Debí poner las horas sobre aviso, ruedas dentadas, afilar sus armas, apostarlas con arco y lira en el camino.
No estaba yo (sino uno, que uno, nunca sabe). Llegó cuando en óxido estaban los reflejos. ¿Cómo presentirlo en la dirección del aire que arrastraba hojas en la tierra seca?
Es un Nocturno de Chopin olvidado en venas de tristeza; diviso el culpable rostro cuando la luna desova a media luz en la ventana.
Me entero inesperadamente
La mineral resina de mis huesos desbarata mi yo en puntos suspensivos. Abrazo este don inmerecido
cruzo en paz el final de la nota deportiva.
Mar soterrado antes del tiempo. Signos vegetales murmuran en su rotundo espacio.
Mutación que al viajero aterra.
Borges lo narró como laberinto sin escaleras, puertas, galerías ni muros, pero donde murió de hambre y sed un enemigo.
La voz se pierde en sus ruinas de tormenta. Lenguas de sol rasgan el aire, dejan los ojos en tinieblas, y muda las palabras en ceniza como el amor cuando termina.
Es tumba abierta que tirita cuando desploman las estrellas.
La sed agrieta su baldía garganta.
Como animal abre sus alas para abarcar al mundo.
Me alimento de bruma en tierra desollada. La consumación del Verbo me nombra en sus fragmentos.
Toco la fronda de lluvia que formula preguntas de mi carga —animal atrapado en la savia del verano— la respuesta ofende la zaga de los días.
Presencio la derrota del ángel: Job lo abate en ciegas llamas.
Vago entre nervios de palabras y el corazón de la borrasca.
En peleas callejeras recobro dos mil muecas de mi cara. Me auspicia un limpio fuego. No pido nada.
Oficio ritos de pulcra desolación.
Nadie en realidad tiene compañía.
Ofrecerse al pacto del día
Ida Vitale
Escalo el corazón del día entre objetos librados del sagrado olvido de la noche. Mi cuerpo en juego tasque luz de todos los veneros.
Transcurro y de inmediato soy mi propio olvido. Me renuevo en el giro del planeta, regreso del precario instante al tañer una campana.
En jornada solitaria que nadie sabe quién me asigna, dejo la edad en palabras de amoroso encuentro bajo vibrato de inaugural caricia.
Canto el ángelus en los intersticios del follaje.
Héroe de mi propio territorio, abrazo el aire, me abandono a la suerte.
Me encuentran bajo la incandescente estrella Sirio: ardo sin que ella me extrañe en lo absoluto.