Si hubiese que elegir al autor que más se haya aproximado
a hacer un retrato literario, de todos los Méxicos que caben
en nuestro país, ese autor sería Ramón Rubín
Ramón Rubín (1912-2000) fue un escritor mexicano cuya vasta obra aborda diversos temas, como el indigenismo desde una visión antropológica. En 1973 decidió mudarse a Autlán de la Grana, una pequeña ciudad del estado de Jalisco, apartándose del bullicio literario del país con el fin de seguir sus intereses en materia de acuacultura, geografía y activismo ambiental. Este alejamiento de la Ciudad de México, aunado a problemas burocráticos con intelectuales como Agustín Yañez y Alfonso Reyes, han mantenido su vida y la mayor parte de su prolífica obra en la penumbra. En Autlán, su preocupación por difundir la cultura se refleja en su participación en la fundación del Grupo Cultural Autlense. Durante su vida en esta ciudad produjo la mayor parte de sus publicaciones en importantes periódicos como El Informador de Guadalajara, en el que destacan, además de sus artículos, ensayos y novelas por entregas, textos que representan una revolución del cuento como género: los casicuentos. Su estilo literario se caracteriza por un léxico amplio que representa las costumbres y vida cotidiana de los pueblos mexicanos.
Palabras clave: casicuentos, literatura jalisciense, periodismo cultural, indigenismo, acuacultura.
“Autlán es uno de esos pueblos tradicionalmente soñoliento” (Rubín, 1973). Con estas palabras se refiere Ramón Rubín al lugar donde vivió alrededor de veintidós años de su vida. Un escritor prolífico que decidió autoexiliarse del mundo literario de su época, renunciando a casi cualquier tipo de reconocimiento, lo que provocó que su vida y obra quedaran aparentemente olvidadas. Pero, ¿por qué?
A partir de esta pregunta, este trabajo pretende esclarecer y recopilar información relevante sobre la vida de este escritor y su producción literaria en Autlán de la Grana, Jalisco. Las principales preocupaciones de esta investigación fueron resolver el porqué de su exilio literario y las condiciones y características de su producción en Autlán. Apoyados en el método histórico, buscando una reconstrucción cronológica y cualitativa de su vida y obra, se recurrió a entrevistar a sus allegados y confrontar las fuentes (pocas e inconsistentes) que incluyen información sobre el autor.
Ramón Rubín nació en Mazatlán, Sinaloa, el 11 de junio de 1912, y murió el 25 de mayo de 20001 en Guadalajara, Jalisco. Fue hijo de padre español y de madre sinaloense, y a sus dos años de edad se mudó a España, donde estudió la primaria y la secundaria. Este amor arraigado por la patria que lo vio formarse lo motiva, cuando estalla la guerra civil, a buscar luchar en el frente. Años después regresa a México y por cuestiones de trabajo y carencias económicas se ve obligado a vivir temporadas cortas en diferentes pueblos, sin establecerse en ninguno. Gran parte de estas experiencias representan sus primeros contactos con las comunidades indígenas, su cosmología y costumbres que tan vivamente plasma en sus múltiples obras.
Fue marinero, protector ambiental y escritor. Preocupado por las necesidades de su familia (sus padres) trabajó como mercader y fue empleado de fábricas de talco, harina y jabón. Más tarde fue dueño de dos fábricas de calzado que terminó por regalar; seis meses fue catedrático en la Universidad de Culiacán y otros seis en la Universidad de Guadalajara, y trabajó en el Centro Piscícola Reproductor de Las Pintas. Sin embargo, don Ramón, como mucha gente lo llamaba, nunca realizó estudios universitarios; la amplia cultura y conocimientos que poseía los adquirió de manera autodidacta y con múltiples lecturas realizadas a lo largo de su vida.
