Para Milagros David
La traductora cierra frustrada su compu portátil. Hace mucho que no recibe un proyecto que le permita decir que también es traductora independiente. Lo bueno es que su empleo como gerente asistente de un restaurante le da un sueldo fijo con el que paga la hipoteca y demás cuentas. Su condominio es pequeño, pero suyo y le ofrece un dormitorio adicional para las visitas.
El trabajo es llevadero; es más administrativo que otra cosa. Su jefe, Greg, a quien todo el personal latino llama El Goyo, es excelente para lidiar con la gente, así que ella no tiene que sufrir conflictos laborables. Su área son los números, las relaciones telefónicas y por email, y los suministros. El Seaside Cuisine es un negocio exitoso, así que no se preocupa porque este opere a la perfección.
Su vida es cómoda. A finales de la quincena a veces batalla, pero de alguna manera todo se acomoda. No tiene grandes deudas, salvo los honorarios de la abogada que tramitó el divorcio de la traductora y Juan Miguel, su exmarido. Algo bueno, ella y Juanmi acordaron ir fifty-fifty para pagarle a la abogada.
No hubo grandes conflictos. Se conocieron en la universidad. Decisión difícil la separación, acertada para ambos. Aceptan que fue doloroso romper ese vínculo entrañable que les permitió alimentar sus sueños y anhelos mutuos por casi diez años.
Ahora son sólo ella, su soledad y su deseo de ampliar su oportunidad de decirse traductora profesional. Si bien no parece lógico, ve la traducción como fuente de casi todos sus intereses. Aunque sea para el bien de la humanidad, ella, Juliana Suárez, cree que la inteligencia artificial es una usurpadora que la quiere reemplazar aun cuando ella ni siquiera tiene un lugar en el campo de la traducción. Juliana lamenta ya no recibir proyectos con la frecuencia de antes porque, la verdad, su trabajo en el Seaside siempre lo ha sentido como un paréntesis.
Con la traducción Juliana habita con las palabras y su sentido. Tiene que estar en honda intimidad con su idioma y ayudarlo a amistar con el inglés. Siguiendo con la analogía de las parejas, le parece que el inglés es más guay y audaz en comparación con el español, que mantiene sus vínculos con el pasado. De algún modo, su idioma natal mantiene la formalidad de las culturas de donde surge y se moderniza con mayor lentitud y enfado; no es hip ni inventivo como el inglés, en el que a cada rato aparecen neologismos inesperados con los que los traductores batallan para encontrar una palabra que en español pueda decir lo mismo.
Luego están los usuarios del idioma, los que lo hablan a su antojo, a los que no les importa la opinión de la Real Academia y sin pensar incorporan palabras inglesas sin cobrar conciencia de que nuestro idioma se llena de anglicismos innecesarios y hasta lastimosos. Por eso le entristece no conseguir proyectos como freelancer para poner su granito de arena.
No fue la gota que derramara el vaso, pero la intensidad con que vive sus afanes de traducción fueron un punto álgido en su matrimonio. Por fortuna, Juanmi es un tipo carismático que dondequiera se adapta; enseguida se da a querer gracias a su don de gentes. A solas se maravillaban de que un par como ellos, tan de veras distintos, pudiera mantener una relación que casi les cuesta una década.
Juliana no se arrepiente. Los primeros seis años fueron maravillosos: la luna de miel en Guadalajara, emigrar a Estados Unidos. Luego lograr legalmente su espacio en el mundo laboral. Después, las riñas por nada y los distanciamientos que ya no podían salvar como al principio. Pudieron hacerse del condominio, ahora de Juliana como el gato que rescataron, Bonifacio. Por fortuna Bonifacio es dulce compañía con sus apacibles ojos verdes; además, en 40 minutos ella puede llegar con su terapeuta: una playa de Los Ángeles.
Juanmi trabaja en un community college como profesor de español (su inglés es impecable pero no lo angustia como a ella). Lo que busca es obtener una cátedra en una universidad de renombre donde el sueldo sea mejor y pueda proyectar su imagen de intelectual. Hace lo que le gusta.
