Oaxaca es un estado de mi México lindo y querido
un estado que actualmente arde entre estupidez y poder
maestros luchan por sus oportunidades laborales,
por su derecho a ejercer la profesión que le enseñó a leer al señor presidente
mientras el gobierno sella sus labios con una bala.
Yo vivo en la punta del guaje,
nombrada así por mis ancestros zapotecas,
vivo en el estado en donde crece pasto verde
en donde crecen los sueños
pero no florecen.
Mi estado es mi casa, es mi hogar
O O
A A
X X
A ± A
C C
A A
Salgo a la calle y miro a lo lejos
las llamas de la represión
esa que calla las voces de mi pueblo,
de mi gente y mi familia.
Busco salvar la comunidad indígena,
Monte Albán y su esplendor de miles de años
que organizaciones políticas no entienden.
Pretendo levantar la mirada de aquellos que siguen en pie de guerra,
cuando debería ser, por el bien del mexicano, en pie de paz.
Nos citamos a las cinco de la tarde para hablar de historias de años.
Cuando nos conocimos, yo tenía 17; él, mi edad actual.
Nos sentamos y nos saludamos con un beso en la mejilla, aunque por sus viajes europeos fueron más de dos.
Hablamos del futuro, de cosas que no existen ni son futuro porque solo vivimos en el presente.
El tiempo es el presente.
Una sonrisa torcida inició con el tema del ayer.
En sus ojos miré la pena por su partida, por su viaje, por su promesa, por su amor apenado por decir adiós.
Y yo solo quedé con la pena.
Al pasar los años supe sobrellevarla.
Conocí el amor en otras fronteras, pero tenían un sabor distinto.
Él se convirtió en un nuevo rico. Quería comerse el mundo solo.
Ahora ha vuelto, me habla como sin nada, me saluda y me trae regalos.
Yo no los quiero.
Lo saludo y charlamos sobre de la vida en España y sus alrededores.
Yo lo sigo con mis clases del Siglo de Oro.
Me cuenta de su nueva novia española.
El dinero cambia todo.
Él prefirió coger producto extranjero.
Yo sigo buscando aquello que me falta, aquello tan anhelado que se fue.
Todas estas imágenes inundaron mi mente cuando tomamos asiento luego de saludarnos con un beso salado en la mejilla.
Un beso inmigrante, kilométrico, frío y olvidado.
* * *
Las lágrimas de papá son como rocas,
son duras y grises.
Se encuentran en la cima de sus ojos como dos montañas.
También hay nubes, nubes que nublan su vista;
quizá por eso no ve el daño que hizo.
Las lágrimas de papá fueron jóvenes,
fueron valientes,
fueron tempranas.
Despertó una mañana y ya había nacido,
llorando,
como dicen los doctores que nacen todos los niños.
Las lágrimas de papá hoy pesan más que antes
recorren su rostro, lo raspan,
caen en su boca y sellan sus labios
en un silencio eterno.
El otro día fui la madre de mi mamá
la abracé,
la levanté temprano y besé su mejilla,
sonrió.
La llevé a la escuela, le leí un cuento,
le enseñé a contar y el día terminó.
Al día siguiente no pude ser la mamá de mi madre.
Despertó, no desayunó,
tenía las rodillas sucias y no hubo quien peinara sus rizos…
traté de hacer un esfuerzo al medio día
para ir por ella a casa de sus primas
no soportaba que anduviera en esos barrios bajos
sola, sola solo una niña de siete años.
Fui la madre de mi madre y entonces la arropé,
le hice saber que todo estaría bien
la vida era así; la muerte era así.
Le canté una canción de cuna para arrullarla,
pues nunca en su vida lo habían hecho.
Le enseñé sobre literatura, teatro y poesía
le di el amor que tanto le faltó
para que al crecer
no tuviera hijos tristes.