Joplin siempre fue considerada provinciana, hippiosa (en un sentido despectivo) y bullanguera como casi nadie. Lo cierto es que esas mismas características, su natural idiosincrasia y su entrega desenfadada a la sicodelia de su época, al paso del tiempo es lo que la vino convirtiendo en representante de un canon femenino entre cantantes, que traspasó dolorosas cortinas.
La película nos deja ver que en la infancia y adolescencia su personalidad desentonaba con la cultura establecida por las generaciones de posguerra, su actitud ya marcaba la figura de la contracultura que llegaría a ser; luego, durante su trayectoria en el ámbito del rock, supo ventilar sus angustias incluso con la audiencia —hablándole entre estrofas o expresando sus sentimientos con gritos que le alteraban los rasgos de la cara en los momentos culminantes de sus piezas o magnificando susurros y embelesos guturales en el micrófono— todo eso terminó por definirla como mujer y como cantante. Esa relación con sus escuchas, dada desde muy adentro (y no tan solo en el mero hecho de hacer comentarios arriba del escenario) generaba una comunión o si se prefiere —para no evocar púlpitos— era su manera de desnudarse de emociones, atrayendo la atención, imantando el involucramiento en ese strip tease de su alma.
Entonces tenemos que la directora de Janis (Little Girl Blue) filma la historia de su dolor trascendido con el sonido de la voz y el temperamento blusero de una chica que se sale de lo normal, una chica buena que transforma su sufrimiento y el rechazo social al crear su conexión con la música. Al crear el trazo de su pesar en el arte Janis edifica su leyenda, al exponer en todo momento su conmovedora intimidad, al incorporar a sus interpretaciones el florecimiento de sus emociones aparece la memorable Janis Joplin que siempre nos acompaña.
Además de los momentos cumbre de su carrera como cantante, el documental se va armando con fragmentos de cartas de Janis a su familia y a sus amores, leídas por la cantautora Cat Power, así el espectador tiene acceso al interior personal de esta mujer, entra a esa zona abstracta e íntima que reservaba para su familia y sus mejores amigos. Asimismo Berg se apoya en entrevistas a familiares, compañeros, amantes y, de manera especial, a la propia Janis, destacando los momentos en que se le ve respondiendo con ternura, procurando explicar su mundo, su visión desde cierta dulce extravagante desnudez, en todo momento muy, muy propia.
Janis amaba la libertad, dejó atrás su ciudad, Port Arthur, donde fue infeliz, donde reinaba el racismo y el bullying, pero se mantuvo conectada a su familia; en el mundo del rock halló su sitio en la vida. Su hermana Linda y su hermano Michael aportan sus recuerdos a esta película, evocan el ámbito de la familia (no conocido antes), dan la pauta para ver la vida escolar en la que Janis no encajaba. Se puede pensar en ella dentro de estos versos de John Lennon (quien por cierto aparece en el filme al lado de Yoko Ono siendo entrevistados en un programa de televisión, hablando por supuesto de ella) en “Working Class Hero”: “Te castigan en casa, te golpean en la escuela, te odian por inteligente y desprecian a los débiles, eres una pinche loca terrible y no puedes seguir las reglas” (remember Wolf). Se escapa a Austin y luego se va a San Francisco donde encuentra su sino en Haight-Ashbury, el viejo barrio convertido en la meca de la sicodelia. Y entonces ella se deja llevar. Música y amores. Drogas, alcohol y rock & roll.
Berg nos la muestra desde sus pininos musicales en Austin, cuando interpretaba a Bessie Smith (con por ejemplo Black Mountain Blues); cuando inicia el desarrollo de su realización con Big Brother Holding Company a través de esos dos discos medulares: Big Brother & The Holding Company y Cheap Thrills, y luego más arriba (más acá) con I Got Ol’Kozmic Blues Again Mama! y Pearl, su obra cumbre que apareció luego de su muerte.
Durante los momentos de escribir estas líneas repasaba su producción musical en YouTube, y escuché su interpretación de su Ego Rock en varias versiones; esta pieza aparece en el disco póstumo In Concert y es una de esas joyas raras en la que se expone una catarsis en la que aflora su sentir respecto a Port Arthur; en resumen su exclusión y el odio de que fue objeto y su hondo dolor experimentados allí pero ya del otro lado, y al mismo tiempo, por otra parte, su búsqueda de pareja y su realización al meterse, estrafalaria, en el mundo del rock… es la esencia de lo que destaca Berg en su filme.
Así que cuando terminó el documental, no pude menos que recordar los extremos de aquellas veladas en casa de la Montaño cuando uno, al margen de alguna discusión bizantina, mejor demandaba: “¡La Janis! ¡La Janis!, ¡y apaguen esa pinche luz!”
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