Por el revuelo que ha causado Guapis (Cuties, Mignonnes de Maïmouna Doucouré), yo dudaba en verla a pesar de la enorme curiosidad que me provocaba. Como madre quería mostrar mi solidaridad con los demás padres que tanto se han movido para hacerle saber a Netflix (#cancelnetflix) su oposición al filme.
De entrada, uno puede verlo desde una postura política (Texas está con una iniciativa contra el filme y hasta el republicano Ted Cruz está metido en el asunto); para mí, en cambio, este debate tiene más de moral y todo un cuestionamiento de las expectativas que le imponemos a la mujer desde su nacimiento.
Admito mi fresez, no hay como una niña con moñitos, holanes y toda lindura que uno asocia con su inocencia (color rosa incluido). Pero como mujer inteligente, también entiendo todo lo que implica ajustarse a estos parámetros.
Cuando nació mi hija Valentina (ahora joven maestra, próxima a cumplir los 22 y que ya empieza asumir su independencia y las consecuencias de sus decisiones), como madre me propuse exponerla a todos los intereses y actividades posibles para que descubriera aquello que fuera a ser su pasión vital. Desde los nueve meses, clases de motricidad y de música. A los 4 años, clases de piano y danza; en su colegio clases de chino y hasta ruso (que no fructificaron por la poca respuesta recibida); pero allí mismo clases de teatro, ajedrez, yoga, arte, etc. En los largos veranos de Texas se vio expuesta a natación, tenis y hasta golf. Sus padres, bendecidos, en el sentido de poder costear estas actividades cuyos precios pueden ser ridículamente altos. Supongo que son los privilegios de ser clase media en el Primer Mundo.
De todo esto surgieron dos pasiones para Vale: danza y teatro. Le dieron mucho, le exigieron mucho pero también la hicieron sufrir mucho. Aprendió que no todos pueden ser Martha Graham ni Meryl Streep. Uno constata la pasión de los hijos cuando a pesar del intenso dolor que ocasionan las ampollas en los pies, tu hija no se pierde ni una clase de danza, fuese ballet, tap, hip hop o… párale de contar.
Todo esto fue lo que me hizo recordar Guapis cuando terminé de verla. Quiero pensar que mi sentido ético se hubiera impuesto si me hubiera visto en una situación como seguro se vieron los padres reales de las cuatro niñas que protagonizan la historia. De entrada, encantada porque qué actriz le dice que no a una oportunidad semejante; pero al ver lo que exige de estas niñas el final de la película con una rutina de danza con movimientos sexuales, ni cómo hacerte pa’trás. Creo que yo, como madre, me hubiera sentido encandilada y apabullada ante la atención e interés mostrados por mi hija; seguro la vergüenza vendría después ya calmadas las cosas o de plano no vería lo que ve un gran número de padres.
La historia de Guapis es buena: pone en conflicto no sólo la vida de nuestras niñas, sino de nuestras culturas y religiones contra la vorágine occidental del siglo XXI y nuestra incapacidad de saber actualizar y darle significación a nuestros principios.
Aminata (Fathia Youssouf) es una niña de 11 años (la actriz tiene 14) enfrentada al conflicto que su religión y cultura musulmana impone a las mujeres: los hombres pueden ser polígamos. El padre de Ami está en Senegal y se va a volver a casar y aunque la madre de Ami sufre lo acepta como corresponde. En cambio, para Ami esto la coloca en una posición de rebeldía.
Por el otro lado, está el deseo de aceptación y pertenencia que siente Ami como senegalesa repatriada a un suburbio de París. Inmigrante y ajena a la cultura occidental, todo lo ve con el mudo e innombrable deseo de sentirse asimilada. Lo logra cuando finalmente se integra a un grupo de niñas de su escuela que después de clases se reúnen para practicar sus rutinas de danza para un próximo concurso. A escondidas Aminata practica y aprende la rutina y dado el momento puede ser parte del grupo. No sólo eso, a través de un teléfono celular que se roba, puede ver videos musicales adultos donde las mujeres llevan ropa sumamente reveladora y se mueven de forma muy sexual y las cámaras se enfocan en sus nalgas y tetas. Ami rápidamente incorpora estos movimientos a la rutina con que participarán en el concurso, rutina que uno puede apreciar cabalmente hacia el final de la película.
Esta rutina es lo que tiene a padres de familia embroncados y sí, como madre o padre, uno no quiere pensar en que su hijita prepúber que todavía tiene tanta inocencia, de golpe y porrazo se viste como stripper, hace movimientos de “perreo” (twerking en inglés) en el escenario, se lame los labios, se chupa el dedo sensualmente, golpea la pelvis repetidamente en el piso del escenario como si estuviera encima de un hombre, todas actividades que uno asocia con la sexualidad de la mujer.
Entiendo que los padres del movimiento #cancelnetflix consideren esta película como tierra fértil para facilitar la pedofilia. En inglés le llaman grooming cuando ciertas actividades predisponen a las víctimas para que sean partícipes de un acto inmoral o ilícito. Esta película hace eso. Normaliza este tipo de actos de modo tal que los pedófilos puedan tener acceso facilitado a que sus víctimas realicen los actos que les interesen. Vaya usted a saber, aseguran estos críticos, lo que un pedófilo con conocimiento de la tecnología puede hacer con estas escenas. Sí, pero también hay que pensar en esto:
Nuestra religión cualquiera que sea: la familia de Ami es musulmana y está la expectativa de que las mujeres deben ser castas y púdicas en su vestir. Aquí hay una honda barranca; qué pueden hacer nuestras niñas con lo que exige la familia y lo que la sociedad en general espera de ellas. ¿Y qué espera la sociedad de estas niñas? Que se conviertan en las mujeres que se muestran en cine, televisión y redes sociales y que definimos como los ideales de la belleza y aspiración femeninas. ¿Ha visto usted estas imágenes? Muy parecidas a lo que nos muestran las niñas de Guapis.
El final de la película me gustó mucho: en la litera, Ami tiene dos atuendos: el de la rutina de danza que la hipersexualiza y el vestido que su padre espera que luzca para sus segundas nupcias. Su decisión es esperanzadora.
Aquí hay dos cosas: nuestra hipocresía y las exigencias de la sociedad respecto a la belleza femenina. Consideramos este tipo de movimientos y de vestirse apropiados y aceptables para mujeres adultas, pero abuso infantil en el caso de las niñas. En general el concentrarse tanto en la mujer desde su sexualidad tiene mucho de explotación. Esperar que una mujer sea sexi; no valorarla desde todos los ángulos que definen al ser humano: inteligencia, experiencia, habilidad, fuerza, temple y aguante. Todos estos cuentan. Lo sexi se impone y a veces una no entiende ni por qué. Yo creo que estadísticamente los hombres y mujeres que caben o cumplen con estos parámetros de belleza son pocos. Amiga: ¿acaso su pareja tiene el deseado abdomen de lavadero, esos hombrazos anchos, las pompis llenitas y paradas? Porque a final de cuentas, ya ni los hombres se exentan de este ideal. Seamos honestos, son muy pocas las mujeres que miden el legendario 90-60-90 y menos los hombres que tienen ese físico admirable.
Seamos más congruentes y tolerantes con nuestro pobre y limitado físico. No exijamos que nuestras niñas aspiren a ser lo que difícilmente podemos lograr la mayoría. Permitamos que sean niñas por el mayor tiempo posible. Después de todo, la vida es cabrona para todos.