Rubín se vuelve presidente, en 1953, del Comité Provisional para la Conservación del Lago de Chapala, preocupado por proteger el lago ante la decisión de desecar una parte de su superficie con fines de aprovechamiento agrícola. Este acto subversivo le provocó la enemistad de dos grandes figuras de la literatura mexicana: Agustín Yáñez y Alfonso Reyes, quienes lo vetaron de diversos medios editoriales como el FCE, por lo que Ramón Rubín tuvo que publicar la mayoría de sus obras por su propia cuenta en ediciones de autor de reducido tiraje. Estas disputas se fueron agravando por la constante tensión que produjo un acuse de plagio en 1954 que Rubín dirige a Reyes. En el mismo año, Rubín rechaza el Premio Jalisco en el campo literario por cuestión de principios, pues no consideraba ético aceptar un premio de Yáñez. Fue hasta la muerte de Reyes y Yáñez que Rubín fue aceptado de nuevo en el medio editorial, razón por la cual el autor tuvo una fama tardía pero justa, reflejada en la cantidad de premios que obtuvo en los últimos años de su vida.
Se atribuye el poco reconocimiento de este autor a su exilio en Autlán. Su decisión contrasta con la de sus contemporáneos, que procuraban vivir y desarrollarse burocráticamente en la capital del país, donde existía el mayor auge artístico e intelectual. Esto coincide con la visión de desdén que el escritor tenía hacia el ambiente literario de su época: “Sufrí durante largos periodos de tiempo el ostracismo, eso que llaman la política del silencio, por no ser lo bastante respetuoso con los santones de nuestra manipulada literatura” (Rubín, 1987). Don Ramón tomó decisiones a lo largo de su vida que lo alejaron del ambiente deseado por cualquier escritor, pero que lo acercaron a sus verdaderos intereses: llevar una vida humilde y tranquila que le permitiera convivir con su entorno y satisfacer su hambre de conocimiento general.
Ramón Rubín, al ser un gran amante de la piscicultura y como hombre apasionado por el mar, decidió renunciar a su trabajo en el Centro Piscícola Reproductor de Las Pintas para irse a vivir a la pequeña ciudad de Autlán de la Grana, Jalisco, con el fin de ser empresario pionero de una piscifactoría semirrústica. Cerca de Autlán encontró un terreno ubicado en la hacienda El Guamúchil, cercano a La Resolana, por el que corría un arroyo limpio y de caudal permanente que tenía las condiciones perfectas para el cultivo de trucha o lobina y chacales o langostinos de río. Ramón Rubín accedió a comprar el terreno, pero al no poder liquidarlo tuvo que renunciar a su soñada piscifactoría.
Don Ramón se propuso que al llegar a los sesenta años trabajaría únicamente en aquello que le apasionaba, pues él nunca había pensado en una jubilación de total descanso que, dicho por sus propias palabras, “no son sino una muerte prematura” (Rubín, 1983), por lo que, en vista del frustrado proyecto de la piscifactoría, se dedicó de lleno a su otra pasión: escribir.
En resumen, fueron tres las motivaciones que lo hicieron escoger Autlán como su hogar por tantos años: la búsqueda de una vida tranquila donde pudiera llevar a cabo sus proyectos empresariales, su activismo ambiental (protección del lago de Chapala y el de Cajititlán) y la creación, el alejamiento de ambientes literarios nocivos y conflictivos, que él mismo describe como “manipulados” y la vida pacífica con su esposa Martha González, quien era autlense.
Alrededor de 1973 Rubín decide mudarse a Autlán junto con su esposa Martha González. Al tener que abandonar su sueño de ser empresario de una piscifactoría se dedicó a escribir. Después de cuarenta y cinco años de esfuerzos para sobrevivir y sacar adelante a quienes dependían de él, don Ramón se sentía con derecho a aspirar al alivio y escribir sobre lo que más le gustaba: la acuacultura, la geografía, la historia y el indigenismo, sin dejar de lado la ficción.