Ella, en cambio, sufre las desavenencias entre el inglés y el español; tal vez se deba a que no les una un parentesco con el latín, así como la predominancia del inglés por el mundo. Algunos amigos le sugieren que pruebe con la interpretación, pero no se atreve por temor a que en plena interpretación se le paralice el cerebro. Con la traducción puede sufrir sus dos idiomas con tiempo y fervor masoquista.
Es imposible que Juliana se desprenda por completo de su vida en aras de una objetividad absoluta. Sus vivencias intervienen holgadamente en sus afanes traductoriles. Su orfandad a temprana edad la marcó para siempre. Fue una adolescente parsimoniosa pero excelente estudiante. No fue tímida, pero sí reservada. No muy dada a iniciar relaciones pero puede pasar por normal, incluso en el aspecto personal. Juanmi fue su tercer novio y todavía conserva dos amigas de la secundaria.
Juan Miguel, a veces con impaciencia, le insistía que no se clavara tanto en sus dudas, que estas la entumían, le robaban el tiempo y no le permitían promoverse como traductora. Además de la crítica, Juanmi también le decía que su trabajo es más que aceptable, que tiene calidad. Pero ¿cómo se lucha contra un perfeccionismo tóxico?
Juliana llena la tetera y enciende la estufa; saca un sobrecito de té de limoncillo. Ella se crio con una tía paterna que la quiso igual que a sus propios hijos. Para desayunar y por pobres, siempre les daba galletas María y agüita de limón. Ahora, la traductora toma un cubito de azúcar, lo deposita en una taza, mete la bolsita de té y vierte el agua de la tetera que empieza a chillar. Ensimismada, revuelve el azúcar.
Ahora que escasean los proyectos, le mortifica saber que el zaguán de los recuerdos esté totalmente abierto para que se desparramen y derramen, como el agua sobre la bolsita de té, los momento de tristezas y añoranzas. El recuerdo de su tía la lleva a la experiencia infantil de beber una agüita de limón y también a la polisemia de los idiomas. En aquellos tiempos le extrañaba que los primos le dijeran que era hora de la agüita de limón (ella sólo tenía como referencia la limonada). Cuando Juliana esperaba ver que su tía usara limones, de esos verdes o al menos los amarillos, veía salir al amplio patio a uno de sus primos para llevarle a su madre unos esbeltos tallos de hierba. Su oficio de traductora le ha enseñado que esa agüita es un té, o más educadamente, una infusión y que el “limón” al que su familia se refería es el lemongrass.
En eso escucha el sonido digital que le avisa que llegó un email. Toma su taza y mientras de dos saltos Bonifacio se trepa a su escritorio para echarse cerca de la compu y verla con sus atentos ojos de tierno verde, Juliana coloca la taza en el posavasos junto a su “compu faldera” (la traducción de laptop con que salió un colega argentino, Gerardo).
Juliana abre la compu y ve que el remitente es de un desconocido que representa a una empresa de materiales educativos con distribución nacional. Le dicen que el profesor Mandujano (su Juanmi) les dio su nombre recomendándola como traductora y que ellos están por empezar una base de traductores, por el momento de inglés a español, porque quieren ofertar sus materiales a escuelas con estudiantes monolingües de español.
Juliana, asombrada, se recarga en su silla y bebe de su té y juega a los serios con Bonifacio. Ella, que cree que su relación con Juanmi fue estrella fulgurante cuyas pavesas humean casi apagadas ya. Resulta que, sí, fue eso, pero aún lleva una larga estela donde resplandecen sus momentos de luz, música y palabras (benditas palabras), en la que diminutos también vienen, junto con pegado, detrás de un filtro gris, todos los conflictos y distanciamientos que fueron amargando y mermando la dulce fuente de su historia. Aquí está la evidencia de que fueron dos jóvenes que se entregaron con ceguera y buena fe, que se enfrentaron a la vida con toda la ignorancia de su juventud.
Después de leer el email que Juan Miguel Mandujano le escribiera al remitente, sonriente y llena de una renovada esperanza de que, tal vez, esta sea la puerta cerrada que tanto ha esperado que se le abra, Juliana Suárez toma otro sorbo de su agüita y le da clic al botón Reply.
Agosto de 2025
* Tomado del boletín Intercambios de la División de Español de la American Translators Association. Se reproduce con permiso.