Hoy la vida se me fue nublando
bajo el cielo plomo y el cencerro ansioso.
La cabeza lista para los presagios se quedó vacía,
cáscara de nuez de color almíbar,
ojos dislocados como el mar revuelto
y el cuerpo que suda se aferra a su centro que todo revuelve.
El paso desciende, la nariz se afila
y el cabello hirsuto sigue en su locura.
La mañana seca permanece quieta como vida inútil.
El centro se pierde entre la resaca del pasado vuelto
sobre los recuerdos
frescos como rosas de botón abierto.
La Musa se ha vuelto caminando loca
con sus ojos grises como la mañana.
Ella va preñada, pero no se vuelve.
Me deja tan sólo su cálido aliento,
su voz susurrante, su sonrisa fresca
y su olor de encino y su olor de albahaca,
la vida nublada bajo el cielo plomo,
la angustia en el pecho y el cencerro loco.
Sentada en la cama,
tus pechos henchidos de pezón rosado,
te vas despidiendo porque ya te llama el trabajo ingrato,
la angustia solemne, la fría caminata
que después del baño, llena de perfumes,
de líneas oscuras tus ojos tan claros,
tus mejillas rosa y tus labios finos
expuestos al mundo que te mira al paso.
Sentado en la cama miro tus rituales
de cada mañana como un niño tonto
que nunca mirara la mujer desnuda,
con deseos al borde…
Vuélvete a la cama, deja tus rituales;
ahorita nos vamos.
Me mira y se lanza, me tumba, se quita
la ropa que vuela y se explaya
y adiós al trabajo.
La mañana sigue su rumbo nublado.
Nuestros cuerpos arden con luz azulada
siguiendo el camino donde los secretos
saltan a la vista con el más intenso júbilo eminente.
La muchacha danza con un ritmo piano.
Su ritmo me lleva por bosques oscuros, galerías ocultas,
veneros que brotan bajo nuestros pasos.
No me dice nada, sólo me conduce
con su cuerpo firme, sus ojos de suyo
la luz amarilla de la luna tierna.
El murmullo claro del agua que corre tras los manantiales,
llega hasta la ría mezclando las aguas dulces con saladas
con los largos gritos de blancas gaviotas que rompen el aire.
El baño, las risas, los topes, las manos,
las piernas chocando sobre las rodillas.
Volvemos al mundo.
La línea en el ojo, el rubor discreto, el labial que marca;
la blusa, la falda, los tines, los tenis,
el café de un trago,
la prisa sonriente, las manos, el pecho,
las caderas firmes, las piernas veloces.
Vamos por la calle.
La calle es estrecha; los autos, rugientes.
Un taxi nos deja frente a su oficina.
Se para. Me mira. Sonríe. Me besa. Media vuelta y corre.
Voltea, pestañea, sonríe, se vuelve.
Entra al cono oscuro. Se desaparece.
La mañana sigue de faldas nubladas.
La cabeza sigue blanca como rosa.
Camino silbando, el morral al hombro.
La mañana fresca toca mis mejillas.
Camino silbando por la senda roja.
Cuando tú te marchas comienza la guerra:
se despiertan todas las ganas profundas de acabar con todo.
El recelo, el odio, la duda, la muerte, los brota tu ausencia.
Las aguas de incendian. Los cielos se caen.
Los hombres se mueren. Las mujeres lloran.
Los niños se espantan hasta la indolencia.
Te vas y se acaba la vida del futuro,
y luego un silencio muy profundo, intenso,
nos cubre los ojos.