Cuando era pequeña tenía miedo a la oscuridad; mi madre venía a mi habitación, me cantaba canciones de cuna. De pronto la oscuridad desaparecía, cerraba los ojos, dormía, todo estaría bien. Cuando crecí y todo a mi alrededor se volvía oscuro cerraba los ojos y escuchaba la voz de mi madre, entonces toda oscuridad se disipaba. Cuando te conocí ya no tuve que cerrar los ojos, pero aún escuchaba esa canción de cuna, sentía que todo iba a estar bien, de pronto un día ya no estabas. Cerré los ojos, no escuché ninguna melodía, todo era oscuridad.
La llama casi se extingue, pero aún proyecta tenues sombras que con el viento comienzan a bailar. Es la única luz a mi alrededor y casi muere, cuando por fin se haya apagado todo será oscuridad, el poco calor que emana se irá. Espero, miro la sombra, miro la flama, siento su calor por última vez, la luz va menguando hasta que por fin se extingue. Todo luce igual que antes, no veo diferencia, todo ya era oscuro, todo ya era frío. La vela estaba extinta antes de encenderla y es que el hogar eras tú. No sé si alguna vez la llama pueda encenderse de nuevo, arder e iluminar la habitación y a mí, no sé si sea capaz de volver a encender una vela sin ti. Cierro mis ojos.
Cuando llegaste todo en mí estaba oscuro. No había nada en mí para ti. Sin embargo, te quedaste y poco a poco comencé a vislumbrar una luz resplandeciente que nunca creí ver brillar, entonces dijiste esa luz eres tú, después te fuiste. Abrí los ojos, no estabas, pero la luz que logré ver con mis ojos cerrados no se extinguió por completo. Entonces comencé a descubrir mis zonas de luz y sombra.