En Autlán redactó La piscifactoría (1976), un tratado sobre la cría del pez de agua dulce, cuyo impacto en materia educativa fue reconocido en España, Caracas, Quito y en el Tecnológico de Monterrey. Escribió también un tratado sobre la explotación de la rana, que también fue muy bien recibido por escuelas de países sudamericanos, especialmente Uruguay. Además, escribió artículos sobre su experiencia como trabajador y aprendiz del Centro Piscícola Reproductor de Las Pintas, publicados en el suplemento cultural del periódico El Informador con el título “De acuacultura”.
Mientras estaba inmerso en el mundo de la piscicultura, don Ramón recibió una entrada de derechos de autor por la cesión de dos novelas para adaptaciones, lo que lo llevó nuevamente al gusto e interés por la literatura de ficción. Los cuervos están de luto (1965) fue uno de sus guiones llevados a la pantalla grande en la Ciudad de México por el director Francisco del Villar, filme en el que actuaron personalidades como Silvia Pinal y Lilia Prado. Además, su amigo José Revueltas adaptó cinematográficamente varios de sus escritos.
En Autlán el escritor autodidacta se dedicó a la producción de textos técnicos y literarios, y a entablar amistad con los cofundadores del Grupo Cultural Autlense, el cual se formó a propuesta de Ramón Rubín. Ahí convivió con personajes destacados como Nabor de Niz, el doctor Garnez y Fausto Nava, quienes lo recuerdan como un gran amigo, y lo describen como una persona intelectual, espontánea, humilde, de carácter recio, muy recto y coherente en su manera de pensar y actuar, por lo que cariñosamente le apodaban “el abogado del diablo” (Rayas, 2017a).
Ramón Rubín era un hombre sencillo, le gustaba ser amigo de todos, especialmente de los vendedores (“los pueblos se conocen por sus mercados” sostenía) para que le platicaran sus historias personales, cuentos o leyendas para tomarlos como punto de partida de sus propias creaciones. A don Ramón se le veía con una libreta y un bolígrafo, haciendo apuntes de todo lo que le contaba la gente; después de una plática interesante regresaba a su casa y escribía el cuento; al terminar, volvía con el informante, le leía el cuento y le pedía autorización para publicarlo o para regalarlo. De ahí que sus cuentos se distingan por ser tan realistas como ficticios.
En Autlán, Ramón Rubín vivía de lo que escribía. Publicó por partes el libro Monografías del Valle de Autlán (1987) en la que presenta una minuciosa descripción histórica y geográfica de Autlán y de su gente. Pedro Zamora: historia de un violador (1983) y Cuentos de espantos y espantados (1994). Además, escribió cientos de cuentos, varios ensayos y artículos, publicados en su mayoría en El Informador y en varias revistas locales, tanto de índole literario como científico.
Según Fausto Nava (Rayas, 2016a), Juan Rulfo, el escritor más influyente de su época, señaló que “uno de los mejores indigenistas que tiene México en estos momentos es Ramón [Rubín]”. Continúa Nava: “Rulfo admiraba el léxico tan amplio de don Ramón”. Estas opiniones destacan la importancia de la obra de Ramón en el ámbito nacional, a pesar de sus roces con Yáñez y Reyes.
Ramón Rubín fue uno de los escritores más prolíficos de su tiempo. Su producción literaria llega a casi cuarenta libros, entre novelas, trabajos técnicos y científicos. Además, escribió alrededor de quinientas publicaciones en El Informador, donde colaboró con cuentos, ensayos, artículos de divulgación y críticas, generalmente en el suplemento cultural. Su obra ha sido traducida al inglés, alemán, ruso, checo, italiano y francés. Publicó en varias revistas nacionales y periódicos locales. Sin embargo, su popularidad se reduce a pequeños grupos de intelectuales que comparten sus temas de interés: indigenismo, geografía, piscicultura, acuacultura, historia y ficción.
El 9 de noviembre de 1969 Ramón Rubín comenzó a escribir como colaborador permanente en El Informador, el diario más importante de occidente de México, reconocido por su gran tiraje que lo posiciona como la publicación más destacado de Jalisco y el sexto a nivel nacional. Este periódico forma parte del selecto grupo de diarios más longevos de México, sólo antecedido por El Universal (1916) y Excélsior (1917).
