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Educar sin amor

Luis Rico Chávez

Mi relación con los Beneméritos Jefazos de las preparatorias siempre ha estado plagada de escollos y desencuentros. Y es que me avengo mal a su estilo cortesano y servil, a sus modos impositivos y autoritarios y a esa inefable manera de desparramar su ego y sentirse los dueños de vidas y destinos. Tal es la razón de que siempre me encuentre recluido en los rincones más sórdidos y olvidados de nuestra Benemérita Institución, desaprovechado mi talento y mi entusiasmo por engrandecerla a los ojos de nuestra inquisitiva sociedad.

No llenaré páginas virtuales con la descripción lacrimosa de mis tragedias cotidianas en esta Benemérita Universidad, solo referiré una anécdota que me servirá como preámbulo al asunto este que he denominado “Educar sin amor”.

Saltaba yo de gusto, luego de enterarme que mi recurso de inconformidad por una plaza había sido fallado a mi favor, y me preparaba a cumplir con alto sentido de responsabilidad mi nueva encomienda cuando me encuentro con el Benemérito Jefazo que me informa, para superar un bache burocrático que me impedía entregarme al cien por ciento a tan noble labor, que tenía asignados para mí 14 grupos de filosofía.

“Licenciado”, quise razonar con él, “yo estudié la carrera de letras, no la de filosofía”. “¿Qué no estudió Filosofía y Letras?”, continuó, en una pregunta que más parecía argumento para obligarme a aceptar la asignatura. Luego de una discusión circular que se alargó por más de dos horas remató: “Pero sí puede dar filosofía, ¿o no?” “Puedo, pero no la voy a dar porque no es mi especialidad”. Y no acepté los grupos. Me odiará hasta el final de los tiempos. (Después llegó un abogado que aceptó los 14 grupos, más otros de español, geometría analítica, dibujo técnico y gerontología).

Me parece que este es el primer síntoma de un profesor que educa sin amor. Acepta grupos por necesidad, porque no le queda de otra o por hacerle la barba al Jefazo. Y se eterniza en un área que no es la suya.

Mucho hay que decir al respecto, por supuesto. Se trata del asunto de la idoneidad, es decir, que a cada profe se le asignen grupos de acuerdo con su perfil profesional. Pero los directivos se escudan en el pretexto de que no hay suficientes maestros y tienen que acomodar al primer barbero que llegue. En realidad, en la mayoría de los casos, eso es completamente falso. A ellos lo último que les importa es que los alumnos tengan una educación decente.

La universidad (y me parece que gran parte de los centros educativos) está plagada de profesores asignados a materias de las que no conocen ni la O por lo redondo. Cuando alguien de buena voluntad acepta este tipo de grupos recibe la promesa de parte del Jefazo de que a la brevedad se le cambiará el grupo por uno acorde a su perfil; pero llega la fecha de la jubilación y el grupo nunca se lo cambian.

Considero que el peor escenario de los profes que educan sin amor es el de los barberos a quienes el Jefazo acomoda donde se le da la gana, o donde mejor le conviene. Amparado en el hecho de que tiene, como dicen, vara alta, falta a clases o llega tarde, trata a los estudiantes con la punta del pie, al grupo solo va de turista (cuando va) y a presumir que es de los íntimos del Jefazo. ¿Se preocupa por preparar sus clases, por actualizarse, por asistir a cursos, por conocer la didáctica, la pedagogía, el manejo de grupos? La respuesta es obvia.

Ahora consideremos los otros casos, los del profe que acepta los grupos por necesidad o porque no le queda de otra. ¿Qué viene después? Depende del amor que muestre hacia sí mismo, hacia los estudiantes y hacia la nueva responsabilidad que se le encomienda, en la que de acuerdo con este contexto es un neófito o, para decirlo con todas sus letras, un ignorante (bueno, exagero, pero permítanme esta licencia para continuar con mi exposición).

Desde un enfoque maniqueo, y recurriendo a una frase de uno de mis viejos maestros de cómputo, para nuestro sufrido profesor solo hay de dos sopas: o se prepara y se esfuerza por hacer un papel decente o se tira a la amargura, la indiferencia o un odio irracional contra la vida y el destino y el malintencionado Jefazo que lo puso en esa situación.

