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Itinerario de motivos para explorar las Habitaciones furtivas de Silvia Quezada

Cindy Hatch


Quien conoce a Silvia Quezada como profesora, investigadora, compañera, y quienes nos honramos al llamarla amiga, sabemos de su obsesión con cierta poeta. Sólo alguien poco receptivo quedaría impasible al escucharla hablar tan apasionadamente de la vida y obra de aquella autora. Yo, al cabo de varios semestres, pude comprobar que la lluvia gris regó sus libros, sus clases y conversaciones. Así como el comienzo de la vida de mi estimada profesora como mujer independiente cuando, al abrir la puerta de su primera habitación, encontró una misteriosa pila de libros. A partir de ese momento, no hubo vuelta atrás.

Quizá el factor común y punto de partida de la independencia de una mujer que escribe es una habitación. Lo dijo bien Virginia Woolf. Ahora, prometo que esto no versará sobre mí, pero permítanme compartirles un recuerdo: mi primera habitación propia fue un cuartito de fachada azul en el centro de Guadalajara. Firmé el contrato y me entregaron el par de llaves que, en la palma de mi mano, cobraron vida como un animalito hasta entonces adormecido y con ese animal, otra yo. Entonces comencé a conocer lo que significa encontrarse sola ante el mundo con todo lo que eso implica.

Silvia

Para que a una mujer se le conceda un estrado, el camino a recorrer es larguísimo y cuesta el doble de trabajo, lo queramos admitir o no, de lo que le toma a un hombre. Quisiera no abundar demasiado en este punto porque basta con asomarse un poquito al México en que vivimos para notarlo. Pero el abordarlo no es gratuito, traigo esto a cuenta para decir que en la época de Marcela, nuestra protagonista, y antes en la de Érika Mondragón, una mujer ocupando un espacio en el mundo literario tenía que ser un caso extraordinario: una mezcla de genio, talento y encanto. Es decir, la exigencia era el paquete completo como persona y nada de mediocridad como autora. Bajo esa circunstancia, Érika y Marcela se forjaron.

Al contrario de quienes sólo redactan, a los escritores los persiguen sus obsesiones. La serie de hallazgos y lo descubierto por el empeño de años de Silvia Quezada lo comprueba. En esta novela hay un trabajo de puntadas precisas cosidas de a poco través del tiempo hasta construir un texto que aborda la amistad, las relaciones sáficas, el amor y, por supuesto, la literatura, todo a través del misterio de una muerte jamás esclarecida que opacó la obra de Érika Mondragón. Es decir, Habitaciones furtivas es una novela escrita con la pericia de quien conoce a la perfección el agua en la que se sumerge y, por ello, nada.

Y aquí me gustaría citar un fragmento de la novela: “No sé de dónde me viene esa obsesión. Necesito decirle a todo el que quiera saberlo que hubo una poeta distinta. Una mujer que se forjó a sí misma. Una poeta que vale la pena leer, aunque las circunstancias de su vida la hayan arrojado a la basura. Quiero ver su Poema en intervalos en las antologías, en las historias de la literatura, en los manuales. Si tengo que contar la podredumbre, será para contrastar la luz”.

Ahora, la escritura de una novela invariablemente representa un trabajo minucioso. Además cada novela, por más que existan fórmulas, exige un proceso creativo único, hecho a la medida. Estos procesos siempre incluyen lectura, investigación y documentación, pero hay novelas que exigen un proceso creativo que incluye inmersión, tal como lo ha hecho la autora de Habitaciones furtivas. Aquí me encantaría hablar de cómo Marcela construye no sólo una habitación propia sino toda una ciudad: esa Guadalajara de caminatas, persecuciones y estadías que, por cierto, corresponde a la costumbre de Silvia Quezada de acudir domicilio por domicilio para acercarse a las vidas de sus amados escritores.

Para cada momento clave de la construcción de esta historia se despliega una técnica narrativa que corresponde a la perfección con un despertar de los sentidos del lector. Si el momento es rápido, el párrafo carece de puntuación y cobra un ritmo de lectura vertiginoso como el siguiente:

“Me gusta imaginarme acostada en mi cama en posición fetal y mirarme desde arriba como si yo fuera el ojo de una cámara y tener la visión del cuarto completo y luego ver la casa por fuera desde arriba ver el techo, la azotea, subir más alto y ver la calle completa, el barrio entero, la ciudad como enjambre de luces y subir aún más y ver el mapa de México ir más lejos más lejos ver el continente la masa terráquea, y allá desde el espacio sentir que aquella mujer en posición fetal no es nada, no es nadie, sus preocupaciones no cuentan, es otro insecto pequeñísimo que sueña, que se entretiene en buscar cómo fue la vida de otra mujer que quizá dormía también en posición fetal porque alguien le dijo que no abrazara la almohada porque eso era patético, tristísimo y ella no contestó nada sólo trató de sonreír para que no le miraran el alma porque hubieran visto un terreno más vacío que el de Luvina, sin agua de besos ni tierra de abrazos”.

Si se trata de mostrar y no describir cómo fue Érika Mondragón, aparece el diario y entonces es la poeta quien muestra sus porqués. Si se trata de un momento de inflexión o de una conversación triste podemos ver finas sentencias como “la soledad en el lecho de muerte es la peor traición del mundo” o “los que se quieren deben escuchar al otro, en comedido silencio”. Con todo lo anterior quiero decir que ninguna línea en esta novela está de adorno, párrafo a párrafo vemos una escritura elaborada con maestría.

No quiero extenderme demasiado, al fin y al cabo estas líneas son una invitación a leer la novela.

¿Pero qué pasa cuando la novela traspasa la página y se convierte en vida? ¿Qué pasa cuando la autora, la protagonista, la escritora y la poeta se vuelven todas una misma? Podríamos hablar de figuraciones del yo, podríamos hablar de que una multiplicidad de voces tienen la posibilidad de devenir una sola cuando la conversación se prolonga lo suficiente a través del trabajo apasionado, la valentía y, sobre todo, si el lector se deja humedecer, como Silvia Quezada, de lluvia gris.


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Polifonía en Habitaciones furvias

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Poema en cinco tiempos

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Sobre Suburbio acá

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