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“Antedecir (noticia diferida)”, preámbulo de la novela Nadja

Breton o la corrección como emotividad

Mercedes Galván Dávila


Resumen

En este artículo se habla sobre la exigencia y responsabilidad de André Breton de corregir su novela Nadja, en la que incluye un espacio llamado “Antedecir (noticia diferida)” al que se dedica este ensayo.

Nadja fue escrita a principios del siglo XX justo en la época que Breton dedicaba parte de su tiempo para la elaboración del Primer manifiesto sobre el surrealismo. En su novela, a la que denomina “relato”, nos refiere su encuentro con la joven que lo motivó a su escritura, circunstancia que, al tiempo, le exige un retoque, puesto que estaba consciente de que en aquella época la subjetividad lo dominaba, razón para corregirla.


La lectura

Hace tiempo me dispuse a la lectura de Nadja, texto editado por el Fondo de Cultura Económica, en la Colección Popular, con traducción y prólogo de Fabienne Bradu. Seductora la presentación si partimos del tiempo que nos llevará su lectura, ya que se trata de un libro pequeño: ciento trece páginas para ser exactos, pasta suave de color azul, con una ilustración de Javiera Enríquez, quizá inspirada en una previa lectura de la obra.

Nadja es un escrito estético, que surge de la necesidad y el deseo de plasmar un fragmento de existencia, que no pasó para olvidarse, y en el acto de la escritura patentiza un episodio significativo en la vida de su autor: André Breton, que la consigna como relato.

En este ensayo se pretende denotar, por una parte, la responsabilidad del acto de creación en Breton; y por otra, fragmentos de su vida, localizados en la novela que nos permite identificarlo con el movimiento surrealista que abanderó, así como en el amor hacia su vocación de médico y artista.

El libro inicia con esa nota introductoria en la edición que salió a luz en 1962, ya que en 1928 se había publicado una primera versión en francés, misma que Breton decide modificar en cuanto a la forma, en su segunda publicación. Por ello en “Antedecir…” manifiesta su necesidad de pulir la anterior, no por vanidad, sino por la obligación de retocar la expresión transida de emotividad en el primer texto, ante la imposibilidad de revivir lo vivido. Es evidente que a esta razón obedece su decisión, por ello expresa “quizá no sea del todo prohibido aspirar a un poco más de adecuación en los términos y también a una mayor fluidez” (Breton, 2000: 21).

Es claro que el tiempo, de alguna manera, obliga a retomar todo aquello que se vivió y se patentizó en la escritura. La distancia exige reconstruir lo escrito, sobre todo cuando existe un oficio, una labor de vida. En el último fragmento de “Antedecir…” nos explica Breton que en la vida subjetividad y objetividad no se separan, por ello libran cotidianamente batallas en las que la primera regularmente sale herida. Sin embargo, esta no se sustrae del texto, y el acto obedece al deseo de perfeccionar lo antes expresado: “Las leves correcciones que me permití aportar a la segunda solo atañen a un mejor decir, que ella sola aguanta, puesto que la otra —que sigue siendo para mí la más importante— reside en la carta de amor llena de faltas y en los libros eróticos sin ortografía” (Breton, 2000: 22).

La frase “libros eróticos sin ortografía” corresponde a Una temporada en el infierno, de Arthur Rimbaud, misma que Breton retoma para dar fuerza a su expresión. Posteriormente Octavio Paz, en su libro Pasado en claro, hace suya la frase: “La más importante reside en la carta de amor llena de faltas” (Breton, 2000: 22); Paz lo dice de esta manera “Mi madre, niña de mil años, / abnegada, feroz obtusa, providente, / jilguera, perra, hormiga, jabalina, / carta de amor con faltas de lenguaje, / mi madre: pan que yo cortaba” (Paz, 1978: 28).

Es menester aclarar que estas observaciones, que acabamos de leer, provienen de la lúcida sugerencia del escritor Luis Vicente de Aguinaga, que impartió la materia André Breton (1896-1966) y el movimiento surrealista, durante el curso para la maestría en Literaturas del siglo XX del CUCSH de la Universidad de Guadalajara, durante los meses de agosto a diciembre de 2003.

Volvamos pues, al último fragmento de “Antedecir…” en el que Breton sutilmente nos da lugar a considerar cómo el sentimiento en una primera fase (tanto en la expresión oral como en la escrita) se apodera de la razón y consecuentemente de la palabra y puede inundarla a tal grado que en algunos casos se llegarían a escribir libros eróticos sin ortografía, o cartas de amor llenas de faltas... Quizás esta es la razón por la que Breton decide retocar lo escrito treinta y cinco años antes, eso no significa que solo fue un acto de vanidad lo que lo lleva a hacerlo.

Si en este instante fungiéramos como jueces del ejercicio (a distancia) de Breton quizá discerniríamos que su operación de retocar el texto es solo un acto consciente y responsable. Acto que todos los seres debiéramos procurar a través de nuestra vida a fin de conseguir adentrarnos (en la medida de la voluntad y el deseo) al universo del orden, donde habita la belleza en fraternal unión con la armonía.

