Y aquí,
al margen de mi angustia,
serena y aquietada la fiera de los morbos
te amo;
y la intangible línea de tu recuerdo
se perfila abarcando todos mis horizontes.
1
En nuestras madrugadas, de perfil y a mi diestra eras,
huérfano de soberbia sólo una línea blanca.
Una línea perfecta que nacía de las sienes girando
por la órbita dormida de tu pupila
y luego se alargaba, iba hasta la garganta,
ahí donde las venas formaban un ritmo acompasado
de vida y de belleza.
De amaneceres cálidos,
lluviosos y plomizos, deslumbrantes de sol,
pintaste mis sentidos;
de ese recuerdo vivo, y ya sin ti
existo prisionera en la severidad de la abstinencia.
¡Nuestros amaneceres!
Amaneceres lilas, verdes, azules, grises,
rojos por el deseo de suspender el éxtasis…
Lacios por el anhelo de suspender el tiempo.
Ojos de anacoreta tenías en cada amanecer.
En su habitual tristeza, hablaban.
Sonámbulos, abiertos,
abismados en su propia belleza,
hablaban, siempre hablaban...
Mirándolos cerrados yo los adivinaba
y caía
irremediablemente,
en otro éxtasis…
Éxtasis inefable despojado de todo,
del pensamiento mismo,
hasta del breve punto que en el ambiente ingrávido
lo crea y lo prolonga.
Éxtasis mío sin principio ni límite.
Sin fatiga en su término.
2
Y así fue. En la nocturna hora
mientras la lluvia terca pintaba en los cristales
su cortina nostálgica,
lloré la despedida tenaz
que sin decirme nada, me dabas diciéndomelo todo.
Y un nuevo traje y una nueva sonrisa,
y un gesto indiferente,
ademanes ausentes de mí desconocidos,
hasta una voz distinta tuviste en esa hora
para decirme adiós
definitivamente.
3
Y así, de ese dolor tan mío,
prolongado sollozo en ritmo agigantado,
romántica armonía sin pauta y sin espacio
solamente me queda agazapada y triste,
atormentada nota que anheló ser perfecta
para tu sinfonía.
¡Llanto y dolor tan míos
que nacen cada día y en cada despertar
nutren la fantasía de un esperar menguado!
Desesperada, lloro diariamente tu presencia sin rostro
y exhumo alucinada
los giros de tu acento,
tu saludo,
tus pasos…
Desde la nebulosa soledad del paisaje
contemplo este dolor exacto,
perfecto
porque tú me lo has dado:
Vida y renuncia,
luz y humo,
ritmo y destiempo,
amoroso tatuaje;
y a este dolor me abrazo porque en él, tú y yo estamos
ya para siempre en una desolada y perfecta
viudedad.
Nada más. Eso es todo. Eso es todo.
4
Y aquí,
al margen de mi angustia,
serena y aquietada la fiera de los morbos
te amo;
y la intangible línea de tu recuerdo
se perfila abarcando todos mis horizontes.
Ni antes ni después;
ahora,
inconmovible,
te amo.
Al margen ya de todo:
de la esperanza,
agridulce veneno que me suicida y hace
que nazca del acento de tu nombre la elevada ternura,
sosegado desliz…
Oigo vibrar la incauta variedad de esta espera
que se agosta y revive,
se desmaya y se nutre en el espasmo inútil
de dolores sin término...
Sé que no he de escuchar jamás, jamás,
tus ecos.
No he de tocar tu brazo: fuerza, dolor intacto,
bosque de los jacintos.
No he de mirar tus ojos: vegetación sombría
alargando sus hojas que crecen, crecen
hasta anular tu rostro.
Definitivamente has borrado mi nombre.
Ni un renglón ni un espacio
prolongará este amor de tan tuyo,
tan solamente mío.
Pero sobre las lápidas de tantas fosas hechas
brotarán hojas negras para que no se mueran
nuestros recuerdos blancos.
Y ha de caer la lluvia…
Mas aunque sea tormenta sobre mi cementerio,
rediviva perdurará tu voz:
llanto y salmo,
miel y acíbar.
Y cantando tu nombre me salvaré,
oportuna,
de mi propio naufragio.
5
Y ahora, ¿qué eres ya?
Emoción plena vertida en el tacto de la hoja,
en los ritmos de la arteria.
Sabor en el sorbo de agua deslizado en la garganta.
Grito en el papel herido.
Fragancia nueva dispersa en los vientos callejeros.
Clara luz asesinada al paso de una silueta.
Tú en la nota.
En el color.
En el giro de la danza.
En la línea de la estatua.
Tú en la palabra más alta de la universal poesía.
Inmaterial y presente en mí misma y en los otros.
En la integridad del tiempo.
Por las rutas de la nube.
En la mística humildad del alma frente al paisaje.
México, 1941 y 1945.
Tomados de Toda yo hecha poesía. Rebeca Uribe: un estudio biográfico, de Silvia Quezada, Guadalajara: Seminario de Cultura Mexicana, 2013, pp. 87-90. Publicados con permiso de la autora.