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Eliot, Kar-wai y la atmósfera del vacío

Cezanne Danielle Nieves Flores


Querido lector, la inspiración ha llegado a mí. Irrumpió mis vagos pensamientos como musa impertinente, cuyo mensaje exige ser escuchado. Ahora, es preciso contarte lo sucedido. Aquella era una tarde preciosa. Estaba sentada en una cafetería mirando por la ventana. Miraba cómo poco a poco el cielo se teñía de tonalidades amarillas y rojizas, dando paso al crepúsculo. Degustaba mi café favorito cuando el crepúsculo llegó a su fin y comencé a sentir nostalgia. El café se había terminado y yo recordaba los momentos de alegría que me daba a cada sorbo. Ahora sólo me quedaba el recuerdo de su amargo sabor en mi boca, el cual pronto desapareció dejando un vacío en mi corazón. Ahora todo parecía gris, lleno de desilusión y tristeza. Quizá no era el fin de mi bebida, quizá era el recuerdo de un viejo amor que, al igual que el café, había terminado recientemente. ¿Qué poder tiene el amor que nos hace ver todo color de rosa o gris y sin vida? Entonces recordé a T. S. Eliot y a Wong Kar-wai, dos maestros del arte separados por el tiempo, pero cuya obra coincide en su forma de transmitir los pensamientos y las emociones más íntimas. “La canción de amor de J. Alfred Prufrock” (1917) y My Blue Berry Nights (2007) representan la desilusión y el vacío emocional que ha dejado el fracaso amoroso a través de un ambiente triste y desalentador. Amado lector, tras mi encuentro con la musa y la reflexión con aquel café, me propongo en este trabajo comparar la representación del desamor a través de la atmosfera del vacío, con el fin de demostrar que algunos sentimientos son universales.

¿Te has enamorado? Apuesto que sí. El amor es el sentimiento más poderoso del mundo, es lo que nos mantiene unidos. Nos hace sentirnos completos en una felicidad casi indescriptible. ¿Qué pasa cuando todo acaba o cuando ese amor que tanto quieres no se concreta? Surgen de lo más profundo de tu interior sentimientos de tristeza, arrepentimiento, amargura, desesperación y muchísimos más. Sientes cómo una gigantesca ola de dolor te sacude y ya no ves el mundo de la misma manera, como si la realidad se hubiese teñido de un tono gris y deprimente. Tales ideas son representadas por ambos artistas. Por un lado, tenemos el poema “La canción de amor” de T. S. Eliot (1888-1965), el cual escribió a los veintidós años y se publicó por vez primera en 1915 en la revista estadounidense Poetry. En esencia, el texto nos transmite los pensamientos de la sexualidad frustrada de un hombre de mediana edad, Prufrock, que desea decir algo, pero tiene miedo de hacerlo y resuelve callarse. Por otro lado, tenemos la película del director Wong Kar-wai (Shanghái, 1958) My Blue Berry Nights, considerada como su primera inmersión en el cine estadounidense. En síntesis, narra la historia de Elizabeth, una joven que comienza un viaje espiritual en busca de sí misma a través de América para superar una ruptura amorosa; en el camino se encontrará con personajes cuyas historias de amor son más dolorosas que la suya. Así, el fracaso amoroso se convierte en una misma protagonista para los versos de Eliot y la puesta en escena de Kar-wai.

El enamoramiento es quizá la etapa más hermosa del amor. Todo es alegría e ilusión. Aunque es una etapa bellísima, también es peligrosa, pues es durante ese momento que surgen las promesas. “Estaremos juntos por siempre”, la mentira más grande que nos decimos cuando nos enamoramos, porque no tenemos control sobre el futuro ni sobre la otra persona, y luego llega ese terrible momento en el que el amor acaba y la promesa se rompe. El desamor es ese momento en el que el amor deja de existir, porque se terminó o simplemente porque nunca existió. Con Eliot tenemos a Prufrock, el hombre de mediana edad que se plantea la idea de lanzar una “pregunta abrumadora” a una mujer de su interés, pero es incapaz de hacerla. Es un hombre aislado, cansado de su soledad, que anhela una relación, pero su miedo al rechazo le impide establecerla. En mi opinión, toda esa frustración y ese sufrimiento se derivan de un amor que no existe porque no se atreve a plantear su pregunta y da por hecho que será rechazado: “¿Me atreveré a perturbar el universo?” En cambio, en la película el amor ha terminado para la mayoría de los personajes, pues sus parejas los reemplazaron con otras personas. Considero que se trata de aquello que pasa en la vida, porque así es la vida, simplemente sucede y nada es para siempre, ni siquiera en amor. Al final, ambos artistas representan la fugacidad del amor, y a través de sus personajes percibimos el deseo de aferrarse al pasado y el sufrimiento que provoca. Un corazón roto que anhela un amor que no puede obtener.