La actividad creadora implica disposición responsable y permanente de trabajar en la búsqueda del perfeccionamiento. En la vida, hay momentos en los que el placer visitará e inundará por instantes al vehículo-cuerpo que habita el espíritu del hombre que busca perfeccionarse; sin embargo, la satisfacción, viajera permanente, jamás establece su casa en el espíritu del hombre-artista.

Finalmente el juicio o dictamen al que llegaríamos en el instante previo a disponernos a abandonar la indumentaria de jueces de Breton, por haber retocado Nadja, en el intento de revivir la experiencia del relato, sería: fue correcta su decisión, en virtud de dos imperativos que él registra como “antiliterarios”, el subjetivo y el objetivo, a los cuales obedece el libro en su primera edición, y que para reeditarlo era necesario efectuar; reacción que se repetirá en el creador, siempre que habite en él la conciencia de su hacer en libertad y la responsabilidad que le supone su constante búsqueda del perfeccionamiento.

Volver tanto a la imagen del texto en lo concerniente a la presentación materializada en portada, páginas, colores, dibujos etc., de Nadja, como al señalamiento que se hace de que vamos a leer un relato, obedece a la mucha o poca importancia que algunas veces una obra con respecto a los detalles antes referidos creemos va a depararnos.

Muchos de los relatos que a través de la vida leemos no llegan más que a formar parte del archivo del olvido; otros no correrán la misma suerte, quizá algunas veces, porque el calendario va a recordárnoslo con fechas registradas para que se conserven en la memoria de la gente.

Después de haber leído las primeras obras poéticas de Breton, algunos de sus artículos, el primero y segundo Manifiesto del surrealismo, Los campos magnéticos, El amor loco, así como otros textos que no se mencionan, sin menoscabo del interés y la importancia que cada uno suscita, al enfrentarnos al relato lírico Nadja, gratamente confirmamos la congruencia que existió desde el inicio entre la obra y el artista. Pareciera que Nadja resume la parte más significativa en la vida del escritor, que así también es la razón que nos permite identificarla como estética y por ende literaria, amén de los sentimientos que nos provoca su lectura.

Breton mantuvo una lucha constante entre su quehacer de vida y su necesidad de saber si lo que realizaba era verdaderamente lo auténtico en él, o si él era solamente el fantasma que lo habitaba, dejando de ser lo que era. Difícil la lucha que tenía que realizar para alcanzar el punto de la satisfacción; circunstancia que lo confundía y lo hacía reflexionar y expresar: “Las particulares aptitudes que poco a poco voy descubriéndome en esta tierra, en nada me distraen de la búsqueda de una aptitud general que me fuera propia y no me es dada” (Breton, 2000: 24). Pero no queda ahí esta inquietud, porque además le subyuga pensar si lo que ahora hace es lo que vino a hacer en este mundo.

Se despierta en él la simpatía y el respeto que le merecen honestos creadores que humanamente abandonan la forma al encuentro de la sorpresa y luego la plasman en el papel o el lienzo. Ejemplifica: aunque no es devoto de Flaubert, le han asegurado que en Salammbô quiso “sugerir el color amarillo” y en Madame Bovary el color de la podredumbre donde viven las cucarachas, y todo lo que despertaría en los lectores su escritura no era importante para su autor; en el caso de Chirico, menciona que el pintor manifestó que solo podía pintar sorprendido, algo tan importante que se refleja en su obra cargada de sensibilidad que dio tinta para muchas páginas.

La sorpresa es para Breton la parte más seductora en la obra. Toda obra carente de sorpresa le provoca molestia, la encuentra deplorable; es la pérdida de autenticidad, razón que lo orilla a observar cuánto rechaza los personajes de novelas empíricas. Por ello dice que él seguirá habitando su casa de cristal, con todos los objetos que la ocupan, así como los visitantes que reciba, y todos los movimientos de quienes a ella ingresan para que puedan verse.

Es evidente que Breton no podía dejar de lado los sentimientos que despertaban en él las obras de arte y todas las preguntas que consecuentemente se desprendían de esa circunstancia, influyendo en él para conducirlo a la confusión momentánea que permanentemente lo habitaba al observar en sí cómo iba cambiando su persona, a medida de cada sorpresa que las obras le deparaban e iban modificando al hombre que antes era y el que asumía iba paulatinamente habitándolo. Esta es la razón por la cual podemos de alguna forma acercarnos a la honestidad del hombre, y a su congruencia con el quehacer de vida que había adoptado, porque la medicina que fue su inicial profesión, desempeñada durante el servicio prestado en la Primera Guerra Mundial, había influido contundentemente en su vida personal sensibilizándolo de manera arrolladora, manteniéndolo unido en grado tal con las manifestaciones del comportamiento humano patológico, consecuencia del sufrimiento que se origina por las agresiones al individuo cuando se rompe el equilibrio social.