Porque yo conozco muchos profes con este perfil. Batallan en un área que no es la suya y cada hora, cada día, su ánimo decae más y más porque lo agobian la pereza y el desinterés de los muchachos, su cara de aburrimiento o, en muchos casos, la actitud hostil que se manifiesta en actitudes de rebeldía y de un desorden incontrolable que le impide cumplir medianamente con sus obligaciones. Aunque debo decir que algunos, a pesar de su fracaso en el salón de clases, asumen una actitud cínica y dejan que la vida siga.

Cuento lo que he escuchado en boca de profes de áreas diferentes a la mía. Vuelvo mis ojos ahora a mis compañeros de academia, es decir, los que ostentan la titularidad en grupos de español y de literatura. En el caso particular de mi Benemérita Preparatoria, ¿cuántos profesores tenemos el perfil? Déjenme sacar cuentas; somos 36, más o menos… y los que somos del área de letras o algo semejante: dos. Abundan los abogados, cómo no; los ingenieros, los egresados de turismo, los contadores… todos expertos en gramática, sintaxis, filología, semántica, análisis de texto, historia de la literatura, literatura comparada… perdón, me equivoqué de escuela.

La mayor parte de los profesores tienen asignados grupos de español y de literatura por las razones de la no-idoneidad a la que he aludido previamente. ¿Y el amor? Lo expongo de manera simple y llana: ¿cuánto aman su lengua? ¿Qué tanto apego tienen a los libros? La respuesta es nada.

De no ser así, se preocuparían por aprender lo básico de la asignatura que enseñan, y no lo hacen. Deberían ser lectores asiduos, y no lo son. Si no aman su lengua, si no aman la asignatura que enseñan, ¿cómo pueden contagiar amor a sus alumnos? ¿Qué tanto han estudiado la gramática, cuánto conocen de sintaxis, qué tan hábiles son para redactar? ¿Cuál es su nivel de comprensión lectora? ¿Pueden elaborar una lista decente de escritores de calidad, cuántas de sus obras han leído?

Las respuestas nos las dan los resultados que se entregan al final. Falso lo que cacarean a los cuatro vientos nuestras Beneméritas Autoridades: es ínfimo el número de estudiantes que ingresan a una carrera después de terminar la preparatoria; los puntajes de las pruebas estandarizadas nos ponen en los últimos lugares, porque no se cuenta con profesores capacitados que enseñen siquiera lo más básico de la lengua y de la comprensión de textos para obtener un buen desempeño (o siquiera mediano) en el área.

Hay un montón de anécdotas que ilustran la incompetencia de los profesores: en cierta ocasión que nuestros estudiantes participaron en un concurso de ortografía (en el que obtuvieron el lugar 11 de 15) un profesor se ufanaba de que habían alcanzado tan alto logro sin profesores que los asesoraran; digo, pues si ni siquiera les enseñan lo que exige el programa, menos van a esforzarse en actividades extracurriculares. En esa misma ocasión los profes intentaron calificar los exámenes de los interesados en participar en el concurso, con el fin de seleccionar a nuestros representantes; los regresaron en blanco porque ignoraban las respuestas.

En cierta ocasión recibo un correo de la Benemérita Presidenta de la academia; nunca había leído un mensaje tan pésimamente redactado y con tantas faltas de ortografía; diría que era peor que mis alumnos pero no, estaban más o menos en el mismo nivel.

Yo me esforcé, durante muchos años, por ofrecerles cursos, talleres, invitarlos a las actividades extracurriculares que me parecen más adecuadas para acercar a los jóvenes a los libros y a la literatura, como crear salas de lectura, organizar charlas con escritores y otras actividades lúdicas, con resultados catastróficos. Ya tiré la toalla, porque además del desinterés de los profes, debo enfrentar la hostilidad de los Beneméritos Jefazos. Allá ellos y su mediocridad, su autoengaño y su anhelo por convertir la educación en meros números y trabajo de burócratas.

Quizá yo con mis títulos y mi experiencia y mi innegable simpatía no sea la persona que ellos esperan que les enseñe algo, pero si tuvieran un mínimo de amor por su asignatura, por el español y la literatura, por el futuro de sus estudiantes, deberían esforzarse al menos un poco y procurar, por sus propios medios, conocer lo básico de la asignatura que están obligados a enseñar. Pero prefieren educar sin amor, es decir, prefieren no educar.


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