En una recopilación del material publicado por Ramón Rubín en sus primeros años en Autlán (de 1973 a 1975) se reunieron setenta y nueve textos, entre los que se destacan los casicuentos: construcciones literarias con elementos que las dotan de particularidad en lo que podría considerarse una reforma del género; tienen un tono anecdótico y se desarrollan en ambientes semirrurales, algunos relacionados directamente con Autlán y poblaciones cercanas.
Los casicuentos, denominados así por el mismo Rubín, se asemejan a los “articuentos” de Juan José Millás, quien los define como “crónicas del surrealismo cotidiano dosificadas en perlas”. Sería pertinente hacer una investigación enfocada más específicamente a estrechar la relación entre las características de estas dos reformulaciones o subdivisiones del cuento como género.
El catedrático de la Universidad de Guadalajara Wolfgang Vogt considera a Ramón Rubín como un “escritor realista-naturalista que describe los hechos tal como se presentan, y un cuidadoso manejo del ambiente. El producto de sus investigaciones son sus cuentos y sus libros” (Rentería y García 2017).
Críticos literarios contemporáneos de Rubín como Arturo Rivas Sainz y Adalberto Navarro Sánchez tachaban sus escritos como “demasiado realistas”, señala el mismo investigador. Desde su visión, la literatura exige una transformación de la realidad y el uso de la imaginación. Una crítica bastante dura, pues si bien Ramón Rubín se interesaba por plasmar un reflejo de la realidad, su estilo, manejo de ambientes y personajes, convierten sus obras en auténtica literatura.
El crítico Vicente Francisco Torres, en su libro La otra literatura mexicana, apoyado en Emmanuel Carballo, describe el estilo de Ramón Rubín como admirable y conmovedor por el amplio conocimiento de la naturaleza y de la condición humana. Sus obras se caracterizan por el interés de difundir costumbres y cosmogonías de grupos indígenas, un amplio uso del léxico y complejas construcciones ambientales.
La obra de un autor tan prolífico como Ramón Rubín es digna de interés y reconocimiento. Es un literato multifacético y multidisciplinario que se interesó por temas que atañen a la conservación del entorno y la propia cultura, siempre abordados con su estilo fresco y rico en léxico, complejas construcciones ambientales y desarrollo de personajes que reflejan lo universal del sentir humano dentro de lo local. Sus aportaciones revolucionarias en cuestión de activismo ambiental y revolución del cuento como género merecen un lugar destacado en las investigaciones y trabajos no sólo de materias como la literatura, sino la sociología, la geografía y la antropología.
Su autoexilio y malas relaciones con los intelectuales influyentes en la política de su época no debe ser un impedimento para la recuperación y reconocimiento de sus obras, no sólo las de carácter literario sino toda su producción de corte histórico, científico y técnico.
Ramón Rubín fue un narrador de sus observaciones y experiencias, fue apasionado y fiel con aquello que amó, nunca le interesó la fama ni el reconocimiento de sus contemporáneos sino atender fielmente a sus pasiones: las letras y la acuacultura. Sin duda, lo destacable de este autor fue su independencia del medio dominante y su firme y admirable decisión de mantenerse alejado de los círculos donde se manipula la cultura literaria prefiriendo la libertad que le brindaba Autlán.
Esta investigación planteó como una base la reconstrucción cronológica sobre los datos biográficos del autor, que sin duda influyeron en el estilo del escritor no sólo en cuestión de tópicos sino también de cantidad, para lanzar una invitación a trabajos posteriores que recuperen y revaloricen el tema.
1 Algunas fuentes sostienen que el año de su defunción fue 1999, pero en El Informador, en la página 6-D del 26 de mayo de 2000, se encuentra una nota tratando el tema de su muerte, lo que indica que falleció en el 2000.
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