¿Por qué duele tanto una ruptura de corazón? Cuando vivimos en pareja solemos entregarnos por completo a la otra persona, tanto que nos olvidamos de nosotros mismos. Nos vaciamos tanto que le damos a la otra persona la responsabilidad de amarnos y hacernos felices. El dolor no se da por cuanto amas o extrañas a tu pareja, sino por el vacío que hay en tu interior. El vacío emocional consiste en responsabilizar a otros de tu felicidad, en darles ese poder porque internamente no te amas lo suficiente y necesitas que otros lo hagan por ti. De modo que, cuando no eres tú la fuente de amor, lo buscarás en el exterior, y si no lo encuentras querrás llenar ese vacío con otras cosas. En My Blue Berry Nights este aspecto se encarna en los personajes de Elizabeth y Arnie. Por un lado, Elizabeth busca llenar su vacío primero con el pastel de arándano de Jeremy, pero cuando el dolor se vuelve insoportable se va de la ciudad y ahora busca llenarse y distraerse con trabajo, de día en una cafetería y de noche en un bar. Por su parte, Arnie lo hace a través del alcohol, pero nunca es suficiente para llenar el vacío que dejó su esposa Sue Lynne. Diría que sus intentos de dejar el alcohol, representados por la gran cantidad de fichas, no fracasan porque vuelva a sus viejos hábitos, sino porque el verdadero problema es que no acepta que su relación terminó. No trabajar las heridas de un corazón roto puede llevar a serias consecuencias, tal como le ocurrió a Arnie. Después de su muerte, su esposa comienza a repetir el mismo patrón y pretende llenar la ausencia de su exesposo con alcohol.

Por lo que respecta a Prufrock, él no parece llenar sus vacíos con el exterior, pero el sentimiento de soledad podría deberse a que no se siente satisfecho consigo mismo y necesita canalizar ese sentimiento con otra mujer. Aunque él no se encuentre hundido en vicios u otras conductas autodestructivas, se muestra ajeno a la realidad y a los sentimientos, no encuentra nada nuevo y está derrotado por el tedio: “Pues lo conozco todo ya, lo conozco todo / conozco las noches, las mañanas, las tardes”. Describe sus escenas desde fuera, lo que subraya su distanciamiento de la realidad y su cansancio del mundo que lo rodea: “En la habitación, las mujeres vienen y van / hablando de Miguel Ángel”. El final del poema (“hasta que voces humanas nos despertaron, y nos ahogamos”) es el mejor ejemplo de este distanciamiento. Para mí, el vacío representado por los personajes de ambos autores se deriva de la ruptura amorosa que, si no es tratada, nos distancia de la vida a tal grado que puede rozar la frontera de la muerte.

El amor parece funcionar como un filtro. Al inicio todo nos parece color de rosa, todo a nuestro alrededor está lleno de vida y nos sentimos tan alegres que todo parece bueno. En cambio, cuando todo termina nuestro alrededor se vuelve oscuro y gris, nos agobia la tristeza, la depresión, y pareciera que camináramos con una nube que llueve sólo para nosotros. La atmósfera del vacío puede entenderse como el estado de desilusión y tristeza con el que vemos la vida y con el que nos relacionamos con el exterior. Para crear esta atmósfera, los autores nos introducen a lugares urbanos con un tono desalentador. En la primera parte del poema, Prufrock refiere varias imágenes al aire libre: “De noches inquietas en hoteles baratos de una noche / y restoranes con serrín y conchas de ostras […] cuando la tarde se extiende contra el cielo / como un paciente anestesiado sobre una mesa”; la niebla amarilla y la tarde (“despierto... cansado... o haciéndose la enferma”) forman parte de un ambiente que no sólo describe la escena, sino que destacan la decadencia de Prufrock, quien ha envejecido, detalle que se convierte en un impedimento para alcanzar el amor.

Por su parte en My Blue Berry Nights nos hallamos ante el paisaje urbano de Nueva York y la legendaria Ruta 66. En la película son constantes los planos vistos a través del vidrio del restaurante y de las cortinas del bar, dando la impresión al espectador de observar desde una perspectiva íntima y profunda, de captar los momentos que exploran los sentimientos de los personajes y nos permiten adentrarnos en el interior de sus deseos, pasiones y sentimientos profundos. En mi opinión, T. S. Eliot y Wong Kar-wai son expertos en crear la atmósfera del vacío en la que vemos a los personajes presentar sus más íntimas emociones en espacios netamente urbanos.

¿Te parece que mi café fracasó? No, simplemente se terminó, como todo en la vida. Ojalá algunas cosas fueran para siempre, como el amor, pero la realidad es que nada es eterno y a veces termina, como aquel café que bebía. Con esto quiero destacar que ninguna relación es un fracaso por tener un fin, simplemente ocurre, como todo en la vida. T. S. Eliot y Wong Kar-wai nos muestran la fugacidad del amor y nos envuelven en el dolor y la nostalgia de sus personajes. Observamos las consecuencias de un amor que nunca se concreta y de un corazón roto. Nos adentramos a los pensamientos más íntimos de Prufrock y a los más íntimos sentimientos de los personajes de My Blue Berry Nights, así como de sus deseos frustrados y su desilusión. Finalmente, podríamos concluir que el desamor y la triste atmósfera del vacío que percibimos forma parte del duelo de decir adiós a la persona que era nuestra fuente de amor. El vacío nos desconecta, nos aleja del mundo, nos mantiene en una constante tristeza que buscamos distraer con la vida exterior, pero la solución siempre estará en nuestro interior. Creo que volveré a esa cafetería pero esta vez, cuando beba mi café, disfrutaré de cada sorbo, sabiendo que en algún momento terminará, pero consciente de que me hizo feliz mientras estuvo en mi boca. La musa por fin se retiró y yo volví a casa a escribir estas páginas para que tú, lector, fueras testigo de las hazañas de T. S. Eliot y Wong Kar-wai.


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