Tengo un escorpión
habitando el corazón,
bajo los umbrales
de los arrabales
azota, electriza,
destaza y desquicia
las siete paredes
de su habitación.
Ay, nostalgias del pecho, ¿quién las cicatriza?
si apenas las penas me inocularán,
si apenas mis venas se abren a su paz.
Vive mi escorpión
aguzando el aguijón
para el mal de amores
y aquellos dolores
prepara el veneno
al caer el sereno
en los callejones
que van al panteón.
Ay, veneno alado con caparazón,
abre la tenaza, que esa morenaza
en su seducción empuña desgracias.
Yo sé que el amor
es depredador
y en la callejuela
acecha y pertrecha
su perversa endecha,
esa que se cuela
corazón adentro
y mata mi escorpión.
I am the man
You love to hate look,
I am now your next door neighbour.
Mutabaruka
Ahí va el poeta dub / ahí va el poeta dub
barrio arriba, calle abajo
con devoción de quien exhala tornados de reggaetón.
Caen los neones en sus negros labios
y menea la melena el poeta dub
para obtener un centavo en el mugroso trasto
que arde como sol de Belmopán.
Tarareando versos de Mutabaruka
se amortaja en los follajes y en los verdes arces
de este boulevard.
Azota rimas en el Ministerio,
irrumpe la tarde con sonoro slam
rompe palabras en el pavimento,
tunde su swag en los ojos de los opresores,
y en este barrio de perdedores
menea su melena el poeta dub.
Allá va el poeta / allá el poeta dub.
Cruzar la pradera
no es cosa cualquiera
para un pistolero
de andar fronterizo
menos si esta jaca
tiene el lomo erizo
de tantas jornadas
en el pedregal.
Si en este tiempo
tuviéramos oxxo
uno en cada ruta,
un rugiente jetta
que vuele al condado
su motor alado,
no serían rudas
esas escarpadas
mesas de Mohave
que nos ven pasar.
Por eso llegamos
como polvorones
abriendo las puertas
de cada salón,
donde las chicuelas
prefieren loción
de sheriff, de curro,
copas de banquero
con levita y puro,
no sucias espuelas
de este baquetón.
Lo malo y lo bueno
sí se disimulan,
pero siendo feo
ni con brillantina.
¡Quiero una cuaquera!
¡quiero una yoreme!
y no estar mirando
el forajido amor
mientras me fulmina
en sus soledades
un triste suspiro
desde el gran cañón.
La fiesta terminó con seis disparos
en el cuerpo de Aidé, una estampida,
desorden de sillas, mesas, bebida…
y el gerente del bar en los separos.
La prensa, ya sabes, dirá “un atraco
en manos de un pillo que huyó a Tonalá”,
y voces sin eco dirán que ojalá
en la justicia no se rompa el saco.
Ella, tendida sobre ese violín,
legó su nombre, cáliz y familia
a los compendios de la fiscalía,
al país de acordes ultrajados
y mujeres que yacen en los prados
nomás por pisar este polvorín.
Del libro Suburbio acá, Ediciones Papalotzi, publicados con permiso del autor.