—No cualquiera puede tener una puta como la del magistrado Íñiguez, se necesita poder.
—¿Poder?
—Sí —respondió Samuel y se echó a reír.
Entonces yo construí en mi mente la siguiente historia con mi amada Eloísa:
Íbamos en la misma universidad, pero en carreras diferentes; a mí siempre me gustó la economía y los negocios; a ella, los idiomas. Buscamos trabajo juntos, ya que su familia había perdido varios negocios que tenían en la ciudad, en la Ciudad de las Rosas.
Eloísa se había acostumbrado a gustos finos y caros que yo pude darle al iniciar nuestra relación, pero luego el mentado diputadillo con el que trabajaba fue asesinado y todos escaparon como cucarachas en medio del fuego.
Eloísa comenzaba a enfadarse, ya que no salíamos mucho y la universidad y las cosas de la vida eran cada vez más costosas.
Pero nunca dudé de su amor, Eloísa me amaba y eso era seguro. No podía hacerle caso a los compañeros ricachones que tenía en sus clases de francés y de inglés.
Pero el tiempo fue más duro y empezamos a tener problemas. A mí me ofrecieron un trabajo en la oficina del magistrado Íñiguez y no dudé en aceptarlo, no por mí, sino por ella, no quería perderla.
Cuando Eloísa comenzó a ver las mejoras en mis compras para ella, los perfumes caros y los abrigos que usaba al salir con sus amigas los viernes por la noche, y luego pasar por ella en el auto nuevo con el que el magistrado había atropellado a una mujer, la cual había fallecido al instante… y las rosas rojas que había comprado para ella, como el color de la sangre impregnada en la placa del auto. Entonces me amó más.
Eloísa era voluble, hermosa y adaptable a los cambios. Aunque no muy inteligente; solía impresionarse con las joyas de sus amigas y con los viajes que ellas hacían en los jets privados de varios diputados del estado, del estado en la superficie de arena: Xalisco.
Tiempo después se sintió emocionada, cuando tuvo la oportunidad de trabajar conmigo. En el tribunal más corrupto del estado, pero el más discreto.
Todo iba bien, los dos asistíamos a las fiestas privadas depravadas que hacían los señores magistrados; aunque al principio nos sorprendimos muchísimo, poco a poco nos acostumbramos a los buenos vinos y a las buenas propinas que los señores excelentísimos nos daban por tocar las nalgas de Eloísa.
Eloísa no era feliz; yo tampoco. Cierta cantidad de dinero nos mantenía con una sonrisa en el rostro al final del mes, pero poco a poco nos fuimos distanciando, quedándonos solos en medio de un montón de gente.
Pudimos viajar a los lugares que soñamos conocer juntos, pero los conocimos por separado, con personas con quienes no deseábamos estar, pero teníamos que hacerlo.
Imaginé esta historia y el corazón se me hizo pedazos.
Luego de esto, terminé mi relación con Eloísa para no destruir también su vida.