La buena literatura encuentra su acomodo no sólo en ediciones lujosas. También en aquellas otras que siendo populares y asequibles por su precio a costa de la calidad en la impresión, no regateaban en la de su contenido
Recientemente he tenido la oportunidad de aproximarme al escritor estadounidense considerado como uno de los precursores de la ciencia ficción norteamericana. Y dentro de esta del género denominado space opera, del que fue uno de sus artífices —el trasunto se centra en aventuras espaciales con rasgos de epopeya— editadas en revistas denominadas pulp, que hace referencia a la encuadernación rústica, precio barato y consumo popular de las ediciones. Lo que bien pudieran ser nuestras novelas de Oeste que se cambiaban en los kioscos. Y en las que brillaban con luz propia autores como Marcial Lafuente Estefanía o Francisco González Ledesma, conocido como Silver Kane, entre otros muchos, que utilizaron seudónimos para driblar la censura franquista. En el caso de este último supuso su defenestración a pesar de obtener premios literarios de cierta entidad cuyas publicaciones fueron prohibidas. Aunque posteriormente y tras la llegada de la democracia, tuviera el reconocimiento a su trayectoria literaria más allá de sus más de mil títulos en este tipo de género. La lectura es ese lugar de encuentro que construimos entre sus protagonistas, los lectores. Y digo bien, protagonistas del hecho literario. La manifestación frívola de la lectura existiría sin lectores. Al fin y al cabo los índices de lectura en nuestro país son decididamente tercos en su desmejora. El confinamiento por la enfermedad del coronavirus señala cierto aumento nada significativo y muy circunstancial. La lectura formal sería inviable sin verdaderos lectores. A saber, sin esos conspiradores silenciosos que se reconocen en los libros y su capacidad generadora de librepensamiento. Este es el caso de Marcelo García Toro. Amigo y buen lector que, a modo de presente, me entregó hace unos días una edición antológica de relatos de ciencia ficción editada en el año 1977 por Luis de Caralt Editor. Concretamente el volumen 14 con el título Democracia electrónica, en el que junto a Isaac Asimov —autor de la narración que da título a la obra—, Ray Bradbury y Arthur C. Clarke como autores destacados, les acompañaban Robert Bloch, Erle Stanley Gardner, Clifford D. Simak, A. E. Van Vogt y Edmond Hamilton con relatos de la primera mitad del siglo XX. Una hornada de magníficos escritores que a su buen hacer literario incorporaban matices con una fuerte carga de pensamiento. En muchos de ellos se atisba ese futuro nada halagüeño que hoy padecemos. En cierta manera son presagios tristemente lúcidos de la condición humana con relación a la tecnología, la naturaleza, las relaciones cotidianas en un mundo agnóstico e hipercivilizado hasta la asepsia social.
En 1947 aparecía este relato en la revista Thrilling Wonder Stories con el título en inglés de Alien Heart. Hug Farris es un enviado de la industria maderera norteamericana. Acompañado de Piang, un guía nativo perteneciente a una de las tribus laosianas del territorio de Indochina atraviesan la jungla. Su objetivo es hallar el puesto avanzado del gobierno francés y, a su vez, de investigación botánica, desde donde pretende localizar ejemplares del árbol de teca y abrir nuevas zonas de explotación. En su camino son testigos del extraño fenómeno de los hunati. Se trata de hombres que permanecen aparentemente inmóviles en mitad del paraíso vegetal a través de un ritual de adoración. El profesor André Berreau y su hermana Lys serán sus anfitriones. Durante su estancia comprenderá el profundo vínculo medioambiental que existe entre la ciencia primitiva y el ritmo lento, pausado, casi imperceptible de la vida vegetal hasta llegar a ser un milagro que crece a nuestro derredor. El misterio de los hunati posee connotaciones que invocan al corazón del ser humano como una tesela más del mosaico de la naturaleza de la que forma parte. En la fantasía del relato y su resolución el acento fantástico ennoblece el fondo atávico del que se nutre.
Isaac Asimov afirmaba que Involución fue uno de los tres relatos que no olvidó de su lectura adolescente. El prolífico y, sin embargo, elegante escritor norteamericano tenía en su esposa Leigh Bracket, la también escritora de ciencia ficción y guionista de cine —intervino en títulos como El sueño eterno, Río Bravo o El Imperio contraataca— una favorecedora influencia que valoraba en justicia. Como así señaló en la introducción de la obra antológica de aquella, publicada en 1977,un año ante de su muerte, “tener una competente crítica en casa me ató corto siempre que hacía algo demasiado deprisa y descuidadamente… ella fue, y sigue siendo, la más amable de los críticos”. Resulta chocante que el editor español de Democracia electrónica se significara por su biografía y apego fascista. Junto a títulos de Benito Mussolini, Gaelazzo Ciano e incluso una biografía de Adolf Hitler, encontramos un preciado catálogo con autores como William Faulkner, Jack Kerouac,Virginia Woolf, Alan Sillitoe, Herman Hesse, Thomas Mann o Soljenitsin. Siendo el primer editor en España de Graham Greene y Georges Simenon, en una apuesta meritoria por la novela policiaca. Llegó a crear en 1953 el Premio Simenon de novela negra. La literatura es la propia vida. Un cúmulo de contradicciones que hay que saber contar. Adentrarse en las páginas de un libro es bucear en el alma del ser humano que honestamente lo escribió.