Probado está que el contexto influye determinantemente al paso por la vida y que cada una de las experiencias adquiridas va perfilando las actitudes de los seres, razón por la que Breton en Nadja nos deja ver que su relato tiende a manifestar que nunca estuvo separada la inicial profesión de la obra literaria; por ello, en la parte que corresponde en el libro al “Antedecir…” manifiesta:

“El tono adoptado para el relato calca el de la observación médica, sobre todo la neuropsiquiátrica, que tiende a conservar la huella de todo lo que el examen y el interrogatorio son susceptibles de aportar, sin preocuparse por los artificios del estilo. Se observará así que el documento en bruto se aplica tanto a la persona de Nadja como a todas las demás, incluyéndome a mí” (Breton, 2000: 22).

Acercarnos a la lectura de Nadja es comprobar, en la medida de lo posible, y por supuesto no sin antes tener nociones sobre el surrealismo, que la obra nos conduce no solo a los momentos en que empieza a perfilarse este movimiento que abanderó Breton, sino a observar cómo se da la congruencia entre hombre y artista.

A medida que avanzamos en la lectura de Nadja la sorpresa va cautivándonos, con la intensidad que cada cual permita lo invadan los sentimientos, porque en cada ser humano existe un grado de sensibilidad, el mismo que nos hace individuos. Por ello, es necesario aclarar que no podemos, ni siquiera personalmente, mirar las obras de igual manera con la primera lectura, como cuando el texto nos remitió a otras tantas, máxime cuando nos obligó a retornar a él en la medida de los cuestionamientos que en cada lectura van surgiendo. Porque Nadja no es un texto fácil; cuesta digerirlo, como si se tratara de una complicada estructura que obedece al intenso contenido.

Una vez que nos adentramos en el relato, vamos descubriendo no solo episodios de vida personal, también concurrimos al encuentro con los hombres que formaron parte del movimiento surrealista (Paul Eluard, Max Ernst, Louis Aragon y otros artistas), con quienes mantenía estrecha amistad, así como con todos los puntos que se registraron en el Manifiesto, empresa significativa que unió a los artistas de Francia con los hombres de otras lenguas que se adhirieron, para desarrollar en su ámbito artístico algunas de las líneas establecidas en él.

Si consideramos el aspecto humano no podemos dejar de lado la observación subjetiva tan importante y por la que inicialmente nace, en cada lector, el gusto o su contrario; me refiero justamente a la esencia que define al poeta o artista como tal. En la mente de Breton siempre estuvo presente la preocupación de verter en la obra su capacidad de amar. En una conversación entre él, Francis Ponge y Pierre Reverdy, transmitida al aire por la Chaine Nationale de la Radiodiffusion Française, manifiesta en su papel de poeta que no solamente le interesa al artista y específicamente al poeta conmover, porque el secreto del que algunos poetas gozan es “transmitir una realidad sensible que sustente ante todo un cierto tipo de incandescencia que permita vivir en una categoría superior. Creo que para esto es suficiente contar con grandes reservas de amor” (López, 2003: 125-126).

Los títulos de las obras y los nombres de sus personajes encierran muchas veces los secretos localizados en el interior de las mismas. Tan importante el contexto como los personajes que las habitan. Nadja es el nombre que según nuestro poeta, su protagonista se escogió; y ese nombre, como se ilustra en la obra, significa en ruso “el comienzo de la esperanza, y porque solo es el comienzo” (Breton, 2000: 53).

Si extrajéramos del texto de Nadja a su protagonista y la trasladásemos al campo de la realidad, encontraríamos a la mujer-esperanza en el cuerpo de la joven Léona-Camille-Ghislaine D. que, por causalidad, aparece en la vida del médico-poeta. Si atendemos el interés que despertó en él su encuentro con esta mujer-niña (la adjetivizo, por sus actitudes, varias veces ajenas a las de una mujer adulta); le significó tanto que lo llevó a deambular en los laberintos del pensamiento misterioso de Léona-Camille, a tal grado que trascendió la experiencia al texto Nadja.

Hay quienes sin ser ajenos a profesiones donde la sensibilidad se asienta, nunca se detienen, tan solo una tarde, en la vida de quien pasa a su lado independientemente de la atracción física que les despierte.

Al poeta-médico de contundente modo lo atrajo aquella mujer; la experiencia que le transmitió lo obligó a escribir Nadja, donde cuaja la congruencia del hombre y del intelectual. Congruencia, porque el movimiento surrealista que habitaba al poeta se materializó en algunos fragmentos de la vida de Léona-Camille-Ghislaine D. o Nadja, principio de la esperanza, iluminación, sensibilidad, mujer-niña que lo cautivó por el amor que irradiaba y la orfandad de ese afecto, quizá origen de su patología. Mujer intensa, como su encuentro con el hombre artista con quien tuvo el placer de cruzarse, como intenso el dolor que tatuó en su cuerpo y espíritu al decidir ingresarse en Sainte-Anne un 21 de marzo del 27. Léona-Camille-Ghislaine D. no hubiera sido Nadja sin el genio que la habitaba.


Bibliografía

Breton, André (2000). Nadja. Santiago de Chile: Fondo de Cultura Económica. (Traducción y prólogo Fabienne Bradu).

López, Mónica (2003). Parque Nandino número 2.. Guadalajara: Secretaría de Cultura.

Paz, Octavio (1978). Pasado en claro (segunda edición). México: Fondo de Cultura Económica.


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