Hay unas jacarandas en el patio
entre el ruido de puertas deslizantes y de voces chillonas
que florecen igual que la señora de paso silencioso
con la cara golpeada y los ojos llorosos
caminando al mercado.
De pronto hay un silencio tan intenso que parece
el prístino tañer de una campana;
se pueden distinguir los ruidos habituales de unas gotas que caen
de un techo de seis metros, y el sol es una puerta que perfila
con cierto grado de ternura a las personas, las cosas
y mi cuerpo se vuelve una piedra pesada
yéndose al fondo del estanque tranquilo.
Es un silencio neto que se mezcla con el aire más frío que me ataca
antes del desayuno
y voy cayendo lenta, irremisiblemente
en un sueño profundo, dulce como la muerte.
Esto no tiene caso pues me vuelvo solemne
cuando sólo quisiera burlarme de esta gente.
Decirles, por ejemplo, qué pendejos, el mundo es otra cosa
distinta a sus ensueños, pero cuerpo me duele por el viento muy frío,
por ese débil sol de primavera que devela mi rabia.
¡Qué pendejada es esa!
Después de caminar por muchos años,
regresamos al punto del inicio.
Hemos perdido el tiempo.
Somos los mismos de antes, sólo un poco más viejos.
Hicimos este viaje buscando algún tesoro;
fue como un gran paseo, pues desde antes sabía
que no había tesoro.
Sólo era una ilusión, pero quería probarlo.
Sigo siendo la piedra que desciende hasta el fondo
de todo lo que existe, hasta el mismito infierno.
Nada es perenne, todo esto es un desierto, y el que se muere
se funde con el éter, se mezcla con la tierra y con del aire.
Después de esta corrida a lo largo del mundo
todo se acaba.
Puedo verlo tan claro mientras voy descendiendo
como piedra pesada al fondo del estanque.
Realmente es apacible este gran viaje
al reino de la nada y del olvido.
El peso de mi cuerpo es infinito
y el alma poco a poco se diluye en un plácido sueño
en donde voy dejando todo,
donde abandono todo sin pensarlo.
Sigo bajando raudo como puedo,
lento ante el universo,
en un silencio claro como intenso
que deleitan los ruidos, los sonidos
como una sinfonía allá a lo lejos.
El descanso es un gozo ciertamente,
puedo ver lo que pasa ante mis ojos, sin alterarme en nada.
Es mirar desde afuera sin deseo, lo que acrecienta el gozo.
No es así como pasa, pero no hallo manera de decirlo
para que al fin me entiendas.
Adecuo lo que digo a tus oídos sólo para mostrarte
el gozo tan intenso que percibo
de adentro para afuera, de afuera para adentro.
¿Cómo te digo, entonces, que este amor que te tengo
es ciego y elefante recorriendo la tundra?
Es ciego y elefante recorriendo la tundra.
Me sustraigo un momento mientras voy descendiendo
y veo simplemente todo lo que acontece:
los amores, las guerras, las muertes, los temores,
las venganzas, los odios, las traiciones,
recorriendo las calles con las caras moradas.
¡Somos los que hemos sido desde siempre!
Las preguntas me vienen sólo como un delirio,
como viruela loca.
Luego quedan flotando como simples zurrapas allá en la superficie
del café más amargo.
Yo sigo descendiendo como un alma sin pena.
¿Cuánto tarda este viaje? Solamente un instante.
Todo tiene su puesto, todo tiene un camino definido de siempre.
Quizás no te des cuenta…
No te hagas ilusiones.
Todo va por su cuenta, todo va con su ritmo,
hasta su propia meta.
El silencio profundo de pronto se dispersa
y todo vuelve a ruidos normales de máquinas y bombas,
de autos que van y vienen,
de hombres y mujeres que transitan las calles
buscando lo que buscan sin saberlo del todo.
Las nubes están llenas y dispuestas
a descender un rato y perfumar la tierra.
Es hora de pararse, de caminar de nuevo,
de regresar al campo de la lucha.