Perdóname. Es verdad cuando te digo que quería seguir ocultándote detrás de esta inexistente hadefobia, detrás de cualquier cosa para justificar esta cobardía, este pánico y mi falta de razón.
Estoy segura de que todo comenzó cuando descubrí que no sentir nada era mucho peor que sentirte a ti.
Siento tu peso en mis hombros, tu aliento entrando impetuoso por mis fosas nasales y mis oídos, invadiendo por debajo de mi ropa, con un áspero roce que asciende lentamente por mis rodillas y me rasguña los muslos.
Finalmente, siento tu disforme cuerpo apoderándose, poco a poco, del mío.
Sostengo que te prefiero a ti, siempre a ti; porque nadie ha podido engañar jamás a mis sentidos. Arrastrar conmigo tu voluntad se siente tan real que, cada segundo que pasa, me recuerda que sigo viva.
¿Qué es lo que intentas? Los zumbidos que alguna vez escuchaba se convirtieron en voces, estas, a su vez, en gritos, en órdenes.
Deja de escuchar, deja de hablar. No respires, no pienses ni te agobies, déjalo todo en mis manos y no te confundas, que antes de mí no eras más que un ser a la deriva.
Unidos por el odio, lo que hemos reprimido ha creado un desastre.
Te manifiestas en la oscuridad de mi alma, persiguiéndome.
Me están llamando al sacrificio y tú tienes la última palabra.